lunes, 13 de enero de 2014

El FBI, la NSA y la revelación de un viejo secreto



por Amy Goodman
Esta semana, surgió nueva información acerca del robo y la filtración a la prensa de documentos clasificados del Gobierno de Estados Unidos que revelaron un amplio programa de vigilancia ultra secreto del Gobierno. No, la noticia no está relacionada con Edward Snowden y la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés), sino con un grupo de activistas opositores a la guerra de Vietnam que cometieron uno de los robos más audaces de secretos del Gobierno en la historia de Estados Unidos, lograron evitar ser capturados y permanecieron en el anonimato durante cuarenta años. Entre ellos había dos profesores universitarios, una maestra de guardería y un taxista.
 
El grupo de siete hombres y una mujer, que se oponía enérgicamente a la Guerra de Vietnam, estaba seguro de que el FBI, bajo el mando de J. Edgar Hoover, estaba espiando a ciudadanos y reprimiendo activamente a los opositores. Para demostrarlo, irrumpieron en la oficina de campo del FBI en el barrio Media de Filadelfia, Pensilvania, el 8 de marzo de 1971 y robaron todos los archivos que había allí. Lo que encontraron, y enviaron por correo a la prensa, dejó al descubierto el programa de contrainteligencia del FBI, denominado COINTELPRO. El programa de espionaje consistía en una práctica de alcance mundial, clandestina e inconstitucional, de vigilancia, infiltración e intimidación de grupos de oposición que participaban en los movimientos de protesta y abogaban por el cambio social. El valiente robo no violento de este grupo de ladrones-activistas sacudió por completo al FBI, la CIA y a otras agencias de inteligencia. Su acto motivó investigaciones por parte del Congreso, un mayor control y la aprobación de la Ley de Vigilancia de Inteligencia Extranjera. Estos ladrones-activistas, la mayoría de los cuales recién ha salido a la luz pública esta semana, tras revelar sus identidades por primera vez, no solo tienen una historia fantástica que contar acerca del pasado, sino que además su historia proporciona una perspectiva crítica e informada acerca de Snowden, la NSA y el espionaje del Gobierno en la actualidad.
 
John Raines me dijo: “Decidimos que era hora de llamar la atención pública acerca de la vigilancia y la intimidación del Gobierno y el derecho de los ciudadanos a oponerse abiertamente. Creo que el combustible de la democracia es el derecho a oponerse, a disentir, debido a que donde hay poder y privilegios, el poder y los privilegios procuran eliminar del discurso público, en la medida de lo posible, todo lo que quieren. Eso hace que el derecho de los ciudadanos a disentir sea la última línea en la defensa de la libertad”. Raines era profesor de religión en la Universidad de Temple cuando él, su esposa, Bonnie, y los otros miembros del grupo que irrumpió en la oficina del FBI formaron lo que denominaron “Comisión de Ciudadanos para Investigar al FBI”. Como John y Bonnie Raines tenían tres hijos menores de diez años al momento del robo, les pregunté cómo fue que decidieron participar en un acto que les podría haber significado pasar años en prisión. John Raines respondió: “Como sociedad, a menudo pedimos a madres y padres que asuman actividades sumamente peligrosas como parte de su trabajo. Se lo pedimos a todos los policías, se lo pedimos a todas las personas que trabajan en el departamento de bomberos. Se lo pedimos a las madres y los padres que, como miembros del Ejército y de la Armada, son enviados a otros países para defender nuestras libertades. Le pedimos con frecuencia a la gente que realice trabajos que ponen en riesgo a sus familias. Ahora estamos de nuevo analizando al año 1971, cuando nadie en Washington iba a hacer lo necesario para revelar lo que J. Edgar Hoover estaba haciendo en el FBI. Éramos la última línea de la defensa. De modo que, como ciudadanos, tomamos la iniciativa e hicimos lo que debíamos hacer porque nadie en Washington lo iba a hacer”.
 
Bajo la dirección de Bill Davidon, un profesor de física de la Universidad de Haverford, el grupo se reunió y planificó meticulosamente la acción. La mayoría de las reuniones se llevaron a cabo en el ático de John y Bonnie Raines. Bonnie se hizo pasar por una estudiante universitaria que estaba escribiendo un trabajo acerca de las oportunidades laborales para las mujeres en el FBI, y logró echar un vistazo por dentro a la oficina de campo de Media. Keith Forsyth, el taxista, realizó un curso de cerrajería por correspondencia y fabricó sus propias herramientas para no levantar sospechas de las autoridades. Eligieron la noche del 8 de marzo de 1971 porque la atención internacional estaba puesta en la pelea de boxeo de peso pesado entre Mohamed Ali y Joe Frazier. Keith Forsyth dijo por qué esto fue importante: “Hicimos muchas cosas para tratar de evitar que nos atraparan y esta fue una de ellas. Quien lo haya sugerido, no tengo idea de quién fue, pensó que funcionaría como distracción, no solo para la policía, sino para el público en general”.
 
Entraron a la oficina, robaron los archivos y se los llevaron a una granja a una hora de Filadelfia. Revisaron los documentos y quedaron estupefactos por lo que leyeron. Un memorando detallaba las conclusiones de una conferencia del FBI sobre la Nueva Izquierda que pronosticaba que si el FBI aumentaba los interrogatorios de activistas, eso “incrementaría la paranoia endémica en esos círculos y serviría para enviar el mensaje de que hay un agente del FBI detrás de cada buzón”. Esto encontró eco en una periodista que recibió los documentos filtrados, Betty Medsger, del Washington Post. El fiscal general durante el Gobierno del Presidente Richard Nixon, John Mitchell, intentó que el Post censurara los artículos de Medsger.
 
Betty Medsger me contó: “Debo señalar dos cosas: primero, que fue la primera vez que un periodista recibía documentos secretos del Gobierno de una fuente externa que los había robado. De modo que eso planteó una serie de consideraciones con respecto a qué hacer con los documentos. Pero fue una decisión muy difícil para Katharine Graham, la editora responsable del Washington Post, que, hasta ese momento, nunca se había encontrado con algo similar, porque fue la primera vez que se vio enfrentada a un pedido del Gobierno de Nixon de no publicar un artículo. Y ella no quería publicarlo. Y el asesor interno y los abogados tampoco querían publicarlo, pero dos directores del diario se dieron cuenta desde un comienzo de que era un tema muy importante y lo promovieron. Se trata de Ben Bradlee y Ben Bagdikian. Mientras tanto, yo estaba allí, escribiendo inocentemente mi artículo, una simple periodista de Filadelfia, y no supe hasta las seis de la tarde que estaban considerando no publicarlo”. El periódico se imprimió y se hizo historia. En aquel entonces, Medsger desconocía la identidad de los activistas. Esta semana publicó un libro titulado The Burglary: The Discovery of J. Edgar Hoover’s Secret FBI (El robo: el descubrimiento del FBI secreto de J. Edgar Hoover), en el que menciona el nombre de la mayoría de los activistas-ladrones, con su consentimiento. También se produjo un documental sobre el caso, titulado “1971”, que se estrenará próximamente.
 
En respuesta a las revelaciones del libro, el portavoz del FBI, Michael Kortan, sostuvo: “Varios acontecimientos de esa época, entre ellos el robo, contribuyeron a que se cambiara el modo en que el FBI identificaba y trataba las amenazas a la seguridad nacional, lo que dio pie a la reforma de las políticas y prácticas de inteligencia del FBI, entre ellas, la creación de directrices de investigación por parte del Departamento de Justicia”.
 
Si aplicáramos el criterio de Michael Kortan sobre el robo de documentos de 1971 a las revelaciones de Edward Snowden acerca de la NSA, el Presidente Barack Obama debería abandonar los cargos en su contra y recibirlo de regreso en Estados Unidos, con un agradecimiento. Esperemos que Snowden no tenga que esperar 43 años.
 
(Texto en inglés traducido por Mercedes Camps. Edición: María Eva Blotta y Democracy Now! en español, spanish@democracynow.org)
 
- Amy Goodman es la conductora de Democracy Now!, Es co-autora del libro "Los que luchan contra el sistema: Héroes ordinarios en tiempos extraordinarios en Estados Unidos", editado por Le Monde Diplomatique Cono Sur.
 
© 2014 Amy Goodman
 
 Fuente: alainet.org/active/70384

Chomsky: “El instrumento que utilizó EE.UU. para criminalizar a los pobres fueron las drogas”




  
Noam Chomsky. Foto: CorbisHay cosas que “la clase dirigente blanca liberal no quiere que formen parte de la historia”, afirmó Chomsky en una conferencia con estudiantes sobre los logros del movimiento estadounidense por los derechos civiles. Uno de esos aspectos se refiere a la criminalización de la vida de las personas pertenecientes a la raza negra.
“El movimiento de los negros llegó a su límite en cuanto se convirtió en un asunto de clase”, indicó el analista y explicó que la clase media de minorías raciales representaba cierta amenaza para la hegemonía blanca. Por lo tanto, a finales de los años setenta las autoridades empezaron a ‘reaccionar’ con la “reinstitución de la criminalización de la población negra”.
Chomsky subraya que “el instrumento que se utilizó para recriminalizar a la población negra fueron las drogas”. “La guerra contra las drogas es un fraude, un fraude total. No tiene nada que ver con las drogas. […] En lo que ha sido exitosa la guerra contra las drogas es en criminalizar a los pobres. Y los pobres en EE.UU. resultan ser en su mayoría negros y latinos”, indica el analista estadounidense.
Chomsky incluso llegó a calificar la guerra contra las drogas como “una guerra de razas”. “Es una guerra de razas. Casi en su totalidad; desde el principio, las órdenes dadas a la Policía de cómo lidiar con las drogas fueron: ‘No hace falta ir a los suburbios y detener al corredor de bolsa blanco que esnifa cocaína por la tarde, sino que hay que ir a los guetos, y si un chico tiene un porro en su bolsillo, meterlo en prisión’. Así que todo empieza con la acción policial, no de la propia Policía, sino de las órdenes que se les dan”, subraya el experto.
“La población negra ahora está en condiciones de empobrecimiento y privaciones extremadamente graves, por lo que si nos fijamos en los últimos 400 años de la historia de EE.UU., hay solo 20 o 30 años de relativa libertad para representantes de esa raza. Y eso es una cicatriz real en la sociedad“, asegura Chomsky.
El analista concluyó que aunque no se puede negar “el gran logro del movimiento por los derechos civiles” del país, no hay que pasar por alto el hecho de que “puso en marcha fuerzas que podrían tratar de revertir cambios conseguidos con el fin de defender los privilegios de clase”.
Fuente: RT

jueves, 9 de enero de 2014

Militares de EEUU están dispersos por la mitad del mundo

Foto: Google Maps / RT
Foto: Google Maps / RT
Las fuerzas de Operaciones Especiales de EE.UU. estuvieron desplegadas o cooperaron con los militares en 106 naciones alrededor del globo durante los años 2012 y 2013, según calcula el portal TomDispatch.com, basándose en fuentes abiertas.
“De hecho, el Mando de Operaciones Especiales de EE.UU. (SOCOM) ha convertido el planeta en un gigantesco campo de batalla. El Pentágono ha dividido el globo, casi cada centímetro de él, como una tarta enorme, en seis pedazos de comando: EUCOM para Europa y Rusia; PACOM para Asia; CENTCOM para Oriente Próximo y África del Norte; SOUTHCOM para América Latina; NORTHCOM; para EE.UU., Canadá y México y AFRICOM para la mayor parte de África. Pero las ambiciones del Pentágono no se limitan a la Tierra: existen, además, STRATCOM, para el comando del cosmos, y CYBERCOM, que se dedica a controlar Internet”, destaca Nick Turse, el editor asociado de TomDispatch.
El presupuesto otorgado por el Estado a servir las necesidades del organismo alcanzó en 2013 los 6.900 millones de dólares. Teniendo en cuenta los fondos suplementarios, la cifra de financiación real es de 10.400 millones de dólares. SOCOM lleva a cabo misiones secretas en el extranjero, como operaciones contraterroristas, de reconocimiento especial y guerra no convencional (incluyendo la guerra propagandística). Se dedica, además, a entrenar a las tropas de sus socios foráneos, servir como consejeros y realizar maniobras militares conjuntas.
En 2001, el contingente de SOCOM era de 33.000 efectivos. En 2014 estaba presente en todos los continentes menos la Antártica y presuntamente contaba con 72.000 miembros, siendo aproximadamente la mitad de ellos personal de apoyo. Según puntualiza Turse, sus cifras son fruto del análisis de documentos oficiales gubernamentales, comunicados de prensa e informes accidentales en los medios de comunicación. Acentúa que un portavoz de SOCOM, el mayor Matthew Robert Bockholt, respondiendo a sus preguntas se limitó a comentar que hacer público en qué países exactamente están presentes sus fuerzas habría molestado a los aliados extranjeros y habría puesto en peligro la vida de los militares estadounidenses. Bockholt insistió, además, en que simplemente el hecho de revelar el total de países que colaboran con SOCOM también habría amenazado a la seguridad nacional.
El único dato oficial disponible al respecto es que el programa de desarrollo de la entidad prevé que dentro de seis años tenga a su disposición una red de aliados y socios interagenciales “de ideas afines” que cubra no ya las naciones por separado, sino el mundo entero. “SOCOM está mejorando su red global de fuerzas de operaciones especiales para poder apoyar a nuestros socios internacionales e interagenciales. El objetivo es profundizar el conocimiento de las posibles situaciones de amenazas y oportunidades emergentes. Tal red permite la presencia pequeña y permanente en lugares críticos y facilita la participación en un conflicto, cuando sea necesario o apropiado”, argumentó el año pasado el jefe del organismo, el almirante  William McRaven, en un comunicado leído ante el Comité de Servicios Armados de la Cámara de Representantes.
(Tomado de Russia Today)
 Fuente: Cubadebate

Emergen de las sombras los Snowden de los años 70 que denunciaron al FBI (+ Fotos)


ohn y Bonnie Raines, dos activistas que sustrajeron documentos. Foto: The New York Times
John y Bonnie Raines, los pacifistas que sustrajeron documentos, junto a sus dos nietos. Foto: The New York Times
Por Mark Mazzetti
The New York Times
Cometer un crimen perfecto es mucho más fácil cuando no hay nadie que vigile.
Por eso, una noche de hace casi 43 años, mientras Muhammad Ali y Joe Frazier se aporreaban durante 15 asaltos en una pelea por el título mundial, retransmitida a millones de espectadores de todo el mundo, unos jóvenes agarraron una ganzúa y una barra de hierro, entraron en una oficina del Federal Bureau of Investigation (FBI) a las afueras de Filadelfia y se llevaron prácticamente todos los documentos que había allí.
Nunca los capturaron, y los documentos hurtados que enviaron por correo de forma anónima a varios periódicos fueron la primera gota de lo que iba a convertirse en una lluvia de revelaciones sobre las extensas actividades de espionaje y guerra sucia del FBI contra grupos que se oponían a la guerra en Vietnam.
El robo cometido en Media, Pensilvania, el 8 de marzo de 1971, tiene resonancias históricas que llegan hasta hoy, después de que las informaciones dadas a conocer por el excontratista de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) Edward J. Snowden hayan vuelto a dar una imagen nada favorable de las actividades de inteligencia del Gobierno y hayan abierto un debate nacional sobre los límites de las operaciones de vigilancia del Ejecutivo norteamericano. Hasta ahora, los ladrones se habían mantenido en silencio sobre sus respectivos papeles en la operación. Se conformaban con saber que sus acciones dieron el primer golpe importante a una institución que había acumulado un poder y un prestigio inmensos durante el largo mandato de J. Edgar Hoover como director.
John and Bonnie Raines early in their marriage.
John y Bonnie Raines al principio de su matrimonio.
“Cuando se hablaba con alguien de fuera del movimiento pacifista sobre lo que estaba haciendo el FBI, nadie podía creérselo”, dice Keith Forsyth, que por fin ha decidido reconocer su participación. “No había más que una forma de convencer a la gente de que era verdad, y era obtener los documentos escritos de su puño y letra”.
A estas alturas, ya no es posible juzgar por lo sucedido aquella noche a Forsyth, de 63 años, ni a otros miembros del grupo, y ellos han aceptado ser entrevistados antes de que se publique esta semana el libro escrito por una de las primeras periodistas que recibió los documentos robados. Betty Medsger, antigua redactora de The Washington Post, ha pasado años examinando el voluminoso expediente del FBI. sobre el caso y ha convencido a cinco de los ocho hombres y mujeres que participaron en el robo para que rompan su silencio.
A diferencia de Snowden, que descargó cientos de miles de archivos digitales de la NSA. en discos duros, los pacifistas utilizaron métodos del siglo XX: estudiaron la oficina del FBI durante meses, se pusieron guantes para meter los papeles en maletas y colocaron las maletas en los coches preparados para la huida. Al terminar, se dispersaron. Algunos siguieron comprometidos en la lucha contra la guerra, mientras que otros, como John y Bonnie Raines, decidieron que el peligroso robo iba a ser su último acto de protesta contra la Guerra de Vietnam y otras acciones del gobierno y que querían cambiar de vida.
“No necesitábamos llamar la atención, porque habíamos hecho lo que había que hacer”, dice Raines, hoy de 80 años, que había dispuesto con su esposa que otros familiares criaran a los tres hijos en caso de que les enviaran a la cárcel. “Los sesenta ya habían quedado atrás. No teníamos por qué aferrarnos a lo que habíamos hecho entonces”.
Keith Forsyth, a principios de 1970, fue el lock-picker designado entre los ocho ladrones. Cuando se dio cuenta de que no podía abrir la cerradura de la puerta principal del FBI oficina, rompió a través de una entrada lateral. Foto: The New York Times
Foto de Keith Forsyth, a principios de 1970. El fue  el designado para encabezar la operación. Cuando se dio cuenta de que no podía abrir la cerradura de la puerta principal de la oficina del FBI, irrumpió por una entrada lateral. Foto: The New York Times

Un plan meticuloso

El robo fue idea de William C. Davidon, catedrático de física en Haverford College y un personaje fijo en todas las protestas contra la guerra en Filadelfia, que, a principios de los setenta, era un foco candente del movimiento pacifista. Davidon se sentía frustrado por el hecho de que años y años de manifestaciones organizadas no parecían haber surtido un gran efecto.
En el verano de 1970, meses después de que el presidente Richard M. Nixon anunciara que Estados Unidos había invadido Camboya, Davidon empezó a formar un equipo con varios activistas cuyo compromiso y cuya discreción le inspiraban confianza.
El grupo –en un principio nueve, antes de que se retirase un miembro– llegó a la conclusión de que sería demasiado arriesgado tratar de entrar en las oficinas del FBI. en el centro de Filadelfia, donde las medidas de seguridad eran estrictas. De modo que se decidieron por una oficina más pequeña en Media, en un edificio de apartamentos situado enfrente de los juzgados del condado.
Un bosquejo del FBI del "estudiante de la universidad," hembra que en realidad era Bonnie Raines disfrazado.
Un bosquejo del FBI de “la estudiante de la universidad” que había pasado por la oficina de Media, y que en realidad era Bonnie Raines disfrazada.
La decisión también tenía sus riesgos: nadie sabía con seguridad si una oficina tan pequeña iba a tener documentos sobre las operaciones de vigilancia de los manifestantes contra la guerra, ni si saltaría alguna alarma en cuanto abrieran la puerta.
El grupo pasó meses vigilando el edificio, pasando por delante a todas horas del día y de la noche, aprendiéndose de memoria las costumbres de sus residentes.
“Sabíamos cuándo volvían a casa del trabajo, cuándo apagaban la luz, cuándo se acostaban, cuándo se despertaban por la mañana”, dice Raines, que era profesor de religión en Temple University por aquel entonces. “Estábamos bastante seguros de conocer las actividades nocturnas en el edificio y alrededor de él”.
Pero cuando el grupo se quedó tranquilo fue cuando Bonnie Raines entró en la oficina y pudieron convencerse de que no tenía sistema de seguridad. Varias semanas antes del robo, Raines visitó la oficina haciéndose pasar por una alumna de Swarthmore College interesada en las oportunidades de empleo para las mujeres en el FBI.
El robo en sí se desarrolló sin ningún problema, salvo cuando Forsyth, el designado para forzar la cerradura, descubrió que el FBI había instalado en la puerta prevista un cierre que le era imposible abrir y tuvo que entrar por otra. El cierre de esta segunda puerta era un cerrojo sobre el picaporte que rompió con la barra de hierro.
Después de meter los documentos en maletas, los jóvenes se subieron a los coches que tenían preparados y se reunieron en una granja para examinar lo que habían robado. Sintieron gran alivio al descubrir que la mayor parte consistía en sólidas pruebas de que el FBI estaba espiando a grupos políticos. Decidieron identificarse como la Comisión Ciudadana para Investigar al FBI y empezaron a enviar documentos escogidos a varios periodistas. Dos semanas después del robo, Betty Medsger escribió el primer artículo basado en los documentos, después de que el gobierno de Nixon intentara sin éxito que el Post los devolviera.
Otros medios que también habían recibido papeles, entre ellos The New York Times, siguieron con sus propias informaciones.
El F.B.I. oficina de campo en Media, Pensilvania, de la que los ladrones robaron archivos que mostraban el alcance de la vigilancia de la oficina de política groups.BETTY Medsger
La Oficina del FBI en Media, Pensilvania, asaltada por los jóvenes. Foto: BETTY Medsger
El artículo de Medsger citaba el documento quizá más perjudicial de todos, un memorándum de 1970 que permitía atisbar la obsesión de Hoover por cazar a los revolucionarios. En él se instaba a los agentes a intensificar sus interrogatorios de activistas antibélicos y miembros de grupos estudiantiles disidentes.
“Reforzará la paranoia endémica de esos círculos y convencerá aún más a todo el mundo de que hay un agente del FBI detrás de cada buzón”, decía el mensaje del cuartel general del F.B.I. Otro papel, firmado por el propio Hoover, revelaba una extensa operación de vigilancia de grupos estudiantiles negros en los campus universitarios.
Ahora bien, el documento que más habría ayudado a controlar las operaciones de vigilancia interna del FBI era una nota interna, con fecha de 1968, que contenía una palabra misteriosa: Cointelpro.
Ni los ladrones ni los reporteros que recibieron los documentos entendían el significado del término, y hubo que esperar a años más tarde, cuando el periodista de NBC News Carl Stern obtuvo más expedientes del FBI gracias a las obligaciones marcadas por la Ley de Libertad de Información, para que se perfilara qué era Cointelpro, abreviatura de Counterintelligence Program.
Desde 1956, el FBI llevaba a cabo un programa exhaustivo de espionaje de líderes de los derechos civiles, organizadores políticos y presuntos comunistas, y había intentado sembrar la desconfianza entre los distintos grupos de disidentes. Entre la siniestra lista de revelaciones se encontraba una carta con la que los agentes del F.B.I. habían querido chantajear al reverendo Martin Luther King Jr., al que amenazaban con denunciar sus aventuras extramatrimoniales si no se suicidaba.
“No era solo que espiaran a ciudadanos estadounidenses”, dice Loch K. Johnson, catedrático de asuntos públicos e internacionales en la Universidad de Georgia, que entonces era ayudante del senador demócrata por Idaho Frank Church. “El propósito de Cointelpro era destruir vidas y arruinar reputaciones”.
La investigación llevada a cabo por el senador Church a mediados de los setenta puso permitió saber más sobre la extensión de los delitos cometidos por el FBI, y desembocó en una mayor vigilancia por parte del Congreso de las actividades del FBI y otros servicios de inteligencia. El informe final del Comité Church sobre las operaciones de vigilancia interna era muy directo. “Demasiados organismos oficiales han espiado a demasiada gente, y se ha reunido demasiada información”, decía.
Cuando el comité publicó su informe, Hoover ya había muerto y el imperio que había construido en el F.B.I. estaba desmantelándose. Los 200 agentes que había asignado al caso del robo en Media volvieron casi con las manos vacías, y el FBI cerró el caso el 11 de marzo de 1976, tres días después de que prescribiera el delito de robo.
Michael P. Kortan, portavoz del F.B.I., dice que “varios acontecimientos de esa era, incluido el robo en Media, contribuyeron a cambiar los métodos del F.B.I. para identificar y abordar las amenzas internas contra la seguridad y a que el Departamento de Justicia emprendiera una reforma de las políticas y los métodos del F.B.I., y creara unas directrices de investigación”.
Según el libro de Medsger, The Burglary: The Discovery of J. Edgar Hoover’s Secret FBI (El robo: el descubrimiento del FBI secreto de J. Edgar Hoover), solo uno de los ladrones figuraba en la lista definitiva de sospechosos que se manejó antes de dar el caso por cerrado.
Después, huyeron a una casa de campo, cerca de Pottstown, Pensilvania, donde pasaron 10 días clasificación a través de la documents.BETTY Medsger
Después, huyeron a esta casa de campo, cerca de Pottstown, Pensilvania, donde pasaron 10 días clasificando la montaña de documentos. Foto: BETTY Medsger

Una retirada silenciosa

Los ocho asaltantes de la oficina apenas se comunicaron durante la investigación del FBI y no volvieron a verse jamás en grupo.
Davidon murió a finales del año pasado de Parkinson. Tenía pensado hablar públicamente sobre su papel en el robo, pero otros tres ladrones, en cambio, han preferido mantenerse en el anonimato.
Entre los que sí han revelado sus nombres —Forsyth, los Raines y un hombre llamado Bob Williamson—, existe cierta preocupación por cómo se va a valorar su decisión. John y Bonnie Raines dicen que sienten cierta afinidad con Edward Snowden, cuyas revelaciones sobre el espionaje de la NSA. les parecen un final digno de sus propios descubrimientos de hace tanto tiempo.
Saben que algunas personas les criticarán por haber participado en algo así, que, si les hubieran capturado y condenado, habrían podido estar separados de sus hijos durante años. Pero insisten en que nunca se habrían unido al grupo de ladrones si no hubieran estado convencidos de que iban a librarse de la cárcel.
“Parece como si hubiéramos sido increíblemente osados”, dice Raines. “Pero no había ni una sola persona en Washington —senadores, congresistas, ni siquiera el presidente— que se atreviera a pedir cuentas a J. Edgar Hoover”.
“Teníamos muy claro —concluye— que, si no lo hacíamos nosotros, nadie más lo iba a hacer”.
(Traducido por Diario, de México)
Fuente: Cubadebate

Entrevista a Junior Garcia Aguilera