viernes, 17 de enero de 2014

Estados Unidos: Preocupación judía por libro de Hitler



ANSA

La comunidad judía de Estados Unidos se manifestó preocupada ante la popularidad que está teniendo la edición electrónica del libro "Mein Kampf" (Mi Lucha) de Adolf Hitler, y pidieron a los editores que incluyan una nota donde se explique el contexto histórico en el que fue publicado el polémico manifiesto del líder alemán.

Publicado originalmente en 1925, el volumen antisemita de 387 páginas que habla del "peligro judío" y de la ideología Nazi, se convirtió en una sensación en Internet.

Actualmente lidera el ranking en la sección de "Propaganda y Política" de Amazon, donde se consigue por apenas 99 centavos de dólares.

También aparece entre los primeros lugares (12 y 13) en dos secciones de iTunes, "Política" y "Eventos Actuales".

El rabino Abraham Cooper, decano del Centro Simon Wiesenthal en Los Angeles, consideró que los compradores on line deberían solamente vender versiones revisadas y reducidas del libro, "ya que no hay manera para, puramente y simplemente prohibirlo".

"Sabemos que los hechos de la vida es que no se puede censurar cualquier idea en Internet, es simplemente imposible", señalo Cooper. "Pero una versión revisada es importante para alguien que no conoce el contexto de aquel tiempo", añadió.

Para el rabino, de esta forma, "se añade más leña al fuego del odio".

Los editores del libro han reconocido en el pasado las preocupaciones de los grupos judíos por la publicación del mismo.

Random House, que tiene la propiedad intelectual sobre la traducción al inglés de "Mein Kampf" en el Reino Unido, donó un millón de dólares a "Proyecto y Memorias de Sobrevivientes del Holocausto".

El Congreso Judío Mundial solicitó a las cadenas de venta on line, como Amazon, entre otras, la suspensión de la venta de "Mein Kampf " y de otros libros que promueven el odio a los judios.

Si bien Cooper pensaba que una buena medida sería prohibirlo, finalmente pensó que es mejor leerlo y tener un compromiso reflexivo que ayude a las nuevas generaciones, sobre un libro con puntos de vista "muy perturbadores y corrosivos".

El rabino agregó que el libro "es la abreviatura del odio Judio, y eso lo convierte en un vendedor automático".

Cooper destacó que la glorificación de Hitler está siendo vista entre los musulmanes y los árabes en los Países Bajos, Líbano, Turquía, Egipto, Tailandia, Japón, India y Corea del Sur.

"Mi Lucha" fue escrito por Hitler cuando estaba en una prisión de Baviera, antes de su ascenso al poder.

Para Abraham Foxman, sobreviviente del Holocausto, "es importante que el Mein Kampf se siga publicando, ya que tiene valor para los historiadores y estudiosos de la Segunda Guerra Mundial" y la historia del Holocausto.
Fuente: Argenpress Cultural

Perspectivas: La evolución económica internacional y su impacto sobre Cuba (I)


Por José Luis Rodríguez*
La economía cubana continuó siendo afectada en 2013 por el impacto de la crisis cuyas consecuencias se han hecho sentir desde 2008, acentuando nuevamente el ambiente depresivo que se arrastra ya por un lustro. Se estima que el pasado año la economía mundial creció sólo 2,3%, cifra inferior al 3,2% alcanzado en 2012. En el caso de América Latina, a pesar de que ha venido compensando en alguna medida los efectos de la crisis, también disminuyó su ritmo de crecimiento de 3 a 2,7%.
eco-cubana1En Cuba, luego de crecer 3% en 2012, durante 2013 el PIB sólo alcanzó 2,7%, por debajo del 3,6% planificado, resultado en el que incidieron factores de gran peso como los estragos del huracán Sandy a finales del año anterior, con pérdidas por cerca de 7.000 millones de dólares, aunque fue la caída de los ingresos en divisas lo que golpeó con más fuerza a la economía.
En la sesión de la Asamblea Nacional de diciembre se informó que estas afectaciones continuarán durante 2014, cuyo plan sólo prevé un crecimiento de 2,2%, cifra considerada insuficiente y muy por debajo del 3,4% pronosticado originalmente.
Al examinar la evolución del comercio exterior cubano en los últimos doce meses se constata efectivamente que los precios de los principales productos exportables mostraron una sostenida tendencia a la baja.
De tal modo, los del níquel -que a inicios de 2013 se situaban a 17.320 dólares la tonelada- bajaron 17% y en diciembre la cotización cerró a 14.315 dólares. A su caída se suma un descenso en el volumen de producción -de un potencial de 64.000 toneladas debido al cierre de la planta de Nicaro- que según estimados de analistas quedó por debajo de esa cifra.
Para 2014 se mantiene la volatibilidad de los precios y se afirma que el mercado se mantendrá sobreabastecido, aunque diversos especialistas en Londres pronostican una recuperación de los precios de al menos 4%.
El azúcar, por su parte, registró también una caída de los precios de 15,5%, ubicándose a finales del pasado año en 16,43 centavos la libra en el mercado de crudos de Nueva York.
A esta desfavorable tendencia se añadió una zafra de poco más de 1,5 millones de toneladas, 7,1% por encima de la cosecha precedente pero 11,8% por debajo del plan.
Las perspectivas de la campaña 2013-2014 sitúan el precio del mes de julio en 16,64 centavos, que resultaría sólo 1,3% superior al registrado al cierre del año. También se espera que la producción azucarera llegue a 1,8 millones de toneladas, que representaría un incremento de 17,5%, lo cual apuntaría a un resultado más favorable en esta etapa.
Entre los hechos que incidieron positivamente en 2013 se encuentra un crecimiento de 18,2% en las exportaciones de petróleo y sus derivados, con un incremento de 9,1% en los precios de referencia del WTI. (1) Igualmente se informó que estas exportaciones crecerán en 2014 sustentadas por el ahorro y por restricciones en el consumo.
Otras exportaciones como las de la industria biotecnológica no cumplieron las cifras planificadas debido a la cancelación de ventas previstas.
El turismo se vio igualmente afectado por la adversa coyuntura internacional, ya que creció solamente 0,5% para totalizar 2.850 mil visitantes, 9% por debajo del plan, aunque se reportó que el ingreso por turista/día había mejorado en el año.
Las perspectivas para 2014 no suponen un crecimiento elevado, dada la coyuntura previsible en los principales emisores.
En relación con las exportaciones, un análisis reciente elaborado por la CEPAL (2) calculaba que las exportaciones cubanas totales crecieron 35,3% en 2012, pero que decrecerían 37,7% en 2013.
Aunque habrá que esperar a que se publiquen las cifras oficiales, sin dudas este descenso es posible y coincide con la información del Ministro de Economía y Planificación en la Asamblea Nacional cuando explicó el ajuste que hubo que realizar a la altura de octubre, tanto al plan de 2013 como a las perspectivas para 2014, como consecuencia del descenso de los ingresos en moneda convertible. (Continuará)
*El autor es asesor del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial (CIEM).
1 Se trata del precio West Texas Intermediate, que es el que se utiliza como referencia para la región.
2 CEPAL: “Panorama de la inserción internacional de América Latina y el Caribe 2013”, en www.cepal.org.
Fuente: Cubadebate

¿Adónde va la cooperación internacional?

por Pedro Ramiro
La situación actual de la cooperación internacional responde a la lógica de reformas económicas, recortes sociales, eliminación de subvenciones públicas y desmantelamiento del Estado del Bienestar que sigue al estallido financiero de 2008. De ahí que estemos asistiendo a una profunda reestructuración de la arquitectura del sistema de ayuda, con el objetivo de reformular el papel que han de jugar, tanto en el Norte como en el Sur global, los que son considerados los principales actores sociales (gobiernos y organismos internacionales, grandes corporaciones y organizaciones de la sociedad civil) en las estrategias de lucha contra la pobreza. En el marco de las contrarreformas estructurales que vivimos en la actualidad, la cooperación no está teniendo un destino diferente al del resto de servicios públicos como la sanidad, el agua o la educación: la privatización y la mercantilización.
Avanza la crisis capitalista que estalló hace cinco años y, con ella, se suceden las contrarreformas neoliberales que van minando los derechos sociales. Nos estamos habituando a ver cómo se están aplicando ahora en la Unión Europea las mismas políticas de ajuste estructural que se llevaron a cabo en los años ochenta y noventa en los países del Sur. Y son estas medidas de austeridad y disciplina fiscal, estos paquetes de reformas y externalizaciones, los que están contribuyendo a la “globalización de la pobreza”, una lógica común que produce y reproduce el empobrecimiento de las personas en todo el mundo[1].
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En este contexto, el papel que puede cumplir la cooperación ya no es el de servir para la legitimación de la política exterior del país donante. Ahora, aunque no puede negarse que vaya a seguir desempeñando un rol secundario en la proyección de la imagen internacional, su función esencial es contribuir a asegurar y ampliar la expansión de los negocios del sector privado por todo el mundo, con el objetivo de apoyar las estrategias de fomento del crecimiento económico capitalista. Para comprobarlo podemos observar, a modo de ejemplo, el presupuesto para 2013 del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación: mientras la partida de cooperación disminuyó el 73 por ciento entre 2012 y 2013, los fondos para la acción del Estado en el exterior, a través de sus embajadas y oficinas comerciales, se incrementaron un 52 por ciento en el mismo periodo[2].
La agenda de cooperación tras la crisis
No puede decirse que con el crash de 2008 se haya provocado un cambio de rumbo en la senda emprendida por los principales organismos y gobiernos que lideran el sistema de cooperación internacional, sino más bien, que las tendencias apuntadas desde los años noventa se están reforzando de manera notable. Dicho de otro modo: la evolución de la agenda oficial de la cooperación internacional (AOCI), que ha venido produciéndose a lo largo de las dos últimas décadas, se ha visto acelerada con el estallido de la crisis financiera global.
Como hemos descrito en otros trabajos, la evolución de la AOCI en las dos últimas décadas nos ha conducido a un modelo de cooperación internacional en el que ésta se entiende como una política pública voluntaria; el ámbito prioritario es la pobreza; la referencia fundamental es el pos-Consenso de Washington; las relaciones entre Estados se basan en las condiciones impuestas por los donantes; la agenda viene marcada por los cinco principios de la Declaración de París (apropiación, alineamiento, armonización, gestión por resultados y mutua responsabilidad); y el sector privado empresarial tiene un papel creciente en el diseño y puesta en práctica de las estrategias de desarrollo[3].
En esta línea, la agenda oficial de cooperación se ha reformulado sobre la base de cuatro ejes centrales: la repriorización del crecimiento económico como estrategia hegemónica de la lucha contra la pobreza; la participación del sector privado como agente de desarrollo en el diseño y ejecución de las políticas y estrategias de cooperación; la reducción de los ámbitos prioritarios de intervención de los Estados a las necesidades sociales básicas y los sectores poco conflictivos; y, el último, la limitada participación y relevancia de las organizaciones de la sociedad civil dentro de las políticas de cooperación internacional.
Con el avance de la segunda década de este siglo, se va consolidando un modelo de cooperación en el que se agudizan ciertas características de la AOCI, especialmente a partir de la articulación de los Objetivos del Milenio, la lógica de la eficacia y el paradigma del capitalismo inclusivo. Va ganando espacios, así, un modelo tripartito de interacción entre empresas, Estados y ONGD que, a partir de las tres referencias mencionadas, se configura como motor de desarrollo y lucha contra la pobreza a nivel global y se va consolidando como el enfoque dominante en la agenda oficial, desplazando definitivamente el desarrollo humano sostenible al ámbito de lo meramente declarativo.
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Fomento del crecimiento económico y capitalismo inclusivo
Mientras que, en los años ochenta y noventa, la cooperación internacional apoyó el Consenso de Washington y las reformas estructurales que posibilitaron la expansión de las grandes corporaciones que tienen su sede en los principales países donantes de Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD), su función esencial, en la actualidad, está pasando a ser la de asegurar los riesgos, acompañar a estas empresas en su internacionalización y contribuir a la apertura de nuevos negocios y nichos de mercado con las personas pobres que habitan en la base de la pirámide.
Tras la crisis financiera, la idea de que crecimiento económico es equivalente a desarrollo se ha vuelto dominante, relegando al terreno de lo discursivo al resto de enfoques. En esta visión hegemónica, la gran empresa, el crecimiento económico y las fuerzas del mercado se articulan como los pilares básicos sobre los que han de sustentarse las actividades socioeconómicas de cara a combatir la pobreza. Con ello, se está tratando de gestionar y rentabilizar la pobreza de acuerdo a los criterios del mercado: beneficio, rentabilidad, retorno de la inversión. Es la pobreza 2.0[4], uno de los negocios en auge. Por un lado, en los países del Sur global el sector privado busca incorporar a cientos de millones de personas pobres a la sociedad de consumo y convertirlos en clientes de sus bienes y servicios; mientras en el Norte global, por otro, pretende lograr que la mayoría de la población no quede excluida del mercado, una cuestión importante ante el creciente aumento de los niveles de pobreza en las sociedades occidentales.
La secretaria general adjunta de Naciones Unidas y administradora asociada del PNUD, Rebeca Grynspan, sostiene que “el crecimiento económico es fundamental. No se puede hacer chocolate sin cacao, pero necesitamos un crecimiento económico más sostenible e inclusivo para tener un mundo más estable”[5]. En esta renovada formulación de los principios del desarrollo humano sostenible, la sostenibilidad y la inclusión social quedan supeditadas a la doctrina económica dominante, perdiendo así su sentido inicial para transformarse en instrumentos subordinados a la lógica mercantil. Al mismo tiempo, sirve de justificación para ese modelo de relación a tres bandas, el capitalismo inclusivo, con el que se quiere poner enpráctica las técnicas y estrategias para conectar la retórica de la lucha contra la pobreza con las cuentas de resultados de las grandes corporaciones.
Es importante destacar que la aceptación de la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) como base de un renovado modelo de relaciones empresa-sociedad resulta funcional, además de por lo ya mencionado, como soporte conceptual para sustentar la mayor participación de las grandes compañías en las directrices y estrategias de la cooperación internacional. La traducción efectiva de esta construcción teórica se hace a través de toda una serie de programas de cooperación empresarial, fomento de los negocios inclusivos en la base de la pirámide, apoyo a las asociaciones empresariales, financiación de infraestructuras, cooperación financiera, fomento de los emprendedores sociales y alianzas público-privadas.
Apoyo al sector privado y a los sectores no conflictivos
Los nuevos modelos de gestión empresarial propuestos por las grandes corporaciones y las tendencias de la agenda oficial de la cooperación internacional han evolucionado en una misma dirección, llegando ambos discursos a converger en la afirmación de que es necesario que el sector privado se involucre con mayor fuerza en las estrategias de lucha contra la pobreza. De este modo, las prioridades estratégicas y los lineamientos fundamentales de la cooperación van progresivamente quedando subordinados a la lógica del mercado, del crecimiento económico y a uno de los agentes de la modernidad capitalista que ha logrado acumular un mayor poder: las transnacionales[6].
El discurso del capitalismo inclusivo ha ido permeando progresivamente los documentos oficiales de organismos internacionales como Naciones Unidas, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, al igual que ha sido validado por la Unión Europea y las agencias de cooperación de los países del Norte global a través de sus planes directores. Para que haya sido posible llegar hasta este punto, ha resultado fundamental el trabajo realizado desde la academia por diferentes autores[7] y desde distintos lobbies políticos y empresariales en el sentido de impulsar la toma en consideración de las grandes corporaciones como un actor fundamental en la AOCI. El PNUD, por poner un ejemplo, ha pasado de sostener que “el desarrollo humano es el desarrollo del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”, a afirmar que “los actores del sector privado impulsados por incentivos del mercado tienen capacidad probada para contribuir a importantes metas del desarrollo”[8].
Con todo ello, el modelo de la empresa responsable es presentado, por la gran mayoría de los actores del mundo de la cooperación, como la única solución posible para hacer compatibles el desarrollo sostenible y la lucha contra la pobreza con el crecimiento económico y las fuerzas del mercado. Así, dentro de las prioridades de atención sectorial de la cooperación española se encuentra, desde hace algo más de dos años, la del “crecimiento económico para la reducción de la pobreza”. El IV Plan Director (2013-2016) explicita claramente cuáles van a ser los principales sectores económicos y los mercados prioritarios para estas alianzas público-privadas, coincidentes con los intereses de las grandes empresas españolas y siempre dentro de los parámetros establecidos en el modelo del capitalismo inclusivo: “Se tratará de lograr el desarrollo y consolidación de mercados financieros inclusivos, ampliando su alcance a un mayor segmento de población a través de la integración en los sistemas financieros, de servicios para los no bancarizados”[9].
Junto al hecho de que los principales Estados y gobiernos han fijado como prioridad otorgar una gran relevancia al sector privado, a través del tejido económico y empresarial como motor del crecimiento económico para la reducción de la pobreza, se encuentra otra cuestión fundamental: en las políticas públicas de cooperación internacional están pasando a convertirse en prioritarios aquellos ámbitos de actuación considerados como no conflictivos y que están, sobre todo, vinculados a las necesidades sociales básicas: educación, salud, vivienda, agua, saneamiento, infraestructuras, etc. De este modo, otros ámbitos de intervención en los que podrían tener cabida los movimientos sociales emancipadores como posibles actores de cooperación van quedando progresivamente excluidos de esta lógica. Así pues, cada vez resulta más difícil incidir en términos de derechos humanos, de empoderamiento de comunidades locales, de formación de líderes sociales o de denuncia, entre otros, ya que estos ámbitos de actuación van quedando más relegados en cualquiera de las tipologías de la cooperación internacional.
Mínima participación de las organizaciones de la sociedad civil
as organizaciones de la sociedad civil han ido perdiendo peso, en la última década, en lo que se refiere a su participación en las dinámicas de la cooperación internacional. Y es que a partir de la aplicación de los programas de eficacia de la ayuda, recogidos en las diferentes cumbres que han tenido lugar desde París (2005) a Busán (2011), se ha venido otorgando un papel residual a la ciudadanía organizada a través de las ONGD y los movimientos sociales. La participación de ésta se ha visto progresivamente reducida y limitada, teniendo que circunscribirse al estrecho margen establecido por las nuevas tendencias que parecen imponerse. Las alianzas público-privadas, los negocios inclusivos y los proyectos para el fomento del tejido económico y empresarial aparecen, dentro de los lineamientos fundamentales de la AOCI, como las vías principales para el establecimiento de relaciones entre el sector privado y las organizaciones de la sociedad civil.
Con este modelo lo que se está proponiendo es una actuación conjunta entre instituciones gubernamentales y empresas, en la que se pide a las organizaciones sociales que cumplan un rol subalterno. Lejos quedan aquellas referencias del PNUD en 1993 acerca de las “organizaciones populares y no gubernamentales como instrumentos de participación popular”; en estos momentos, las instituciones encargadas de dirigir la agenda oficial de la cooperación consideran que el rol de las ONGD ha de limitarse a contribuir al crecimiento económico, fomentar el tejido empresarial, promover la inclusión en el mercado e intervenir en aquellos ámbitos que no resulten conflictivos con el modelo dominante.
En este contexto, las ONGD ven cómo su participación va quedando reducida a la mínima expresión mientras, a la vez, los movimientos sociales emancipadores difícilmente encuentran su lugar: “No sólo se trata de que los movimientos sociales no tengan cabida en estas dinámicas regresivas, alejadas de su identidad y prácticas, sino que también las ONGD pierden relevancia, no tanto como ejecutoras de iniciativas, pero sí como entidades que inciden en las decisiones, frente a los Estados y las empresas”[10].
Tras el estallido del crash global, con las justificaciones de la eficacia, la concentración geográfica y sectorial, las reducciones presupuestarias y la modernización de la cooperación, esto no ha hecho sino acentuarse, quedando las ONGD (y no digamos los movimientos sociales emancipadores, ajenos en buena medida a la lógica de la cooperación) excluidas, en la práctica, de cualquier posibilidad de incidencia en la redefinición de las políticas y estrategias de la cooperación internacional.
Perspectivas de futuro
Dicen los autores de Qué hacemos con la literatura[11] que “la llamada ‘novela de la crisis’ es un cántico nostálgico a la vida anterior a la caída de Lehman Brothers”. Parece que en la novela de la cooperación se está tratando de construir un relato similar: “A medida que la economía española está volviendo a crecer, volveremos a apoyar estos esfuerzos con una inversión en cooperación al desarrollo generosa, inteligente y eficaz”, aseguraba hace unos meses ante la Asamblea General de la ONU el presidente Rajoy. Pero la cooperación internacional ya no va a volver, ni en términos cualitativos ni cuantitativos, a la situación anterior al crash de 2008: además de que el regreso a la “bonanza” de la era de la expansión del crédito y la especulación urbanística no debería ser lo deseable, las dimensiones de la crisis sistémica que estamos viviendo lo hacen imposible.
Los cambios que se están produciendo en el sistema de cooperación internacional harán que este sector ya nunca vuelva a ser como ha sido hasta ahora. Ante este panorama, las perspectivas para los movimientos sociales emancipadores no resultan favorables, pero, a pesar de todo, aún existe un cierto margen de incidencia para las organizaciones que apuestan por la transformación social; y no podemos hacer otra cosa que aprovecharlo para darle la vuelta y construir agendas de cooperación alternativas que sirvan para avanzar hacia otros horizontes emancipatorios.

Pedro Ramiro es coordinador del Observatorio de multinacionales en América Latina (OMAL) – Paz con Dignidad.
Artículo publicado en el número 59 de Pueblos – Revista de Información y Debate,especial cooperación, noviembre de 2013.

NOTAS:
  1. Romero, M. y Ramiro, P. (2013): “La globalización de la pobreza”, Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, nº 121, pp. 143-156.
  2. CONGDE (2012): “Análisis y valoración de la Coordinadora de ONG para el Desarrollo-España del proyecto de Presupuestos Generales del Estado para 2013”, 8 de octubre.
  3. Fernández, G.; Piris, S. y Ramiro, P. (2013): Cooperación internacional y movimientos sociales emancipatorios. Bases para un encuentro necesario, Hegoa, Universidad del País Vasco, BIlbao.
  4. Romero, M. y Ramiro, P. (2012): Pobreza 2.0. Empresas, estados y ONGD ante la privatización de la cooperación al desarrollo, Icaria, Barcelona.
  5. “España es un ejemplo de solidaridad”, dijo también Grynspan ante el Foro Nueva Economía, en Madrid, el 9 de octubre de 2012.
  6. Hernández Zubizarreta, J.; González, E. y Ramiro, P. (eds.) (2012): Diccionario crítico de empresas transnacionales. Claves para enfrentar el poder de las grandes corporaciones, Icaria, Barcelona.
  7. Prahalad, C.K. (2005): La fortuna en la base de la pirámide: Cómo crear una vida digna y aumentar las opciones mediante el mercado, Granica, Barcelona; Prahalad, C.K. y Hart, S.L. (2002): “The fortune at the bottom of the pyramid”, Strategy and Business, nº 26; HAMMOND, A.L. et al. (2007): Los siguientes 4 mil millones. Tamaño del mercado y estrategia de negocios en la base de la pirámide, World Resources Institute y Corporación Financiera Internacional, Washington.
  8. PNUD (2004): El impulso del empresariado. El potencial de las empresas al servicio de los pobres, Comisión sobre Sector Privado y Desarrollo, Naciones Unidas, Nueva York.
  9. MAEC (2013): Plan Director de la Cooperación Española, 2013-2016, Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, p. 23.11 Editorial, El País, 30-1-2007.
  10. Fernández Ortiz De Zárate, G. (2011): “Cooperación y movimientos sociales: perspectivas poco favorables”, Pueblos, nº 49.
  11. Rodríguez, J.; Arias, R.; Becerra, D.; Sanz, M. (2013): Qué hacemos con la literatura, Akal.
Fuente: Revista Pueblos No.59

EE.UU. en Michoacán: palabras de injerencia


Editorial de La Jornada

De acuerdo con información difundida ayer por la agencia de noticias Dpa, una alta funcionaria del Departamento de Estado de Estados Unidos afirmó que es extremadamente preocupante la violencia y la pérdida de gobernabilidad que se vive en Michoacán; caracterizó la circunstancia que atraviesa esa entidad como escenario de comunidades que ya están bajo presión por las organizaciones narcotraficantes y criminales, y ahora se hallan en medio de una batalla entre aquellos que afirman que protegen a esas comunidades y las que las usan en su propio interés; también dijo que los ciudadanos afectados no reciben el apoyo que necesitan del gobierno central o local. Por añadidura, la funcionaria aseguró que Estados Unidos está listo para proporcionar asistencia al gobierno mexicano en las labores de seguridad emprendidas hace unos días por fuerzas federales en la entidad.

Sin desconocer la gravedad de los hechos que ocurren en territorio michoacano y el carácter preocupante que revisten para la gobernabilidad de la región y del país, los señalamientos de la funcionaria resultan inoportunos e improcedentes en la medida en que la situación descrita por ella es un asunto interno de México, cuya solución compete exclusivamente a los mexicanos. No hay razón para que una autoridad extranjera aborde el tema ni emita opiniones en ningún sentido en torno al asunto.

Por lo demás, el planteamiento de una eventual asistencia del gobierno estadunidense en el conflicto michoacano es preocupante, a la luz del precedente inmediato de una colaboración entre los gobiernos de Estados Unidos y México que resultó en una supeditación del segundo al primero y en la adopción, por las autoridades del país vecino, de funciones de seguridad que corresponden exclusivamente a las nacionales.

Así sucedió, en efecto, durante el sexenio de Felipe Calderón, en el contexto de la Iniciativa Mérida: la inaceptable cesión de soberanía protagonizada por la pasada administración con el pretexto de la guerra contra el narcotráfico derivó en una dependencia casi total respecto de Washington en materia de seguridad, inteligencia y política exterior, sin que ello se haya traducido en la reducción de los niveles de violencia delictiva en nuestro país, como demuestran los enfrentamientos entre presuntos narcotraficantes y grupos de autodefensa en Michoacán. Por el contrario, el involucramiento de Estados Unidos en los ámbitos mencionados dejó como saldo multiplicación de la violencia y pérdida creciente de paz social y gobernabilidad, y de paso exhibió a Washington como aliado poco confiable e inescrupuloso, capaz de proveer de recursos bélicos a las organizaciones delictivas a las que supuestamente ayudaba a combatir, como sucedió con los operativos Rápido y furioso y Receptor abierto.

La emergencia de inseguridad e ingobernabilidad que se vive en Michoacán es una problemática que requiere la recuperación del control territorial por el Estado y el restablecimiento de la legalidad en los puntos donde ha sido anulada. Un primer paso es que las autoridades federales eviten repetir los errores que cometieron sus antecesores en el cargo, empezando por tolerar y alentar el intervencionismo de Washington, por norma disfrazado de asistencia militar y policial, que empieza por lo regular en forma de declaraciones como la emitida ayer por una fuente anónima del Departamento de Estado.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2014/01/16/opinion/002a1edi

Sobre el análisis de Perry Anderson de la política exterior de EE.UU. publicado en New Left Review El imperio contraataca



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Perry Anderson vuelve en su último trabajo, publicado en New Left Review, al análisis de la política exterior norteamericana y los planteos de los principales exponentes de elaboración estratégica. Con la capacidad para comprender de forma integrada los movimientos estructurales, los que acontecen en el terreno político y en el debate intelectual que ha mostrado en sus mejores trabajos, delinea en este ensayo los mecanismos de lo que define como el Imperio.
El último número de NLR (2013), dedicado enteramente a los ensayos de Anderson, es un suceso con solo tres precedentes: en 1972 Tom Nairn sobre Europa, en 1982 Anthony Barnett sobre la Guerra de Malvinas, y en 1998 Robert Brenner sobre “La economía de la turbulencia global”. Los dos artículos de Perry Anderson son un extenso ensayo sobre la política exterior norteamericana desde la posguerra. El primer artículo, “Imperium”, analiza los objetivos y los resultados de la política exterior hasta el presente, y recoge los debates intelectuales que generó la conformación del “imperio”, recorriendo todo el arco ideológico. El Segundo texto, “Consilium”, repasa las posiciones de la literatura más relevante que se viene produciendo en la actualidad sobre el rol de EE.UU. en el mundo y las distintas alternativas elaboradas por los principales exponentes de líneas estratégicas de política exterior, para reforzar la posición internacional de los EE.UU., la “nación indispensable” como la llamara Madelaine Albright (secretaria de Estado en la segunda presidencia de Clinton), supuesto fuera de cuestión por todos los autores reseñados por Anderson. Este número especial está estrechamente emparentado con “Homeland”, artículo del NLR 81, de mayo-junio, en el que analizaba la situación del régimen político norteamericano.
Capital y Estados en la geografía global
Un aspecto distintivo de “Imperium” es que se propone descifrar la articulación entre el poder estatal y el dominio del capital, y la particular forma que adquirió esta relación en los EE.UU. desde la segunda posguerra. Perry Anderson encuentra en el trabajo de Nicholas Spykman, America’s Strategy in World Politics, el esquema conceptual básico para comprender las relaciones contemporáneas entre los Estados, el lugar de los Estados Unidos y sus perspectivas dentro de este complejo. Para este autor, el equilibrio político –el balance de poder– era un ideal noble, pero “la verdad del asunto es que los Estados solo están interesados en un balance que les resulte favorable. Su objetivo no es un equilibrio, sino tener generosos márgenes de maniobra”1. Combinando cuatro medios de poder (persuasión, compra, trueque y coerción) el objetivo era lograr una “posición de poder que permitiera la dominación de todos los Estados a su alcance”2, es decir, nos dice Anderson, una hegemonía. Desde un comienzo, la gran estrategia norteamericana se fijó como meta la “preponderancia de poder” alrededor del globo (p. 26).
Los objetivos partieron de las lecciones del período de entreguerras. “La Gran Depresión había puesto de manifiesto a los responsables del diseño de políticas que la economía norteamericana no se encontraba resguardada de las ondas expansivas de los shocks en el sistema global capitalista, y el estallido de la guerra que los bloques comerciales autárquicos no sólo amenazaban la exclusión del capital norteamericano de amplias zonas geográficas, sino que creaban el riesgo de conflagraciones militares que podían poner en peligro la estabilidad de la civilización burguesa de conjunto” (p. 42)3. La participación en la guerra tuvo entonces un doble bonus: la economía norteamericana creció a un ritmo fenomenal bajo el estímulo de los requerimientos militares (doblando el PIB entre 1938 y 1945); y los principales rivales industriales emergieron del conflicto debilitados, “dejando a Washington en posición de reconfigurar el universo del capital de acuerdo a sus requerimientos” (p. 42).
Aunque a la salida de la guerra la apertura de los mercados transoceánicos a las exportaciones norteamericanas era considerada como vital (en una potencia cuyas elites “estaban más cerca de las corporaciones y los bancos que las de cualquier otro Estado en ese momento”), la guerra fría alteró los cálculos. Aunque la política llamada de “Puertas Abiertas” (apertura económica y renuncia de las otras potencias a dominios coloniales) se mantuvo como un componente central de la gran estrategia norteamericana, pero al mismo tiempo los EE.UU. aceptaron la protección de mercados en Europa y en Japón, aún en detrimento de las aspiraciones de sus corporaciones. La reconstrucción de estas economías bajo dirección norteamericana y su protección de la amenaza comunista fue la prioridad principal de la “contención”. “Allí la preponderancia del poderío americano por sobre los intereses americanos se volvió por primera vez plenamente funcional, bajo la forma de una hegemonía imperial. Los EE.UU. actuarían desde entonces, no primeramente proyectando las preocupaciones del capital norteamericano, sino como guardianes del interés general de todos los capitales, sacrificando –donde fuera necesario, por el tiempo requerido– el beneficio nacional en aras de la ventaja internacional, con confianza en la recompensa final” (p. 43). Si pudo hacer esto es porque “había amplia holgura para realizar concesiones a los estados subalternos, y sus grupos gobernantes” (p. 44).
Una universalización cada vez más forzada
La conceptualización que realiza Anderson acierta en señalar que hay dos rasgos en tensión potencial en la proyección imperial de EE.UU.: por un lado, su rol como garante de la reproducción general del capital, y por otro, la defensa de los intereses específicos del capital norteamericano. La “preponderancia del poder” y la decisión estratégica de fortalecer el orden económico transnacional favoreciendo la recuperación de Europa y Japón, se impuso en ocasiones dejando en segundo lugar intereses económicos más inmediatos. Una premisa central sobre la cual se pudo constituir el imperio ha sido la armonía de lo universal y de lo particular, pero esta se basó en las excepcionales condiciones creadas por la posguerra que dieron lugar a una indiscutida superioridad norteamericana. Pero “el restablecimiento de Japón y Alemania no tuvo un beneficio exento de ambigüedades para los EE.UU.” (p. 110).
Su competencia contribuyó al estrechamiento de la rentabilidad de las corporaciones norteamericanas, lo cual conduciría a la crisis de estancamiento en la que se debatió EE.UU. (pero también sus competidores) durante los años ‘70. La compleja articulación entre poder e intereses que había permitido suficiente holgura para articular la hegemonía imperial, empezaba a mutar a un sistema de dominio que resultaba un lastre sobre los intereses del capitalismo norteamericano (p. 110). Por supuesto, “de este contratiempo emergió un modelo de mercado más radical”, apoyado en las derrotas y desvíos de los procesos revolucionarios que amenazaron el dominio capitalista en todo el planeta en los años ‘60 y ‘70, agregamos nosotros. Sobre esta base, con el final de la Guerra Fría, se puso nuevamente sobre el tapete la estrategia más ambiciosa del Estado norteamericano: la construcción de un orden liberal internacional con EE.UU. a la cabeza, para imprimir al capitalismo “su forma realizada, como un universal planetario bajo un hegemón particular” (p. 83).
Los ‘90 marcaron el pasaje definitivo a una posición ofensiva: “los EE.UU. podían por primera vez aplicar una presión sistemática sobre los Estados que lo rodeaban para poner sus prácticas en línea con los estándares norteamericanos. El mercado libre ya no era algo con lo que se pudiera jugar. Sus principios debían ser observados”. Pero a pesar del éxito en estos objetivos, algo, en la base del edificio imperial empezaría a resquebrajarse.
El orden liberal que el imperio se proponía crear, para soldar universal y particular “en un sistema unificado”, comenzó a escapar a los “designios de su arquitecto” (p. 111). Con la emergencia de China como un poder económico no solo más dinámico sino pronto comparable en magnitud, que provee las reservas financieras que requiere EE.UU., capitalista “a su modo” pero lejos de ser liberal, “la lógica de largo plazo de la gran estrategia norteamericana se ve amenazada de volverse contra sí misma”. El imperio, que no cesó de extenderse, se está volviendo sin embargo “desarticulado del orden que procuraba extender. La primacía norteamericana no es ya el corolario de la civilización del capital […] Una reconciliación, nunca perfecta, de lo universal con lo particular fue una condición constitutiva de la hegemonía norteamericana. Hoy se están separando” (p. 111).
En otros términos, la contradicción entre la internacionalización de las fuerzas productivas y el sistema internacional de Estados a través del cual se articulan las relaciones de producción, emerge nuevamente como un aspecto disruptivo ante los límites crecientes que enfrenta la hegemonía norteamericana, aunque hoy no haya quien pueda proponerse disputarla. El reconocimiento de estas dificultades emergentes para la reconciliación entre universal y particular distingue el trabajo de Anderson de otra literatura reciente en la que el término imperio se contrapone al de imperialismo, atacando especialmente la formulación de Lenin. Es el caso por ejemplo de Leo Panitch y Sam Gindin4, para quienes esta teoría acarrearía problemas conceptuales (como una visión instrumentalista del Estado, o una supuesta errónea “derivación” del imperialismo desde las contradicciones económicas, como aspectos centrales) y habría quedado desfasada históricamente, por los cambios en la naturaleza de las relaciones entre las clases dominantes de las economías más avanzadas, que hoy tienen intereses mucho más entrelazados y han perdido la coherencia nacional de antaño. Esto último habría conducido a un cambio en la naturaleza de las relaciones interestatales, como resultado de una activa iniciativa del Estado norteamericano por disociar la competencia económica de la rivalidad geopolítica. La conclusión de los autores es que la perspectiva trazada por las teorías del imperialismo sobre la inevitabilidad de las disputas geopolíticas entre las grandes potencias (no en todo momento, pero sí en los períodos en los que existen profundos desajustes en los equilibrios internacionales), sería un aspecto erróneo. Su teoría del imperio considera que el capitalismo global es una estructura jerarquizada, pero en la cual EE.UU. logró articular un sistema internacional de Estados que opera de conjunto en beneficio de la reproducción del capital. En los marcos de este orden, para los autores, los conflictos entre los Estados –comerciales, diplomáticos– no cuestionan las bases mismas del sistema, que operaría en beneficio de todos los actores (excepto, obviamente, de los Estados “paria” que son víctima de los ataques “correctivos” por no ajustarse al orden liberal internacional).
Sin embargo, aunque los términos de Anderson no son los mismos que los de estos autores, y correctamente no parece descartar –en abstracto– la posibilidad de disputas geopolíticas agudas entre las principales potencias, el panorama que traza no se encuentra muy alejado. Europa, tal como la analiza en El nuevo viejo mundo, no es –ni se propone ser– mucho más que un protectorado norteamericano.
En el caso de Japón, a pesar de que la agenda norteamericana es terminar con la anomalía de los mercados relativamente cerrados a su capital que este país mantuvo desde la Guerra Fría, ahora la potencia asiática parece decidida a ceder a los fines de asegurarse el sostenido apoyo norteamericano en sus fricciones con China. No hay entonces un panorama de mayores disputas. De hecho, no se muestran en lo inmediato grandes amenazas en el horizonte para los dispositivos del imperio. La línea de falla entre “el universal y el particular” pasa en su análisis por la relación de los EE.UU. con China. Esta lectura, creemos, subestima la magnitud del cisma que la crisis iniciada en 2007 empezó a abrir entre EE.UU. y Europa. Aunque los efectos más catastróficos de la crisis aparecen contenidos, la condición para lograrlo fue la aplicación de políticas de emisión monetaria sin precedentes, así como la emisión de deuda pública en gran escala, y el mejor resultado que se pudo lograr es afrontar un panorama de crecimiento muy débil que podría prolongarse durante la próxima década (como sostenía Anwar Shaikh en el número 3 de esta revista). Las divergencias sobre los modos de afrontar los costos que ocasionaron las medidas de contención puestas en marcha para enfrentar la crisis5, crearon tensiones entre Alemania y EE.UU. sin precedentes desde la II Guerra Mundial. La escala en la cual EE.UU. se muestra dispuesto a tomar medidas de contención como los llamados “QE” (relajamientos monetarios cuantitativos) que tienen como efecto “secundario” trasladar a otros países los costos de la crisis, la resistencia de Alemania a salvar a toda Europa en los términos indicados por EE.UU. –que se aflojó pero no despareció–, y los riesgos que sus exigencias hacia los países de la periferia europea generaron para el sistema financiero internacional, remiten a divergencias profundas sobre los modos en que se reestructurará la economía global. Aún ante la Europa del capital, cuyas clases capitalistas han entrelazado más sus intereses con los de las corporaciones y bancos norteamericanos, lo que ponen en juego las ondas expansivas de la crisis contribuye en algunos aspectos –de forma contradictoria y con mediaciones– a separar lo universal y lo particular. La imposibilidad de encauzar la crisis más allá de la contención “rastrera”, el juego de “suma cero” que plantean los cambios de fondo, hace prever un escenario donde los mayores choques de clase irán de la mano de disputas más abiertas entre las grandes potencias económicas, que son quienes más tienen qué ganar y qué perder en las variantes de salida a la crisis.
¿Resistencias?
No es casual que Anderson ni siquiera considere esta perspectiva. En su registro no hay cambios en el paradigma de “pesimismo histórico” (como lo llamara Gilbert Achcar) expresado en “Renewans” (NLR 1, Segunda Época), cuando afirmaba que “el capitalismo norteamericano ha restablecido sonoramente su primacía en todos los campos –económico, político, militar y cultural”6. Aunque su crítica a los estrategas norteamericanos señala que un punto central es su desatención a las causas subyacentes “del enlentecimiento del crecimiento del producto, el ingreso per cápita y la productividad, y el aumento concomitante de la deuda pública, corporativa y de los hogares, no solo en los EE.UU. sino en el conjunto del mundo capitalista avanzado” (pp. 165/166), en el caso de Anderson lo que resulta llamativo es el alcance limitado que le da a los efectos de la crisis actual, que, aún con las políticas de contención aplicadas, sigue siendo la más extendida y convulsiva desde la Gran Depresión. Es llamativo que no entren en consideración los impactos para la ideología que sustenta la capacidad de influencia del “modelo” norteamericano (un componente central de la hegemonía)7, considerando que para algunos economistas “los propios criterios de eficacia del capitalismo están cuestionados”8.
Más sorprendente resulta considerando que cuando escribió “Renovaciones”, Anderson planteaba como hipótesis que una profunda crisis económica en Occidente era uno de los elementos que podía empezar a cambiar el clima ideológico. Las manifestaciones juveniles y la resistencia obrera a los ataques ocasionados por la crisis, no parecen alterar el pronóstico de comienzos de milenio. En la lectura de Anderson, incluso la primavera árabe ayudó a fortalecer la posición norteamericana en Medio Oriente, debilitando un adversario como Assad sin que surgiera en Egipto “un régimen capaz de tener mayor independencia respecto de Washington”, y llevando a “un fortalecimiento respectivo en el peso y la influencia de las dinastías petroleras de la península arábiga” aliadas a Washington (p. 72), aunque ahora inquietas con el acuerdo con Irán.
Anderson comenta, con ironía, que resulta llamativa “la naturaleza fantástica de las construcciones” con las que los estrategas norteamericanos buscan afrontar una realidad con signos de adversidad. “Grandes reajustes en el tablero de ajedrez de Eurasia, vastos países movidos como tantos castillos o peones a través de este; extensiones de la OTAN al Estrecho de Bering” (p. 166). Parece que la única forma de pensar el restablecimiento del liderazgo norteamericano “fuera imaginar un mundo enteramente distinto” (p. 166). Parece, leyendo a Anderson, que lo mismo deberíamos hacer si aspiramos a pensar algún futuro con oportunidades revolucionarias, aunque a él ni se le ocurra especular al respecto.
1. Nicholas Spykman, America’s Strategy in World Politics: The United States and the Balance of Power, New York 1942, pp. 7, 21, 19. Citado por Anderson (p. 10).
2. Ídem.
3. Salvo que se indique lo contrario, todas las referencias a los artículos de la NLR 83 son traducciones propias del autor.
4. Ver Leo Panitch y Sam Gindin, “Capitalismo global e imperio norteamericano”, Socialist Register, 2004. También Ellen Meiksins Wood, en El imperio del capital muestra algunos puntos de contacto, aunque sin criticar abiertamente las tesis imperialistas clásicas. Claudio Katz sostiene en Bajo el imperio del capital, una posición cercana a Panitch y Gindin.
5. Ver Paula Bach, “La discordancia de los tiempos de la crisis capitalista mundial”, Ideas de izquierda 3, septiembre 2013.
6. La revista como tal reafirmó la vigencia de las premisas de “Renewals” en 2010, en un artículo de Susan Watkins, donde afirmaba la inexistencia de un “sujeto colectivo en condiciones de hacer frente al poder del capital” (“Shifting Sands”, NLR 61, segunda época, 2010).
7. Manifestados como malestar por exponentes ideológicos del capitalismo liberal, como por ejemplo Gideon Rachman, “Por qué me siento extrañamente austríaco”, Financial Times, 9/1/2012.
8. Michel Husson, citado por Juan Chingo en “Crisis y contradicciones del capitalismo del Siglo XXI”, Estrategia internacional 24, diciembre 2007.
Fuente:Rebelión

Grupos de autodefensa entregan a los ciudadanos las tierras del crimen organizado


por Naiz

Los grupos de autodefensa han empezado a entregar a los habitantes de varios municipios del estado mexicano de Michoacán las tierras que les habían sido arrebatadas por Los Caballeros Templarios, organización dedicada, principalmente, al narcotráfico.
El coordinador de los grupos de autodefensa de Michoacán, Estanilao Beltrán Torres, alias ‘Comandante Cinco’, ha protagonizado el acto de entrega de tierras que se ha celebrado hoy en el municipio de Tacíntaro.
El líder comunitario ha entregado 265 hectáreas de campos de cultivo de aguacate a 25 residentes locales, que aseguran que las organizaciones del narcotráfico les arrebataron estos terrenos cuando se instalaron en la zona.
Alfonso Cevalos, uno de los propietarios, ha explicado que en los últimos dos años Los Caballeros Templarios han matado a cuatro de sus hermanos, a su padre y a su tío y, además, han ocupado sus huertas de aguacate, según informa el diario mexicano ‘La Jornada’.
Se espera que los grupos de autodefensa protagonicen un acto similar en Paracuaro, ya que el 'Comandante Cinco' prometió ayer que también devolverían a los habitantes de este municipio las tierras perdidas a manos del narco.
El objetivo de los grupos de autodefensa michoacanos es expulsar de la zona a Los Caballeros Templarios, que se han instalado en este estado para controlar este importante punto de la ruta de la droga hacia Estados Unidos, con el consecuente aumento de la violencia.
En el último año se han multiplicado los grupos de autodefensa, sobre todo en las zonas rurales de México, con el único objetivo de erradicar el crimen organizado, según dicen, ante la pasividad de las autoridades y las fuerzas de seguridad.
Fuente: http://www.naiz.info/es/actualidad/noticia/20140116/los-grupos-de-autodefensa-entregan-a-los-ciudadanos-las-tierras-del-crimen-organizado

Entrevista a Junior Garcia Aguilera