viernes, 5 de julio de 2013

Raza, historia e identidad: “Condicionantes histórico-sociales para la aprobación de la Real Cédula de 21 de octubre de 1817”



por Mabys Castillo Cruz [1] 
y Alejandro L. Perdomo Aguilera

alejandro.perdomo91@gmail.com
          twitter: @AlejandroLPerdo 
Resumen
En el trabajo se aborda el contexto histórico en el cual se dieron las condiciones para que tuviera lugar la aprobación de la Real Cédula del 21 de octubre de 1817. Para ello se trata el influjo del proceso emancipador en Haití, valorando el impacto que tuvo en la sacarocracia cubana, así como en las autoridades españolas de la Isla. En ese contexto, se analiza el impacto de la aprobación de Real Cédula, caracterizando los conflictos étnicos y raciales a que condujo, así como otras problemáticas sociopolíticas que marcaron las primeras décadas del siglo XIX. Desde esta perspectiva, se consideran las bases que condujeron a la llamada colonización blanca, para limitar el aumento de la población negra en la isla.
Palabras claves: Real Cédula, etnia, raza, identidad, cultura, nacionalidad, emancipación.
Introducción
La sociedad cubana se formaba por aquellos años, heredera de un rico híbrido cultural, de la tradición española dominante y la africana esclavizada, pero poderosa ante su mayoría demográfica; se fue imponiendo paulatinamente la presencia de las costumbres, la cultura, el idioma y hasta las expresiones extra-verbales, imbuidas de la música, la danza, y otras artes, que dieron lugar al maravilloso ajiaco cubano, como lo dignificara don Fernando Ortiz.
En ese contexto, donde arreciaba el comercio triangular, viniendo de África los esclavos, de Cuba el azúcar y otros productos agrícolas y de España la manufactura, se fue conformando el sincretismo cubano, en los primeros indicios de la formación de la nacionalidad y la lucha por la emancipación desde las expresiones culturales y artísticas, que reconocían la presencia de un pueblo multirracial, con una mezcla de la religión católica y la africana, especialmente de la religión yoruba, la regla de Ocha y de Palo Monte.
Fue en este contexto donde el pensamiento cubano, influido por la Revolución Francesa y las guerras de independencia y emancipación de Nuestra América de las primeras décadas del siglo XIX, que se acrecientan las preocupaciones de las autoridades españolas de la Isla, sobre el temor a una réplica de los hechos acontecidos en Haití donde los negros tomaron el poder.
Por otra parte, la evolución del pensamiento criollo irrumpía contra las mentalidades coloniales, con la influencia de intelectuales como Félix Varela, José Antonio Saco, José Francisco Arango y Parreño, Domingo del Monte y José María Heredia. Este ambiente amplió las bases del pensamiento reformista e introdujo señas de liberalismo y emancipación en una Metrópolis que frenaba el desarrollo de la Isla, no sólo en el plano económico-comercial sino también en el cultural y el político.
En el interior de la naciente sociedad cubana, se fundía un sincretismo peculiar, que permitió una mayor tolerancia en sectores intelectuales. Ello posibilitó que fuera presentado en las famosas tertulias de Domingo Del Monte a un poeta negro, que había sido cimarrón.
Conflicto étnico-racial
El conflicto étnico-racial de la etapa colonial entre la élite de poder de la Isla y el crecimiento de la población negra (afro descendiente) se acrecienta ante el temor de que los aires libertarios de los revolucionarios haitianos penetraran en la creciente población negra de Cuba.
Por otra parte, el temor a que cultural y racial a que Cuba fuera una población cuya raza preponderante fuera la negra y a que estos aumentaran sus cuotas de representatividad en la vida de la isla, llevo a que en el plano jurídico comenzaran a potenciarse formas para limitar la preponderancia de la raza negra en la Isla.
Este proceso no estuvo exento de racismo, miedo al negro tanto por su raza como por sus costumbres, su cultura y formas de expresión, que era de preocupación no sólo del poder colonial, sino también de parte importante de la élite criolla que ya se preocupaba por aspectos más profundos del futuro de la Isla.
Desde este pensamiento conservador, que resultaría muy simplista valorar desde en pensamiento de nuestros días pero que para aquella época llamaba la atención no sólo de ricos hacendados plegados al poder colonial, sino también de pensadores progresistas que aún mantenían sus reticencias respecto a la ascendencia de los negros de la vida de la Isla, por las implicaciones que tenía y por su repercusión en la demografía del país.
En aquellos años se configuraba la evolución de las raíces de un pensamiento, una forma de vida y una identidad autóctona, que mostraba los antecedentes de la más genuina identidad del criollo, en una etapa de transición del modelo colonial al propiamente cubano. Debe precisarse que no existían aún las condiciones para hablar de la nacionalidad cubana, era precisamente la etapa de su formación, de modo que existía un ferviente dilema entre lo español, lo africano y aquel curioso sincretismo que daría en sí, lo cubano.
En ese sentido desataron los conflictos desde el pensamiento de la clase dominante de la época, que se preocupaba por tomar las medidas a tiempo para evitar la preponderancia negra en la isla. Obviamente la guerra de independencia de las Trece colonias, la revolución haitiana y las guerra emancipadoras de Latinoamérica tuvieron su influencia en lo que acontecía en la Isla.
Era una época de ensueño, de aires libertarios, con movimientos como Soles y Rayos de Bolívar, la Conspiración de Aponte, la de la Escalera, en fin, todo un manjar de luchas emancipadoras, por los derechos del hombre y del ciudadano, y por el reclamo de una autoctonía, para un identidad naciente. En este contexto, se desarrollaron los conflictos de etnicidad y religión, con un irrespeto a la otredad, propio de tiempos de civilización y barbarie, al decir de Darcy Ribeiro.
En esos tiempos de colonialismo imperial y guerras emancipadoras, de transición del feudalismo al capitalismo pre-monopolista donde la burguesía asumía un carácter revolucionario, se rompían las castas de la nobleza, por una nueva élite del poder formada entre las autoridades coloniales y los ricos hacendados. Fue esta élite de poder la impulsora de la Real Cédula de 1817.
Eran los antecedentes de la formación de la nacionalidad, la transición del colonizador en colono, del colono en criollo; la partera del pensamiento cubano en las obras de Félix Varela, José Antonio Saco, José Francisco Arango y Parreño, Domingo del Monte y José María Heredia y de los regímenes militares de los Capitanes Generales, del dilema entre reforma y revolución, la lucha por la emancipación.
La aprobación de la Real Cédula de 21 de octubre de 1817.
La Real Cédula fue aprobada del 21 de octubre de 1817, en respuesta a las propuestas del Ayuntamiento, el Consulado y la Sociedad Económica de La Habana. Esta cédula, compuesta incentivaba el crecimiento de la población de raza blanca en Cuba. Entre otras explicaciones, se justificaba la medida ante la necesidad de incrementar el cultivo en tierras sin explotar con fines de exportación.
El blanqueo de la Isla no sólo llevaba a implicaciones raciales sino también de lenguaje y cultura, pues para ello comprendía el incentivo de la inmigración de otros países de Europa occidental, cuyo idioma también era diferente, por lo que el documento debió redactarse también en inglés y francés. No obstante, se cuidaba de que la religión fuera la católica.
Esta situación incentivaba un proceso que comenzó a mediados del silgo XVIII, con la oleada inmigratoria francesa a la Isla por la década del 60 de esa centuria, con el Pacto de Familia ratificado por las dos familias borbónicas europeas con el afán de debilitar a Inglaterra.
La Revolución Haitiana incentivó el refugio de franceses provenientes de Saint-Domingue, pero este fenómeno fue mirado con recelo por las autoridades coloniales de la Isla, que previendo paganas inter-imperiales, tomaron medidas de control e incluso de expulsión a varios ciudadanos franceses a fines del siglo XVIII.
 Estos conflictos no sólo eran de índole política, sino que la llegada de franceses con sus esclavos, y la introducción de formas más avanzadas de producción en el oriente cubano, conllevó a nuevas pugnas de índole económica y comercial, a la vez que la inyección de mayor población negra alentaba los debates respecto a como atenuar un fenómeno que temían que se les fuera de control. Para que se tenga una idea “(…) con la Paz de Basilea de 1795 y la extensión del conflicto en Haití – ex Saint-Domingue – en los últimos años del siglo XVIII y primeros del XIX, se produjeron unas 30 000 nuevas llegadas, sobre todo en el Oriente cubano, principalmente en la región de Santiago.”[3] Según Tomás Iriarte “(…) en 1857 los franceses refugiados en Cuba, introdujeron máquinas y procedimientos desconocidos en el país para elaborar el azúcar, y así dieron un gran impulso a esta industria´”[4]
Entre los beneficios que recibían los inmigrantes europeos en Cuba se destacaban, los derechos civiles concedidos, como el de llevar armas. Por otra parte, debían adherirse a la fe católica y demostrar su subordinación al colonialismo español. De esta forma, la Metrópolis española pretendía acentuar su hegemonía en cuanto a raza y credo ante las transformaciones demográficas, raciales, étnicas y culturales que se producían en la Isla. Fue con este propósito se aplica la Real Cédula de 1817.

Condicionantes histórico-sociales que influyeron en la aprobación de la Real Cédula de 21 de octubre de 1817.
La situación a nivel internacional iba dejando su huella en la sociedad cubana. En mayor o en menor medida, una serie de acontecimientos internacionales de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX se convierten en condicionantes sociales que hicieron posible que el 21 de octubre de 1817 se aprobara la Real Cédula de la colonización blanca de Cuba.
Debe entenderse que este cuerpo legal pretendía fomentar, a partir de los derechos y las concesiones legales que ofrecía, la entrada de blancos a la Isla, con el objetivo de contrarrestar el aumento de la población negra[5]. Los acontecimientos políticos y socioculturales, influyeron en la realidad colonial Europa en su política colonial, de lo que no fue ajena Cuba.
Hacia el interior del mapa social de la Isla fueron teniendo lugar una serie de acontecimientos que influyeron directamente sobre la estructura poblacional y racial de la Isla, lo que condujo a la aprobación de la Real Cédula.
En relación con este proceso deben señalarse como fenómenos fundamentales que incidieron en la aprobación de la Real Cédula de 1817: la independencia de la Trece Colonias Inglesas de América del Norte, la ocupación napoleónica de España y la Revolución de Haití, el ascenso y desarrollo de la sacarocracia cubana y el Censo poblacional del año 1817.
La independencia de las Trece Colonias Inglesas de América del Norte
Indudablemente el proceso histórico que condujo a la independencia de las Trece Colonias tuvo una repercusión psicológica y espiritual notable sobre la población cubana, fundamentalmente sobre los criollos con ideas contestatarias al régimen colonial.
Si bien este proceso revolucionario tenía actores sociales (industriales, comerciantes, banqueros) muy diferentes a los que pudiéramos encontrar en una colonia española como Cuba, en sus exigencias a la Metrópolis pueden encontrarse coincidencias de intereses, sobre todo en el plano comercial, que explican la influencia de ese territorio sobre el Gran Caribe, en los primeros años del siglo XIX.
Tanto los criollos como los comerciantes españoles, anhelaban una libertad comercial, que dinamizará sus producciones, pero la realidad que enfrentaba la Metrópolis española le imposibilitaba de tales transformaciones. Obviamente que este espacio sería ocupado paulatinamente por una economía en crecimiento como la del naciente Estados Unidos de América, que ya en el siglo XIX apuntaba a su ascenso como potencia.
En este contexto, se estrechan los vínculos comerciales con la Isla, beneficiados por la cercanía geográfica y un modo de producción y comercio mucho más acorde con los nuevos tiempos. De esta forma, la Mayor de las Antillas fue convirtiéndose en uno de los principales abastecedores de azúcar para el mercado norteño.
Pero este comercio ameritaba de un aumento de la producción, que incidía en la necesidad de mano de obra esclava. Por tanto, pronto se incrementaron los vínculos entre traficantes de ambas partes. Hasta la compra-venta de esclavos resultó lucrativa, no sólo para los compradores sino también para los traficantes, que hacía de este negocio unos de los primeros vínculos de dependencia de la Isla hacia ese país.
Como puede apreciarse, este acontecimiento aun cuando tiene lugar a kilómetros de distancia de Cuba, influyó directamente en el aumento de la producción y del comercio. La compra de mano de obra y el tráfico de esclavos aumentaron, y con ello la población negra, con un impacto demográfico considerable. A esta situación se agrega la declaración del Rey Carlos IV –años más tarde-.proclamando el libre comercio de esclavos.

La toma de La Habana por los ingleses.
La toma de la habana por ingleses, en 1762 desde el punto de vista del sistema de derecho no recibió ninguna influencia. Desde el punto de vista social, fue diferente. La corta y localizada estancia de los ingleses, tuvo un impacto social que aun décadas después podía apreciarse, particularmente en la producción y el comercio y en la composición racial de la sociedad.
Por primera vez, los comerciantes de La Habana podían comerciar con los negreros ingleses de manera directa, la posibilidad de compra de esclavos se negociaba sin necesidad de intermediarios, lo que provocó la entrada de un gran número de negros esclavos al país. Estos procedían fundamentalmente de África y de los depósitos que tenía Inglaterra en la isla de Jamaica, lo que ampliaba las variantes de trasiego para traficantes y hacendados.
Se calcula, según cifras oficiales de la Aduana, que en aquel momento más de 4000 negros esclavos entraron por el Puerto de La Habana cifra que, en el corto período que tuvo la ocupación inglesa de La Habana, resulta extremadamente alta. Durante la dominación española, una cantidad similar de esclavos habría tardado años en entrar a la Isla.
Toda esta mano de obra fue asimilada en la producción, fundamentalmente azucarera. La naciente sacarocracia aprovechó esta oportunidad para desarrollar los vínculos comerciales, hacia un mercado en ascenso, donde se vincularon la mano de obra esclava-producción-comercio-ganancia, que ya no se detendría hasta empezada la segunda mitad del siglo XIX.
En este período de ocupación inglesa, con el auge del comercio generó una amplia gama de empleos en la ciudad que hasta ahora no existían o eran escasos. Nuevamente, la mano de obra resultaba necesaria para el “desarrollo” económico de esa sociedad.

Ocupación napoleónica de España
Pudiera parecer a simple vista que la ocupación napoleónica de España carecía de fuerza vinculante para considerarse un condicionante social influyente en la aprobación de la Real Cédula de 21 de octubre de 1817. Sin embargo, la ocupación napoleónica de España, además del impacto sociopolítico que dejó, tuvo una incidencia directa en nuestra legislación. Con el derrocamiento del Rey Fernando VII muchos españoles reclamaron por su regreso, incluso por parte de las autoridades locales, protesta que llegó al resto de las colonias de ultramar.
En tales circunstancias, se propagó una situación de incertidumbre, debido a que los habitantes que no reconocían al rey francés, por lo que se quedaron sin órgano de poder superior al que dirigirse, ni a quien consultar la solución de sus problemáticas, ya que este constituía la última instancia. Fue en ese contexto que se crearon en los virreinatos de América las Juntas de Gobierno.
Las Juntas de Gobierno fueron integradas por los criollos, que si bien comenzaron proclamando su fidelidad al Fernando VII, terminaron reclamando la independencia de sus territorios. Con este proceso nace el Movimiento Juntista, que propició el inicio de los movimientos libertadores en las colonias españolas de ultramar.
Si bien Cuba no se incorporó en esa fecha al movimiento emancipador, puesto que las condiciones histórico-concretas resultaban diferentes, en gran parte de Nuestra América se prendió la llama de la independencia. Ante el temor a los resultados de las luchas emancipadoras, la inmigración europea hacia América Latina y el Caribe se frenó.
Hasta ese momento, entre los destinos preferidos por los españoles en América se encontraba Cuba. Esta interrupción temporal en el flujo migratorio se evidenció en el Censo Poblacional del 1817 con una disminución en el por ciento de la población blanca. Este fenómeno contribuyó a que la población blanca no aumentara por estos años, mientras que la población de raza negra continuó su proliferación, con una mezcla de autoctonía que se fundió en la identidad de los pueblos americanos.
La Revolución de Haití
La Revolución de Haití, y sus consecuencias tanto al interior de ese país como en el Gran Caribe, tiene múltiples aristas para ser considerada como uno de los más relevantes factores que condicionó la aprobación de la Real Cédula de 21 de octubre de 1817. En primer lugar, esta Revolución provocó un éxodo de colonos franceses hacia Cuba, que se asentaron principalmente en el Oriente del país, fundando grandes cafetales en las zonas montañosas. También hubo amplios asentamientos en la zona de Matanzas. Se calcula que alrededor de 30.000 colonos franceses llegaron a la Isla.
Pero estos colonos franceses que emigraron hacia acá no venían solos, sino que lo hicieron con sus dotaciones de esclavos o, por lo menos, con una parte considerable de estas, que dadas las circunstancias en que arribaban, no siempre era declarado el número real de la dotación. Es por ello que resulta muy difícil precisar el número de negros esclavos que entró al país por esa vía con certeza.
Los niveles de producción de los principales productos exportables haitianos (azúcar y café) decayeron notablemente al iniciarse la guerra y aún al culminar esta en 1804, no se lograba recuperar su espacio en el mercado internacional. Este periodo fue aprovechado por los productores cubanos para asumir el lugar de Haití en la producción de azúcar y café, en el área del Caribe fundamentalmente; lo que acentuó la esclavitud en la Isla, prolongando las jornadas de trabajo en los cañaverales y cafetales, necesitando más mano de obra para la creciente demanda.
Los franceses también trajeron la práctica del “apareamiento forzoso”, costumbre que consistía en aparear esclavos jóvenes y sanos, los llamados sementales, con negras jóvenes e igualmente sanas, por regla general, del servicio doméstico.
Para el fomento de esta práctica los franceses llegaron incluso a construir un pequeño barracón independiente, en las haciendas cafetaleras que ocupaban. De esta forma disminuían un gasto en fuerza de trabajo, cuando podían proveerlas los propios esclavos y así lograban una mayor producción.
Más allá de su aportación numérica a la entrada de esclavos y a la producción de café, los franceses también dejaron su huella cultural en la genealogía cubana, que se pude apreciar hoy en los apellidos franceses con que los dueños identificaban a sus esclavos y en la danza con la Tumba francesa.
La Revolución de Haití tuvo una marcada influencia en la vida cultural, económica y política de la Isla, pero además constituyó un referente ideológico y psicológico, que insertó en la opinión pública de la época, la posibilidad de una rebelión esclava, sembrando el temor entre los hacendados y el régimen de la Isla. Estas circunstancias favorecieron, sin lugar a dudas, la aprobación de la Real Cédula de 1817.
La Real Cédula que autoriza el libre comercio de esclavos en el año 1789.
El alcance social de esta norma la hace convertirse en una condicionante social por excelencia, que propició la aprobación de la Real Cédula, el 21 de octubre 1817. Resulta evidente que un problema social de tales magnitudes como el tráfico de esclavos, necesitaba del amparo de una legislación, y esta nacería de la voluntad Real.
La esclavitud como modo de producción y como realidad social, estaba aceptada y discurría sin mayores contratiempos para todos aquellos que de ella se beneficiaban. Cuando la firma del Rey queda estampada en  un documento legal, llámese en este caso Real Cédula e incluso tratados o licencias reales que autorizaban a compañías mercantiles y navieras para operar en las costas de África, debe entenderse como un derecho que se atempera a una situación social determinada y que trata de solucionarla.
El aumento del número de esclavos negros que llegó a las colonias de ultramar fue tan elevado, que además de regular su compra y su tráfico, a instancias del propio Rey Carlos IV, fue redactado un cuerpo legal conocido en la Historia del Derecho Colonial como Código Negro Carolingio[6], que se encargaba de regular todo lo concerniente al trabajo y la vida de los esclavos, como instrumentos de trabajo, y piezas fundamentales para el desarrollo económico de esa sociedad. En este sentido, se limita la cantidad de horas de trabajo y se establece la obligatoriedad de los dueños de proveerles de alimento y vestido, así como de instruirlos en la fe cristiana. 
Más allá de las valoraciones éticas y morales que pudieran hacerse hoy, este derecho para el momento histórico en que aparece es consecuente con el desarrollo social, y se adecuó a los intereses de la clase que detenta en el poder. En ese orden, satisface sus necesidades, propiciando legalmente la entrada a la Isla de un elevado número de negros esclavos. Súmese a ello que cuando las voces del abolicionismo se comienzan a sentir, la élite de poder que dirigía los renglones fundamentales de producción en la Isla no estaba en condiciones de realizar el tránsito. Esta situación, sumada a la pujanza de las mentalidades racistas que imperaban en la Isla, imposibilitó que la historia del abolicionismo cubano tuviera un fin más inmediato que el de la mayoría de las colonias de ultramar.
Tal fue el caso que recoge la historiografía del derecho ocurrido en 1817, de 2.600 negros esclavos que habiendo sido declarados libres porque el barco que los transportaba fue capturado, y en cumplimiento de los tratados internacionales y de la presión de abolicionista británica, procedía conforme a derecho, que una vez llegado a puerto cubano fueran asimilados a la población esclava y vendidos como tales. Las razones alegadas por las autoridades competentes en su momento fueron: el temor a que se convirtieran en un foco de conflictos y desordenes sociales, y la necesidad de mano de obra para la producción del azúcar.
Como realidad aceptada, no tendría mayores consecuencias si no fuera porque su crecimiento demográfico comenzó a marcar una incipiente curva en ascenso de la población negra, que años más tarde causaría una alarma en la oligarquía criolla.
El desarrollo y ascenso de la sacarocracia cubana.
La presencia de la sacarocracia cubana como condicionante social que influyó en la aprobación de la Real Cédula de 21 de octubre de 1817, debe verse como el motor impulsor en la producción y luego en el comercio del azúcar, que alienta la continua compra de negros esclavos y, en un segundo momento, como el sector que promovía las reformas de la época en contraste con el desarrollo socioeconómico y cultural que iban obteniendo.
A partir del boom azucarero de finales del s XVIII, la economía cubana cambia lo útil por lo necesario, entendiéndose por necesario aquello que redundara en beneficio económico para la clase en el poder. El azúcar desplazó al tabaco, enmarcando los años que Don Fernando Ortiz llamara de “contrapunteo entre el tabaco y el azúcar”.
Este concepto de priorizar lo útil por lo necesario, llevó al establecimiento de ingenios por toda la isla. Y donde no había condiciones para una producción competitiva y el control efectivo de las plantaciones, comenzaron a aumentar los palenques de esclavos. En la medida en que más esclavos se compraban, mayor era el por ciento que huía hacia esos reductos y se perdía de vista el número real de esta población.
Independientemente de que la sacarocracia cubana tuviera formas comerciales del capitalismo de la época, seguía produciendo con métodos esclavistas, manteniendo sus barracones repletos de esclavos, en condiciones de hacinamiento deplorables. Esta realidad incrementó las contradicciones internas de la Isla que paulatinamente fueron condicionando las bases de la emancipación.
La esclavitud era el soporte fundamental de la producción azucarera, pero también de la cafetalera y la tabacalera, por eso en buena medida la oligarquía criolla se desentendían del tema de la abolición de la esclavitud. “El negro fue la gran solución a la mano de obra azucarera[7]”, una frase que a pesar de haber sido acuñada más de un siglo después, pone al desnudo la realidad social de ese momento.
La compra de esclavos era potenciada cada día más por esta poderosa clase, que ya afincada como productora de azúcar a escala mundial, compraba en condiciones legales o ilegales los brazos esclavos. Resultaba la misma cosa si el tráfico de esclavos estaba autorizado o estaba prohibido, nunca la Isla estuvo desabastecida de esta mano de obra.
Los aires de la ocupación napoleónica de España no fueron del todo bien recibidos por los magnates del azúcar. Las ideas de igualdad, libertad y fraternidad eran solo una frase, la economía azucarera necesitaba brazos para trabajar y en busca de ellos andaba. La restauración absolutista con el regreso de Fernando VII trajo de vuelta el silencio con relación al tema la abolición de la esclavitud. Y el número de estos siguió en ascenso. A sabiendas de que el sistema de esclavitud solo se mantendría bajo la sombra de la Metrópolis española, la fidelidad a la Corona se mantuvo y un reformismo de corte económico resultaba más que suficiente para estos actores sociales.
Las primeras voces que se escucharon desde la isla, pertenecían a la corriente de pensamiento reformista. Uno de los principales impulsores de esta corriente era el hacendado habanero Francisco de Arango y Parreño, quien ajustado al pensamiento de la época, a pesar de reconocer que la trata negrera era “un miserable comercio”, consideraba que en Cuba eran muy bien tratados.
No faltaron los elogios para la política española con relación a los esclavos. Convencidos firmemente de la necesidad de la explotación de su trabajo, su voz se alzó clara en defensa de la esclavitud. No obstante, al preponderar la población negra, es precisamente Arango y Parreño quien se encarga de elaborar el “Proyecto de Colonización Blanca para la Isla de Cuba”
¿Qué podía preocupar ahora a este hombre que con su actuar y su proyección ideológica, había contribuido como pocos, a la entrada miles y miles de negros esclavos a la isla?
Baste para ello, recordar su Discurso sobre la Agricultura de La Habana donde planteó:
“La suerte de nuestros libertos y esclavos es más cómoda y feliz de lo que era la de los franceses. Su número es inferior al de los blancos y además de esto debe mantenerlos la guarnición respetable que hay siempre en la ciudad de La Habana. Mis grandes recelos son para lo sucesivo, para el tiempo en que crezca la fortuna de la isla y tenga dentro de su recinto quinientos mil o seiscientos mil africanos. Desde ahora hablo para entonces, y quiero que nuestras precauciones comiencen desde el momento”[8]
Respecto al censo de población del año 1817
En el año 1817 se lleva a cabo un Censo Poblacional, por las autoridades oficiales de la Isla. Los dos censos poblacionales que le antecedieron a este en 1804 y en 1810 no se consideraron del todo fiables. Este censo, fue considerado el más fiable hasta el momento.
Los datos censales que arroja no podrían comprenderse sin conocer la evolución histórica social de la isla. Para este estudio, son el complemento de expresado en números, de una serie de condicionantes sociales que incidieron y determinaron la aprobación de la Real Cédula de 21 de octubre de1817 de la colonización blanca de la Isla. Los datos en cuestión arrojaron que de un total de 553033 habitantes en Cuba, 239 830 pertenecían a la raza blanca y 313 203, eran de raza negra.
De la población presente, como a partir de entonces se le llamó, resultaba una realidad la superioridad numérica de la raza negra, que no solo comprendía a esclavos, sino también a los no blancos libres (negros y mulatos). Resultaba llamativa también, la diferencia entre la cantidad de hombres y mujeres de raza negra que se constató. Esto respondía por supuesto a la rentabilidad en el trabajo productivo que aportaba el sexo masculino. 
Pero ¿qué grado de certeza podían ofrecer los resultados del censo? Era sabido que muchos propietarios ocultaban el número real de esclavos. Se presume que la razón por la cual ocultaban o falseaban este dato, era por temor a un incremento en los impuestos que pudiera luego sobrevenir.
Siguiendo esa lógica de pensamiento pudiéramos concluir que la población negra de la Isla, debía ser superior a lo regido en el Censo poblacional de 1817. No obstante, en el propio año de 1817, mientras se mostraban los resultados del arduo trabajo censal, los Registros de Aduana contabilizaron la entrada a la Isla de más de 67 000 esclavos africanos que se incorporaron a la producción azucarera en su casi totalidad.
Y debemos considerar además una cantidad que, aunque mínima, quedaba fuera del censo y me refiero a los esclavos que se encontraban en los palenques. Ante estos datos, la alarma de pánico circuló entre la población blanca. El temor a la superioridad numérica de los negros, era una realidad. Al vislumbrarse un conflicto social en potencia, una nueva norma jurídica fue aprobada respondiendo a los intereses de la clase económicamente dominante.
Conclusiones
De manera general, puede considerarse que las condicionantes socio-históricas principales, que influyeron en la aprobación de la Real Cédula de 21 de octubre de 1817, hicieron posible a partir de su desarrollo y evolución, que la entrada de esclavos africanos  a la Isla fuera  más que una necesidad, una realidad. Con la Independencia de las Trece Colonias Inglesas de la América del Norte, a la Real Cédula que autoriza el libre comercio de esclavos y a la Revolución de Haití. En cuanto a la ocupación napoleónica de España, influyó como condicionante social pero de forma contraria a las anteriores, o sea frenando la entrada de blancos a la Isla, al detener la oleada migratoria a América y en este caso particular a Cuba. Esto influyó directamente en la necesidad posterior de regular la situación a través de la aprobación de la Real Cédula de 21 de octubre de1817.
Las condicionantes sociales internas que influyeron en la aprobación de la Real Cédula de 21 de octubre de 1817 y de manera especial dentro de ellas la toma de la Habana por los ingleses y el desarrollo y ascenso de la sacarocracia, en su carrera hacia las posibilidades de un libre comercio, un aumento de la productividad y consecuentemente un mayor poderío económico, contribuyeron y protagonizaron a la entrada de negros esclavos africanos por cientos de miles a la Isla. Como colofón de esta realidad, el Censo de Población de 1817expresóen forma de números toda la influencia de los factores anteriores en nuestra realidad social. Esto influyó directamente en la necesidad posterior de regular la situación a través de la aprobación de la Real Cédula de 21 de octubre de1817.
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El proyecto de colonización.1. La Real Cédula de 1817. En: http://cienfuegoscuba.galeon.com/larealc1817.htm


[1] Mabys Castillo Cruz, Licenciada en Derecho. Profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana y del Colegio Universitario de la Universidad de La Habana.
[2] Lic. Alejandro L. Perdomo Aguilera: Licenciado en Historia por la Universidad de La Habana y Maestrante de Relaciones Internacionales del ISRI. Ha cursado varios postgrados en la maestría de Historia Contemporánea y Relaciones Internacionales de la Facultad de Filosofía e Historia. Fue Investigador del Centro de Estudios sobre América (CEA) de 2009 a 2010 y desde 2010 se desempeña como investigador del Centro de Investigaciones de Política Internacional (CIPI) adscrito al ISRI.
[3] El proyecto de colonización. La Real Cédula de 1817. En: http://cienfuegoscuba.galeon.com/larealc1817.htm
[4] El proyecto de colonización. La Real Cédula de 1817. En: http://cienfuegoscuba.galeon.com/larealc1817.htm
[5] Entre estos derechos y concesiones figuraban: para los no españoles, la posibilidad de transcurrido un periodo convertirse en súbditos de la Corona; para el resto: la posibilidad de portar armas, la exención temporal de impuestos sobre sus producciones, la entrega a su llegada a cada colono de 1 caballería de terreno cultivable, la entrega oficial de instrumentos de labor, de animales de trabajo y de animales de corral, igualmente podían entrar todos sus bienes y capitales exentos de impuestos de importación y al momento que decidieran podían retornar a sus lugares de orígenes sin que nada se los impidiera.
[6] Este Código no se llegó a aprobar por el Rey, ante la oposición manifiesta de los esclavistas. No tenía disposiciones de carácter beneficiosas para los esclavos, más allá de garantizarles lo mínimo imprescindible para sobrevivir. Ya después, casi a la mitad del siglo XIX, el Capitán General de la Isla dictó un reglamento similar, pero aunque se aprobó, nunca se cumplió.
[7] Moreno Fraginals, Manuel. “El Ingenio” Tomo I, pag.52. Poligráfico Osvaldo Sánchez. 1977.
[8] Arango y Parreño, Francisco. “Discurso sobre la agricultura de la Habana y medios de fomentarla” pag.190. Biblioteca de la facultad de Derecho, Edición digital.

jueves, 4 de julio de 2013

La política exterior de los Estados Unidos hacia Medio Oriente y África Subsahariana (2013-2017). *


Por Leyde E. Rodríguez Hernández
¿Cuál sería la proyección de política exterior de una administración estadounidense, sea demócrata o republicana, hacia el Medio Oriente y el África Subsahariana en el periodo 2013-2017?
La política exterior de los Estados Unidos, para el periodo 2013-2017, deberá tomar en consideración los acelerados cambios económicos globales, los cuales están ejerciendo rápidas transformaciones en el actual sistema internacional.
Las guerras y las revoluciones han sido a través de la historia de las relaciones internacionales elementos constitutivos o forjadores  del moderno sistema de estados, pero hoy la economía adquiere especial relevancia estableciendo nuevas configuraciones de poder con el ascenso de las denominadas potencias emergentes en distintos continentes. En el Medio Oriente y África Subsahariana, la política exterior de los Estados Unidos encuentra ya los incrementos del poderío de Irán y Sudáfrica, para citar solo dos ejemplos de estados y economías que alcanzan mayores protagonismos e influencia política en sus respectivas regiones de actuación.
El eventual triunfo del candidato republicano Mitt Romney significaría darle una nueva oportunidad a los conformadores de política exterior que fracasaron durante la administración de George W. Bush.
Mitt Romney impregnaría mayor radicalismo ideológico a las proyecciones de la política exterior a tono con la tradición política de los Estados Unidos. Lo que constituye algo muy típico de las administraciones republicanas. El candidato Romney, como todos los de su clase, es un convencido del excepcionalismo estadounidense no sólo por las dimensiones militares y económicas que resaltan el poderío de su país, sino por los supuestos valores democráticos y de derechos humanos que promueve en el escenario internacional. Este enfoque ubica a Romney dentro de una tendencia ideológica idealista neoconservadora al estilo del académico estadounidense Robert Kagan, inspirador, en las últimas décadas, de la idea de la Liga de las Democracias en reemplazo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Ante los desafíos energéticos del siglo XXI, los Estados Unidos se encuentran entre las principales potencias mundiales que, para el mantenimiento de su desarrollo industrial, necesita obtener los recursos naturales ya escasos y que, en el caso del petróleo y el gas, se ubican en abundancia en los países del Medio Oriente y el África Subsahariana. Contar con garantías de acceso a estos recursos energéticos, se hace apremiante para los Estados Unidos porque su Producto Interno Bruto (PIB) muestra síntomas de decadencia, reflejándose en la pérdida de su liderazgo productivo mundial, un proceso que podría observarse en toda su magnitud, según estimados, en los años 2016-2017, cuando China probablemente asuma el rango de primera economía global.
Medio Oriente
La victoria del candidato Mitt Romney en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos impregnaría un carácter  más agresivo a los enfoques ideológicos y al uso de los instrumentos de política exterior hacia el Medio Oriente. Lo que se traduciría en una mayor voluntad de desplegar una estrategia guerrerista en la región en sintonía con la derecha evangélica y mormona de su partido, así como con los sectores neoconservadores vinculados al capital militar-industrial que representaría.
En esa dirección cobrarían fuerza las siguientes orientaciones ofensivas: 
*Intensificación de las acciones militares contra Siria, incluyendo la posibilidad de una operación unilateral, para lograr el derrocamiento del presidente Bashar al-Asad.  
*Una vez derrotado el gobierno de Siria, cobraría fuerza la obcecación de derrotar violentamente el gobierno de Irán con la participación activa de Israel. 
* La protección militarista de la seguridad de Israel y Arabia Saudita; y la identificación plena del gobierno estadounidense con los sectores militaristas de esos países.
Lo anterior pudiera verse facilitado por el escenario de desestabilización que vislumbra la posibilidad de guerra civil religiosa entre sunitas y chiítas en seis puntos ultrasensibles: Yemen (ocurrió la defenestración del dictador Alí Abdalá, sustituido por el vicepresidente, de acuerdo con el plan qatarí-saudita con bendición de los Estados Unidos/OTAN), Líbano (al borde de la protobalcanización), Siria (la nueva fractura tectónica geopolítica regional y global), Irak (balcanizada de facto en tres provincias etnoreligiosas), Bahréin (intervención militar de las seis petromonarquías sunitas encabezadas por Arabia Saudita para someter la revuelta de la mayoría poblacional chiíta aliada a Irán), y Arabia Saudita, país de mayoría apabullante sunita, que en su región oriental, donde se encuentran sus mayores reservas de petróleo, está en manos de su minoría chiíta.
No existe región alguna del mundo árabe que escape a la perniciosa confrontación entre sunitas y chiítas, lo cual, en última instancia, favorece la estrategia balcanizadora de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia e Israel.
En ese contexto, los palestinos se verán seriamente afectados, pues Romney considera las fronteras de 1967 como “indefendibles”. No es de esperar, bajo una administración Romney, un cambio que comprenda una solución justa y equilibrada del conflicto entre Israel y Palestina. 
Por otra parte, las organizaciones Hamas y Hezbollah seguirán siendo catalogadas como una amenaza a los intereses de seguridad estadounidenses en la región, lo que serviría de pretexto para actuar militarmente contra las fuerzas que se oponen a la estrategia de dominación de los Estados Unidos en el Medio Oriente.
Las últimas administraciones de los Estados Unidos centraron su política exterior en la llamada guerra contra el “fundamentalismo islámico o el terrorismo”. Estas concepciones parecen mantenerse unidas a otros pronunciamientos discursivos como la “libertad, democracia y dignidad”, por lo que servirían de argumentación a los sectores interesados en provocar una guerra contra Irán, en un espíritu de cruzada o “guerra santa”. Siendo así, Romney también tendría el aval ideológico de numerosas iglesias evangélicas y mormonas que sostienen la creencia de que la política exterior de los Estados Unidos debe desempeñarse siempre desde una posición de fuerza. 
Desde esta perspectiva, Romney prometió que aumentará la presión sobre Irán mediante sanciones económicas y diplomáticas, mientras que no descarta la opción de una acción militar. La campaña electoral por la presidencia dejó entrever que Romney estaría más dispuesto que Obama a emprender una acción militar contra el programa nuclear de Irán con la excusa de impedir que el país persa adquiera armas nucleares. Esto pudiera marcar una diferencia de matices entre ambos candidatos, aunque ya Obama colocó severas sanciones a las exportaciones de petróleo de Irán. 
Todo indica que Romney daría continuidad a las políticas de Obama contra Irán, Iraq, Siria y Afganistán, pero acentuaría el uso de la fuerza militar y el trabajo sucio de influencia política en el Medio Oriente. El repliegue de Iraq seguirá el calendario establecido por el ex presidente George W. Bush; y en cuanto a Afganistán, Obama reconoció que, para fines de 2014, habría riesgos en la retirada de las fuerzas estadounidenses y aliadas en ese país.
Los aliados estratégicos de los Estados Unidos en la región: Israel y Arabia Saudita, exigirán una actuación más belicosa de Washington contra Irán y Siria, así como cualquier otro eventual aliado de estas naciones en la zona.
Independientemente de quien sea el presidente de los Estados Unidos, la política exterior de este país no podría ignorar los esfuerzos de Irán para expandir su influencia política, económica, militar y religiosa en el Oriente Medio; e incluso más allá de esta región mediante la conformación de aliados en los marcos de la cooperación económica y militar anti-hegemónica. 
Uno de los resultados  de la guerra de los Estados Unidos contra Iraq es el ascenso de Irán como la potencia militar preeminente en el Golfo Pérsico, pero cualquier administración estadounidense intentará limitar la capacidad de influencia regional de Teherán, para impedir a tiempo un cambio fundamental de la política de los países vecinos a su favor. En ese sentido, los Estados Unidos trabajarán para garantizar plenamente los intereses de Israel y Arabia Saudita, mientras Turquía será apoyada para contener la propagación de la influencia iraní en el norte de Iraq mediante el fortalecimiento de sus instrumentos militares y de los servicios de inteligencia. 
¿Podría Romney desencadenar intervenciones militares directas con el empleo del ejército de los Estados Unidos, como anteriores administraciones republicanas o daría continuidad al tipo de operación ejecutada en Libia con la implicación directa de sus aliados franceses y británicos?    
   
La ausencia de propuestas novedosas, hace pensar que Romney posee una visión limitada sobre cuál debería ser la política exterior de los Estados Unidos, y que estará propenso, más que Obama, a utilizar los instrumentos militares en el escenario internacional, particularmente en el Medio Oriente, porque el interés geoestratégico de los Estados Unidos, según apuntan diferentes analistas, es completar su proyecto Nabucco: un gasoducto para el transporte del gas natural a través de Europa, el cual parte de Asia Central y de los alrededores del Mar Negro, pasa por Turquía –donde se sitúa la infraestructura de almacenamiento- recorriendo distintos países de Europa del Este y Occidental. Esta sería una forma de diversificación de las actuales rutas de suministro en Europa, dependientes de Rusia.
Los Estados Unidos pretendían incorporar el gas iraní a su plan, y a su vez, el gas proveniente del Mediterráneo oriental: Siria, Líbano e Israel; pero, en julio de 2011, Irán firmó varios acuerdos para el transporte de su gas a través de Iraq y de Siria. Por consiguiente, Siria se convirtió así en el principal centro de almacenamiento y producción, vinculado, además, con las reservas del Líbano. Este acuerdo resultó un fuerte tropiezo para los creadores del proyecto de Nabucco, pues el nuevo escenario geográfico, estratégico y energético que se abre con la alianza entre Irán, Iraq, Siria y el Líbano atrasaría mucho más ese plan.
El proyecto Nabucco estaba diseñado para comenzar la extracción de gas en el 2014 y en un inicio transportaría a los países de la Unión Europea 31 mil millones de metros cúbicos de gas natural procedente del Medio Oriente, de ahí la alianza de los Estados Unidos con la OTAN y la Unión Europea, y la importancia estratégica de eliminar o transformar la situación política interna de Irán y Siria.
Ahora se entiende por qué el objetivo final de los Estados Unidos y Arabia Saudita sería la de interrumpir cualquier alianza siria-iraní tratando de derrotar, en primer lugar, el gobierno del presidente Bashar al Assad. Sin embargo, sin una intervención militar extranjera directa, el régimen sirio es poco probable que se derrumbe. Al Assad seguirá luchando para tratar de acabar con el descontento interno y desbaratar las acciones terroristas dirigidas desde algunos de los pequeños estados del Golfo Pérsico (Qatar, Kuwait, Bahrein, Omán, Emiratos Árabes Unidos y Yemen), todos sometidos a la política estadounidense de enfrentamiento a Siria con la complicidad de la Liga Árabe.  
Los Estados Unidos se mantendrán vigilantes ante la evolución política en Egipto con un gobierno islamista que, con sus problemas económicos internos, podría socavar su capacidad como aliado incondicional, lo que podría  aumentar las tensiones de Egipto con Israel en torno a las cuestiones de seguridad en la península del Sinaí. 
La estrategia estadounidense en el Norte de África estará dirigida a mantener el control sobre Libia, porque facilita el acceso a los recursos naturales y la presencia militar en toda la región, fortaleciendo el control sobre Egipto y el monitoreo de la evolución política interna en Argelia.  
Con Romny en la presidencia de los Estados Unidos, habría un desempeño todavía más protagónico del Comité de Asuntos Públicos Estadounidense--Israelí (AIPAC), institución del poderoso lobby judío en los Estados Unidos, que con un presupuesto de 60 millones de dólares anuales se dedica a sufragar y sobornar instancias gubernamentales, órganos de prensa y políticos en la Administración y el Senado, para que asuman posiciones favorables a Israel, en las  vinculaciones e influencias de la política estadounidense hacia el Medio Oriente.
África Subsahariana
Dada la diversidad del continente africano, y en especial los problemas de enormes proporciones económicas, sociales y políticos de 53 países y más de 1000 millones de personas, siempre ha sido un reto para los Estados Unidos diseñar y poner en práctica una política coherente con respecto a África Subsahariana.
Tradicionalmente los Estados Unidos han tenido dificultades en la definición de los intereses estratégicos en el continente africano, en particular después de la “guerra fría”, y por la histórica debilidad económica de la mayoría de los países. Sin embargo, también persiste la tendencia existente, en los últimos años, a otorgarle una mayor atención al África Subsahariana por las motivaciones estratégicas hacia los factores económicos y comerciales que sobresalen.  
La política exterior estadounidense mostrará, en su discurso, mayor preocupación por la seguridad alimentaria de Etiopía, Tanzania, Kenia, Somalia, así como por la sequía que afecta a la región del Sahel. Es probable que los Estados Unidos intervengan en conflictos por el agua entre países africanos con el argumento de mantener la estabilidad en una región donde Washington observa, en las próximas décadas, un potencial mercado para sus productos. 
Por ese motivo, estaría presente la intención estadounidense de favorecer la creación de una clase media africana, para enfrentar los problemas derivados de los efectos de la pobreza y el hambre, continuando con las condicionadas ayudas que ascendieron, en el 2012, a unos 1100 millones de dólares. Potenciar el sector privado, como ha sido uno de los objetivos de la  Nueva Asociación para el Desarrollo de África (NEPAD), está unido a las prioridades de favorecer las inversiones estadounidenses en la agricultura y la educación.   
Cuando observamos el impacto de las tendencias negativas del crecimiento demográfico en la generación de desempleo y emigración; y que la enfermedad del SIDA será el problema mayor en el África Subsahariana, reduciendo la esperanza de vida de la población, habría que preguntarse: ¿Apostará un gobierno de los Estados Unidos por un nuevo período de estabilidad y paz en esta región? 
Sin embargo, más evidente sería el rol creciente de África Subsahariana en los mercados de energía, proporcionando el 25 % de las importaciones del petróleo de los Estados Unidos, por lo que deberá mantenerse la estrategia de expansión de la presencia y penetración militar de los Estados Unidos en la región, aunque se encubra en la llamada lucha contra el terrorismo. 
A partir de 2013 podría intensificarse la estrategia de contención contra los insurgentes somalíes, tanto contra el grupo de Al Shabaab transnacionalista y su rival nacionalista, el Emirato Islámico de Somalia. Esta estrategia contará con la Misión Africana en Somalia (AMISOM), que incluyen las fuerzas de paz de Uganda, Burundi y Yibuti, y las fuerzas adicionales de Sierra Leona. Las tropas de Kenia continuarán fortaleciendo el cordón a lo largo de la frontera de Kenia con el sur de Somalia. Las fuerzas etíopes fortalecerán un cordón a lo largo de la frontera de Etiopía con el centro de Somalia, también tratando de proteger el territorio e interceptar a los rebeldes islámicos. 
Los Estados Unidos estarán en el centro coordinador de todas estas acciones militares con los países africanos; y, por otra parte, continuarán las acciones encubiertas en el territorio de Somalia. Las fuerzas estadounidenses de operaciones especiales y los vehículos aéreos no tripulados recogerán y compartirán información de inteligencia con el gobierno somalí y sus aliados, para la defensa y control de sus intereses. Además, las fuerzas militares de los Estados Unidos, en el África Oriental y el Cuerno de África, seguirán siendo preparadas para aniquilar la resistencia de los rebeldes somalíes o cualquier otro que se interponga a los planes intervencionistas de la superpotencia. 
La partición de Sudán en dos estados, las intervenciones armadas de la OTAN amparadas por la ONU en Libia, en el 2011, y los recientes golpes de estado en Malí, en marzo de 2012, que produjo la proclamación por parte de un movimiento político del pueblo tuareg en la secesión de la región de Azawad, y en Guinea Bissau, en abril de 2012, evidencian la posibilidad de una creciente inestabilidad asociada a intereses foráneos que se proponen implantar nuevos mecanismos de control y apropiación de los cada vez más codiciados recursos naturales del empobrecido continente. La política exterior estadounidense participará, junto a otras potencias imperialistas, en este rompecabezas de intereses estratégicos.
Por todo lo anterior, tiene alta probabilidad que los Estados Unidos expandan sus operaciones secretas de inteligencia colocando pequeñas bases militares aéreas en el África Subsahariana con Fuerzas de Operaciones Especiales propias y una amplia participación de contratistas militares privados y de tropas africanas. Los aviones espías de los Estados Unidos “desarmados” patrullarán cientos de millas al norte, hacia Malí, Mauritania y el Sahara, donde supuestamente buscarían combatientes de Al Qaeda en el Maghreb Islámico. Este programa tomará importancia adicional por las consecuencias turbulentas del mencionado golpe de Estado en Malí. 
Para los Estados Unidos, por razones económicas y comerciales, será muy importante la estabilidad en Nigeria, Angola y Sudáfrica, tres importantes mercados y abastecedores de hidrocarburos, como son los casos de Nigeria y Angola. 
En el caso de Sudáfrica, potencia emergente integrante del Grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), los estrategas estadounidenses prestarán especial seguimiento a las elecciones de 2014, en las que el presidente sudafricano, Jacob Zuma, tratará de asegurar un segundo mandato como presidente del Congreso Nacional Africano (ANC, siglas en inglés) cargo que efectivamente lo convertiría en el candidato del partido para las elecciones presidenciales de Sudáfrica. 
La política exterior estadounidense tendrá muy en cuenta la labor de concertación política en el seno del grupo de las naciones más industrializadas (G-8), para continuar integrando los principales mercados del África Subsahariana en la economía capitalista global. 
Esa estrategia supondría resultados favorables a los intereses financieros y económicos del G-8 liderado por los Estados Unidos, sin que abandonen la óptica de que sean los países africanos los que se hagan responsables de sus problemas más críticos en materia de política económica, sistemas democráticos, gobernabilidad y seguridad; lo que deben lograr impulsados por las iniciativas que ellos mismos sean capaces de adoptar en los marcos de la Unión Africana.

* Ponencia presentada en el Seminario sobre la política exterior de los Estados Unidos. Centro de Estudios sobre los Estados Unidos de la Universidad de La Habana, Cuba, 29 de junio de 2012.

Qué significa ser revolucionario hoy

Un verdadero debate sobre Revlución

por Jorge Luis Acanda
26 de junio 2013
Cuando Elier (Dr. Elier Ramírez) me invitó a venir a hablar sobre este tema, de “qué significa ser revolucionario hoy”, y me dijo que sería un tórrido miércoles de junio a las cuatro de la tarde, tuve dudas de que ese tema lograra convocar a una cantidad apreciable de personas. Al llegar aquí y constatar que, a pesar del infernal calor, de la contundencia del sol que nos golpea a esta hora y de las dificultades del transporte, este salón rebosa de público, inmediatamente me vino a la mente la conocida historia de aquel poeta enamorado al que el objeto de su amor le preguntó qué es la poesía y él le respondió: “poesía eres tú”. El que ustedes hayan venido hasta aquí pese a todos los inconvenientes, me permite parafrasear a aquel poeta y decir que si los aquí presentes me preguntan qué cosa es ser revolucionario yo les respondería que revolucionarios son ustedes. Y ello no sería un mero recurso comunicativo para ganarme de inicio el favor de este auditorio, sino expresión de la alegría que me produce constatar que, no obstante los obstáculos mencionados, una cantidad apreciable de personas se reúnen hoy aquí. Alegría motivada por la impresión que tengo de que a muchos en este país ya no les interesa este tema sobre lo que es la revolución y sobre la definición o conceptualización de lo que significa ser revolucionario. Quiero ser cuidadoso con las palabras y simplemente digo que a mucha gente eso no le interesa. No puedo afirmar que sea a la mayoría, pero si sostengo la opinión de que para un sector importante de nuestra población este tema provoca desinterés e incluso rechazo. Como mínimo, se puede afirmar que las palabras “revolución” y “revolucionario” han sufrido un desgaste en este último medio siglo. Se han utilizado tanto para encubrir chapucerías, improvisaciones, voluntarismos y errores de todo tipo, que han perdido mucho de su fuerza inicial. Y eso, en el caso específico de Cuba, es algo muy llamativo, porque – a diferencia de muchas otras naciones – en la nuestra la palabra “revolución” ha ocupado un lugar importante y muy positivo en el imaginario y en el vocabulario político desde hace ya casi siglo y medio. Desde el inicio de nuestras luchas independentistas en 1868 la palabra revolución adquirió un halo glorioso. Durante los primeros veinte años del siglo XX se difuminó un poco, pero con la llegada del Machadato y de las luchas contra él volvió a convertirse en un referente cargado de prestigio. Muchos movimientos políticos reivindicaban el adjetivo de “revolucionario” y lo colocaban en sus nombres, aunque de tales no tuvieran nada. Los grupos gangsteriles de fines de los años 30 y la década del 40, curiosa mezcla de pistolerismo y corrupción, utilizaban ese adjetivo para denominarse a sí mismos. Que la utilización de las palabras revolución y revolucionario tenían una carga legitimadora per se lo demuestra el hecho curiosísimo de que el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 intentó presentarse a sí mismo como la “revolución marcista” (y pido que se observe que escribo aquí – tal como se escribió en aquella época – “marcista” y no “marxista”, pues refería precisamente al mes en el que tuvo lugar aquel golpe de Estado). A partir de esa fecha se crearon varias organizaciones para oponerse a la dictadura batistiana y una vez más se repitió la circunstancia de que muchas, incluso las que de revolucionarias no tenían nada, invocaban o utilizaban ese adjetivo. Después de enero de 1959 todos en Cuba éramos revolucionarios. Había un consenso mayoritario de que el derrocamiento de la dictadura debía abrir paso a transformaciones en la sociedad cubana. Un consenso de que era necesario resolver problemas tales como la existencia del latifundio y sus consecuencias sociales en el campo, la corrupción política, el analfabetismo, el desempleo, etc. Eso no quiere decir que todos realmente quisieran resolver esos problemas. Está claro que los terratenientes no estaban interesados en eliminar el latifundio ni la clase política quería erradicar la corrupción de la que medraba, pero no podían oponerse públicamente a ello. La inmensa mayoría de la población quería transformaciones profundas. Querían una revolución. Y la interrogante, el problema, se planteaba en términos de qué cosa era esa revolución, de cómo debía ser. Qué características tenía que tener. Y opino que uno de los grandes méritos de Fidel consistió en demostrar que la revolución en Cuba tenía que ser socialista si quería ser verdadera. Que revolución era sinónimo de socialismo. Y durante aquellos dos o tres primeros años de la década del 60 uno de los campos de la lucha ideológica se centraba en torno al contenido del concepto de revolución y de lo que era verdaderamente revolucionario, con la circunstancia de que a los enemigos de la Revolución (y ahora utilizo el concepto con mayúscula, porque me estoy refiriendo a un objeto específico – el proyecto de transformación social socialista) no les quedaba más remedio que continuar reivindicando para sí el ser ellos los verdaderos revolucionarios, tal era el prestigio y la carga legitimadora que el concepto tenía. Para confirmarlo voy a poner solamente dos botones de muestra: el primero, que una de la organizaciones contra-revolucionarias más importante de aquellos años se auto-denominó “Movimiento de Recuperación Revolucionaria”; el segundo, que el mismísimo presidente de los EE UU en ese momento, John F. Kennedy, se refirió a la nuestra como una “revolución traicionada” para legitimar la abierta y directa implicación del imperio en la invasión de Playa Girón.
Fue el proyecto socialista el que triunfó en aquella batalla semántica, y para todos quedó claro que revolución era socialismo. Y el concepto siguió presente en nuestro vocabulario político y continuó manteniendo su sentido positivo y legitimador. Y se continuó utilizando para legitimar estrategias y tácticas políticas. Se invocaron diversas campañas de “profundización revolucionaria” en distintos momentos durante las décadas de los 60 y los 70. El año 1965 presenció el inicio de la “Ofensiva Revolucionaria”, que sería relanzada en 1968. Y en 1985 se desencadenó el “Proceso de Rectificación”, llamado a eliminar las tendencias negativas que sacaban a la revolución socialista de su cauce “natural” y desvirtuaban la esencia de lo revolucionario.
Si hago todo este recuento histórico es para explicar por qué la erosión del poder de convocatoria de ese término y de su carga legitimadora amerita una reflexión profunda. Entiéndaseme bien: no estoy afirmando que la población cubana no sea revolucionaria. Todo lo contrario. Pero, como dije más arriba, los términos “revolución” y “revolucionario” han sufrido tanto mal uso y abuso que han sido desplazados del lugar que ocupaban en nuestro imaginario. De ahí que tenga sentido que retomemos un tema que más de una vez se ha presentado en nuestra historia, pero ahora de una forma más dramática. Y que también tenga sentido que el adverbio de tiempo “ahora”, colocado al final de la pregunta sobre qué significa ser revolucionario, sea imprescindible. Porque la historia no transcurre por gusto y la memoria colectiva y el inconsciente colectivo se cargan de elementos que no pueden ignorarse, aunque a alguno no le guste o no le convenga tenerlos en cuenta.
Mientras preparaba estas líneas, recordé una vez, hace muchos años, allá a fines de los años 60, que me encontraba en un cine y comenzaron a exhibir un Noticiero ICAIC en el que le planteaban a una serie de figuras públicas la pregunta sobre qué características debía tener un revolucionario. Después de tantos años no recuerdo el nombre de casi ninguno de los entrevistados ni lo que respondieron. Y digo “casi ninguno” porque lo único que retengo es que una de esas figuras fue Haydee Santamaría. Y recuerdo, como si fuera hoy, que cuando le hicieron la pregunta, ella – que para mí es el personaje femenino más simbólico de la revolución – miró a la cámara con aquellos ojos tan profundos que tenía y rápidamente respondió: “un revolucionario tiene que tener condición humana”. ¿Por qué quedó en mi memoria su afirmación y ni siquiera guardo un leve rastro no ya de las respuestas sino ni siquiera de los nombres de las otras personas que aparecieron en aquel noticiero? ¿Por qué en aquel momento su respuesta me impresionó mucho más que todas las otras? Y otra pregunta, ya no dirigida al pasado, sino al presente: ¿por qué pasados tantos años ese recuerdo sigue en mí? Para la primera interrogante sólo puedo avanzar una suposición. Es muy probable que los otros entrevistados dieran las respuestas al uso que se emplean cuando de tan elevado tema se habla. Es muy probable que hayan dicho que el revolucionario debe ser un luchador inclaudicable, un ser sin tacha y sin temor, etc. Pero Haydee, que podía dar lecciones de valentía y de entrega sin límites, acudió a algo mucho más simple y por eso mucho más entrañable y más esencial: a la condición humana. A la segunda pregunta puedo responder con toda seguridad. El recuerdo de aquella definición permaneció en mi reforzado por la experiencia vivida en todos estos años de comportamientos, medidas, decisiones, que han reflejado una gran carencia de condición humana. Y cuando una persona o una institución actúan en nombre de la Revolución ignorando los elementales principios de la condición humana, le hace con ello un daño inmenso a esa misma revolución que dice defender.
Y esa anécdota sobre Haydee Santamaría quiero vincularla con otra. Se la oí a Ambrosio Fornet en una multitudinaria reunión en Casa de las Américas, a la sazón de aquello que algunos han llamado “la guerra de los e-mails”. Si no recuerdo mal, refería a alguna figura importante del mundo del arte que, al enterarse de que el Consejo Nacional de Cultura (CNC) dejaba de existir y en su lugar se creaba el Ministerio de Cultura y que al frente había sido colocado Armando Hart, expresó su conformidad y alegría con la decisión concentrándolo en una definición: “es una persona decente”. La historia es para mí profundamente impresionante y aleccionadora. El Consejo Nacional de Cultura había sido dirigido por personas que tenían una larga militancia de lucha política y que, al recibir una cierta cuota de poder, habían convertido el campo de la creación artística en un verdadero infierno de intolerancia, dogmatismo, exclusión y represión. Justamente habían logrado un resultado totalmente contrario al que había obtenido Haydee Santamaría al frente de Casa de las Américas. Ya hoy podemos afirmar que aquellos dirigentes del CNC (innombrables por i-recordables, pues la simple reaparición pública de algunos de ellos provocó una tormenta en el mundo de la creación artística que nuestro Estado sólo pudo manejar hundiéndolos otra vez en el olvido) le hicieron un daño enorme a la Revolución. Algunos de ellos tenían profundos conocimientos teóricos sobre el arte y la literatura. Los que no tenía Haydee. Y durante años habían pertenecido a un partido marxista-leninista, cumplido rigurosamente con la disciplina partidaria, sufrido persecuciones políticas, demostrado intransigencia en los principios, etc. Pero la política que impusieron desde la esfera de poder que se les había entregado era francamente contra-revolucionaria. Sin embargo, Haydee si había sido verdaderamente revolucionaria en su accionar como presidenta de Casa de las Américas. Porque, además de poseer todas las características antes mencionadas (disciplina, intransigencia, valor), colocó la condición humana (su condición humana) siempre en un primer lugar, como principio clave de su proceder. Recordando la historia de lo ocurrido en el campo de la creación artística en nuestra Revolución y comparándola con lo ocurrido en otros países socialistas, se puede legítimamente establecer una conexión interna entre las así llamadas “políticas culturales” en la historia de los movimientos revolucionarios de corte marxista y los valores morales. La doctrina del “realismo socialista” sólo podía imponerse mediante conductas inmorales, indecentes, que violaban la dignidad de la condición humana, porque racionalmente es indefendible. Y si seguimos repasando la experiencia de noventa años de intentos de construcción del socialismo en tres continentes, y del campo del arte pasamos al campo de la economía, al campo de la educación, y así sucesivamente, podemos fijar una conexión interna entre la política y la moral. Todas esas posiciones, líneas, comportamientos y doctrinas políticas que llevaron a aquellas revoluciones socialistas a su suicidio fueron impuestas y realizadas por personas que no quisieron comprender que no se puede ser revolucionario ignorando los valores de la dignidad individual, los principios de la decencia y la moral. Por personas que eran consideradas – según el calificador de cargos imperante en aquellas sociedades – como revolucionarias, pero que no lo eran, precisamente por ser inmorales.
Después de todo lo dicho, puedo adelantar una primera respuesta a la pregunta sobre qué significa ser revolucionario hoy. Y para ello acudo a lo que hace cuarenta años dijera Haydee Santamaría: tener condición humana. Y a reafirmar lo que un poco después dijera aquel artista: ser una persona decente. Un primer criterio para poder valorar como “revolucionario” una línea política, una conducta individual o un comportamiento colectivo o institucional, reside precisamente en eso. Y si los conceptos de “revolución” y “revolucionario” han sufrido una erosión importante de su poder de convocatoria y atracción en Cuba hoy, ello se debe en buena medida a que muchas veces se les ha asociado espuriamente con conductas que carecen de rigor ético. Si una persona que posee una cierta cuota de poder es interpelada públicamente por un joven que simplemente, en pleno uso de su derecho más elemental y actuando con total honestidad expresa sus dudas, y después ese joven es sometido a un fuerte acoso por un grupo de oportunistas y lambiscones y aquella persona que posee esa cierta cuota de poder no hace nada por impedir ese acoso, estamos en presencia de una conducta totalmente inmoral. Profundamente indecente. Tanto por parte de los acosadores como del “poder-habiente”. Unos por acción y el otro por omisión. Porque todos ellos han vulnerado los más elementales principios de una ética que, no por tener muchos años de existencia, ha perdido su validez. La soberbia, el oportunismo, la mentira, son contra-revolucionarias. Le han hecho más daño a nuestra Revolución que cualquier otra cosa.
Pero esto es sólo un primer paso. Más arriba señalé que, en la importantísima batalla sobre el contenido del concepto de revolución que se desarrolló entre 1959 y 1962 (una batalla que fue semántica y no por ello menos decisiva, sino todo lo contrario), se logró identificar “revolución” con socialismo. También hoy lo revolucionario es lo socialista. Y estoy convencido de que hoy, como nunca, los conceptos de patria, independencia y dignidad, están indisolublemente vinculados al de socialismo. Por lo que, necesariamente, discutir sobre el concepto de revolución tiene que implicar la reflexión sobre el concepto de socialismo. Aquí también se ha escrito mucho y se ha maltratado en demasía a esta palabra. Voy a ser breve: socialismo tiene que significar socialización del poder y socialización de la propiedad. O, para decirlo en un orden de prioridad: socialización de la propiedad y socialización del poder. Y entonces tengo que traer a colación otro concepto que me parece seminal: derechos de ciudadanía. Cuando permitimos que los términos “compañero” y “ciudadano” se establecieran en el imaginario popular como antagónicos, perdimos una batalla semántica, y ya hemos visto que esas son muy importantes. En la tradición del republicanismo democrático, tradición que está en el fundamento de la revolución socialista, el ciudadano es sujeto activo de derechos, los cuales considera como irrenunciables e inalienables. Si “compañero” designa al que comparte conmigo no sólo el pan sino también un propósito vital, y este propósito vital es la revolución, “compañero” no puede significar hacer dejación de mis derechos ciudadanos o transferírselos a otro. No todo ejercicio de derechos de ciudadanía activa tiene que implicar una acción revolucionaria, pero no puede ser revolucionario algo que lacere, disminuya o niegue a la ciudadanía activa. Precisamente porque la socialización del poder significa eso.
Y ahora acudo a un concepto que utilizó Antonio Gramsci, el concepto de organicidad. Aplicándolo al tema que aquí nos convoca, afirmo que una idea, una actitud, una institución, un principio, una conducta, son revolucionarios si son orgánicos con los principios de la revolución. Es decir, si promueven esa necesaria socialización del poder y de la propiedad. Si un profesor se convierte en un agente multiplicador de una enseñanza verticalista, memorística e instrumental, su proceder es orgánico con la reproducción de las estructuras enajenantes y explotadoras típicas del capitalismo. Pero si ese profesor en su actividad profesional cotidiana estimula la formación y desarrollo del pensamiento crítico en sus alumnos, su actuación profesional es profundamente revolucionaria. Y eso es lo verdaderamente importante. Si un creador artístico, sea un músico, un director de televisión o de cine, por poner un ejemplo, produce un objeto artístico que promueve la enajenación del individuo, como creador artístico no es revolucionario, aunque participe en todas las marchas y asista a todas las reuniones. Si el accionar de un dirigente político no es congruente, consustancial, coherente (orgánico, en suma) con los principios de la dignidad humana y de la moral, con el ejercicio activo por todos de los derechos de ciudadanía, con el desarrollo de las capacidades personales y de las estructuras sociales que permitan la socialización del poder y de la propiedad, su actividad no es revolucionaria.
Retomando mi recuerdo de adolescente de aquel documental, y extrayendo lo que para mí son adecuadas conclusiones, no quiero venir aquí a pontificar sobre el concepto de revolucionario convirtiéndolo en sinónimo de héroe perpetuo. Es cierto que toda revolución necesita de héroes. Pero no es menos cierto que las revoluciones no la hacen sólo los héroes. Las hacen millones de personas que, en su bregar cotidiano, en su trabajo, en el desempeño de sus diferentes roles sociales, son orgánicos – es decir, coherentes, congruentes, pertinentes – con el ideal de socialización de la propiedad y la socialización del poder que la revolución, inevitablemente, tiene que representar.
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“El revolucionario no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber”

por Esteban Morales
Para ser revolucionario hay que ser un hombre de su tiempo y como los
tiempos cambian, hay que cambiar con ellos. No se trata de ser una veleta,
ni de dejarse dominar por el tiempo, sino de desafiar siempre el presente
en función de lograr el mejor futuro.

Revolucionario es aquel que mira siempre hacia delante y toma en cuenta la
experiencia histórica para superarla. Pues solo sabemos a dónde vamos si
sabemos de dónde venimos.

Pero no se puede vivir en el pasado, hay que tener los pies siempre en el
presente y avanzando hacia el futuro. En eso nos diferenciamos los
revolucionarios de los que no lo son. Estos últimos, creyendo a veces que
son revolucionarios, tienden a regodearse en las glorias pasadas y miran
a los que se mueven hacia el futuro, como si quisieran disputarle los
meritos y el espacio .Es que como decía Martí, “el revolucionario no mira
de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber” y el deber más
grande que tiene un revolucionario es garantizar el mejor futuro para su
pueblo. Aunque para ello tenga que sacrificar su presente.

En los momentos en que vivimos en nuestro país, ello se sintetiza en que si
se quiere continuar siendo revolucionario “debemos tener nuestra propia
guerra, librar nuestras propias batallas y correr los riesgos que nos
vengan encima”.

Pues aun no hemos logrado que la revolución sea de todos, dado que todavía
hay muchos que la sienten solo como suya y por demás pretenden imponer las
formas en que debemos defenderla. Cuando en realidad, después de más de 50
años de haber triunfado la Revolución Cubana, la responsabilidad de preservarla, continuarla y transformarla es más de los que la hemos defendido durante estos años, que de los que la hicieron al principio.

¿Cuantos han quedado en el camino por traicionar a la Revolución,
cuantos se han cansado, cuantos han abandonado valores? Entonces la
Revolución es de los que la seguimos defendiendo, de los que no la hemos
abandonado, de los que seguimos creyendo en ella, de los que luchamos por
mantener y renovar continuamente sus valores. Fidel y Raúl han demostrado que ser revolucionario no es cuestión de una etapa, o de un momento, que el verdadero revolucionario lo empieza a ser un día y no deja de serlo hasta el final de la vida.

Quienes se regodean en las glorias pasadas, terminan viviendo a su costa.
Son sectarios, dogmaticos, prepotentes, algunos se corrompen, no pocos
pretenden tener siempre la última palabra, negar la opinión de los demás.
Ser revolucionario es entonces también oponerse a todo eso, aunque en ello
nos vaya la vida.

Luego hacer Revolución en estos momentos, es desplegar el espíritu crítico
que la mejora y enriquece continuamente. Es oponerse a los que la quieren
convertir en un pedestal desde el cual ordenar como quiere que sean las
cosas, es declararle la guerra a lo mal hecho.
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Debates y participación ciudadana: los cimientos de la nación se mueven


por lejandro Ulloa García

Desde hace décadas, incluso siglos, La Habana se erige como el centro fundamental de la producción ideológica cubana.
Con los cambios económicos, políticos y sociales que hoy promueve el presidente Raúl Castro, “el debate” ha sido una de las consignas y, también, una de las mejores ganancias que ha conseguido su gobierno, al punto de que muchos cubanos sientan que “esto no vuelve a atrás”, refiriéndose a tiempos donde la población no gozaba de las “aperturas” de opinión que hoy, poco a poco, ejercen y ganan.
Con base en esa necesidad de debatir la Cuba actual, varios espacios en la capital –-fatalismo u oportunidad geográfica mediante-– convocan todos los meses a dialogar sobre temas polémicos y desde las visiones de varios intelectuales y especialistas cubanos.
Creado en mayo pasado, el espacio de debate “Dialogar, dialogar” que auspicia la Asociación Hermanos Saíz, invita los últimos miércoles de cada mes en el Pabellón Cuba a conversar sobre la realidad nacional.
Luego de romper el hielo con “El cambio de mentalidad”, ahora puso miras en “¿Qué significa ser revolucionario en la Cuba de hoy?”, invitando al profesor Jorge Luis Acanda, al bloguero Harold Cárdenas Lema (La Joven Cuba), y a Israel Rojas, del dúo Buena Fe.
Las continuas resemantizaciones del término, si nos interesa ser revolucionarios o no, a quiénes, y hasta dónde y cuál revolución, fueron algunos de los criterios de Acanda, quien consideró como esencial punto de partida “la condición humana” para la adjudicación de este calificativo.
Con una sociedad altamente envejecida, sin el protagonismo necesario de los jóvenes en la construcción del sistema social cubano, y con influyentes diferencias generacionales en la interpretación de la realidad, Cuba se enfrenta hoy a una renovación, si no forzosa, al menos sí inminente de los cargos y líderes públicos, lo que impone la urgencia de cavilados puntos de entendimiento y confluencias de “los revolucionarios cubanos”. Esta fue una de las ideas amasadas por los asistentes al debate, quienes analizaron las influencias del término en la historia de la Revolución Cubana.
Harold Cárdenas, desde su posición de bloguero, y luego del “bloqueo” al que fue sometido el blog La Joven Cuba, opinaba que “Ya estamos cansados de los estereotipos, lo que fue revolucionario en otros tiempos puede que ya no lo sea, es más, no lo puede ser por una razón cronológica básica.” Y apuntaba más tarde que “habría que estudiar hasta qué punto la juventud cubana es revolucionaria o hasta qué punto la realidad en la que se ha formado le ha permitido serlo.”
Más allá de las interpretaciones, o de “cuán revolucionario” se puede ser, Cuba se enfrenta hoy a la conceptualización y definición en resultados reales de su proyecto de país, lo que Acanda hizo notar en la opción de la Revolución Cubana por el socialismo, que no puede ser otra cosa que “socialización del poder y de la propiedad”, aspectos en los que hoy la nación vive interesantes transformaciones.
“No es posible analizar con nuevos códigos viejos tiempos ni actitudes, sin embargo, es también imposible aplicar viejas concepciones a nuevas realidades, y esto último está ocurriendo demasiado en nuestra realidad”, opinó Harold Cárdenas, quien concordó con Israel Rojas en que la realidad cercana es la principal modificadora de las concepciones de los cubanos, más allá de cualquier lección anticapitalista y antiimperialista, por muy correctas que sean.
Con el salón abarrotado, gente de pie, manos alzadas que no pudieron intervenir por la urgencia del tiempo, “Dialogar, dialogar” abre otra brecha para la interpretación de la realidad cubana y, quizás más temprano que tarde, sirva de canal para una creciente participación ciudadana en los cambios y derroteros que se construyen hoy en Cuba.
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Un punto de vista para continuar el debate

“el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad”.
Ernesto Che Guevara (El socialismo y el hombre en Cuba, 1965)

Elier Ramírez Cañedo
En torno a la pregunta ¿qué significa ser revolucionario en la Cuba de hoy?, tan sugerente y necesaria, se estuvo debatiendo en la tarde del 26 de junio durante más de dos horas en el Salón de Mayo del Pabellón Cuba, sede nacional de la Asociación de Hermanos Saíz (AHS). El encuentro forma parte de un recién inaugurado espacio de diálogo en homenaje al destacado intelectual Alfredo Guevara, recientemente fallecido, y que lleva el título de su último libro: Dialogar, dialogar. Los invitados a la mesa de discusión fueron en esta ocasión el profesor de la Universidad de La Habana y Doctor en Ciencias Filosóficas, Jorge Luis Acanda; Harold Cárdenas, profesor de filosofía de la Universidad de Matanzas y reconocido bloguero; y el popular cantante Israel Rojas, director del Dúo Buena Fe.
Las intervenciones de los invitados fueron muy interesantes y profundas, también las que partieron del público asistente. En mi condición de moderador del espacio solo podía hacer breves comentarios, por lo que aprovecho estas líneas para lanzar mi contribución al debate motivado sobre todo por la intervención de Harold, a quien agradezco el hecho de haberme dejado en un profundo estado de reflexión con sus asertos. Ello demuestra la importancia de estos debates y de la diversidad de opiniones, pues siempre incitan el ejercicio del pensar, algo que no esta muy de moda. Generalmente criterios diferentes a los nuestros o que no estamos acostumbrados a oír son los que más nos hacen pensar las cosas con más detenimiento. Comparto prácticamente todos los juicios de Harold, solo discrepo esencialmente del siguiente: “lo que fue revolucionario en otros tiempos puede que ya no lo sea, es más, no lo puede ser por una razón cronológica básica”. Pienso que es muy absoluto este planteamiento. Si el mensaje a trasladar es que lo que fue revolucionario ayer no lo es hoy, por la imposibilidad de repetir en el laboratorio del presente lo acontecido en el pasado, considero que habría que elaborar mejor la idea para que no se malinterprete. De cualquier manera, lo que no pueden reproducirse son los acontecimientos históricos tal como fueron, pero si las actitudes y cualidades de un revolucionario en su momento histórico concreto. Ser anticapitalista, antimperialista, latinoamericanista, internacionalista, solidario y humano, por solo mencionar unos ejemplos, es tan revolucionario en nuestro presente como lo fue en la época de Mella, de Guiteras y de la Generación del Centenario. Creo lo continuará siendo para nuestros hijos y nietos. Efectivamente, ser revolucionario en el siglo XXI no es lo mismo que en el siglo XIX y el XX. La condición revolucionaria se ha enriquecido cada día más con los tiempos y los contextos en que vivimos. Nuestra manera de pensar y hacer la revolución tiene nuevos atributos, enfrentamos otros desafíos y complejidades, pero los revolucionarios de hoy no partimos, ni debemos partir de cero. De hecho, formamos parte de una acumulación histórica que es la que nos ha permitido interpretar la realidad actual y plantearnos su transformación desde una perspectiva revolucionaria. Nuestro deber es adaptarnos al momento histórico y a las luchas del presente. El ser revolucionario como bien dice Harold, es ante todo una actitud ante la vida. Por lo tanto, hay actitudes del revolucionario de hoy, que en comparación con las que mantuvieron generaciones anteriores, se mantienen inmutables. Otras cambian y se adecuan a las circunstancias. “Ellos, hoy, habrían sido como nosotros; nosotros, entonces, habríamos sido como ellos”, señaló Fidel al referirse a la generación que inició y llevó adelante las luchas independentistas de Cuba en el siglo XIX. Podemos los jóvenes de hoy decir lo mismo, aunque me gusta agregar, que somos en buena medida resultado y herencia de ellos.

Es cierto que los jóvenes se cansan de que les hablen solo del pasado. Eso ha provocado que una buena parte de ellos haya perdido el interés por la Historia de Cuba. Cada día se hace más imperioso que le vinculemos ese pasado con el presente y el futuro del país. Para eso debemos también de acabar de saldar la inmensa deuda que tenemos de escribir y analizar la historia de la Revolución en el poder en toda su profundidad y complejidad, con todos sus aciertos y desaciertos. Empresa que pasa por varias escollos, pero abordarlos sería desviarme del objetivo de estas breves reflexiones.
Me gustó mucho lo dicho por la presidenta del Instituto Cubano del Libro, Zuleica Romay, sobre la necesidad de que la Revolución y el ser revolucionario, no se limite a mantener las conquistas alcanzadas y que las nuevas generaciones tienen que tener y proyectarse hacia nuevas conquistas. Coincido totalmente con ella, pues todas las generaciones revolucionarias han tenido sus metas y han ido escalando peldaños en busca de la utopía de una sociedad cada vez más justa. La nuestra no puede hacer menos y debemos desafiar los límites de lo posible. De ello depende que no haya retrocesos. Recuerdo ahora las palabras de ese gran revolucionario que fue Simón Bolívar, cuando en 1819 señaló: ¡Lo imposible es lo que nosotros tenemos que hacer, porque de lo posible se encargan lo demás todos los días¡ Ese optimismo, esa fe en materializar lo que hoy parecen sueños quiméricos, es también una de las cualidades que han marcado a los revolucionarios en todos los tiempos.
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Ser revolucionario en la Cuba de hoy


Por: Harold Cárdenas Lema (harold.cardenas@umcc.cu)
(Palabras pronunciadas el 26/6/13 en el Pabellón Cuba en el espacio “Dialogar dialogar” que auspicia la AHS)
En cualquier momento de la historia los revolucionarios han sido los promotores del desarrollo social, los paladines de las revoluciones políticas/económicas/sociales/tecnológicas, los agentes del cambio. En la Cuba de hoy resulta indispensable trazar una línea que defina cuáles son las actitudes revolucionarias y cuáles no, la principal dificultad radica en quién puede definir esa línea y cómo. A mí me gustaría que la construyeran TODOS.
Creo que una persona no es revolucionaria por tener una militancia política determinada, es más bien una actitud ante la vida que se expresa cotidianamente. Me niego a que ser revolucionario se convierta en etiqueta cuando debería ser un adjetivo que elogie ciertas cualidades individuales. Me niego a que una persona que con una actitud sumamente conservadora ante la vida y la sociedad, se autocalifique como revolucionario solo por proclamar ciertos ideales políticos.
A la luz del siglo XXI Cuba necesita un nuevo modelo de revolucionario; más adaptable a los escenarios cambiantes de estos tiempos, abierto al cambio siempre que sea necesario. Ya estamos cansados de los estereotipos, lo que fue revolucionario en otros tiempos puede que ya no lo sea, es más, no lo puede ser por una razón cronológica básica.
Tenemos el extraño privilegio de estar entre los pocos que consideramos que ser revolucionario es un mérito, busquen en el Microsoft Word los sinónimos de la palabra “revolucionario”: sedicioso, agitador, turbulento, revoltoso, alborotador, provocador, etc. Aceptemos el hecho de que ser revolucionario no está de moda en la sociedad globalizada del siglo XXI, un hecho que no es casual ni irreversible, nos toca a nosotros transformar esto, revertir esta realidad.
Todavía está por ver cuánto daño puede habernos hecho el modelo del revolucionario soviético, paradigma y referente nuestro por mucho tiempo, cuánto daño nos hizo su herencia de intolerancia. Recordemos que en la primera mitad del siglo pasado mientras allá se fusilaba a los compañeros de Lenin, artistas, intelectuales y todo aquel que resultara incómodo, nosotros presentábamos a Stalin como paradigma de revolucionario. Cuánto daño nos ha hecho que muchos de nuestros funcionarios se formaran allá posteriormente, todavía está por ver a largo plazo el impacto de Moscú en el pasado, presente y futuro de la Revolución Cubana.
No me imagino a un revolucionario que no tenga una postura crítica ante su realidad, reconozco con dolor cómo muchas personas que comparten mis ideales, sin percibirlo asumen actitudes contrarrevolucionarias. Por otra parte, habría que estudiar hasta qué punto la juventud cubana es revolucionaria o hasta qué punto la realidad en la que se ha formado le ha permitido serlo.
¿Será que el discurso político nuestro ha establecido jerarquías generacionales sobre el tema? ¿Será que a los jóvenes actuales les ha llegado la percepción de que los revolucionarios son otros del pasado y a ellos les queda el menos glorioso papel de “preservar las conquistas de la Revolución”? ¿Nuestra generación no debe tener sus propios héroes y crear su propio modelo de revolucionario?
Julio Antonio Mella fue un revolucionario que durante su huelga de hambre contra el tirano Machado, se opuso al partido comunista que él mismo ayudara a crear y esto le costó su expulsión, recientemente Esteban Morales tuvo que enfrentarse a la maquinaria partidista por denunciar el fenómeno de la corrupción, ambos son ejemplos de que en ocasiones una actitud revolucionaria significa ir contra la corriente y violar las reglas establecidas cuando la situación lo requiere y se tiene la razón.
Coincido con Manuel Calviño cuando dice que: “un revolucionario es aquel que critica de frente y elogia de espaldas”, lamentablemente y con el transcurso de los años, mientras criticábamos la doble moral yanqui en plazas públicas, comenzamos a practicarla nosotros mismos y el elogio superó a la crítica durante mucho tiempo. En los últimos años nuestro presidente nos ha llamado a la crítica, algo impensable e increíble en la política tradicional, aprovechemos entonces la oportunidad.
Ser revolucionario en la Cuba de hoy es arriesgarlo todo sin miedo a las consecuencias. Pongo el ejemplo que me toca más de cerca, cuando la blogosfera se oscureció un tiempo atrás y la maquinaria administrativa se nos echó encima a los blogueros, confieso que temblamos en más de una ocasión, pero seguimos adelante. Recuerdo que en un momento decisivo para nosotros, antes de entrar a una reunión junto a mis compañeros, dijimos como los espartanos: “con el escudo o sobre el escudo”, por suerte vivo en un país que sigue siendo en esencia revolucionario y hoy estoy aquí para contarlo, con el escudo.
Luchar por algo en lo que se cree es un privilegio, los revolucionarios debemos estar conscientes en que seguiremos teniendo como posibles perspectivas la satisfacción del deber cumplido y la posible ingratitud de los hombres, eso no ha cambiado, pero el haber luchado, es algo que te llevas contigo para siempre, a todas partes.

viernes, 28 de junio de 2013

Snowden es la punta de un iceberg



por Percy Francisco Alvarado Godoy
El caso Snowden se ha ido transformando en un complicado culebrón de espionaje cuyo desenlace aún parece incierto. Por un lado, el padre del perseguido por EE UU aseguró que su hijo podría regresar a su país bajo ciertas condiciones, lo cual incluiría no ser detenido de inmediato y estar en libertad hasta que se le realice un juicio justo, lo que resulta dudoso para el joven. Estos requisitos parecen estar contenidos en una carta enviada hoy por su abogado al fiscal general Eric Holder.
 
Para restar responsabilidad del implicado, el padre sugiere que Snowden pudo ser manipulado por Wikileaks. Lo cierto es que el desertor ha podido ser debidamente interrogado sobre los secretos que conoce por los servicios de inteligencia chinos y rusos, lo que preocupa profundamente a la NSA, la CIA y el FBI.
 
Lo cierto es que  Edward Snowden se encuentra escondido, desde hace cinco días, y sin pasaporte norteamericano, en alguna de las oficinas del área de tránsito del  aeropuerto moscovita de Sheremétievo, esperando una solución favorable a su situación legal.  Rusia parece estar desentendida del asunto pues el mismo no ingresó al país y rehúye a adoptar medidas cautelares o entregarlo a sus perseguidores. Esta posición se basa en la ausencia de una solicitud del Departamento de Justicia norteamericano para que Snowden sea entregado. También hay que considerar que en Rusia existen opiniones encontradas con respecto a otorgar asilo al ex agente de la CIA, aunque la Duma rusa ha iniciado una posición a favor del asilo, según lo dejaron entrever el senador ruso Ruslan Gattorov y el miembro del Consejo de Derechos Humanos de la Presidencia Kirill Kabanov. El primero declaró sin tapujos: “Invitamos a Snowden a trabajar con nosotros y esperamos que, en cuanto formalice su estatus legal, colabore con nuestro grupo de trabajo y nos dé pruebas del acceso de las agencias de Inteligencia estadounidenses a los servidores de varias empresas de Internet”.
 
Otros países, mientras tanto, tratan de ayudar al perseguido basándose en razones humanitarias. Por un lado, la renuncia por parte de Ecuador a las preferencias arancelarias con su par estadounidense, evitando cualquier represalia diplomática de los yanquis, abre una mayor posibilidad para que le sea concedido el asilo a Snowden. El gobierno de Correa, mostrando su acostumbrada dignidad señaló que su país "no acepta presiones ni amenazas de nadie". No obstante, aún estudia los pormenores del caso.
 
Una nueva opción ha aparecido para el fugitivo cuando el presidente venezolano, Nicolás Maduro, quien llegará a Rusia el primero de julio próximo para asistir al Foro de Países Exportadores de Gas, aseguró su disposición de otorgar asilo a Snowden si éste lo solicita. “Si este joven necesita la protección humanitaria y cree que puede venir a Venezuela (…), Venezuela está a la orden para proteger a este valiente joven de manera humanitaria y para que la humanidad sepa la verdad y esto se acabe”, declaró Maduro.
 
Mientras tanto, Obama tiene bien claro que el mal ya está hecho y enjuiciar a Snowden le colocaría en una delicada situación, pues al parecer la Caja de Pandora  no está totalmente abierta. Es por ello que el presidente declaró que Estados Unidos no usará cazas militares, ni negociará la extradición de Edward Snowden, arguyendo que: “No voy a elevar el caso de un sospechoso a quien estamos tratando de extraditar, que de repente cobre tal importancia, que tengamos que negociar muchos otros asuntos importantes, sencillamente para llevarlo ante la justicia”.
 
No obstante, lanzó una velada amenaza a aquellas naciones que están gestionando el posible asilo del desertor, al señalar: “Mis expectativas son que Rusia o los otros países que han hablado de potencialmente ofrecer asilo al Sr. Snowden reconozcan que son parte de una comunidad internacional y deben respetar las leyes internacionales”
 
Paradójicamente, el portavoz adjunto del Departamento de Estado estadounidense, Patrick Ventrel, amenazó a Ecuador, en el día de ayer, con “graves dificultades” en las relaciones bilaterales si Quito otorga el asilo a Edward Snowden.
 
No obstante, ha trascendido que diplomáticos de varios países, entre los que se encuentran Rusia, Cuba, Venezuela y Ecuador, se entrevistarán el lunes 1ro. de julio con miembros de la Cámara Pública de Rusia, para evaluar el caso.
 
Snowden toma medidas por su parte para proteger sus movimientos futuros y que éstos no sean detectados. Una de sus medidas fue la de solicitar a sus abogados que guardaran sus móviles en refrigeradores para bloquear el monitoreo de la CIA y la NSA, dado que el efecto llamado “Jaula de Faraday”,  anula el campo electromagnético en el interior de un conductor en equilibrio, inhabilitando el efecto de los campos externos.  Éstas y otras medidas, incluso la muy usada técnica del disfraz, servirían a Snowden para evadir a sus perseguidores, aparentando bien ser un anciano o una joven y delgada mujer caucásica.
 
Atendiendo a la sagacidad personal de Snowden y los sofisticados métodos de enmascaramiento y disfraces, pudiera ser  que Snowden no se encuentre ya en Moscú, luego de haber burlado los ojos avizores de periodistas y de agentes de la CIA y el FBI.
 
Para poner aún más álgida la saga de los ¨soplones¨, iniciada hace poco por Bradley Manning y el propio Snowden, un nuevo escándalo sacude al Pentágono y al gobierno de Obama. Esta vez la cadena  NBC reveló que James Cartwright, un general de cuatro estrellas de la US Navy, quien fue segundo al mando del Estado Mayor Conjunto en 2011, filtró  información al diario The New York Times sobre un ataque con el virus Stuxnet, perpetrado en el 2010 por la NSA y el Mossad contra la infraestructura informática del programa de enriquecimiento de uranio de Irán, en una operación nombrada Olympic Games. Ya jubilado, Cartwright ocupó este importante puesto entre los años 2007 y 2011.
 
Este nuevo caso es sumamente sensible por cuanto el general era uno de los allegados a Obama.
 
Hasta el momento se ha conocido que Manning, Snowden y James Cartwright pudieran ser solo algunos de los casos que se manejan públicamente por Estados Unidos, ya que se sospecha que existe un creciente movimiento contra las acciones encubiertas dentro del Pentágono y las agencias de espionaje gringas, el cual ha sido acallado y envuelto en un profundo secretismo.
 
Nuevas sorpresas aparecerán en los próximos meses, dejando a los EE UU en entredicho por sus métodos ilegales de espionaje, tan propios de quien se considera el gendarme internacional. Estas acciones de desencanto, repudio, condena y vergüenza, ya no las para nadie.


tomado de: http://alainet.org/active/65196

Entrevista a Junior Garcia Aguilera