lunes, 13 de mayo de 2013

Exhumaciones y salud mental en Guatemala



por Marcelo Colussi

Síntesis
Los procesos de investigación antropológico-forense conocidos comúnmente como “exhumaciones” pueden jugar un importante papel en el proceso de recuperación post guerra vivida en Guatemala. Se dice que “pueden” jugar, pero no necesariamente siempre sucede así. En cuanto cierre de un duelo inconcluso, tienen un alto valor psicológico-cultural en los familiares de las personas exhumadas, pues ayudan a completar un ciclo alterado. Por otro lado, hacen parte de una investigación judicial que puede servir para abrir investigaciones y encontrar culpables de los graves cometidos (masacres, desapariciones) y, de esa manera, hacer justicia. Pero corren el riesgo de ser un gesto vacío, políticamente correcto pero insustancial en su impacto final, si no son parte de un verdadero proceso de apropiación por parte de las comunidades. Es, por lo pronto, significativo ver que buena parte del apoyo financiero destinado a la realización de las exhumaciones en Guatemala proviene de la misma fuente que apoyó en la guerra interna al bando que cometió esas atrocidades.

Palabras claves
Masacres, duelo alterado, justicia, reparación, resarcimiento.

Abstract
The processes of forensic anthropological research commonly known as forensic "exhumation" can play an important role in post-war recovery process lived in Guatemala. It says "can" play, but not necessarily always the case. As duels unfinished closing, have a high psychological and cultural value in relatives of individuals exhumed, they help to altered cycling. On the other hand, are part of a criminal investigation that can be used for investigation and find guilty of serious crimes (massacres, disappearances) and, thus, do justice. But they run the risk of being an empty gesture, but pointless politically correct in its ultimate impact, if not part of a genuine process of ownership by communities. It is, for now, significant to see that much of the financial support to carry out the exhumations in Guatemala comes from the same source as the internal war supported the side that committed these atrocities.

Key words
Massacres, unresolved grief, justice, reparation, restitution.

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Introducción

En cualquier momento histórico y en toda forma cultural, los seres humanos hacemos frente a la finitud, al malestar espiritual, a través de determinados mecanismos. La revisión de la historia así como la comparación antropológica de distintas sociedades nos enseña que el sufrimiento moral, las penas, las ansiedades que produce el proceso de vivir siempre reciben algún tipo de respuesta, de tratamiento. Entre todas estas aflicciones la relación con la muerte es la más fuerte. La muerte (aquello de lo que no hay representación posible, lo que no tiene explicación) es el horizonte espiritual desde donde transcurre la vida.

Para enfrentar esas flaquezas constitutivas, este estado de inexorabilidad ante el final que representa el paso por la vida, existen diversas instancias de amortiguación del dolor. Hay varias, pero tampoco existe una variedad infinita; hay formas de abordar este problema que se repiten universalmente y en toda la historia: formas de explicar lo inexplicable podríamos decir. Para eso están las religiones.

En toda cultura conocida –lo cual las equipara y viene a confirmar definitivamente que no hay ninguna mejor que otra, que no hay ninguna superior– se encuentran cosmovisiones religioso/espirituales. Esto no falta; como incluso no faltó en las experiencias de socialismo real conocidas, donde supuestamente se caminaba hacia un presunto ateísmo con base científica. Todo demuestra que los seres humanos, al enfrentar la sensación de desprotección, de finitud, necesitamos de un orden que nos organice la vida, que nos constituya y nos dé raíces seguras, que nos explique el sentido de nuestra proveniencia y nuestro futuro. De momento, si bien la ciencia avanzó mucho en eso, el papel del pensamiento mágico-animista sigue estando presente.

El malestar espiritual, distinto al material, más pernicioso que él en algún sentido (por la dificultad de encontrarle salidas definitivas), es de más difícil abordaje; y los resultados de su enfrentamiento, igualmente, no deparan el mismo nivel de éxito que el de las necesidades concretas (es más fácil llegar a la luna que dejar de padecer angustia). Existe, podría decirse generalizando, un malestar intrínseco a toda formación social que debe perpetuamente estar siendo procesado.

En el contexto guatemalteco

La población maya de Guatemala lleva más de 500 años sufriendo hondamente; en estas últimas décadas ese dolor se vio cruelmente incrementado. La cosmovisión maya, que en sí misma es una concepción místico-espiritual de la vida (y de la muerte), ha sido el mecanismo de protección que permitió sobrevivir a los pueblos. El no haber perdido su identidad histórica, el haber podido conservar su cultura, su espiritualidad, todo eso funcionó como colchón para aminorar los efectos de tan grandes y masivos ataques externos.

En el Occidente moderno, desde el Renacimiento en adelante, marcándose más aún con la revolución industrial, la idea de ciencia vino a destronar, en buena medida pero no totalmente, a la religión. El sufrimiento espiritual, en cierta forma, también pasó a formar parte del universo de la investigación científica; pero con el mal comienzo de estar concebido desde la taxonomía imperante. De ahí que el dolor moral, el malestar, pasó rápidamente a ser "enfermedad mental", psiquiatrizándose desde el momento inaugural. La psiquiatría manicomial fue la respuesta al "trastorno" psíquico, estableciéndose desde ahí (fines del siglo XVIII) la figura del médico psiquiatra, del hospital para locos –el "loquero"– y del padecimiento espiritual como discordante, como anormal. Inicio que dejó una marca a fuego, imborrable ahora, por la que se liga indisolublemente salud mental con locura.

No fue sino hasta el siglo XX que se abrió una pregunta con intención científica respecto de la subjetividad, del dolor psíquico. Es ahí cuando nace la Psicología como ciencia moderna.

Con todo esto queremos decir que siempre han existido mecanismos para afrontar el sufrimiento subjetivo, el dolor moral. Sacerdotes, guías espirituales, shamanes o psicólogos –con distintos proyectos, con distintas metodologías– han dado respuestas a estos temas tan eternos entre los humanos. ¿Cuál es la mejor respuesta? Desde ya, así formulada, la pregunta es absolutamente inválida. Todas las ofertas dan alguna respuesta, por eso subsisten.

Los mecanismos de resolución individual de este tipo de problemáticas son casi exclusivos de la cosmovisión occidental moderna, donde la subjetividad se afirma, desde el cogito cartesiano en adelante, como condición del desarrollo del capitalismo. El "yo" ha destronado al "nosotros", cosa que no sucede en otras culturas. Entre los pueblos mayas definitivamente la concepción dominante es comunitaria, todo se juega en el ámbito de lo colectivo.

Si algo bueno tienen las ciencias es que formulan conceptos que pretenden tener validez y efectividad práctica universalmente. En las ciencias naturales nadie pondría en tela de juicio la validez general de sus conceptos. En Alemania, en la Amazonia brasileña o en el Tíbet la conceptualización de los átomos puede hacerse desde los mismos parámetros científicos. Y también lo son las reacciones físico-químicas de los habitantes de esas áreas: sus mecanismos respiratorios, sus procesos neurofisiológicos o excretorios. El problema se plantea cuando lo que está en juego son los objetos de las ciencias sociales, que implican un compromiso personal del científico en juego: allí no hay neutralidad posible. Se abre entonces un interrogante epistemológico: si las ciencias naturales son universales, ¿no lo son también las sociales? Los conceptos que formula la psicología (insisto: los conceptos, no las técnicas de intervención) ¿no se aplican igualmente a alemanes, amazónicos y tibetanos? ¿Funciona distintamente el psiquismo de cada una de estas personas?

Par decirlo muy rápidamente con algunos ejemplos: la repetición de las religiones –distintas cada una de ellas, pero religiones al fin– ¿no puede entenderse desde los mismos parámetros universales: temor a lo desconocido, necesidad de satisfacción espiritual, esquemas que organicen la vida socialmente en tanto axiologías? El síndrome de estrés post traumático, nombre con que, según la Clasificación Internacional de las Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud se conocen los cuadros clínicos con que nos encontramos a diario en la población afectada por la violencia y cuyos familiares son exhumados, es una formación que se repite allende las culturas. Ante pérdidas grandes o ante la posibilidad real de la muerte todos los humanos reaccionamos más o menos igual, independientemente que esas reacciones estén tamizadas por el tejido cultural.

Intentando sanar el dolor

Las exhumaciones, en tanto parte de un ceremonial místico-religioso, constituyen una práctica muy antigua en la historia humana. La arqueología nos enseña que las mismas se encuentran presentes ya desde la prehistoria. Ahora bien, hasta donde se conoce actualmente, nada indica que las mismas hayan hecho parte de la cultura maya clásica. El sentido de prueba forense para el ámbito de la justicia es algo muy reciente, de estas últimas décadas, y nacido en el orden técnico-jurídico occidental.

En Guatemala, por diversos motivos, se lleva a cabo una gran cantidad de exhumaciones; y la gran mayoría –casi la totalidad– de las mismas teniendo a la población maya como su objeto de trabajo (porque los restos exhumados son mayas, porque los familiares de esos muertos son mayas. Porque la inmensa mayoría de víctimas de la reciente guerra interna son mayas –el 82% más precisamente–, lo que permite tipificar lo ocurrido como un virtual genocidio). Ahora bien: ¿por qué se desarrollan exhumaciones en este país?

El proceso de investigación antropológico-forense surgió en Guatemala como una forma de aportar pruebas para demostrar y actuar en contra de las masacres que tuvieron lugar durante los años de guerra. El impulso de las mismas básicamente proviene de organizaciones que reivindican, en el sentido más amplio del término, el trabajo con derechos humanos. Algo interesante a destacar aquí es que todo este esfuerzo está concebido desde una posición político-ideológica no maya (hay que apurarse a aclarar que no por ello es anti-maya, obviamente, pero que no viene desde la cosmovisión clásica de los pueblos que fueron los más castigados durante el conflicto). Al trabajar con los familiares sobrevivientes de las masacres se ve que el pedido de justicia, de castigo a los culpables de los atropellos, no es lo que primeramente destaca. ¿Qué espera de todo esto la población cuyos familiares son exhumados: justicia, resarcimiento, reparación psicológica?

Las investigaciones antropológico-forenses constituyen la posibilidad de aportar pruebas en los tribunales. Pero junto a ello (y quizá más que ello) sirven como bálsamo para los familiares de los muertos. Las exhumaciones realizadas en otros contextos históricos y culturales (Bosnia, Argentina, las de judíos luego del Holocausto en Europa) apuntan fundamentalmente a la aportación de evidencias probatorias de los presuntos ilícitos, con miras enjuiciatorias y condenatorias. En Guatemala, en las comunidades donde tuvo lugar la política contrainsurgente de "tierra arrasada" y "castigo ejemplar" (montada sobre una práctica discriminatoria ancestral que se articuló con el "ladinizar a los indígenas" que guiaba la intervención del ejército), la búsqueda de la justicia no parece ser, al menos en principio, lo fundamental en los familiares de la población masacrada. Eso es, más bien, el pedido de grupos urbanos políticamente comprometidos y alineados en el campo del trabajo en derechos humanos, más aún en su vertiente cívico-política. Según el testimonio de los familiares sobrevivientes lo que se espera en las comunidades es que "sus muertos estén bien enterrados".

Un interés no se contrapone con el otro. En todo caso, y esto no debe perderse de vista, hay dos cosmovisiones en juego, quizá no antitéticas, pero sí diferentes.

El culto a los muertos en la tradición maya es distinto al occidental. La experiencia de diversos procesos exhumatorios pareciera indicar que el interés central de la población de quien se buscan familiares enterrados está depositado en su cosmovisión espiritual en torno a los muertos. Lo esperado no es tanto la reparación emocional a partir del trauma vivido (muerte, destrucción, pérdida material), ni la reparación jurídica de una ofensa, sino el poder brindar un adecuado descanso, dentro de los cánones culturales fijados, a los muertos en esas circunstancias traumáticas.

Quizá la misma forma de organización socio-cultural maya, priorizando lo comunitario sobre lo individual, sirve como resguardo preventivo y/o terapéutico en relación al dolor psicológico. Una cultura con un alto componente espiritual y vertebrada en torno a lo comunal resguarda especialmente de la "descompensación" individual, para decirlo con términos clínicos. Si es cierto que hay verdades psicológicas en términos de concepto científico, el de trauma psíquico pareciera ser una de ellas. Toda persona, independientemente de su historia socio-cultural, se conmueve ante las pérdidas. Más aún si las mismas tienen lugar de un modo traumático. Ahora bien: diferentes culturas pueden ofrecer diversas respuestas a ese dolor: mayor o menor estoicismo, mayor o menor dramatismo con que se vive la pena, diferencias en el compartir los sentimientos con los semejantes, más o menos introversión, etc.

¿Para qué las exhumaciones entonces?

¿Curan, calman, tranquilizan psicológicamente las exhumaciones? En otros términos, si no es como aporte de pruebas para un posterior juicio, ¿para qué le sirven a la gente cuyos familiares son desenterrados?

Las exhumaciones tienen un valor altamente simbólico. Si cumplen con una misión reparadora es porque, incluso independientemente que se encuentren todos los restos de personas desaparecidas, o que todos ellos puedan ser debidamente identificados, sirven para dar crédito a una historia elidida, reprimida. Y es una verdad psicológica constatada en toda circunstancia que lo reprimido siempre retorna, sea en la forma de síntoma, de angustia, de cualquier trastorno conductual. La historia que se recupera a través de la exhumación es la de un pasado reprimido que ha estado ahí por años –por décadas– sin desaparecer, haciéndose presente "patológicamente" en distintas manifestaciones comunitarias y que, fundamentalmente por el terror todavía imperante en cada sobreviviente, nunca se había podido expresar abiertamente. En tal sentido la exhumación cumple con una función liberadora; liberadora de afectos congelados, de realidades y fantasmas aterrorizantes, aunque no se encuentren todos los restos que se buscaban.

Es necesario agregar rápidamente que la población no busca tanto una reparación psicológico-individual (nadie se siente "enfermo mental") sino, antes bien, una contención social: lo que se espera es que los muertos puedan comenzar a descansar bien. Pareciera que los dispositivos espirituales comunitarios tienen un papel decisivo en la forma de afrontar y resolver el sufrimiento. El hecho que los espantos no deambulen más por los cementerios clandestinos tiene, definitivamente, un valor reparador, de promoción de salud.

La experiencia enseña que la población no sufre sólo por la masacre vivida sino –¿fundamentalmente?– por la suerte corrida posteriormente por los muertos. Es aquí donde se advierte en su cabal dimensión el registro comunitario de la vida de los pueblos mayas y las diferencias con la cultura occidental. Las exhumaciones liberan del sufrimiento a la comunidad, permite que todos estén mejor: los muertos porque ahora podrán ser dignamente enterrados, y los vivos porque ya no quedan atados al sentimiento de no separación debida con los que se fueron.

Las exhumaciones, vistas en este contexto, tienen entonces un alto valor psicológico, reparador. Pero no debemos confundir esto con la siempre difícilmente conceptualizada salud mental. El concepto (si es que es tal) "salud mental" sirve como guiño conceptual, como referente para significar buena calidad de vida. La salud, en todo caso –y haciendo nuestra la definición clásica de la OMS– no es la ausencia de enfermedad sino el estado de bienestar físico, psíquico y social. El término "salud mental" indefectiblemente está permeado por su carga psiquiátrica, excluyente (la frase "yo no estoy loco" es su binomio casi obligado).

¿Puede haber, entonces, una salud mental desde la cosmovisión maya? Mezcla un tanto complicada. Solamente podría decirse que sí, si entendemos salud mental en tanto comunitaria, y como sinónimo de calidad (buena) de vida. Hay, de hecho, prácticas culturales mayas que aportan comunitariamente elementos para promover un buen estado espiritual. Si lo deseamos, podemos llamar a eso salud mental; pero hay ahí un retorcimiento conceptual que debe manejarse con precaución. Quizá la formulación reparación psicosocial –hoy tal vez de moda–, con todos los problemas que pueden traer este tipo de conceptos, se ajusta más a la realidad de lo que son las prácticas que se llevan a cabo en los procesos post bélicos: recuperación de la historia, procesamiento de las heridas psicológicas, promoción de una cultura de no-violencia superadora de la lógica militar anterior, inversión fuerte a futuro en la educación de las nuevas generaciones. Todo esto se puede (y se debe) hacer apelando a los medios de que se disponga: respetando y promoviendo las culturas tradicionales, aprovechando las técnicas occidentales debidamente probadas, combinando ambas perspectivas, etc.

En algunas circunstancias la realización de las exhumaciones despertaron problemas comunitarios: reapertura de viejas rivalidades, odios que estaban dormidos, ánimos de venganza. A nivel individual también mueven sentimientos muy profundamente, en algunos casos produciendo situaciones de descompensación allí donde, en principio, se veía un cierto estado de equilibrio emocional: nuevamente se tocan heridas, se reviven momentos traumáticos, aflora el dolor. Pero visto en términos globales cabe preguntarse si es pertinente todo esto, si la exhumación realmente ayuda a los familiares y allegados de las víctimas, si aporta a la superación del fantasma de la guerra, si contribuye a la consolidación de los procesos de paz post bélicos. En otros términos: ¿qué autoriza, en términos éticos, en términos históricos, a llevar adelante una investigación antropológico-forense? Por lo pronto un primer nivel de respuesta es la autorización legal: la exhumación es parte de un proceso judicial que la misma comunidad afectada ha pedido, por lo que eso, en sí mismo, ya es legitimidad suficiente para llevarla adelante. Por otro lado, y aunque en principio pueda constatarse, a veces, un aumento en el nivel de conflictividad de las comunidades a partir de su realización, cualquier trabajo de reparación psicológica que intenta revisar la historia de un proceso "problemático" ha de producir dolor al revivir el episodio traumático.

Vistas globalmente, y habiendo despejado algo de este equívoco respecto a la salud mental, podría decirse que las exhumaciones en su conjunto (coordinando adecuadamente sus distintos componentes: el antropológico-forense, el psicológico, el legal) tienen un valor de reparación psicosocial. Por tanto, esto no es un patrimonio de especialistas psicólogos. Es una cuestión mucho más multidisciplinaria.

La historia que está en juego en todo el proceso de investigación antropológico-forense no es ni grata ni placentera; su rememoración seguramente puede despertar angustias (así como las puede provocar en los equipos técnico-profesionales que lo llevan adelante). Pero en definitiva afrontar ese pasado es mucho más sano (aunque algo doloroso) que intentar acallarlo. Es esto lo que autoriza, en términos humanos, a promover esta "arqueología" de la historia sangrienta vivida y sufrida recientemente por la población campesina más indefensa: en definitiva, promueve salud. Y no sólo en los sobrevivientes, sino también –esto es muy importante– en el colectivo social: la violación de las leyes no debe quedar impune. Minimizar o simplemente acallar lo que aconteció años atrás en Guatemala refuerza la impunidad, por tanto la angustia, la exclusión, la debilidad de los más débiles. Permitir que se diga claramente lo que pasó es una forma de promover bienestar. En tal sentido, olvidar la historia abre la posibilidad de repetirla. A propósito: "olvidar es repetir", puede leerse en un cartel a la entrada de Auschwitz, antiguo campo de concentración nazi, hoy convertido en museo de la guerra.

A modo de balance

La medición del impacto de proyectos sociales es siempre dificultosa, engorrosa. Lo cual no exime de hacerlo; casi que, justamente por ello, es más justificada e imperiosa aún su implementación.

Para poder responder con criterios de veracidad a las interrogantes que este tipo de trabajos trae aparejado es necesario emprender mediciones específicas, concretas. Por ejemplo: establecer comparaciones (estudio riguroso mediante) entre comunidades donde se exhumó hace algún tiempo en cuanto a cómo estaba su dinámica en aquel entonces y cómo está luego de realizada la exhumación, o comparar inclusive poblaciones en que hubo investigaciones antropológico-forenses por fuera del presente tiempo atrás (2, 3, 4 años, o más aún) y ver qué procesos psicosociales se siguieron posteriormente hasta la fecha. Solamente al disponerse de esa información pueden establecerse conclusiones sólidas.

De todos modos, y dado que ese material no está disponible en estos momentos, podemos esbozar sin embargo un primer intento de evaluación. Partimos de la base (teórica, y no podría ser de otra manera) que las exhumaciones cumplen una función reparadora, en el sentido más amplio del término. Encontrar los restos de los familiares o allegados desaparecidos y poder darles una adecuada sepultura –según el rito mortuorio que fuere– no hay dudas que tiene un alto valor positivo. Los seres humanos necesitamos despedir a nuestros muertos. De hecho no hay formación cultural que no presente estos dispositivos, que no tenga una forma de velorio (aceptación y procesamiento de la pérdida, esto es: proceso de duelo) y entierro (adiós definitivo). Puede variar, incluso puede ser alegre en algunos casos (una fiesta para despedir al muerto), pero no falta nunca.

El trauma vivido en el conflicto guatemalteco por la población civil más golpeada no fue sólo la pérdida de personas queridas –al igual que en cualquier guerra– sino la manera en que esa pérdida se dio: sin posibilidad de defensa, sin posibilidad de llorar a los caídos, sin poder enterrarlos debidamente, teniendo que ocultar por años el sufrimiento que ello trajo aparejado. Se entiende que exhumar los restos abre la posibilidad de dignificar una historia terrorífica, vergonzante incluso, de la que casi no se pudo hablar hasta ahora. En un sentido amplio puede considerarse a las exhumaciones como una forma de resarcimiento.

Muchas veces, si bien las exhumaciones se inician siempre forzosamente con el pedido formal de las comunidades ante una instancia legal, los procesos desarrollados abren la pregunta en cuanto a si efectivamente se mejora la situación de una población, si se contribuye a resolver, en parte al menos, la conflictividad heredada de la guerra, si se ha seguido fielmente lo que la comunidad realmente demanda.

Podría pensarse que las investigaciones antropológico-forenses son un elemento que tiene que ir unido indisolublemente a toda una intervención comunitaria amplia, de la que hacen parte, pero de la que no pueden desprenderse. Hacer una exhumación en un lugar al que se llega sólo para esa tarea puntual (aunque lleve acompañamiento en salud mental comunitaria) puede ser discutible; en algunos casos puede ayudar a muchas personas a comenzar a atreverse a hablar de algo muy temido, muy oculto. Puede, incluso, ayudar a tranquilizar a familiares sobrevivientes hondamente apenados por no haber podido enterrar debidamente a sus muertos. Pero puede también terminar siendo una buena intención y no más que eso, que por diversas razones no genera cambios reales en la dinámica intracomunitaria en relación a los efectos dejados por la violencia de la represión política. Quizá ayuda, pero no se le saca todo el provecho que se podría a un esfuerzo de esa magnitud.

Quizá valga aquí una comparación, que debe ser tomada con toda la altura del caso: una exhumación hecha desde la lógica y los tiempos de la técnica forense, y a partir de la denuncia que impulsó un organismo que apoya derechos humanos, puede ser como impulsar un cultivo de papas allí donde la población espera desarrollar cultivos de café. Sirve, pero no termina de llenar todas las expectativas; y hasta es probable que, al no ser lo que se esperaba, la misma comunidad no le ponga toda la atención del caso.

Hay que aclarar rápidamente que estos temas son controversiales y quizá no admiten una respuesta definitiva. Pero en términos generales quizá se podría aportar más a la consolidación del proceso de justicia post guerra si las exhumaciones se enmarcaran en un trabajo de resarcimiento comunitario más amplio. Con esto se apunta a considerar no el trabajo de salud mental de acompañamiento en exhumaciones sino las exhumaciones mismas, en tanto un todo multidisciplinario, como un eslabón de una cadena compleja. Por ejemplo: en una comunidad donde se sabe que hay cementerios clandestinos producto de la guerra quizá sería de más impacto generar un proyecto multifacético que promueva la recuperación de la historia y el diálogo (para lo que pueden ser de especial importancia los equipos de salud mental), ligando eso, hasta donde sea posible, con proyectos de mejoramiento material (productivos, becas para capacitación, infraestructurales), y en el que, luego de un tiempo de intervención y dejando que la misma población lo proponga como una necesidad, pueda surgir la exhumación ayudando al trabajo de retejido social.

Es altamente significativo que el grueso de las exhumaciones realizadas en Guatemala en su escenario de post guerra civil hayan estado financiadas por el gobierno de Estados Unidos, el mismo que movió los hilos de esa guerra. ¿Qué agenda hay allí verdaderamente? Desde ya descartamos un presunto "lavado de conciencia". Los poderes imperiales no tienen nada que lavar; tienen, por el contrario, intereses que defender. Una exhumación realizada con el mismo dinero que ayudó a la masacre, como mínimo, abre dudas.

Las exhumaciones deben concebirse y ser parte de una perspectiva de reparación amplia que incluye necesariamente el mejoramiento de la calidad de vida de la población (situación socioeconómica, sistema de justicia, ausencia de miedo, participación ciudadana), y no solo una intervención jurídico-forense. En definitiva la salud mental comunitaria (no clínica) no es sino el indicador de esa calidad de vida. Si no se concibe como parte de un proceso de cambio real, mucho más amplio que un movimiento controlado de memoria histórica dentro de marcos ya preestablecidos, se corre el riesgo que la exhumación no pase de ser un gesto políticamente correcto, pero falto de impacto transformador. ¿Gatopardismo? Sin dudas, se corre ese riesgo.


Bibliografía

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* Psicólogo y Licenciado en Filosofía. Argentino de origen, radica desde hace años en Guatemala. Es investigador del Centro de Estudios sobre Conflictividad, Poder y Violencia -CENDES- y catedrático en la Universidad Rafael Landívar. Correo electrónico: mmcolussi@gmail.com

La política exterior en los primeros 100 días de Obama2.0 ¿presidente del cambio?


Por  MSc. Alejandro L. Perdomo Aguilera
alejandro.perdomo91@gmail.com
twitter: @AlejandroLPerdo

 Los primeros cien días del segundo mandato de Barack Obama se han proyectado hacia una política exterior y de seguridad que atienda los retos fundamentales de ese Estado-Nación en los próximos años. Para ello, se han realizado varios cambios en los cargos del Departamento de Estado, el de Defensa, así como en la CIA y otras agencias, en aras de perfilar los intereses de ese país acorde a los objetivos e intereses priorizados.

La designación de John Kerry como Secretario de Estado conlleva al análisis de los cambios y continuidades de la diplomacia estadounidense en la segunda administración de Obama, aunque se considera que permanecerán los elementos fundamentales de la política exterior y de seguridad estadounidense.
Entre los cambios producidos por la asunción de J. Kerry como Secretario de Estado se destacan el nuevo jefe de Despacho (Chief of Staff), David Wade; el ex Jefe del grupo de asesores de la Oficina de Kerry en el Senado, Bill Danvers, como Vice Jefe de Despacho de Kerry; la Vice directora de la Oficina de Manejo del Presupuesto de Obama y la ex-directora legislativa y jefa de campaña de Kerry,Heather Higginbottom, como asesora legal. También se incluye en el nuevo Staff, el ex-director del grupo de asesores del Comité de Relaciones Exteriores (durante la dirección de Kerry en esa comisión) Frank Lowenstein.
Otros cambio de mayor interés en el plano de seguridad e inteligencia han sido la designación de Check Hagel como su nuevo secretario de Defensa en sustitución de Leon Panetta y a su consejero adjunto para Seguridad Nacional, John Brennan, como director de la CIA, en reemplazo del general David Petraeus.
En la agenda del Departamento de Estado se aprecia un incremento del interés por el trabajo en la promoción del desarrollo, los derechos humanos y la seguridad ciudadana, en aras de ejercer mayor influencia en la sociedad civil internacional, como vía para desarrollar los movimientos contestatarios a los gobiernos contrarios a Washington.
También se perfilan las acciones diplomáticas, mediante un uso más dinámico y creativo del poderío información al a través de las TICs (particularmente de los blogs, las redes sociales en Internet y los dispositivos móviles), como fórmula para transmitir el modelo político-institucional estadounidense como paradigma mundial; incentivando del periodismo ciudadano de los sectores que favorecen sus intereses hegemónicos.
El nuevo jefe de la diplomacia estadounidense ha enfatizado la necesidad de trabajar en la promoción de la “democracia” al estilo estadounidense. Kerry comentó que ante los cambios producidos por las nuevas tecnologías, y el crecimiento de su uso por los “jóvenes, las contiendas sectarias y el extremismo religioso”, se debe “hacer un mejor trabajo invitando a la gente a adoptar los valores que siempre nos han inspirado” (Kurata, 2013)
Sobre esta política, James K. Glassman, el actual Subsecretario Estado para Diplomacia Pública y Asuntos Públicos afirmó: “El despliegue del “arsenal persuasivo” –el poder de persuasión, el poder inteligente y la diplomacia pública– es esencial para derrotar el terrorismo...”[i] Entendiendo el terrorismo según el difuso concepto del Departamento de Estado, en el que se incluyen a países como Cuba, y se negocia la no aparición de otros, en dependencia de los intereses político-diplomáticos del hegemón.
Como parte de la aplicación del Smart power[ii] (Nye, 2008) en la política exterior y de seguridad, se continúa incentivando la oposición hacia los gobiernos contarios a sus intereses en países como Siria e Irán, buscando ampliar las perspectivas para las llamadas “transiciones democráticas”.
Por otra parte, la diplomacia estadounidense orienta sus acciones para mitigar las relaciones entre Irán y América Latina y el Caribe, incrementando el poderío diplomático, informacional y económico, para demonizar al gobierno iraní, intentando atemorizar a la sociedad internacional, sobre el desarrollo nuclear que realiza ese país con fines pacíficos.
Respecto a la reducción de los arsenales nucleares, Obama mantiene la tendencia a la búsqueda de una solución diplomática para su reducción, intentando evitar el desarrollo de estas armas por países contrarios a sus intereses, si bien no descarta otras vías para ese fin. Al respecto precisó: “Hay una coalición unida exigiendo que ellos cumplan con sus obligaciones, y haremos lo que sea necesario para impedir que obtengan un arma nuclear” (Obama, 2013)
En relación a Corea del Norte (RPDCN) se incrementan las tensiones ante la declaración de guerra de ese gobierno en respuesta a los ejercicios militares conjuntos entre EE.UU. y Corea del Sur. No obstante, las dificultades económicas al interior de EE.UU. y las dimensiones de un conflicto con ese país, le impiden una proyección más belicista, si bien continuarán las presiones de ambas partes.
Desde otra perspectiva, se busca un mayor entendimiento con Rusia. Debe recordarse que “el presidente negoció el nuevo tratado START con Rusia que reducirá los arsenales nucleares desplegados a unos 1.550 para el año 2018” (Kellerhals, 2013) El hecho de que un de las primeras reuniones diplomáticas de J. Kerry haya sido con su homólogo ruso, refleja la importancia que le conceden al tema.
Por otra parte, se afianzan las relaciones diplomáticas y comerciales con países como México, Colombia,[iii] Perú y Chile, en el caso de Latinoamérica; mientras que en la región de Asia Pacífico, se concentran las acciones en Corea del Sur, Japón, Australia e Indonesia. En el Medio Oriente, Israel se perpetúa como su aliado estratégico, mientras que en Asia se consolidan los vínculos con la India, debido a su creciente importancia en el plano económico-comercial.
Respecto a los efectivos militares en Afganistán, se continúa el retiro de las tropas estadounidenses de ese país, intentando reducir los cuestionamientos internacionales sobre las pretensiones de Washington, si bien persisten los objetivos iniciales de dominación. Con ello se pretende el mejoramiento de la credibilidad internacional y la reducción los excesivos gastos militares. No obstante, deben considerarse los problemas de empleo que enfrenta ese país y las consecuencias internas que conllevarían, el retiro de esas tropas.
A pesar de estas dificultades, el presidente Obama comentó aseguró en el discurso del Estado de la Unión, el 13 de febrero de 2013: “(…) podemos decir con confianza que los Estados Unidos terminará su misión en Afganistán, y logrará nuestro objetivo de derrotar el núcleo de al Qaeda. (…), puedo anunciar que durante el próximo año, otros 34,000 soldados estadounidenses en Afganistán regresarán a casa (…) nuestra guerra en Afganistán terminará a finales del año que viene.” (Obama, 2013)
En cuanto a las alianzas geoestratégicas, se amplían las acciones para la Alianza Transpacífico, incrementándose el interés por la región asiática. Por otra parte, se continúa el fortalecimiento de las relaciones con la OTAN y la UE, donde la Alianza Trasatlántica juega un rol crucial. Estas acciones diplomáticas en el exterior, se corresponden a la visión de EE.UU. como un país transatlántico y transpacífico.
Paralelamente, se animan a las potencias emergentes nucleadas en los BRICS (China, Rusia, Brasil, India y Sudáfrica) a que tomen un mayor protagonismo internacional, intentando apaliar con ello las incapacidades de acoger proyectos de forma unilateral, ante los retos económicos, particularmente del déficit fiscal y el desempleo que presenta ese país. Además de los BRICSA, se busca incorporar a la Alianza Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile, además de Uruguay y Costa Rica como observadores inicialmente) y a países con un papel importante en áreas de interés, como Turquía e Indonesia.
La USAID continúa apreciándose como la principal agencia del Departamento de Estado, en las acciones en el exterior, conforme a lo establecido en la Primera Revisión Cuadrienal de Diplomacia y Desarrollo (QDDR)(State Department. The First Quadrienal Diplomacy and Development Review. Leading Through Civilian Power, 2010) y en los Lineamientos de esa agencia para el periodo 2011-2015, (Lineamientos USAID, 2011-2015) ampliando también sus vínculos con el Departamento de Defensa.
En el orden diplomático, se aprecia un trabajo más dinámico con la sociedad civil[iv](Acanda, 2002), con un mayor uso de elementos culturales e informacionales, partiendo de la comprensión de las diferentes culturas y realidades internas de cada país, para así poder hacer llegar de forma más efectiva los mensajes que promuevan los patrones político-culturales estadounidenses.
Ante los difíciles retos económicos que enfrenta EE.UU. se aboga por una mayor cooperación de Washington con otros gobiernos. Ello se corresponde con las necesidades económicas y con la envergadura de problemas globales como el terrorismo, el tráfico ilícito de drogas y otros delitos conexos, que ameritan de una atención más colectiva.
También se trata de fortalecer el papel de organismos e instituciones internacionales para otorgar mayor participación a proyectos liderados por Estados Unidos en temas de su agenda internacional como la ayuda al desarrollo, los derechos humanos, la gobernabilidad, la seguridad ciudadana y la lucha contra el terrorismo y el tráfico ilícito de drogas.
Otros temas de atención en estos primeros 100 días, fundamentalmente en la retórica, resaltan el trabajo sobre aspectos de interés para el electorado más progresista de ese país, como la lucha para evitar el cambio climático, los derechos de los homosexuales y la polémica reforma migratoria. Con respecto a los latinos, de gran apoyo en las pasadas elecciones, el presidente ha incluido en su agenda de viajes la visita a México y a Costa Rica,l a cual arroja interesantes análisis respecto la lucha antidroga y contra otros delitos trasnacionales.
Los atentados terroristas en Boston y los incendios en Texas, ha alentado los debates por el control de armas de fuego, a partir del boom mediático del tema, relacionado con los diferentes hechos de violencia con armas de fuego. Otros temas de interés han sido la protección de la salud y la libertad reproductiva de las mujeres. Obama asegura que continuará sus esfuerzos "para reducir los embarazos no deseados". En un comunicado divulgado por la Casa Blanca, el mandatario defendió que el gobierno "no debería inmiscuirse" en los asuntos familiares privados, alegando que las “mujeres debían poder tomar sus propias decisiones sobre su cuerpo y su salud".
En relación con el cambio climático, se prevé proveer los recursos necesarios hacia el tránsito al mejor uso de las energías renovables y al cuidado del medio ambiente. En ese sentido se busca una mayor eficacia en el posicionamiento geoestratégico para el control de recursos energéticos, comprendidos como parte esencial de los intereses de seguridad nacional del hegemón.
La activa agenda de viajes de Obama, Kerry y Hagel por el Medio Oriente y Asia, y el incremento de las tensiones con Corea del Norte, avecinan una política exterior pletórica de tensiones y reacomodos políticos, entre los cuales deberá sortear una reforma migratoria coherente con los nuevos tiempos, y los compromisos de un electorado latino, que reclama medidas que mejoren la crítica situación en que viven los inmigrantes en ese país.
Respecto la promesa de Obama, sobre el cierre de la Base Naval de Guantánamo, con el impacto internacional de la huelga de hambre de la mayoría de esos reclusos se incrementan las tensiones. Esta situación junto a la creciente protesta social por las violaciones a los derechos humanos que se cometen en esa cárcel, ha recolocado el tema en la agenda de Washington, lo que pudiera favorecer –junto a otros consideraciones de orden económico y mediático- las presiones para el definitivo cierre de la cárcel en un futuro no muy lejano.
Otro tema que perjudica la credibilidad de ese gobierno con un interesante debate en los últimos meses, es el relacionado a la ilógica permanencia de Cuba en la lista de países patrocinadores de terrorismo. El dudoso curso de este listado, y la necesidad de darle alguna viabilidad, hacen de la presencia de Cuba, un poderoso argumento para demostrar la disfuncionalidad internacional de este listado. Considerando esas dificultades y la necesidad de aplicar una política más coherente en la agenda exterior, conforme al poder inteligente (smart power), resultaría más que pertinente inteligente, el retiro de Cuba de la misma.
Finalmente, pudiera considerarse entre los retos de Washington, la necesidad de un mejoramiento en las relaciones con América Latina y el Caribe, al menos en términos de percepción. El incremento de las contradicciones con varios gobiernos de la región por el no reconocimiento del gobierno del presidente electo, Nicolás Maduro; reflejan los desafíos que se le presentan a Obama en las relaciones con el hemisferio occidental, para hacer valer las promesas de cambio, al aún líder del sistema-mundo: EE.UU.
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(2010). State Department. The First Quadrienal Diplomacy and Development Review. Leading Through Civilian Power. Departamento de Estado, Washington D.C. Recuperado el 2012


[i]Nuevo jefe de diplomacia pública menciona “arsenal persuasivo” .En: http://iipdigital.usembassy.gov/st/spanish/article/2008/06/20080610170656cbbab0.3058283.html#axzz2NMIv0kIG
[ii] Este concepto fue ideado por Suzanne Nossel, y ha sido desarrollado posteriormente Joseph Nye, quien a su vez fue el creador del concepto de poder blando (soft power). El Smart power es el resultado de un proceso de renovación de la política exterior y de seguridad de los EE.UU., adecuándola a los nuevos retos internacionales, y a las condicionantes al interior del país, que generalmente tienen un gran peso en los prioridades que se trazan, tanto por las adversidades que se han presentado en el orden económico -a raíz de la crisis económica- como por las necesidades que exportación del Complejo de Seguridad Industrial.
[iii] Vale destacar entre las perspectivas que se avecinan con relación a la política exterior hacia la región, la referencia de Kerry a Colombia como un ejemplo de las relaciones diplomáticas de EE.UU. en ese hemisferio, en sus primeras declaraciones como Secretario de Estado.
[iv] Se entiende tal concepto como lo analiza el académico cubano Jorge Acanda en su libro: Sociedad civil y hegemonía.

http://alainet.org/active/63743

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