viernes, 17 de enero de 2014

EE.UU. en Michoacán: palabras de injerencia


Editorial de La Jornada

De acuerdo con información difundida ayer por la agencia de noticias Dpa, una alta funcionaria del Departamento de Estado de Estados Unidos afirmó que es extremadamente preocupante la violencia y la pérdida de gobernabilidad que se vive en Michoacán; caracterizó la circunstancia que atraviesa esa entidad como escenario de comunidades que ya están bajo presión por las organizaciones narcotraficantes y criminales, y ahora se hallan en medio de una batalla entre aquellos que afirman que protegen a esas comunidades y las que las usan en su propio interés; también dijo que los ciudadanos afectados no reciben el apoyo que necesitan del gobierno central o local. Por añadidura, la funcionaria aseguró que Estados Unidos está listo para proporcionar asistencia al gobierno mexicano en las labores de seguridad emprendidas hace unos días por fuerzas federales en la entidad.

Sin desconocer la gravedad de los hechos que ocurren en territorio michoacano y el carácter preocupante que revisten para la gobernabilidad de la región y del país, los señalamientos de la funcionaria resultan inoportunos e improcedentes en la medida en que la situación descrita por ella es un asunto interno de México, cuya solución compete exclusivamente a los mexicanos. No hay razón para que una autoridad extranjera aborde el tema ni emita opiniones en ningún sentido en torno al asunto.

Por lo demás, el planteamiento de una eventual asistencia del gobierno estadunidense en el conflicto michoacano es preocupante, a la luz del precedente inmediato de una colaboración entre los gobiernos de Estados Unidos y México que resultó en una supeditación del segundo al primero y en la adopción, por las autoridades del país vecino, de funciones de seguridad que corresponden exclusivamente a las nacionales.

Así sucedió, en efecto, durante el sexenio de Felipe Calderón, en el contexto de la Iniciativa Mérida: la inaceptable cesión de soberanía protagonizada por la pasada administración con el pretexto de la guerra contra el narcotráfico derivó en una dependencia casi total respecto de Washington en materia de seguridad, inteligencia y política exterior, sin que ello se haya traducido en la reducción de los niveles de violencia delictiva en nuestro país, como demuestran los enfrentamientos entre presuntos narcotraficantes y grupos de autodefensa en Michoacán. Por el contrario, el involucramiento de Estados Unidos en los ámbitos mencionados dejó como saldo multiplicación de la violencia y pérdida creciente de paz social y gobernabilidad, y de paso exhibió a Washington como aliado poco confiable e inescrupuloso, capaz de proveer de recursos bélicos a las organizaciones delictivas a las que supuestamente ayudaba a combatir, como sucedió con los operativos Rápido y furioso y Receptor abierto.

La emergencia de inseguridad e ingobernabilidad que se vive en Michoacán es una problemática que requiere la recuperación del control territorial por el Estado y el restablecimiento de la legalidad en los puntos donde ha sido anulada. Un primer paso es que las autoridades federales eviten repetir los errores que cometieron sus antecesores en el cargo, empezando por tolerar y alentar el intervencionismo de Washington, por norma disfrazado de asistencia militar y policial, que empieza por lo regular en forma de declaraciones como la emitida ayer por una fuente anónima del Departamento de Estado.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2014/01/16/opinion/002a1edi

Sobre el análisis de Perry Anderson de la política exterior de EE.UU. publicado en New Left Review El imperio contraataca



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Perry Anderson vuelve en su último trabajo, publicado en New Left Review, al análisis de la política exterior norteamericana y los planteos de los principales exponentes de elaboración estratégica. Con la capacidad para comprender de forma integrada los movimientos estructurales, los que acontecen en el terreno político y en el debate intelectual que ha mostrado en sus mejores trabajos, delinea en este ensayo los mecanismos de lo que define como el Imperio.
El último número de NLR (2013), dedicado enteramente a los ensayos de Anderson, es un suceso con solo tres precedentes: en 1972 Tom Nairn sobre Europa, en 1982 Anthony Barnett sobre la Guerra de Malvinas, y en 1998 Robert Brenner sobre “La economía de la turbulencia global”. Los dos artículos de Perry Anderson son un extenso ensayo sobre la política exterior norteamericana desde la posguerra. El primer artículo, “Imperium”, analiza los objetivos y los resultados de la política exterior hasta el presente, y recoge los debates intelectuales que generó la conformación del “imperio”, recorriendo todo el arco ideológico. El Segundo texto, “Consilium”, repasa las posiciones de la literatura más relevante que se viene produciendo en la actualidad sobre el rol de EE.UU. en el mundo y las distintas alternativas elaboradas por los principales exponentes de líneas estratégicas de política exterior, para reforzar la posición internacional de los EE.UU., la “nación indispensable” como la llamara Madelaine Albright (secretaria de Estado en la segunda presidencia de Clinton), supuesto fuera de cuestión por todos los autores reseñados por Anderson. Este número especial está estrechamente emparentado con “Homeland”, artículo del NLR 81, de mayo-junio, en el que analizaba la situación del régimen político norteamericano.
Capital y Estados en la geografía global
Un aspecto distintivo de “Imperium” es que se propone descifrar la articulación entre el poder estatal y el dominio del capital, y la particular forma que adquirió esta relación en los EE.UU. desde la segunda posguerra. Perry Anderson encuentra en el trabajo de Nicholas Spykman, America’s Strategy in World Politics, el esquema conceptual básico para comprender las relaciones contemporáneas entre los Estados, el lugar de los Estados Unidos y sus perspectivas dentro de este complejo. Para este autor, el equilibrio político –el balance de poder– era un ideal noble, pero “la verdad del asunto es que los Estados solo están interesados en un balance que les resulte favorable. Su objetivo no es un equilibrio, sino tener generosos márgenes de maniobra”1. Combinando cuatro medios de poder (persuasión, compra, trueque y coerción) el objetivo era lograr una “posición de poder que permitiera la dominación de todos los Estados a su alcance”2, es decir, nos dice Anderson, una hegemonía. Desde un comienzo, la gran estrategia norteamericana se fijó como meta la “preponderancia de poder” alrededor del globo (p. 26).
Los objetivos partieron de las lecciones del período de entreguerras. “La Gran Depresión había puesto de manifiesto a los responsables del diseño de políticas que la economía norteamericana no se encontraba resguardada de las ondas expansivas de los shocks en el sistema global capitalista, y el estallido de la guerra que los bloques comerciales autárquicos no sólo amenazaban la exclusión del capital norteamericano de amplias zonas geográficas, sino que creaban el riesgo de conflagraciones militares que podían poner en peligro la estabilidad de la civilización burguesa de conjunto” (p. 42)3. La participación en la guerra tuvo entonces un doble bonus: la economía norteamericana creció a un ritmo fenomenal bajo el estímulo de los requerimientos militares (doblando el PIB entre 1938 y 1945); y los principales rivales industriales emergieron del conflicto debilitados, “dejando a Washington en posición de reconfigurar el universo del capital de acuerdo a sus requerimientos” (p. 42).
Aunque a la salida de la guerra la apertura de los mercados transoceánicos a las exportaciones norteamericanas era considerada como vital (en una potencia cuyas elites “estaban más cerca de las corporaciones y los bancos que las de cualquier otro Estado en ese momento”), la guerra fría alteró los cálculos. Aunque la política llamada de “Puertas Abiertas” (apertura económica y renuncia de las otras potencias a dominios coloniales) se mantuvo como un componente central de la gran estrategia norteamericana, pero al mismo tiempo los EE.UU. aceptaron la protección de mercados en Europa y en Japón, aún en detrimento de las aspiraciones de sus corporaciones. La reconstrucción de estas economías bajo dirección norteamericana y su protección de la amenaza comunista fue la prioridad principal de la “contención”. “Allí la preponderancia del poderío americano por sobre los intereses americanos se volvió por primera vez plenamente funcional, bajo la forma de una hegemonía imperial. Los EE.UU. actuarían desde entonces, no primeramente proyectando las preocupaciones del capital norteamericano, sino como guardianes del interés general de todos los capitales, sacrificando –donde fuera necesario, por el tiempo requerido– el beneficio nacional en aras de la ventaja internacional, con confianza en la recompensa final” (p. 43). Si pudo hacer esto es porque “había amplia holgura para realizar concesiones a los estados subalternos, y sus grupos gobernantes” (p. 44).
Una universalización cada vez más forzada
La conceptualización que realiza Anderson acierta en señalar que hay dos rasgos en tensión potencial en la proyección imperial de EE.UU.: por un lado, su rol como garante de la reproducción general del capital, y por otro, la defensa de los intereses específicos del capital norteamericano. La “preponderancia del poder” y la decisión estratégica de fortalecer el orden económico transnacional favoreciendo la recuperación de Europa y Japón, se impuso en ocasiones dejando en segundo lugar intereses económicos más inmediatos. Una premisa central sobre la cual se pudo constituir el imperio ha sido la armonía de lo universal y de lo particular, pero esta se basó en las excepcionales condiciones creadas por la posguerra que dieron lugar a una indiscutida superioridad norteamericana. Pero “el restablecimiento de Japón y Alemania no tuvo un beneficio exento de ambigüedades para los EE.UU.” (p. 110).
Su competencia contribuyó al estrechamiento de la rentabilidad de las corporaciones norteamericanas, lo cual conduciría a la crisis de estancamiento en la que se debatió EE.UU. (pero también sus competidores) durante los años ‘70. La compleja articulación entre poder e intereses que había permitido suficiente holgura para articular la hegemonía imperial, empezaba a mutar a un sistema de dominio que resultaba un lastre sobre los intereses del capitalismo norteamericano (p. 110). Por supuesto, “de este contratiempo emergió un modelo de mercado más radical”, apoyado en las derrotas y desvíos de los procesos revolucionarios que amenazaron el dominio capitalista en todo el planeta en los años ‘60 y ‘70, agregamos nosotros. Sobre esta base, con el final de la Guerra Fría, se puso nuevamente sobre el tapete la estrategia más ambiciosa del Estado norteamericano: la construcción de un orden liberal internacional con EE.UU. a la cabeza, para imprimir al capitalismo “su forma realizada, como un universal planetario bajo un hegemón particular” (p. 83).
Los ‘90 marcaron el pasaje definitivo a una posición ofensiva: “los EE.UU. podían por primera vez aplicar una presión sistemática sobre los Estados que lo rodeaban para poner sus prácticas en línea con los estándares norteamericanos. El mercado libre ya no era algo con lo que se pudiera jugar. Sus principios debían ser observados”. Pero a pesar del éxito en estos objetivos, algo, en la base del edificio imperial empezaría a resquebrajarse.
El orden liberal que el imperio se proponía crear, para soldar universal y particular “en un sistema unificado”, comenzó a escapar a los “designios de su arquitecto” (p. 111). Con la emergencia de China como un poder económico no solo más dinámico sino pronto comparable en magnitud, que provee las reservas financieras que requiere EE.UU., capitalista “a su modo” pero lejos de ser liberal, “la lógica de largo plazo de la gran estrategia norteamericana se ve amenazada de volverse contra sí misma”. El imperio, que no cesó de extenderse, se está volviendo sin embargo “desarticulado del orden que procuraba extender. La primacía norteamericana no es ya el corolario de la civilización del capital […] Una reconciliación, nunca perfecta, de lo universal con lo particular fue una condición constitutiva de la hegemonía norteamericana. Hoy se están separando” (p. 111).
En otros términos, la contradicción entre la internacionalización de las fuerzas productivas y el sistema internacional de Estados a través del cual se articulan las relaciones de producción, emerge nuevamente como un aspecto disruptivo ante los límites crecientes que enfrenta la hegemonía norteamericana, aunque hoy no haya quien pueda proponerse disputarla. El reconocimiento de estas dificultades emergentes para la reconciliación entre universal y particular distingue el trabajo de Anderson de otra literatura reciente en la que el término imperio se contrapone al de imperialismo, atacando especialmente la formulación de Lenin. Es el caso por ejemplo de Leo Panitch y Sam Gindin4, para quienes esta teoría acarrearía problemas conceptuales (como una visión instrumentalista del Estado, o una supuesta errónea “derivación” del imperialismo desde las contradicciones económicas, como aspectos centrales) y habría quedado desfasada históricamente, por los cambios en la naturaleza de las relaciones entre las clases dominantes de las economías más avanzadas, que hoy tienen intereses mucho más entrelazados y han perdido la coherencia nacional de antaño. Esto último habría conducido a un cambio en la naturaleza de las relaciones interestatales, como resultado de una activa iniciativa del Estado norteamericano por disociar la competencia económica de la rivalidad geopolítica. La conclusión de los autores es que la perspectiva trazada por las teorías del imperialismo sobre la inevitabilidad de las disputas geopolíticas entre las grandes potencias (no en todo momento, pero sí en los períodos en los que existen profundos desajustes en los equilibrios internacionales), sería un aspecto erróneo. Su teoría del imperio considera que el capitalismo global es una estructura jerarquizada, pero en la cual EE.UU. logró articular un sistema internacional de Estados que opera de conjunto en beneficio de la reproducción del capital. En los marcos de este orden, para los autores, los conflictos entre los Estados –comerciales, diplomáticos– no cuestionan las bases mismas del sistema, que operaría en beneficio de todos los actores (excepto, obviamente, de los Estados “paria” que son víctima de los ataques “correctivos” por no ajustarse al orden liberal internacional).
Sin embargo, aunque los términos de Anderson no son los mismos que los de estos autores, y correctamente no parece descartar –en abstracto– la posibilidad de disputas geopolíticas agudas entre las principales potencias, el panorama que traza no se encuentra muy alejado. Europa, tal como la analiza en El nuevo viejo mundo, no es –ni se propone ser– mucho más que un protectorado norteamericano.
En el caso de Japón, a pesar de que la agenda norteamericana es terminar con la anomalía de los mercados relativamente cerrados a su capital que este país mantuvo desde la Guerra Fría, ahora la potencia asiática parece decidida a ceder a los fines de asegurarse el sostenido apoyo norteamericano en sus fricciones con China. No hay entonces un panorama de mayores disputas. De hecho, no se muestran en lo inmediato grandes amenazas en el horizonte para los dispositivos del imperio. La línea de falla entre “el universal y el particular” pasa en su análisis por la relación de los EE.UU. con China. Esta lectura, creemos, subestima la magnitud del cisma que la crisis iniciada en 2007 empezó a abrir entre EE.UU. y Europa. Aunque los efectos más catastróficos de la crisis aparecen contenidos, la condición para lograrlo fue la aplicación de políticas de emisión monetaria sin precedentes, así como la emisión de deuda pública en gran escala, y el mejor resultado que se pudo lograr es afrontar un panorama de crecimiento muy débil que podría prolongarse durante la próxima década (como sostenía Anwar Shaikh en el número 3 de esta revista). Las divergencias sobre los modos de afrontar los costos que ocasionaron las medidas de contención puestas en marcha para enfrentar la crisis5, crearon tensiones entre Alemania y EE.UU. sin precedentes desde la II Guerra Mundial. La escala en la cual EE.UU. se muestra dispuesto a tomar medidas de contención como los llamados “QE” (relajamientos monetarios cuantitativos) que tienen como efecto “secundario” trasladar a otros países los costos de la crisis, la resistencia de Alemania a salvar a toda Europa en los términos indicados por EE.UU. –que se aflojó pero no despareció–, y los riesgos que sus exigencias hacia los países de la periferia europea generaron para el sistema financiero internacional, remiten a divergencias profundas sobre los modos en que se reestructurará la economía global. Aún ante la Europa del capital, cuyas clases capitalistas han entrelazado más sus intereses con los de las corporaciones y bancos norteamericanos, lo que ponen en juego las ondas expansivas de la crisis contribuye en algunos aspectos –de forma contradictoria y con mediaciones– a separar lo universal y lo particular. La imposibilidad de encauzar la crisis más allá de la contención “rastrera”, el juego de “suma cero” que plantean los cambios de fondo, hace prever un escenario donde los mayores choques de clase irán de la mano de disputas más abiertas entre las grandes potencias económicas, que son quienes más tienen qué ganar y qué perder en las variantes de salida a la crisis.
¿Resistencias?
No es casual que Anderson ni siquiera considere esta perspectiva. En su registro no hay cambios en el paradigma de “pesimismo histórico” (como lo llamara Gilbert Achcar) expresado en “Renewans” (NLR 1, Segunda Época), cuando afirmaba que “el capitalismo norteamericano ha restablecido sonoramente su primacía en todos los campos –económico, político, militar y cultural”6. Aunque su crítica a los estrategas norteamericanos señala que un punto central es su desatención a las causas subyacentes “del enlentecimiento del crecimiento del producto, el ingreso per cápita y la productividad, y el aumento concomitante de la deuda pública, corporativa y de los hogares, no solo en los EE.UU. sino en el conjunto del mundo capitalista avanzado” (pp. 165/166), en el caso de Anderson lo que resulta llamativo es el alcance limitado que le da a los efectos de la crisis actual, que, aún con las políticas de contención aplicadas, sigue siendo la más extendida y convulsiva desde la Gran Depresión. Es llamativo que no entren en consideración los impactos para la ideología que sustenta la capacidad de influencia del “modelo” norteamericano (un componente central de la hegemonía)7, considerando que para algunos economistas “los propios criterios de eficacia del capitalismo están cuestionados”8.
Más sorprendente resulta considerando que cuando escribió “Renovaciones”, Anderson planteaba como hipótesis que una profunda crisis económica en Occidente era uno de los elementos que podía empezar a cambiar el clima ideológico. Las manifestaciones juveniles y la resistencia obrera a los ataques ocasionados por la crisis, no parecen alterar el pronóstico de comienzos de milenio. En la lectura de Anderson, incluso la primavera árabe ayudó a fortalecer la posición norteamericana en Medio Oriente, debilitando un adversario como Assad sin que surgiera en Egipto “un régimen capaz de tener mayor independencia respecto de Washington”, y llevando a “un fortalecimiento respectivo en el peso y la influencia de las dinastías petroleras de la península arábiga” aliadas a Washington (p. 72), aunque ahora inquietas con el acuerdo con Irán.
Anderson comenta, con ironía, que resulta llamativa “la naturaleza fantástica de las construcciones” con las que los estrategas norteamericanos buscan afrontar una realidad con signos de adversidad. “Grandes reajustes en el tablero de ajedrez de Eurasia, vastos países movidos como tantos castillos o peones a través de este; extensiones de la OTAN al Estrecho de Bering” (p. 166). Parece que la única forma de pensar el restablecimiento del liderazgo norteamericano “fuera imaginar un mundo enteramente distinto” (p. 166). Parece, leyendo a Anderson, que lo mismo deberíamos hacer si aspiramos a pensar algún futuro con oportunidades revolucionarias, aunque a él ni se le ocurra especular al respecto.
1. Nicholas Spykman, America’s Strategy in World Politics: The United States and the Balance of Power, New York 1942, pp. 7, 21, 19. Citado por Anderson (p. 10).
2. Ídem.
3. Salvo que se indique lo contrario, todas las referencias a los artículos de la NLR 83 son traducciones propias del autor.
4. Ver Leo Panitch y Sam Gindin, “Capitalismo global e imperio norteamericano”, Socialist Register, 2004. También Ellen Meiksins Wood, en El imperio del capital muestra algunos puntos de contacto, aunque sin criticar abiertamente las tesis imperialistas clásicas. Claudio Katz sostiene en Bajo el imperio del capital, una posición cercana a Panitch y Gindin.
5. Ver Paula Bach, “La discordancia de los tiempos de la crisis capitalista mundial”, Ideas de izquierda 3, septiembre 2013.
6. La revista como tal reafirmó la vigencia de las premisas de “Renewals” en 2010, en un artículo de Susan Watkins, donde afirmaba la inexistencia de un “sujeto colectivo en condiciones de hacer frente al poder del capital” (“Shifting Sands”, NLR 61, segunda época, 2010).
7. Manifestados como malestar por exponentes ideológicos del capitalismo liberal, como por ejemplo Gideon Rachman, “Por qué me siento extrañamente austríaco”, Financial Times, 9/1/2012.
8. Michel Husson, citado por Juan Chingo en “Crisis y contradicciones del capitalismo del Siglo XXI”, Estrategia internacional 24, diciembre 2007.
Fuente:Rebelión

Grupos de autodefensa entregan a los ciudadanos las tierras del crimen organizado


por Naiz

Los grupos de autodefensa han empezado a entregar a los habitantes de varios municipios del estado mexicano de Michoacán las tierras que les habían sido arrebatadas por Los Caballeros Templarios, organización dedicada, principalmente, al narcotráfico.
El coordinador de los grupos de autodefensa de Michoacán, Estanilao Beltrán Torres, alias ‘Comandante Cinco’, ha protagonizado el acto de entrega de tierras que se ha celebrado hoy en el municipio de Tacíntaro.
El líder comunitario ha entregado 265 hectáreas de campos de cultivo de aguacate a 25 residentes locales, que aseguran que las organizaciones del narcotráfico les arrebataron estos terrenos cuando se instalaron en la zona.
Alfonso Cevalos, uno de los propietarios, ha explicado que en los últimos dos años Los Caballeros Templarios han matado a cuatro de sus hermanos, a su padre y a su tío y, además, han ocupado sus huertas de aguacate, según informa el diario mexicano ‘La Jornada’.
Se espera que los grupos de autodefensa protagonicen un acto similar en Paracuaro, ya que el 'Comandante Cinco' prometió ayer que también devolverían a los habitantes de este municipio las tierras perdidas a manos del narco.
El objetivo de los grupos de autodefensa michoacanos es expulsar de la zona a Los Caballeros Templarios, que se han instalado en este estado para controlar este importante punto de la ruta de la droga hacia Estados Unidos, con el consecuente aumento de la violencia.
En el último año se han multiplicado los grupos de autodefensa, sobre todo en las zonas rurales de México, con el único objetivo de erradicar el crimen organizado, según dicen, ante la pasividad de las autoridades y las fuerzas de seguridad.
Fuente: http://www.naiz.info/es/actualidad/noticia/20140116/los-grupos-de-autodefensa-entregan-a-los-ciudadanos-las-tierras-del-crimen-organizado

miércoles, 15 de enero de 2014

Otra vez: la inseguridad


Los medios burgueses solo ven como inseguridad el asesinato de la miss Venezuela, pero no los once masacrados por escuadras armadas de Capriles Radonski
1
Decía John Donne: ‘La muerte de cualquiera me disminuye, porque formo parte de la humanidad; no preguntes por quién doblan las campanas, están doblando por ti’. Las campanas mediáticas saben por quién doblan. No repicaron por los once asesinados por escuadras armadas a las cuales Capriles Radonski incitó en cadena nacional a salir a la calle “a drenar su arrechera”. Dejaron pasar inadvertidos los doscientos dirigentes campesinos sicariados, el atentado contra Eduardo Samán. Redoblan por fin contra el horrible crimen perpetrado contra una pareja joven y su hijita.
2
¿Qué hacer contra la inseguridad? Precisar su magnitud. Todo el discurso sobre la violencia se fundamenta en un estudio encargado por el INE, Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de Seguridad Ciudadana 2009, de mayo 2010. Se trata sólo de una Encuesta sobre percepción, no de un conteo real de víctimas o cadáveres. Sus resultados desconciertan. Su página 67 suma un “total de delitos reportados” de 21.132 homicidios en 2009; la página 68 registra 19.113 víctimas de ellos ¿Cómo 21.132 homicidios causan sólo 19.113 víctimas? La percepción infla encuestas que hinchan percepciones que a su vez abultan resultados de encuestas. No se puede ni se debe medir con encuestas producción petrolera, la pluviosidad ni el número de homicidios. Para combatir la inseguridad, la Defensoría del Pueblo, la Fiscalía, el Ministerio de Interior y Justicia y demás organismos competentes deben unir esfuerzos para compilar cifras exactas, objetivas y verificadas sobre el verdadero número real de homicidios, bien distinto de la percepción subjetiva sobre ellos.
3
No se puede garantizar Seguridad sin marco normativo adecuado. Es preciso utilizar la Ley Habilitantey la mayoría parlamentaria para ampliar facultades y competencias de organismos y cuerpos competentes en la materia. La oposición no puede seguir en su doble discurso de exigir mano dura mientras pide impunidad para corruptos, masacradores y delincuentes bancarios, de condenar la inseguridad y también todos los esfuerzos para conjurarla.
4
Para combatir la inseguridad hay que dejar de usarla como argumento electoral. En 2012 Juan José Rendón decretó que la campaña opositora debía centrarse en un solo tema: “Inseguridad”. La oligarquía la enfocó en la Guerra Económica, que se le quedó fría; no tiene más remedio que obedecer a su asesor en Guerra Sucia. Síntoma de ello, la aparición en Caracas, Barquisimeto, Mérida y otras ciudades de tabloides exclusivamente dedicados al amarillismo. Vuelven las portadas horrendas con sangre y los titulares que no reportan noticias sino estados de ánimo. Contemplemos la televisión y el repertorio de bienes suntuarios que la publicidad ofrece pero no entrega. Contabilicemos el desfile mediático de asesinos a sueldo, homicidas seriales, asesinos en masa, narcos, sicarios, sicópatas, violadores, mercenarios y monstruos que obtienen esos bienes con el crimen. Algunos medios que claman contra la inseguridad deben revisar su pedagogía cotidiana de incitación a delinquir.
5
Sobre un tema recurrente vale citar argumentos repetidos. Contra la delincuencia de nada sirven medidas atroces y efectistas, como las de Rafael Caldera, que en los “operativos” secuestraba todo un barrio popular para luego soltar a quienes no tenían antecedentes penales. Tampoco es válida la queja tremendista de la oposición, que tradicionalmente ha ejercido el poder en los Estados que arrojan mayor índice de inseguridad del país, como Miranda y Zulia. Sí es pertinente repetir que la mayoría de los delincuentes nacieron y fueron formados hace más de catorce años, antes de que el bolivarianismo llegara al poder. Y que éste ha reducido la pobreza, de un 70% a finales del siglo pasado, a un 24%, del cual la pobreza extrema representa apenas un 5,6%. Uno de cada tres venezolanos está estudiando. Son esfuerzos sin precedente, y sin parangón en América Latina. Por su parte, en nuestra economía mixta el sector privado no ha cumplido su tarea de generar empleo suficiente ¿Qué tal si la benévola oposición nos retrocede a los niveles del siglo pasado, cuando ella mandaba?
6
Hace años denuncio una infiltración paramilitar que cobra vacunas, monta alcabalas, domina el comercio informal y el contrabando de extracción, suplanta al hampa criolla, instala casinos, adquiere empresas y políticos y cuenta con la complicidad de una cierta oposición ¿Explica ello la proliferación de crímenes horrendos, la importación de una cultura de la muerte nueva en Venezuela, de una crueldad insensata que priva sobre cl fin de lucro y parecería apuntar al objetivo político de sembrar el terror y deslegitimar al gobierno? Sobre el tema Miguel Ángel Pérez Pirela y un servidor escribimos un libro que se puede descargar del enlace La invasión paramilitar: Operación Daktari: http://www.minci.gob.ve/wp-content/uploads/2012/10/INVASION-PARAMILITAR-web.pdf . La invasión paramilitar es cuestión de Seguridad y Defensa. Debemos enfrentarla con todas las fuerzas si queremos que subsistan la soberanía y la democracia.
http://luisbrittogarcia.blogspot.com
Fuente:Forum Mundial de Alternativas 

Chomsky: La política de EEUU se ha convertido en “salvajismo puro”



chochom
 Chomsky afirma que la polémica del Congreso sobre la ampliación de las prestaciones por desempleo es evidencia de que la política de EE.UU. “ha caído en la locura”. Estos problemas están vinculados con el “asalto neoliberal a la población mundial”. “La negativa a proporcionar el nivel de vida más básico a las personas que se encuentran atrapadas en esta monstruosidad es simplemente puro salvajismo”, declaró Chomsky en una entrevista concedida a ‘The Huffington Post’. “No hay otra palabra para describirlo”, añadió el pensador político progresista.
Chomsky dijo que los problemas económicos recientes, sin embargo, no son fenómenos aislados, sino, más bien, el producto de décadas de políticas económicas aplicadas por las élites estadounidenses. Algunos de los principales cambios incluyen la firma de tratados de la Organización Mundial del Comercio, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y la desregulación de las industrias más importantes, dijo el intelectual.
“El problema general y muy grave de la economía que nos está mirando a la cara no tiene nada que ver con las manzanas podridas en el Congreso”, afirmó Chomsky. “Estos son problemas estructurales profundos tienen que ver, en efecto, con el asalto neoliberal a la población, no solo de EE.UU., sino del mundo, que ha llevado a cabo la última generación. Hay zonas que se han escapado, pero es bastante amplio”, señaló el activista.
Además, Chomsky dijo al diario que los intereses corporativos dominan la agenda política del Partido Demócrata y citó la observación del erudito conservador Norma Ornstein de que el Partido Republicano se ha “desplazado fuera del espectro” y ya no funciona como una entidad parlamentaria seria.
“Hace años se decía que EE.UU. es la nación del partido único –el partido económico– con dos facciones: demócratas y republicanos”, señaló Chomsky. “Eso ya no es cierto. Sigue siendo la nación de partido único –el partido económico–, pero ahora tiene solo una facción. Y no es la demócrata, es de los republicanos moderados. Los llamados nuevos demócratas, que son la fuerza dominante en el Partido Demócrata, son más o menos lo que solían ser los republicanos moderados hace un par de décadas. Y el resto del Partido Republicano solo se ha desviado fuera del espectro”, concluyó el analista.
El Partido Republicano de EE.UU. bloqueó un acuerdo para extender los beneficios de desempleo durante las negociaciones presupuestarias en diciembre. Este martes, algunos republicanos se unieron a los demócratas del Senado para avanzar en un proyecto de ley de los beneficios, pero el acuerdo se enfrenta a una dura batalla en la Cámara de Representantes, controlada por los republicanos.
Actualmente en EE.UU. hay alrededor de tres personas que buscan un empleo por cada oferta de trabajo.
Fuente: Contrainjerencia
 

Michoacán, "más peligroso que nunca"

por Alberto Nájar

Fuerzas federales en Michoacán
La nueva operación de seguridad en Michoacán inició con tensiones y enfrentamientos
Enfrentamientos entre grupos de autodefensas y el Ejército que causaron la muerte de al menos dos personas; el desarme de la policía de Apatzingán, el principal bastión del cartel de Los Caballeros Templarios. Miles de soldados y policías que vigilan carreteras y comunidades.
Es Michoacán durante la primera y tensa jornada del operativo especial de seguridad implementado por el gobierno federal.
Un momento que Hipólito Mora, uno de los líderes de las autodefensas califica como "más peligroso que nunca" por el intento de los militares de desarmarlos.
Los grupos se resisten a entregar pistolas y fusiles si antes no se detiene o elimina a los principales líderes de Los Templarios y se restablece la seguridad en todo el estado, afirmó otro de los jefes, José Manuel Mireles.
"Primero tenía que haber sido contra los Caballeros Templarios y una vez que terminen con ellos no necesitan decirnos dejen las armas, váyanse a sus trabajos. A nosotros no nos gusta andar peleando", dijo Mora a medios locales.
Los líderes de estos grupos aseguran que soldados dispararon contra la población de Antúnez, en el municipio de Parácuaro. Hasta el momento el gobierno no ha respondido a estos señalamientos.
La Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) empezó una investigación sobre el enfrentamiento. "Visitadores adjuntos de la CNDH fueron desplegados en el lugar de los hechos para allegarse las evidencias correspondientes en torno a ese incidente, y entrevistar a familiares y testigos de los hechos", señala en un comunicado.
"Primero tenía que haber sido contra los Caballeros Templarios"
Hipólito Mora, líder de autodefensas
Juan Carlos Pérez Salazar, enviado especial de BBC Mundo a Michoacán, indicó que, aunque el gobierno habla de dos muertes, en la población de Antúnez le indicaron que habían sido al menos tres, entre ellos una menor de edad.
El corresponsal en México estuvo en el velorio de una de las víctimas, donde le dijeron que Mario Pérez Sandoval, de 40 años de edad, se encontraba protestando de manera pacífica contra el ejército por el desarme de las autodefensas cuando recibió un disparo en la frente. Su familia dijo que soldados le dispararon.
Mientras, la tensión rebasa las fronteras de Michoacán. Los gobiernos de estados vecinos, como Colima, Querétaro y Guerrero iniciaron operaciones especiales de vigilancia en sus carreteras para evitar el arribo de los delincuentes que huyen de la zona de conflicto.

¿Dejar las armas?

Ahora lo que más se nota son los soldados y policías que hasta hace unos meses estaban ausentes del estado, según reconocieron las autoridades locales.
El enviado especial de BBC Mundo señaló que en Morelia, la ciudad capital, hay una gran presencia de la policía federal aunque en las carreteras que comunican a la región conocida como Tierra Caliente –la zona del conflicto- no se han establecidos puestos de vigilancia.
"En la población de Antúnez, donde el lunes en la noche hubo un enfrentamiento entre el Ejército y las autodefensas, hay una veintena de camionetas de estos grupos con decenas de hombres armados", cuenta el corresponsal.
"Estanislao Beltrán, quien se identificó como coordinador general de las autodefensas, negó que vayan a replegarse o a entregar las armas. Eso lo harán, dijo, cuando se haya librado a todos los 113 municipios de Michoacán de Los Caballeros Templarios".
En Antúnez y Nueva Italia, donde se han registrado enfrentamientos entre los grupos civiles y sicarios del narcotráfico, no hay soldados ni policías federales, añade Pérez Salazar.
Autodefensas en Michoacán
La reacción del gobierno federal se produjo tras la llegada de autodefensas a la zona.
Pero la situación es distinta en Apatzingán, donde existe un fuerte despliegue de seguridad. En ese lugar el gobernador Fausto Vallejo dijo que despachará "de manera recurrente".
El enviado especial indicó que a la entrada de Apatzingán hay una fuerte presencia de la Policía Federal -que reemplazó en sus funciones a la local desde este martes-, mientras que el Palacio Municipal, que el viernes en la noche fue atacado por elementos armados, se encuentra custodiado por el ejército.
Apatzingán, agregó el corresponsal, es considerada por las autodefensas como centro de operaciones del Cartel de los Caballeros Templarios -sus jurados enemigos- y hasta ahora los movimientos de avance de estos grupos, también llamados "comunitarios" en la zona, parecen diseñar una pinza para envolver y aislar esta ciudad de unos 130 mil habitantes.
Según indicó el corresponsal, desde el viernes pasado -cuando se presentó el ataque contra la alcaldía, así como la quema de minimercados y vehículos, lo que se atribuye a los Caballeros Templarios- la población sufre de desabastecimiento, pues las distintas compañías de suministros temen enviar sus camiones a la ciudad.

Vieja historia

Al anunciar la nueva estrategia de seguridad el secretario de Gobernación, Miguel Osorio Chong, reconoció que la situación actual de Michoacán es consecuencia de una década en que se incubó la violencia.
Pero también es resultado de la estrategia equivocada que aplicó el expresidente Felipe Calderón, le dice a BBC Mundo Martín Barrón, investigador del Instituto Nacional de Ciencias Penales (Inacipe).
Entre 2006 y 2012 Calderón aplicó "la estrategia de gobernar con el miedo", sin análisis criminológicos para conocer las condiciones de cada comunidad, especialmente en Michoacán.
Por eso es tan difícil resolver el problema, subraya Barrón. "la espiral de violencia que hay, la estela que nos dejó el gobierno de Calderón, no la puedes detener de la noche a la mañana. Es uno de los grandes problemas", insiste.
En eso coincide el procurador (fiscal) General de la República, Jesús Murillo Karam. En una entrevista con la televisora televisa reconoció que pacificar a Michoacán tardará algún tiempo.
"Ya empezó el restablecimiento del orden legal, la ley es clara en cuanto a quién puede estar armado y a quién le compete le persecución de los delitos y eso es justamente lo que tratamos de hacer".
Fuente: BBC Mundo, Ciudad de México

martes, 14 de enero de 2014

¿Elogio de la marihuana?



por Marcelo Colussi
especial para Anahuac85

¿Por qué en algunos pocos países ya ha pasado a ser legar fumarse un cigarro de marihuana mientras que en otros, la gran mayoría, eso es delito? Del mismo modo podríamos preguntar: ¿por qué, salvo en algunos países musulmanes (Arabia Saudita, Afganistán, Irán, Sudán, Bangladesh, Yemen) beber bebidas alcohólicas no es delito sino que, por el contrario, se promueve insistentemente? Se trata de complejos asuntos político-sociales y culturales donde están en juego infinidad de variables que tienen que ver con el proyecto humano subyacente, y con enmarañados procesos en torno a relaciones de poder.

Parto por hacer una primera aclaración, innecesaria quizá para los fines teóricos del presente texto, pero éticamente importante: no soy consumidor de marihuana (sólo una vez en mi vida la probé), pero la convivencia diaria con muchos jóvenes –de distinta extracción social– por motivos de trabajo, y el tener hijos adolescentes, me permite ver que hoy el uso de esta sustancia pasó a ser una “necesidad” casi obligada en muy buena parte de las poblaciones juveniles.

Una segunda aclaración –esta sí importante a los fines conceptuales de lo que se intenta transmitir– es que de ningún modo se pretende hacer una apología de la sustancia psicoactiva “cannabis sativa”, comúnmente conocida como marihuana, la droga ilegal más consumida en el mundo en la actualidad (según datos de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito -UNOCD-). El hecho de titular el presente texto como “elogio” no es sino una provocación: en realidad, no se está haciendo una defensa cerrada de su uso como panacea (de hecho, como droga utilizada con fines recreativos, puede llegar a tener peligrosos efectos dadas ciertas circunstancias, y no deja de ser una puerta de entrada para sustancias adictivas mucho más dañinas) sino que se busca abrir una problematización a ese complejo campo de lo legal y lo prohibido, del ejercicio de los poderes y del mantenimiento de una sociedad basada en el lucro de unos sobre la explotación de las mayorías y la injusticia humana que eso conlleva.

Partimos de la base que “droga” es cualquier sustancia que se introduce en el cuerpo humano modificando el equilibrio natural, ya sea con un fin terapéutico (lo que se conoce habitualmente como medicamento o fármaco) o recreativo/ceremonial (lo que popularmente llamamos “drogas”: sustancias con principios psicoactivos que modifican el aspecto conductual de quien las ingiere). En ese sentido, la marihuana es una droga, la más popular y consumida de todas. Y, por cierto, en la gran mayoría de países, hoy por hoy ilegal.

Drogas que modifican el estado psicoafectivo de quienes las consumen ha habido siempre en la historia de la Humanidad, en todas las culturas, desde hongos alucinógenos hasta el alcohol etílico de vegetales fermentados, pasando por un largo listado. La ¿necesidad? de huir de la crudeza de la vida cotidiana parece repetirse siempre; de ahí que esas sustancias han aparecido ininterrumpidamente a lo largo de nuestro transcurrir como especie. Ahora bien: en el transcurso del siglo XX, en medio de un mundo ya globalizado y capitalista en su totalidad, estas drogas van pasando a ser un negocio más. Como en este sistema todo es mercadería lucrativa, las sustancias psicoactivas (entre las que habría que incluir al alcohol etílico también) fueron y siguen siendo un gran negocio. Viendo los daños colaterales que esas mismas sustancias pueden provocar, también en el curso del siglo pasado van apareciendo las primeras restricciones a su comercialización. Hoy, el negocio de esas drogas (las legales como el alcohol, o incluso el tabaco) y las ilegales (la marihuana y toda la cohorte que viene tras ella) es una de las grandes actividades económicas de la humanidad. Las drogas constituyen actualmente el mercado de productos ilegales más grande del mundo, un mercado fuertemente ligado a actividades criminales de lavado de dinero y corrupción”, informa la UNOCD.

Que esas drogas son dañinas a la salud, incluida la marihuana, no es ninguna novedad. Por eso aclarábamos que no se trata de hacer su apología, su panegírico, sino de entender el fenómeno en su complejidad y tratar de entrever qué agendas ocultas puede haber en todo ello. Plantearse un “mundo libre de drogas”, tal como bienintencionadamente muchos lo hacen, es encomiable. De todos modos, siendo realistas y teniendo en la mano los conocimientos que las ciencias sociales modernas y con criterio crítico nos proporcionan, como mínimo habría que abrir algún cuestionamiento a esa propuesta. Si hoy día, y desde hace ya varias décadas, la narcoactividad se amplía continuamente, ello quiere decir algo: o bien que la sociedad está cada vez más necesitada de este tipo de “placeres” dañinos (mecanismos de huída de la realidad), o que hay agresivas políticas de fenomenales grupos de poder que fomentan ese consumo. O, complejizando el asunto, estamos ante una combinación de ambos factores, lo cual hace infinitamente más complicado su estudio, y más aún, su solución en tanto problema.

Lo que sí resulta inexorablemente cierto es que lo que años atrás –quizá cinco o seis décadas, un par de generaciones en términos socio-demográficos– era una “extravagancia”, un toque distintivo de grupos muy delimitados (la bohemia, algunas sub-culturas marginales) en la sociedad global de hoy pasó a ser una mercadería más. Ilegal en la gran mayoría de países, por cierto; pero mercadería consumida en cantidades fabulosas, y siempre en aumento. De ahí que la marihuana –retomando la primera aclaración que hacía– ha pasado a ser una mercadería más de las tantas cosas consumibles, fundamentalmente en la población joven. Ello se repite en países de alto poder adquisitivo (el Norte próspero) como en los pobres del Sur. 

Evitar el consumo de estos evasivos (la marihuana, digamos también el alcohol etílico o toda la serie de productos novedosos que no dejan de surgir en el transcurso del siglo XX y que se sigue acelerando en el XXI: cocaína, heroína, drogas sintéticas, etc.) parece imposible. Esa necesidad de huída de la realidad, de búsqueda de “paraísos” placenteros, habla de nuestra humana condición, de nuestras estructurales debilidades y flaquezas. Y si en algunos países musulmanes, como apuntábamos más arriba, el alcohol está severamente prohibido, ello no hace sino ratificar el hecho que la especie humana tiene un borde transgresor que siempre nos lleva a buscar esa “manzana prohibida”.

Apología de la marihuana, o de ninguna otra droga psicoactiva que altere nuestro sistema nervioso central: ¡no! Pero su satanización tampoco nos lleva a ningún lado. Prohibirlas y poner los más drásticos castigos para quien ose consumir esos productos vetados, definitivamente no sirve, porque no impide el consumo. La debilidad y la flaqueza que hace parte de nuestra condición aparecen siempre, y de alguna manera (transgresión de por medio) se consigue la sustancia “evasiva”. En las cárceles, por ejemplo, si se endurecen los controles y realmente no entra ninguna droga, los privados de libertad “inventan” la forma de conseguir sustancias psicoactivas, y así llegan a fumar… ¡telarañas! Es un ejemplo, pero vale. Por otro lado, el endurecimiento de las prohibiciones –la experiencia lo demuestra– sólo consigue impulsar mercados negros. Recordemos la tristemente Ley Seca en la década de los años 20 del pasado siglo en Estados Unidos.

¿Qué hacer entonces?

“Con el desarrollo a ultranza del capitalismo en su etapa imperialista, que en esta fase de la globalización hunde en la miseria a la mayoría de la población mundial, muchos pueblos de importante economía agraria optan por los cultivos de coca, amapola y marihuana como única alternativa de sobrevivencia. Las ganancias de estos campesinos son mínimas. Quienes verdaderamente se enriquecen son los intermediarios que transforman estos productos en substancias psicotrópicas y quienes los llevan y realizan en los mercados de los países desarrollados, en primer lugar el de Estados Unidos de Norteamérica. Las autoridades encargadas de combatir este proceso son fácil presa de la corrupción, pues su ética sucumbe ante cualquier soborno mayor de 50 dólares.
Gobiernos, empresarios, deportistas, artistas, ganaderos y terratenientes, militares, políticos de todos los pelambres y banqueros se dan licencias morales para aceptar dineros de este negocio que genera grandes sumas de dólares provenientes de los drogadictos de los países desarrollados. El capitalismo ha enfermado la moral del mundo haciendo crecer permanentemente la demanda de estupefacientes, al mismo tiempo que las potencias imperiales ilegalizan ese comercio, dada su incapacidad para producir la materia prima. El ejemplo del mercado de la marihuana en los Estados Unidos es plena evidencia.
Por ser tan grande la demanda en sus propios territorios como voluminosa la cantidad de dólares que por este concepto salen del marco de sus fronteras, erigen el eslabón de producción en su enemigo estratégico, en grave amenaza para su seguridad nacional. Olvidan sus propios postulados del libre mercado: la oferta en función de la demanda, descargando su soberbia contra los campesinos que trabajan simplemente por sobrevivir pues están condenados por el neoliberalismo a la miseria del subdesarrollo. El narcotráfico es un fenómeno del capitalismo globalizado [… y como alternativa] exhortamos a legalizar el consumo de narcóticos. Así se suprimen de raíz las altas rentas producidas por la ilegalidad del este comercio, así se controla el consumo, se atienden clínicamente a los fármaco-dependientes y liquidan definitivamente este cáncer. A grandes enfermedades grandes remedios”, decían en su documento “Legalizar el consumo de la droga, única alternativa seria para eliminar el narcotráfico” en el año 2000 las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia -FARC-.

Podía decirse casi a modo de conclusión de todo esto que la humana necesidad de buscar alguna vía de “escape” al malestar intrínseco de la vida, algún alivio al sufrimiento que implica la cotidianeidad, lo hemos buscado –y probablemente sigamos haciéndolo– en estas salidas mágicas que nos hacen volar, que inventan realidades menos crudas, más placenteras, tal como son los efectos que producen las drogas. ¡O las religiones! En ese sentido tiene absoluta vigencia la expresión de Marx “la religión es el opio de los pueblos”. En definitiva, con drogas o con religiones, buscamos salidas mágicas. El hedonismo, en tanto búsqueda de placer por sobre cualquier otra cosa, es lo que está a la base de esa tendencia que podemos tener (todos, cualquiera de nosotros) a consumir estas sustancias psicoactivas (de marihuana en adelante, pasando por cualquier cosa, telarañas, thinner inhalado o las más refinada sustancia sintética). Si no fuera así, no podría explicarse el aumento sideral en la narcoactividad que viene registrándose ininterrumpidamente desde hace años (es el negocio que más está creciendo).

Sabido esto, una vez más la pregunta: ¿qué hacer entonces? Prohibir su consumo no lleva más que al mercado negro y a una actividad subterránea que produce circuitos criminales, siempre cargados de suma violencia. La propuesta de legalizar el consumo –y ahí habría que empezar una enorme serie de consideraciones, pero teniendo la legalización siempre como el norte– es la más humana de las salidas. La “menos mala” quizá (porque reprimir no termina con el consumo), pero por eso mismo, la más esperanzadora.

¿Por qué legalizar?

Asumiendo que las drogas, al menos en este momento histórico del desarrollo de la Humanidad, llenan una necesidad (“flaqueza estructural” digamos; si no, nadie las consumiría), pero más aún: teniendo en cuenta que esa necesidad se ha manipulado y mercadeado de un modo monstruoso haciendo de los narcóticos una mercadería más, fundamentalmente en las poblaciones jóvenes, abordar el problema nos pone ante un complejo campo socio-sanitario, ¡pero no policíaco-militar!

Que se ha mercadeado, y se lo sigue haciendo de un modo cada vez más sutil apelando a las más refinadas técnicas de promoción comercial, no caben dudas. Como dijimos más arriba: lo que antes constituía una rareza cultural, hoy es ya casi un producto de primera necesidad en muchos círculos. Incluso se ha ido construyendo toda una cultura de aceptación de las drogas, a punto que para pertenecer a diversos colectivos, hay que consumir. Ya no asustan, no espantan, no están estigmatizadas. Esto difiere de grupo social, de país, de “nicho de mercado”, dicho en términos mercadológicos. La marihuana es la droga ilegal más popular (hasta un 5% de la población adulta mundial, UNOCD), puesto que grandes masas (de jóvenes en lo fundamental) –ricos y pobres, varones y mujeres, intelectuales críticos y banales consumistas, de izquierda o de derecha, etc.– la consumen. Pasó a ser un baluarte, un símbolo: en cualquier sitio se puede conseguir un vendedor, cosa que décadas atrás no sucedía.

Pero pese a este consumo fabuloso, siempre en aumento, el sistema en su conjunto, más allá de la declaración de “flagelo” con que se suele presentar el asunto, hace un combate muy singular del problema. Si se tratara de un tema socio-sanitario, ¿por qué, como dice el documento de las FARC, se castiga básicamente al productor de la materia prima, al campesino que produce las plantas de donde se extraen las sustancias base, o al consumidor final, al usuario ocasional o al drogodependiente? (que, llegado a un punto, no es sino un paciente en relación enfermiza con un tóxico, pero nunca un criminal). ¿Por qué la “guerra contra las drogas” se hace sólo con armas letales y ejércitos armados hasta los dientes y no, por ejemplo, con ejércitos de médicos, psicólogos, trabajadores sociales, comunicadores? “Los principales beneficiarios de la guerra contra las drogas son los presupuestos de las fuerzas armadas, la policía y las cárceles así como de otros sectores relacionados al área de tecnología e infraestructura”, señalaba la UNOCD).

La Comisión Global de Políticas sobre Drogas, integrada por los ex presidentes de México, Ernesto Zedillo; de Brasil, Fernando Henrique Cardoso; de Colombia, César Gaviria, y de Suiza, Ruth Dreifuss, así como por personalidades internacionales tales como el ex Secretario de Estado de Estados Unidos George Shultz, el ex Jefe de la Reserva Federal también de Estados Unidos, Paul Volcker y el ex Secretario General de la Organización de Naciones Unidas, el ghanés Kofi Annan, además de numerosos académicos y activistas sociales, evaluó en el 2011 que tal como se venía llevando adelante, con ese espíritu militarista y prohibicionista, “la guerra global a las drogas ha fracasado, con consecuencias devastadoras para individuos y sociedades alrededor del mundo. Cincuenta años después del inicio de la Convención Única de Estupefacientes, y cuarenta años después que el Presidente Nixon lanzara la guerra a las drogas del gobierno norteamericano, se necesitan urgentes reformas fundamentales en las políticas de control de drogas nacionales y mundiales. Los inmensos recursos destinados a la criminalización y a medidas represivas orientadas a los productores, traficantes y consumidores de drogas ilegales, han fracasado en reducir eficazmente la oferta o el consumo. Las aparentes victorias en eliminar una fuente o una organización de tráfico son negadas casi instantáneamente por la emergencia de otras fuentes y traficantes. Los esfuerzos represivos dirigidos a los consumidores impiden las medidas de salud pública para reducir el VIH/SIDA, las muertes por sobredosis, y otras consecuencias perjudiciales del uso de drogas. Los gastos gubernamentales en infructuosas estrategias de reducción de la oferta y en encarcelamiento reemplazan a las inversiones más costo-efectivas y basadas en la evidencia orientadas a la reducción de la demanda y de los daños”. [Las] “políticas de drogas deben basarse en los principios de derechos humanos y salud pública” [teniendo como principal medida de éxito] “la reducción de daños a la salud, a la seguridad y al bienestar de los individuos” (Comisión Global de Políticas de Drogas -CGPD-, 2011).

Todo indica que si efectivamente se quiere tomar el tema de las drogas, empezando por la marihuana, como un verdadero problema de salud –y por cierto lo es, porque no hay ninguna droga inocua, desde los esteroides hasta la terrible heroína– llenar de policías y soldados la sociedad militarizando todo y criminalizando al consumidor, no resuelve nada. Decíamos que no hacemos elogio de la marihuana, ni de ninguna droga, porque no hay ninguna que no presente consecuencias dañinas. De hecho, el cannabis no es tan inocente, si bien es menos dañino que el tabaco de cigarro común; pero no deja de tener consecuencias negativas, más aún que el LSD o el éxtasis. La cuestión fundamental, más allá del grado de “peligrosidad” de la sustancia en juego, es que todas las drogas deben ser abordadas como problema sanitario, psicosocial, político-cultural. De ahí que pensar alternativas novedosas como la descriminalización y su legación es un interesante camino a transitar.

Si la narcoactividad crece de tal manera es porque hay grupos de interés (¡enormes y poderosísimos grupos de interés!) que buscan que el negocio crezca… y que siga en la ilegalidad. Legalizarlo podría hacer perder una buena tajada, obviamente. En el Prólogo que hace el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso al libro “Políticas sobre drogas en Portugal. Beneficios de la Descriminalización del Consumo de Drogas”, de Artur Domosławski del año 2012, donde se analiza el fenómeno en ese país donde el consumo de cannabis para usos recreativos fue legalizado, puede leerse que Toda la evidencia disponible demuestra, más allá de cualquier duda, que las medidas punitivas por sí solas, sin importar su severidad, no logran la meta de reducir el consumo de drogas. Peor aún, en muchos casos la prohibición y el castigo tienen desastrosas consecuencias. La estigmatización de los consumidores de drogas, el miedo a la represión policial y el riesgo a enfrentar procesos penales, hacen mucho más difícil el acceso al tratamiento. […] Existe un amplio consenso mundial de que la “guerra contra las drogas” ha fracasado, y que es momento de abrir un amplio debate sobre alternativas viables y nuevas soluciones”.

Es obvio entonces, por lo que vamos viendo, que legalizar el consumo de drogas puede ser una vía mucho más sana que seguir reprimiendo, si es que se quieren buscar alternativas reales a todo esto. Pero llevar adelante una medida así toca fabulosos poderes –que no son sólo las mafias encargadas del trasiego de las sustancias del punto de producción al consumidor final– por lo que el asunto es claramente un tema político y social. ¿Por qué cuesta tanto promover estas legalizaciones? Porque mantener en la ilegalidad es el negocio de esos grandes poderes.

La llamada “guerra contra las drogas”, tal como se lleva adelante en la actualidad, no es sino una estrategia de grandes poderes, incluido Washington, que sirve para 1) generar enormes ganancias a quienes lucran con cualquier guerra y 2) una coartada perfecta para mantener bajo control a grandes extensiones del planeta a partir del proyecto de dominación estratégico que lidera la Casa Blanca, amparándose en esta “noble” tarea de combatir un flagelo.

La guerra contra las drogas no busca en realidad terminar con el consumo, ni mucho menos. Alimenta la industria bélica y posibilita actuar (al proyecto de dominación estadounidense básicamente) allí donde tiene intereses estratégicos (recursos naturales: petróleo, agua dulce, biodiversidad). Años de guerra frontal contra las drogas no lograron terminar con la producción, el tráfico y mucho menos el consumo de estupefacientes. Por el contrario –lo vemos con la marihuana como ejemplo arquetípico– su consumo sigue aumentando.

Valen aquí palabras de Noam Chomsky para graficar la situación: “El movimiento de los negros llegó a su límite en cuanto se convirtió en un asunto de clase. La clase media de minorías raciales representaba cierta amenaza para la hegemonía blanca. Por lo tanto, a finales de los años setenta las autoridades empezaron a ‘reaccionar’ con la “reinstitución de la criminalización de la población negra. El instrumento que se utilizó para recriminalizar a la población negra fueron las drogas. […] La guerra contra las drogas es un fraude, un fraude total. No tiene nada que ver con las drogas. […] En lo que ha sido exitosa la guerra contra las drogas es en criminalizar a los pobres. Y los pobres en EE.UU. resultan ser en su mayoría negros y latinos”.

Quizá, no sin cierta cuota de resignación, hay que aceptar que las drogas cumplen un cometido en la dinámica humana, al menos en el sujeto que somos hoy, falibles y atravesados por conflictos. Igual que las religiones, “ayudan” a sobrevivir. Si a eso se le suma que hay quienes aprovechan esa humana tendencia para desarrollar allí un enorme negocio dadas las reglas de juego dominantes (sistema capitalista), el campo de la narcoactividad no va a desaparecer nunca, sino que se refuerza. La represión del consumo evidencia que no da mayores resultados, pues el mismo no baja. Entonces pensar inteligentemente en quitarle el atractivo de la transgresión, de “fruta prohibida” a las drogas, logrando su legalización –ya lo es el alcohol, ¿por qué no hacerlo con la marihuana?– es tal vez la única salida posible para evitar que esto siga aumentando.

El llamado no se hace desde un moralismo simplista. Se hace desde una profunda convicción en que debe construirse una sociedad donde lo más importante no sea el lucro personal sino el interés colectivo.

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Bibliografía

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Entrevista a Junior Garcia Aguilera