por José Martí: El Apóstol
Edición Crítica de Cintio Vitier
Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que
él quede de alcalde, o le mortifiquen al rival que le quitó la novia, o le
crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin
saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas,1 y le pueden poner la bota encima, ni de la
pelea de los cometas en el cielo,2 que van por el aire dormido[s] engullendo
mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son
para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como
los varones de Juan de Castellanos:3 las armas del juicio, que vencen a las
otras. Trincheras de ideas, valen más que trincheras de piedras.
No hay proa que taje una
nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como
la bandera mística del juicio final, 4 a un escuadrón de acorazados. Los pueblos
que no se conocen, han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear
juntos. Los que se enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los
dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor,
han de encajar, de modo quesean una, las dos manos. Los que, al amparo de una
tradición criminal, cercenaron, con el sable tinto en la sangre de sus mismas
venas, la tierra de lhermano vencido, del hermano castigado más allá de sus
culpas, si no quiere[n] que le[s] llamen el pueblo ladrón,5 devuélvanle sus tierras al hermano. Las
deudas del honor, no las cobra el honrado en dinero, a tanto por la bofetada.
Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada
de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la
tundan y talen las tempestades: ¡los árboles se han de poner en fila, para que
no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha
unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los
Andes.6
A los sietemesinos sólo les
faltará el valor. Los que no tienen fe en su tierra, SON hombres de siete
meses. Porque les falta el valor a ellos, se lo niegan a los demás. No les
alcanza al árbol difícil el brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera,
el brazo de Madrid o de París, y dicen que no se puede alcanzar el árbol. Hay
que cargar los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la
patria que los nutre. Si son parisienses o madrileños, vayan al Prado, de
faroles,7 o vayan a Tortoni, de
sorbetes.8 ¡Estos hijos de carpintero,
que se avergüenzan de que su padre sea carpintero! ¡Estos nacidos en América,
que se avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y
reniegan, bribones, de la madre enferma, y la dejan sola en el lecho de las
enfermedades! Pues, ¿quién es el hombre? ¿el que se queda con la madre, a
curarle la enfermedad, o el que la pone a trabajar donde no la vean, y vive de
su sustento en las tierras podridas, con el gusano de corbata, maldiciendo de
lseno que lo cargó, paseando el letrero de traidor en la espalda de la casaca
de papel? ¡Estos hijos de nuestra América, que ha de salvarse con sus indios,9 y va de menos a más, estos desertores que
piden fusil en los ejércitos de la América del Norte, que ahoga en sangre a sus
indios,10 y va de más a menos! ¡Estos delicados, que son hombres, y no quieren
hacer el trabajo de hombres! Pues el Washington11 que les hizo esta tierra ¿se fue a vivir
con los ingleses, a vivir con los ingleses en los años en que los veía venir
contra su tierra propia? ¡Estos “increíbles”12 del honor, que lo arrastran por el suelo
extranjero, como los increíbles de la Revolución francesa, danzando y
relamiéndose, arrastraban las erres!
¿Ni en qué patria puede tener
un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América,13 levantadas entre las masas mudas de
indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos
de un centenar de apóstoles? De factores tan descompuestos, jamás, en menos
tiempo histórico, se han creado naciones tan adelantadas y compactas. Cree el
soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal,14 porque tiene la pluma fácil o la palabra
de colores, y acusa de incapaz e irredimible15 a su república nativa, porque no le dan
sus selvas nuevas modo continuo de ir por el mundo de gamonal16 famoso, guiando jacas de Persia y
derramando champaña. La incapacidad no está en el país naciente, que pide
formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir
pueblos originales,
de composición singular y
violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados
Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de
Hamilton17 no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyès18 no se desestanca la sangre cuajada de la
raza india.19 A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar
bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el
alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y
cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones
nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y
ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la naturaleza puso
para todos en el pueblo que
fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del
país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país.La forma del gobierno ha
de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el
equilibrio de los elementos naturales del país.20Por eso el libro importado ha sido vencido
en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los
letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No
hay batalla entre la civilización y la barbarie,21 sino entre la falsa erudición y la
naturaleza.
El hombre natural es bueno,
y acata y premia la inteligencia superior, mientras esta no se vale de su
sumisión para dañarle, o le ofende prescindiendo de él, que es cosa que no
perdona el hombre natural, dispuesto a recabar por la fuerza el respeto de
quien le hiere la susceptibilidad o le perjudica el interés. Por esta
conformidad con los elementos naturales desdeñados han subido los tiranos de
América al poder: y han caído, en cuanto les hicieron traición. Las repúblicas
han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos
verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno, y gobernar con
ellos. Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador.
En pueblos compuestos de
elementos cultos e incultos, los incultos gobernarán, por su hábito de agredir
y resolver las dudas con su mano, allí donde los cultos no aprendan el arte del
gobierno. La masa inculta es perezosa, y tímida en las cosas de la inteligencia,
y quiere que la gobiernen bien; pero si el gobierno le lastima, se lo sacude, y
gobierna ella. ¿Cómo han de salir de las universidades los gobernantes, si no
hay universidad en América donde se enseñe lo rudimentario del arte del
gobierno, que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de
América? A adivinar salen los jóvenes al mundo, con antiparras yankees o
francesas, y aspiran a dirigir un pueblo que no conocen. En la carrera de la
política habría de negarse la entrada a los que desconocen los rudimentos de la
política. El premio de los certámenes no ha de ser para la mejor oda, sino para
el mejor estudio de los factores del país en que se vive. En el periódico, en
la cátedra, en la academia, debe llevarse adelante el estudio de los factores
reales del país. Conocerlos basta, —sin vendas ni ambages; porque el que pone
de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la
verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta
sin ella. Resolver el problema después de conocer sus elementos, es más fácil
que resolver el problema sin conocerlos. Viene el hombre natural, indignado y
fuerte, y derriba la justicia acumulada de los libros, porque no se la
administra en acuerdo con las necesidades patentes de lpaís. Conocer es
resolver. Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único
modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la
universidad americana. La historia de América, de los Incas a acá, ha de
enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes22 de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a
la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han
de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el
mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas.23 Y calle el pedante vencido; que no hay
patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas
repúblicas americanas.24
Con los pies en el rosario,
la cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo vinimos, denodados, al
mundo de las naciones. Con el estandarte de la Virgen25 salimos a la conquista de la libertad. Un
cura, unos cuantos tenientes y una mujer26 alzan en México la república, en hombros
de los indios. Un canónigo español,27 a la sombra de su capa, instruye en la
libertad francesa a unos cuantos bachilleres magníficos, que ponen de jefe de
Centro América contra España al general de España.28 Con los hábitos monárquicos, y el Sol por
pecho, se echaron a levantar pueblos los venezolanos por el Norte y los
argentinos por el Sur. Cuando los dos héroes chocaron, y el continente iba a
temblar, uno, que no fue el menos grande, volvió riendas.29 Y como el heroísmo en la paz es más
escaso, porque es menos glorioso, que el de la guerra; como al hombre le es más
fácil morir con honra que pensar con orden; como gobernar con los sentimientos
exaltados y unánimes es más hacedero que dirigir, después de la pelea, los
pensamientos diversos, arrogantes, exóticos o ambiciosos; como los poderes
arrollados en la arremetida épica zapaban, con la cautela felina de la especie
y el peso de lo real, el edificio que había izado,
en las comarcas burdas y
singulares de nuestra América mestiza, en los pueblos de pierna desnuda y
casaca de París, la bandera de los pueblos nutridos de savia gobernante en la
práctica continua de la razón y de la libertad; como la constitución jerárquica
de las colonias resistía la organización democrática de la República, o las
capitales de corbatín dejaban en el zaguán al campo de bota-de-potro, o los
redentores bibliógenos30 no entendieron que la revolución que triunfó con el
alma de la tierra desatada a la voz del salvador, con el alma de la tierra
había de gobernar, y no contra ella ni sin ella,—entró a padecer América, y
padece, de la fatiga de acomodación entre los elementos discordantes y hostiles
que heredó de un colonizador despótico y avieso, y las ideas y formas
importadas que han venido retardando, por su falta de realidad local, el
gobierno lógico. El continente, descoyuntado durante tres siglos por un mando
que negaba el derecho del hombre al ejercicio de su razón, entró, desatendiendo
o desoyendo a los ignorantes que lo habían ayudado a redimirse, en un gobierno
que tenía por base la razón: —la razón de todos en las cosas de todos, y no la
razón universitaria de unos sobre la razón campestre de otros. El problema de
la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu. Con
los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a
los intereses y hábitos de mando de los opresores.31 El tigre, espantado del fogonazo, vuelve
de noche al lugar de la presa. Muere, echando llamas por los ojos y con las
zarpas al aire. No se le oye venir, sino que viene con zarpas de terciopelo.
Cuando la presa despierta, tiene al tigre encima. La colonia continuó viviendo
en la república; y nuestra América se está salvando de sus grandes yerros, —de
la soberbia de las ciudades capitales, del triunfo ciego de los campesinos
desdeñados, de la importación excesiva de las ideas y fórmulas ajenas, del
desdén inicuo e impolítico de l araza aborigen,32—por la virtud superior, abonada con
sangre necesaria, de la república que lucha contra la colonia. El tigre espera,
detrás de cada árbol, acurrucado en cada esquina. Morirá, con las zarpas al
aire, echando llamas por los ojos.
Pero “estos países se
salvarán”, como anunció Rivadavia33 el argentino, el que pecó de finura en
tiempos crudos: al machete no le va vaina de seda, ni en el país que se ganó con
el lanzón, se puede echar al lanzón atrás, porque se enoja, y se pone en la
puerta del Congreso de Iturbide34 “a que le hagan emperador al rubio”. Estos países se
salvarán, porque, con el genio de la moderación35 que parece imperar, por la armonía serena
de la naturaleza, en el continente de la luz, y por el influjo de la lectura
crítica que ha sucedido en Europa a la lectura de tanteo y falansterio36 en que se empapó la generación anterior, —le
está naciendo a América, en estos tiempos reales, el hombre real.37
Éramos una visión, con el
pecho de atleta, las manos de petimetre y laf rente de niño. Éramos una
máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de
Norte-América y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas
alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar sus hijos. El
negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido,
entre las olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de
indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra su criatura. Éramos charreteras
y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha
en la cabeza. El genio hubiera estado en hermanar, con la caridad del corazón y
con el atrevimiento de los fundadores, la vincha y la toga, —en desestancar al
indio, —en ir haciendo lado al negro suficiente, —en ajustar la libertad al
cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella. Nos quedó el oidor, 38 y el general, y el letrado, y el
prebendado.39 La juventud angélica, como de los brazos de un pulpo, echaba al Cielo,
para caer con gloria estéril, la cabeza coronada de nubes. El pueblo natural,
con el empuje del instinto, arrollaba, ciego del triunfo, los bastones de oro.
Ni el libro europeo, ni el libro yankee, daban la clave del enigma
hispano-americano. Se probó el odio, 40 y los países venían cada año a menos.
Cansados del odio inútil,—de la resistencia del libro contra la lanza, de la
razón contra el cirial, de la ciudad contra el campo, del imperio imposible de las
castas urbanas divididas sobre la nación natural, tempestuosa o inerte,—se
empieza, como sin saberlo, a probar el mor.41 Se ponen en pie los pueblos, y se saludan.
“¿Cómo somos?”
Se preguntan, y unos a
otros se van diciendo cómo son. Cuando aparece en Cojímar un problema, no van a
buscar la solución en Dantzig. Las levitas son todavía de Francia, pero el
pensamiento empieza a ser de América. Los jóvenes de América se ponen la camisa
al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su
sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear.
Crear, es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale
agrio, ¡es nuestro vino! Se entiende que las formas de gobierno de un país han
de acomodarse a sus elementos naturales; que las ideas absolutas, para no caer
por un yerro de forma, han de ponerse en formas relativas; que la libertad,
para ser viable, tiene que ser sincera y plena; que si la república no abre los
brazos a todos, y adelanta con todos, muere la república. El tigre de adentro
se entra por la hendija, y el tigre de afuera. El general, sujeta en la marcha
la caballería al paso de los infantes. O si deja a la zaga a los infantes, le
envuelve el enemigo la caballería. Estrategia es política. Los pueblos han de
vivir criticándose, porque la crítica es la salud; pero con un solo pecho y una
sola mente. ¡Bajarse hasta los infelices, y alzarlos en los brazos! ¡Con
el fuego del corazón deshelar la América coagulada! ¡Echar, bullendo y
rebotando, por las venas la sangre natural del país! En pie, con los ojos
alegres de los trabajadores, se saludan, de un pueblo a otro, los hombres
nuevos americanos. Surgen los estadistas naturales del estudio directo de la
naturaleza. Leen para aplicar, pero no para copiar. Los economistas, estudian
la dificultad en sus orígenes. Los oradores, empiezan a ser sobrios. Los
dramaturgos, traen los caracteres nativos a la escena. Las academias, discuten
temas viables. La poesía se corta la melena zorrillezca, 42 y cuelga del árbol glorioso el chaleco
colorado.43 La prosa, centelleante y cernida, va cargada de ideas. Los
gobernadores, en las repúblicas de indios, aprenden indio.
De todos sus peligros se va
salvando América. Sobre algunas repúblicas, está durmiendo el pulpo. Otras, por
la ley del equilibrio, se echan a pie a la mar, a recobrar, con prisa loca y
sublime, los siglos perdidos. Otras, olvidando que Juárez paseaba en un coche
de mulas, ponen coche de viento, y de cochero a una bomba de jabón: el lujo
venenoso, enemigo de la libertad, pudre al hombre liviano, y abre la puerta al
extranjero. Otras acendran, con el espíritu épico de la independencia
amenazada, el carácter viril. Otras crían, en la guerra rapaz contra el vecino,
la soldadesca que puede devorarlas. Pero otro peligro corre, acaso, nuestra
América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e
intereses entre los dos factores continentales, y es la hora próxima en que se
le acerque, demandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedory pujante que
la desconoce y la desdeña.44 Y como los pueblos viriles, que se han hecho de sí
propios, con la escopeta y la ley, aman, y sólo aman, a los pueblos
viriles;—como la hora del desenfreno y la ambición, de que acaso se libre, por
el predominio de lo más puro de su sangre, la América del Norte, o en que
pudieran lanzarla sus masas vengativas y sórdidas, la tradición de conquista, y
el interés de un caudillo hábil, no está tan cercana, aún a los ojos del más
espantadizo, que no dé tiempo a la prueba de altivez, continua y discreta, con
que se la pudiera encarar y desviarla;—como su decoro de república pone a la
América del Norte, ante los pueblos atentos del Universo, un freno que no le ha
de quitar la provocación pueril, o la arrogancia ostentosa, o la discordia
parricida de nuestra América,—el deber urgente de nuestra América es enseñarse
como es, una en alma e intento, vencedora veloz de unpasado sofocante, manchada
sólo con la sangre de abono que arranca a las manos la pelea con las ruinas,—y
la de las venas que nos dejaron picadas nuestros dueños. El desdén del vecino
formidable que no la conoce es el peligro mayor de nuestra América; y urge,
porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca
pronto, para que no la desdeñe. Por ignorancia llegaría, tal vez, a poner en
ella la codicia. Por el respeto, luego que la conociese, sacaría de ella las
manos. Se ha de tener fe en lo mejor del hombre, y desconfiar de lo peor de él.
Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele, y prevalezca sobre lo peor.
Si no, lo peor prevalece. Los pueblos han de tener una picota para quien les
azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad. No
hay odio de razas, porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores
de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, 45 que el viajero justo y el observador
cordial buscan en vano en la justicia de la naturaleza, donde resalta, en el
amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El
alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color. Peca
contra la humanidad, el que fomente y la oposición y el odio de las razas. Pero
en el amasijo de los pueblos se condensan, en la cercanía de otros pueblos
diversos, caracteres peculiares y activos, de ideas y de hábitos, de ensanche y
adquisición, de vanidad y de avaricia, que del estado latente de preocupaciones
nacionales pudieran, en un período de desorden interno o de precipitación del
carácter acumulado del país, trocarse en amenaza grave para las tierras
vecinas, aisladas y débiles, que el país fuerte declara perecederas e
inferiores. Pensar es servir. Ni ha de suponerse, por antipatía de aldea, una
maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del continente, porque no habla nuestro
idioma, ni ve la casa como nosotros lavemos, ni se nos parece en sus lacras
políticas, que son diferentes de las nuestras, ni tiene en mucho a los hombres
biliosos y trigueños, ni mira caritativo, desde su eminencia aún mal segura, a
los que, con menos favor de la historia, suben a tramos heroicos la vía de las
repúblicas: ni se han de esconder los datos patentes del problema que puede
resolverse, para la paz de los siglos, con el estudio oportuno,—y la unión
tácita y urgente del alma continental.46 ¡Porque ya suena el himno unánime; la
generación real47 lleva acuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la
América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor,
regó el Gran Semí,48 por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas
del mar, la semilla de la América nueva!
La Revista Ilustrada de Nueva York,
1° de enero de 1891
NOTAS
1 “Los gigantes que llevan siete leguas en
las botas”: Alusión a un personaje
fabuloso de cuentos para niños (como Pulgarcito,
de Charles Perrault),
utilizado aquí para simbolizar la desproporción y el
peligro de los países más
poderosos (cuyo desarrollo es “siete veces” más
rápido) en sus relaciones con
los más pequeños y débiles. Ya en “Meñique” en La
Edad de Oro (julio de
1889), Martí había ilustrado para los niños de
nuestra América, mediante el
cuento de Laboulaye, la tesis de que “el saber vale
más que la fuerza”. (Obras
completas, La Habana, 1963-1973, t. 18, p. 310-324. En lo
adelante
identificaremos esta edición con las siglas O.C.)
En su última carta a Manuel
A. Mercado (Campamento de Dos Ríos, 18 de mayo de
1895) consagrará
políticamente, a partir del relato bíblico (1 Samuel
17), la imagen del
pastorcillo David como vencedor del gigante Goliat (O.C.,
t. 4, p. 168).
2 “La pelea de los cometas en
el cielo”: En su artículo “El hombre antiguo de
América y sus artes
primitivas” (La América, Nueva York, abril de 1884) Martí
se refirió a una creencia
indígena, la de “los cometas orgullosos, que
paseaban por entre el sol
dormido y la montaña inmóvil el espíritu de las
estrellas”. Según Arístides
Rojas, gran amigo venezolano de Martí: “Los
macusies, en la [...]
región de Orinoco, llaman al cometa copeeseima que
quiere decir nube
orgullosa; y también wocinopsa, que equivale a un sol
castigando las luces que lo
siguen”, mientras “el sol dormido”,
entre otros
idiomas americanos, según
Humboldt, es la luna (“sol de noche”, “sol que
duerme”), y “la montaña
inmóvil” para los quechuas era Sirio, al que
consideraban centro del Universo.
(Cf. C.V.: “Una fuente venezolana de José
Martí”, en Temas
martianos. Segunda serie, La Habana, Centro de Estudios
Martianos y Editorial
Letras Cubanas, 1982, p. 138-139) Toda la metáfora de
los cometas que en su pelea
“van por el aire dormidos [es decir,
irresponsables] engullendo
mundos”, debe relacionarse con el siguiente
pasaje de la crónica
titulada “Congreso Internacional de Washington” (La Nación, Buenos
Aires, 19 y 20 de diciembre de 1889): “¿A qué ir de aliados, en lo mejor de la juventud,
en la batalla que los Estados Unidos se preparan a librar con el resto del
mundo? ¿Por qué han pelear sobre las repúblicas de América sus batallas con
Europa, y ensayar en pueblos libres su sistema de colonización?” (O.C.,
t. 6, p. 57)
3 “los varones de Juan de
Castellanos”: Alude a las Elegías de varones ilustres
de Indias (1589), escritas por Juan de Castellanos
(1522-1607) en Nueva
Granada, composición de 150
000 endecasílabos, cuyo influjo en algunos
pasajes de nuestro Espejo
de paciencia (1608), de Silvestre de Balboa Troya y
Quesada, ha sido señalado
por la crítica.
4 “la bandera mística del
juicio final”: Entre otros pasajes bíblicos, puede
referirse al siguiente de
Isaías (18,3): “Vosotros, todos los moradores del
mundo y habitantes de la
tierra, cuando se levante bandera en los montes,
mirad; y cuando se toque
trompeta, escuchad.”
5 “que les llamen el pueblo
ladrón”: En Obras completas, t. 6, p. 15: “que les
llame el pueblo ladrones”,
modificación que cambia el sentido.
6 “como la plata en las
raíces de los Andes”: Otro símil telúrico le sirvió a Martí
para expresar una idea
semejante en su carta a Federico Henríquez y Carvajal
fechada en Montecristi, el
25 de marzo de 1895: “Hagamos por sobre la mar,
a sangre y a cariño, lo que
por el fondo de la mar hace la cordillera de fuego
andino.” (O.C., t.
4, p. 112)
7 “vayan al Prado, de
faroles”: Se refiere al Paseo del Prado, en Madrid. En
cuanto a “ir de faroles”,
“farolear”, según el Diccionario de la lengua
española, significa “fachendear” (“Hacer ostentación
vanidosa o jactanciosa”)
o “papelonear” (“Ostentar
vanamente autoridad o valimiento”). De acuerdo
con el Diccionario
general de americanismos de Francisco J. Santamaría
(México, Edit. Pedro
Robredo, 1942), en México se llama “farol” a un “sujeto
de poca miga que presume de
personaje y se da mucha importancia”. En el
Léxico mayor de Cuba (La Habana, Lex, 1958), de Esteban
Rodríguez Herrera,
se registran “farol” como
“embuste” o mentira exagerada, con todas las
características de un
engaño”; “farolear”: “tirar o echar faroles o mentiras”,
“fanfarronear”; y
“farolero”: “persona amiga de tirar o echar faroles.”
8 “vayan a Tortoni, de
sorbetes”: Por el sentido contextual, no parece referirse
a “sorbetes” como refrescos
congelados en forma cónica, sino a su acepción
mexicana: “sombrero de
seda, de copa alta”, o “sombrero de pelo, chistera”
(Diccionario general de
americanismos, ed. cit.) Tortoni era un famoso
restaurante parisién.
9 “América que ha de salvarse
con sus indios”: En “Arte aborigen” (La América,
Nueva York, enero de 1884)
escribió Martí: “O se hace andar al indio, o su
peso impedirá la marcha.” (O.C.,
t. 8,
p. 329) Y en “Autores
americanos aborígenes” (La América, abril de 1884):
“¿No se ve cómo del mismo
golpe que paralizó al indio, se paralizó a América?
Y hasta que no se haga
andar al indio, no comenzará a andar bien la
América.” (O.C., t.
8, p. 336-337)
10 “la América del Norte, que ahoga en sangre a sus indios”: Cf. “Los
indios en
los Estados Unidos”,
publicado en La Nación, Buenos Aires, el 4 de diciembre
de 1885. (O.C., t.
10, p. 319-327)
11 “Washington”: Sobre George Washington (1732-1799), uno de los
fundadores, libertador y
primer presidente de los Estados Unidos, escribió
Martí en varias ocasiones,
señaladamente en su crónica “El centenario
americano”, publicada en La
Nación, de Buenos Aires, el 21 de junio de 1889.
(O.C., t. 13, p.
377-389)
12 “¡Estos ‘increíbles’ del honor [...!]”: Durante la Revolución
Francesa, bajo el
Directorio, se llamó
“increíbles” (“incroyables”) a los jóvenes de la oposición
realista caracterizados por
su gran afectación en el vestir, los modales y el
habla, de la que suprimían
las erres. El apodo les vino de la afectación con
que repetían: “c’ est
incoyable, ma paole d’ bonneu.” A partir del origen
anecdótico de la frase, es
muy aguda la aplicación que de ella hace Martí.
13 “nuestras repúblicas dolorosas de América”: En el discurso conocido
por
“Madre América”, ante los
delegados a la Primera Conferencia Internacional
Americana, el 19 de
diciembre de 1889, había dicho: “Pero por grande que
esta tierra sea, y por
ungida que esté para los hombres libres la América en
que nació Lincoln, para
nosotros, en el secreto de nuestro pecho, sin que
nadie ose tachárnoslo ni
nos lo pueda tener a mal, es más grande, porque es
la nuestra y porque ha
sido más infeliz, la América en que nació Juárez.”
(O.C., t. 6, p. 134.
La cursiva es de C.V.)
14 “Cree el soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal”:
En su
carta a Ricardo Rodríguez
Otero, fechada en Nueva York, el 16 de mayo de
1886, Martí dijo de la
patria: “Es ara y no pedestal. Se la sirve, pero no se la
toma para servirse de
ella.” (O.C., t. 1, p. 196)
15 “irredimible”: En El Partido Liberal y en O.C., t. 6, p.
16: “irremediable.”
16 “gamonal”: Según el Diccionario, “cacique”, y en su segunda
acepción:
“Persona que en un pueblo o
comarca ejerce excesiva influencia en asuntos
políticos o
administrativos.”
17 “Hamilton”: Alexander Hamilton (1757-1804), nacido en la isla
antillana de
Nevis, estadista
norteamericano, uno de los principales colaboradores de
Washington. En su crónica
sobre “Las fiestas de la Constitución en Filadelfia”,
aparecida en La Nación, de
Buenos Aires, el 13 de noviembre de 1887, Martí
hace de él un retrato
mínimo: “Allí el impetuoso Hamilton en quien la
elegancia contenía el valor
y la gracia el genio, sagaz, incansable, de talentos
múltiples; cauto en obrar y
hablar; hijo de escocés y francesa; precoz, como
nacido en zona cálida;
fundador de la hacienda; hombre de arriba, de brillo y
de pompa; acusado de desear
la monarquía; no limpio de culpa; muerto
luego de un balazo.” (O.C.,
t. 13, p. 317-318)
18 “Sieyès”: Emmanuel-Joseph Sieyès (1748-1836), abate y político
francés,
famoso como teórico de la
Revolución Francesa, fundador del club de los
Jacobinos, miembro de la
Constituyente, de la Convención, del Consejo de los
Quinientos, director y
cónsul. En vísperas de la Revolución publicó un célebre
escrito sobre El Tercer
Estado.
19 “no se desestanca la sangre cuajada de la raza india”: En el discurso
pronunciado en el Club de
Comercio de Caracas, el 21 de marzo de 1881,
Martí había dicho: “hay que
devolver al concierto humano interrumpido la voz
americana, que se heló en
hora triste en la garganta de Netzahualcoyotl y
Chilam; hay que deshelar,
con el calor de amor, montañas de hombres.”
(O.C., t. 7, p. 285)
20 En su “Discurso de Angostura” (15 de febrero de 1819), síntesis de su
ideario, Bolívar había
dicho: “¿No sería muy difícil aplicar a España el código
de libertad política, civil
y religiosa de Inglaterra? Pues aún es más difícil
adaptar en Venezuela las
leyes del Norte de América. ¿No dice el Espíritu de
las Leyes que estas deben ser propias para el pueblo
en que se hacen; que es
una gran casualidad que las
de una nación puedan convenir a otra; que las
leyes deben ser relativas a
lo físico del país, al clima, a la calidad del terreno,
a su situación, a su
extensión, al género de vida de los pueblos; referirse al
grado de libertad que la
Constitución puede sufrir a su número, a su
comercio, a sus costumbres,
a sus modales? ¡HE aquí el Código que debíamosconsultar, y no el de
Washington!” (Simón Bolívar: Doctrina del Libertador, Biblioteca
Ayacucho 1, 1976, p. 108)
Por otra parte, Julio
Antonio Mella comentó la sentencia final de este
párrafo: “El gobierno no es
más que el equilibrio de los elementos naturales
del país”, con las
siguientes palabras: “Puede ser. Pero donde no hay
equilibrio, donde no hay “elementos
naturales” —no lo es nunca el rico
capitalista aburguesado y
opresor, o su amo, el imperialismo— donde no hay
gobierno, donde no hay
nada, es necesario eliminar los elementos no
“naturales”. (Cf. “Glosas
al pensamiento de José Martí”, en Siete enfoques
marxistas sobre José Martí,
La Habana, Centro de
Estudios Martianos y
Editora Política, 1978, p.
14-15. Existe una edición posterior de 1985)
21 “No hay batalla entre la civilización y la barbarie”: Refutación, aquí
explícita,
pero implícita en todo el
texto, de la tesis mantenida por Domingo Faustino
Sarmiento (1811-1888) en su
obra más famosa: Facundo o Civilización contra
Barbarie (1845), historia del caudillo riojano y
alegato contra el tirano Rosas.
No obstante su
discrepancia, en su crónica “Un libro del Norte sobre
instituciones españolas en
los Estados que fueron de México”, publicada
también por El Partido
Liberal el 25 de noviembre de 1891, y abundando en
criterios expuestos en
“Nuestra América”, escribió Martí: “Saberse de
memoria a Taine no vale
tanto, para gobernar el territorio de Tepic, como
conocer hombre a hombre y
costumbre a costumbre el territorio. Ni con galos
ni con celtas tenemos que
hacer en nuestra América, sino con criollos y con
indios. Lo que Sarmiento,
el primero, hizo en la Argentina con su libro
fundador, su famoso
‘Civilización y Barbarie’, lo hacía Justo Sierra hace un
año en México. Es necesario
conocernos para gobernarnos.” (O.C., t. 7, p. 59)
Por su parte Sarmiento —no
sin disentir, como era previsible, de la actitud
cada vez más crítica de
Martí ante el “modelo norteamericano”—, pidiéndole
a Paul Groussac la
traducción de la crónica martiana sobre la inauguración de
la Estatua de la Libertad
en Nueva York, había escrito en La Nación, de
Buenos Aires, el 4 de enero
de 1887: “En español nada hay que se parezca a
la salida de bramidos de
Martí, y después de Víctor Hugo nada presenta la
Francia de esta resonancia
de metal”, y añadió: “Deseo que le llegue a Martí
este homenaje de mi
admiración por su talento descriptivo y su estilo de
Goya.” (Cf. Obras
completas de D. F. Sarmiento, Buenos Aires, Imp. y Lit.
Mariano Moreno, 1900,
t. XLVI, p. 173-176) Llegó
el homenaje a Martí, quien el 7 de abril de 1887
escribió a Fermín Valdés
Domínguez: “Olvidaba decirte que te mando lo que
un hombre famoso de la
América del Sur, Sarmiento, el verdadero fundador
de la República Argentina,
y hombre de reputación europea, sobre ser
innovador pujante, acaba de
escribir de mí. No me conoce, y aun sospechaba
por mis opiniones sobre los
Estados Unidos, no tan favorables como las
suyas, que no era muy mi
amigo. Y ve las cosas que se ha puesto a escribir.”
(O.C., t. 20, p.
325) No obstante el mutuo respeto y admiración que se
profesaron, las
concepciones que tuvieron Sarmiento y Martí acerca de la
“civilización”, la
“barbarie”, las razas indígenas y el papel de los Estados
Unidos en el desarrollo
futuro de “nuestra América”, resultan inconci-liables.
22 “arcontes”: Magistrados a los que se confirió el gobierno de Atenas y
otras
ciudades en la antigua
Grecia.
23 “pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”: Jean Lamore
observa:
“Es interesante notar el
punto de vista similar de José Carlos Mariátegui, que
escribía en Aniversario
y balance (en Ideología y política, Lima, 1969): “No
deseamos ciertamente que el
socialismo en América sea una copia o un
calco. Debe ser una
creación heroica. Debemos dar vida, con nuestra propia
realidad, con nuestro
propio lenguaje, al socialismo indo-americano.” (Cf.
José Martí: La guerre de
Cuba entre le destin de l’Amerique Latine, Paris,
Aubier Montaigne, 1973,
nota 18, trad. por C.V., p. 273)
24 “que en nuestras dolorosas repúblicas americanas”: Nótese, en esta
recapitulación, la
musicalidad del tema que vuelve como un ritornello.
25 “el estandarte de la Virgen”: Se refiere a la Virgen de Guadalupe,
cuya
imagen, tomada por el cura
Miguel Hidalgo Costilla (1753-1811) del Santuario
de Atotonilco, fue bandera
de su ejército en la guerra de liberación iniciada el
16 de septiembre de 1810.
26 “Un cura, unos cuantos tenientes y una mujer”: En “Tres héroes”, en La
Edad
de Oro (n. 1, julio de 1889), Martí había
escrito: “Eran unos cuantos jóvenes
valientes, el esposo de una
mujer liberal, y un cura de pueblo que quería
mucho a los indios.” (O.C.,
t. 18, p. 306) En ambos
casos alude al cura Hidalgo, a oficiales sublevados
con él —como Abasolo,
Allende y Aldama— y a la esposa del corregidor de
Querétaro, Manuel
Domínguez, la heroína Josefa Ortiz, a la que Martí
proyectaba incluir en un
estudio sobre las “Mujeres de América”. (Cf. O.C., t.
22, p. 158)
27 “un canónigo español, a la sombra de su capa, instruye en la libertad
francesa”: Probablemente se
refiere (aunque no fue español, sino criollo) al
canónigo Antonio José de
las Mercedes Larrazábal (1769-1853), profesor de la
Universidad de San Carlos,
electo representante de Guatemala en las Cortes
de Cádiz que proclamaron la
Constitución liberal de 1812. En 1815 el
gobernador José Bustamante
y Guerra, por orden del rey, “mandó al
Ayuntamiento que recogiera
las Instrucciones dadas al diputado a las Cortes
de Cádiz de 1812, canónigo
Larrazábal, porque se inspiraban”, decía, “en las
proposiciones de la
Asamblea Nacional de Francia”. (Cf. Manuel Galich:
Guatemala, La Habana, Casa de las Américas, 1968,
p. 64) Otro canónigo —
Juan Nepomuceno de San
Juan— fue enviado a España por la capitanía de
Guatemala al restaurarse la
Constitución de Cádiz en 1820, año en que se
decretó la libertad de
imprenta y empezó a publicarse El Editor
Constitucional, dirigido por el doctor Pedro Molina, sin
duda uno de aquellos
“bachilleres magníficos”
aludidos en el texto, que figura como personaje en el
“borrador dramático” Patria
y libertad, escrito por Martí en Guatemala, en
abril de 1877, para
conmemorar la independencia de ese país. (O.C., t. 18, p.
129-175)
28 “contra España al general de España”: Se refiere al capitán general de
Guatemala, don Gabino
Gaínza, convertido en jefe del nuevo gobierno de
Centro América, separada de
la corona española, por decisión de la Asamblea
convocada el 15 de
septiembre de 1821.
29 “uno, que no fue al menos grande, volvió riendas”: Alude al general
San
Martín y al desenlace de su
entrevista con Bolívar en Guayaquil (26-27 de
julio de 1822). En “Tres
héroes” había escrito Martí: “Liberta a Chile. Se
embarca con su tropa, y va
a libertar al Perú. Pero en el Perú estaba Bolívar,
y San Martín le cede la
gloria. Se fue a Europa triste, y murió en brazos de su
hija Mercedes.” (O.C.,
t. 18, p. 308) (Cf. “San Martín, Álbum de El Porvenir,
Nueva York, 1891, en O.C.,
t. 8, p. 223-233)
30 “bibliógenos”: neologismo por “nacidos o hijos de los libros”.
31 “Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el
sistema
opuesto a los intereses y
hábitos de mando de los opresores”: Diez años
antes, en el “Cuaderno de
Apuntes 6” (1881), se halla un antecedente de
este pensamiento central de
“Nuestra América”. Es el apunte que dice: “En
América, la revolución está
en su período de iniciación. —Hay que cumplirlo.
Se ha hecho la revolución
intelectual de la clase alta: helo aquí todo. Y de
esto han venido más males
que bienes.” (O.C., t. 21, p. 178)
32 “la raza aborigen”: Preferimos aquí la lección de O.C., (t. 6,
p. 19), aunque en
La Revista Ilustrada de
Nueva York y en El Partido Liberal se
lee “abori-gene”.
33 “como anunció Rivadavia”: Bernardino Rivadavia (1780-1845), político y
prócer argentino, primer
presidente de su país (1826-1827), bajo cuyo
mandato se promulgó la
Constitución unitaria, rechazada por las provincias.
Perseguido por Rosas, se
expatrió en Uruguay y más tarde en Cádiz, donde
murió. No obstante sus
errores, es una de las más altas figuras civiles de la
Argentina. De él dijo
Bartolomé Mitre: “adelantándose a su tiempo, enseñó
que el hombre, libre por su
naturaleza, no es el siervo perpetuo de la gleba,
ni el feudatario de otros
hombres constituidos en autoridad.” (UTEHA)
34 “en la puerta del Congreso de Iturbide”: Agustín de Iturbide
(1783-1824).
Emperador de México, nacido
en Valladolid, actual Morelia. Ascendió en la
carrera militar peleando
contra los insurgentes mientras gozaba de la
confianza del
Virrey Apodaca. Después de
varios reveses sufridos frente al general
Guerrero, intentó manipular
el movimiento independentista y formuló el
llamado Plan de Iguala.
Consumada la independencia de México, el 18 de
mayo de 1822 el sargento
Pío Marcha lo proclamó emperador, acto que tuvo
que ser ratificado por el
Congreso a los dos días, y al cual alude el texto.
Coronado el 21 de julio
siguiente, la pugna con el Congreso y la oposición
republicana encabezada por
Santa Anna lo llevaron a abdicar el 20 de marzo
de 1823. Fue condenado a
muerte por el Congreso mientras estaba en
Europa, y al regresar a
México dicha sentencia se hizo efectiva, en Padilla, el
19 de julio de 1824. (Cf.
el Plan de Iguala en: Jesús Silva Herzog: De la
historia de México,
1810-1938, Siglo XXI, 1980, p. 26-27)
35 “el genio de la moderación”: En el ensayo “El amor como energía
revolucionaria en José
Martí” (Albur, órgano de los estudiantes del ISA, La
Habana, a. 4, mayo de 1992,
p. 58-63), Fina García Marruz ha observado la relación
que establece Martí entre
el heroísmo y la moderación dentro de la dinámica
más profunda de “la
capacidad de sacrificio”. La consideró virtud vinculada
con “la armonía serena de
la Naturaleza”, distintiva de los mejores hombres
de “nuestra América”, cuyo
paradigma poético lo encontró en Heredia:
“volcánico como sus
entrañas, y sereno como sus alturas.” (O.C., t. 5, p. 136)
Tan elogiosa como
esperanzadamente se refirió varias veces al “heroísmo
juicioso de las Antillas” y
a “la moderación probada del espíritu de Cuba”,
expresiones consagradas en
el Manifiesto de Montecristi. (O.C., t. 4, p. 101 y
94, respectivamente)
36 “la lectura de tanteo y falansterio”: Con esta alusión a los
“falansterios”
ideados por Charles Fourier
(1722-1837), lugares donde debían habitar cada
una de las falanges en que
dividía la sociedad, Martí resume toda una
corriente de utopismo
social típica de la primera mitad del siglo XIX.
37 “en estos tiempos reales, el hombre real”: En contraste con lo
apuntado en la
nota anterior, se destaca
en este pasaje el característico uso martiano del
adjetivo “real”,
concentrador de todo lo verdadero, auténtico, desnudo,
original y, por tanto, en
última instancia, creador.
38 “Nos quedó el oidor”: Quiere decir que la judicatura, en los países ya
liberados de España, siguió
la misma tradición formalista, retórica y
burocrática de los
“oidores” o ministros togados que en las audiencias del
reino español oían y
sentenciaban las causas y pleitos.
39 “el prebendado”: Puede referirse, en el campo eclesiástico, a los
canónigos o
racioneros beneficiados con
rentas; o, en términos generales, a todo tipo de
parásitos sociales.
40 “Se probó el odio”: La prédica martiana contra el odio, patente y
constante
desde El presidio
político en Cuba hasta el Manifiesto de Montecristi, no tiene
un sentido únicamente ético
sino también político. En realidad, ambas
instancias en Martí son
indiscernibles. Por el lado político, sin embargo, se
destacan sentencias o
reflexiones como estas: “Los odiadores debieran ser
declarados traidores a la
República. El odio no construye” (O.C., t. 14, p.
496); “por Dios que esta es
guerra legítima, —la última acaso esencial y
definitiva que han de
librar los hombres: la guerra contra el odio”. (O.C., t. 22,
p. 210)
41 “se empieza como sin saberlo, a probar el amor”: El concepto martiano
del
amor no es únicamente
afectivo sino también cognoscitivo. De ahí su
memorable declaración: “Por
el amor se ve. El amor es quien ve. Espíritu sin
amor, no puede ver.” (O.C.,
t. 21, p. 419) En el ensayo de Fina García Marruz,
citado en la nota 35 se
estudia ampliamente esta concepción esencial en el
pensamiento revolucionario
martiano.
42 “la melena zorrillezca”: Alusión metafórica al romanticismo retórico
de José
Zorrilla (1817-1893), autor
al cual Martí había dedicado líneas de afectuosa
simpatía en “Modern Spanish
Poets”, crónica aparecida en The Sun, Nueva
York, 26 de noviembre de
1880. (O.C., t. 15, p. 23-24)
43 “cuelga del árbol glorioso el chaleco colorado”: Alusión al célebre
chaleco
(“gilet flamboyant”:
chaleco llameante, según la descripción de Víctor Hugo)
con que participó Théophile
Gautier (1811-1872) en la llamada “batalla de
Hernani” (1830), cuyo estreno simbolizó el
triunfo del romanticismo en
Francia. Entre ambos
ejemplos—Zorrilla, Hugo— hay un tácito juicio de valor: mientras “la melena
zorrillezca” debe ser “cortada”, “el chaleco colorado” es ya historia, pero
historia perdurable, pues la poesía lo “cuelga del árbol glorioso”, del árbol
que da la fama artística, del laurel.
44 “un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña”: El
elemento de “desdén” en la
actitud de los Estados Unidos hacia los pueblos
de “nuestra América” fue
claramente captado por Martí. Varias veces aludió a
él, pero nunca, por
necesaria cautela política (porque “en silencio ha tenido
que ser”), de modo tan
crudo como en su última carta a Manuel A. Mercado:
cuando se refiere a las
gestiones anexionis-tas e imperialistas del “Norte
revuelto y brutal que los
desprecia” [a nuestros pueblos]. (O.C., t. 4, p. 167-
168) Pocas líneas después,
en el texto, concluirá categóricamente: “El
desdén del vecino
formidable que no la conoce es el peligro mayor de
nuestra América.” Cierto
que, agotando las previsiones de la buena voluntad,
supone que el desdén puede
ser efecto del desconocimiento, pero en el fondo
sospecha —y en la carta a
Mercado se trasluce con evidencia— que el desdén
es la causa del
desconocimiento. Por eso dice que es —ese “desdén” o
“desprecio”— “el peligro
mayor”.
45 “las razas de librería”: Martí negó siempre el concepto divisor y
discriminador
de “raza”, tan manejado, con
mayor o menor ingenuidad, por el cientificismo
positivista de su tiempo.
En el polo opuesto de su pensamiento sobre este
punto —diáfanamente
expresado también en “‘Mi raza’” y otros textos— se
sitúa el libro de Sarmiento
Conflictos y armonías de las razas en América
(1833). (Cf. Fernando
Ortiz: “Martí y las razas”, en Vida y pensamiento de
Martí, Municipio de La Habana, 1942, vol. II, p.
335-367)
46 “la unión tácita y urgente del alma continental”: Nótese que dice la
unión
“tácita”, y no de las
naciones, sino del “alma continental”, lo que excluye la
idea de una unión o
federación política de los países de “nuestra América”,
proyecto erróneo en el que,
no obstante su reconocida y exaltada grandeza
de Libertador, cayó
Bolívar, “empeñado en unir bajo un gobierno central y
distante los países de la
revolución”, en “desacuerdo patente” con “la misma
revolución americana,
nacida, con múltiples cabezas, del ansia del gobierno
local y con la gente de la
casa propia”, según se lee en el Discurso en honor
de Simón Bolívar del 28 de
octubre de 1893, donde insiste en que lo deseable
era “la unidad de
espíritu”, no la “unión en formas teóricas y artificiales”, y
de nuevo apela a “la fuerza
moderadora del alma popular”. (O.C., t. 8, p. 246-
247)
47 “la generación real”: Así en La Revista Ilustrada de Nueva York, donde
por
primera vez apareció
“Nuestra América” el 1º de enero de 1891. En El Partido
Liberal (México, 30 de enero de 1891), única
fuente declarada en las Obras
completas, después de “generación” no hay ningún
adjetivo, seguramente
por errata, lo que indica
que la palabra, “actual” se añadió desde la primera
edición de Obras
completas de Martí por Gonzalo de Quesada y Aróstegui
(vol. IX, Nuestra
América, Imp. y Papelería de Rambla y Bouza, 1910) y se
reprodujo en las
siguientes. Cabe la posibilidad [hoy inverificable] de que
dicho primer editor
conociera la enmienda escrita o indicada verbalmente por
Martí. (Sobre el uso
martiano del adjetivo “real”, ver la nota 37.)
48 “regó el Gran semí [...] la semilla de la América nueva!”: En su
artículo
“Maestros ambulantes” (La
América, Nueva York, mayo de 1884) había
escrito Martí: “¡Urge abrir
escuelas normales de maestros prácticos, para
regarlos luego por valles,
montes y rincones, como cuentan los indios del
Amazonas que para crear a
los hombres y a las mujeres, regó por toda la
tierra las semillas de la
palma moriche el Padre Amalivaca!” (O.C., t. 8, p.
291-292) La imagen del Gran
Semí (o Grande Espíritu) procede sin duda de la
figuración mítica del Padre
Amalivaca, propia de los indios tamanacos, sobre
el cual da preciosas
informaciones, seguramente conocidas por Martí, su
amigo venezolano Arístides
Rojas en Estudios indígenas (1878). Allí leemos —
en relato a su vez
extractado por Rojas del Saggio di storia americana (Roma,
1780-1784) del abate
Filippo Salvatore Gilii— que, una vez aplacado el diluvio
que destruyó la primera
raza humana, los dos únicos sobrevivientes,
Amalivaca y su mujer,
“comenzaron a arrojar, por sobre sus cabezas y hacia
atrás, los frutos de la
palma moriche, y que de las semillas de estas salieron
los hombres y mujeres que
actualmente pueblan la tierra”. Otro aspecto del
mito que debió impresionar
a Martí es que Amalivaca les fracturó las piernas
a sus hijas “para imposibilitarlas
en sus deseos de viajar y poder de esta
manera poblar la tierra de
los tamanacos”, señalando así a los indígenas el
camino de la fidelidad a lo
propio, de la autoctonía, que es para Martí el
camino fundamental de
América. Por otra parte —y esto nos remite de nuevo
a la polémica tácita con
Sarmiento— Humboldt consideró al Gran Semí
evocador de Amalivaca como
“el personaje mitológico de la América
bárbara”. Cf. C.V.: “Una fuente venezolana de
José Martí”, en Temas
martianos. Segunda serie, ed. cit., p. 105-113, 141-142) Todo el
texto de
“Nuestra América” puede
leerse a la luz del criterio profundamente
descolonizador según el
cual para Martí, en la praxis histórica, barbarie “es el
nombre que los que desean
la tierra ajena dan al estado actual de todo
hombre que no es de Europa
o de la América europea”, según se lee en “Una
distribución de diplomas en
un colegio de los Estados Unidos” (La América,
Nueva York, junio de
1884. O.C., t.8,