lunes, 27 de enero de 2014

Nuestra América



por José Martí: El Apóstol
Edición Crítica de Cintio Vitier
Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifiquen al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas,1 y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el cielo,2 que van por el aire dormido[s] engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de Castellanos:3 las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas, valen más que trincheras de piedras.
No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, 4 a un escuadrón de acorazados. Los pueblos que no se conocen, han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que se enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de modo quesean una, las dos manos. Los que, al amparo de una tradición criminal, cercenaron, con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la tierra de lhermano vencido, del hermano castigado más allá de sus culpas, si no quiere[n] que le[s] llamen el pueblo ladrón,5 devuélvanle sus tierras al hermano. Las deudas del honor, no las cobra el honrado en dinero, a tanto por la bofetada. Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades: ¡los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes.6

A los sietemesinos sólo les faltará el valor. Los que no tienen fe en su tierra, SON hombres de siete meses. Porque les falta el valor a ellos, se lo niegan a los demás. No les alcanza al árbol difícil el brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de París, y dicen que no se puede alcanzar el árbol. Hay que cargar los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre. Si son parisienses o madrileños, vayan al Prado, de faroles,7 o vayan a Tortoni, de sorbetes.8 ¡Estos hijos de carpintero, que se avergüenzan de que su padre sea carpintero! ¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan, bribones, de la madre enferma, y la dejan sola en el lecho de las enfermedades! Pues, ¿quién es el hombre? ¿el que se queda con la madre, a curarle la enfermedad, o el que la pone a trabajar donde no la vean, y vive de su sustento en las tierras podridas, con el gusano de corbata, maldiciendo de lseno que lo cargó, paseando el letrero de traidor en la espalda de la casaca de papel? ¡Estos hijos de nuestra América, que ha de salvarse con sus indios,9 y va de menos a más, estos desertores que piden fusil en los ejércitos de la América del Norte, que ahoga en sangre a sus indios,10 y va de más a menos! ¡Estos delicados, que son hombres, y no quieren hacer el trabajo de hombres! Pues el Washington11 que les hizo esta tierra ¿se fue a vivir con los ingleses, a vivir con los ingleses en los años en que los veía venir contra su tierra propia? ¡Estos “increíbles”12 del honor, que lo arrastran por el suelo extranjero, como los increíbles de la Revolución francesa, danzando y relamiéndose, arrastraban las erres!
¿Ni en qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América,13 levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles? De factores tan descompuestos, jamás, en menos tiempo histórico, se han creado naciones tan adelantadas y compactas. Cree el soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal,14 porque tiene la pluma fácil o la palabra de colores, y acusa de incapaz e irredimible15 a su república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas modo continuo de ir por el mundo de gamonal16 famoso, guiando jacas de Persia y derramando champaña. La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales,
de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton17 no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyès18 no se desestanca la sangre cuajada de la raza india.19 A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la naturaleza puso
para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país.La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país.20Por eso el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie,21 sino entre la falsa erudición y la naturaleza.

El hombre natural es bueno, y acata y premia la inteligencia superior, mientras esta no se vale de su sumisión para dañarle, o le ofende prescindiendo de él, que es cosa que no perdona el hombre natural, dispuesto a recabar por la fuerza el respeto de quien le hiere la susceptibilidad o le perjudica el interés. Por esta conformidad con los elementos naturales desdeñados han subido los tiranos de América al poder: y han caído, en cuanto les hicieron traición. Las repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno, y gobernar con ellos. Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador.

En pueblos compuestos de elementos cultos e incultos, los incultos gobernarán, por su hábito de agredir y resolver las dudas con su mano, allí donde los cultos no aprendan el arte del gobierno. La masa inculta es perezosa, y tímida en las cosas de la inteligencia, y quiere que la gobiernen bien; pero si el gobierno le lastima, se lo sacude, y gobierna ella. ¿Cómo han de salir de las universidades los gobernantes, si no hay universidad en América donde se enseñe lo rudimentario del arte del gobierno, que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de América? A adivinar salen los jóvenes al mundo, con antiparras yankees o francesas, y aspiran a dirigir un pueblo que no conocen. En la carrera de la política habría de negarse la entrada a los que desconocen los rudimentos de la política. El premio de los certámenes no ha de ser para la mejor oda, sino para el mejor estudio de los factores del país en que se vive. En el periódico, en la cátedra, en la academia, debe llevarse adelante el estudio de los factores reales del país. Conocerlos basta, —sin vendas ni ambages; porque el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella. Resolver el problema después de conocer sus elementos, es más fácil que resolver el problema sin conocerlos. Viene el hombre natural, indignado y fuerte, y derriba la justicia acumulada de los libros, porque no se la administra en acuerdo con las necesidades patentes de lpaís. Conocer es resolver. Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los Incas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes22 de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas.23 Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas.24
Con los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo vinimos, denodados, al mundo de las naciones. Con el estandarte de la Virgen25 salimos a la conquista de la libertad. Un cura, unos cuantos tenientes y una mujer26 alzan en México la república, en hombros de los indios. Un canónigo español,27 a la sombra de su capa, instruye en la libertad francesa a unos cuantos bachilleres magníficos, que ponen de jefe de Centro América contra España al general de España.28 Con los hábitos monárquicos, y el Sol por pecho, se echaron a levantar pueblos los venezolanos por el Norte y los argentinos por el Sur. Cuando los dos héroes chocaron, y el continente iba a temblar, uno, que no fue el menos grande, volvió riendas.29 Y como el heroísmo en la paz es más escaso, porque es menos glorioso, que el de la guerra; como al hombre le es más fácil morir con honra que pensar con orden; como gobernar con los sentimientos exaltados y unánimes es más hacedero que dirigir, después de la pelea, los pensamientos diversos, arrogantes, exóticos o ambiciosos; como los poderes arrollados en la arremetida épica zapaban, con la cautela felina de la especie y el peso de lo real, el edificio que había izado,
en las comarcas burdas y singulares de nuestra América mestiza, en los pueblos de pierna desnuda y casaca de París, la bandera de los pueblos nutridos de savia gobernante en la práctica continua de la razón y de la libertad; como la constitución jerárquica de las colonias resistía la organización democrática de la República, o las capitales de corbatín dejaban en el zaguán al campo de bota-de-potro, o los redentores bibliógenos30 no entendieron que la revolución que triunfó con el alma de la tierra desatada a la voz del salvador, con el alma de la tierra había de gobernar, y no contra ella ni sin ella,—entró a padecer América, y padece, de la fatiga de acomodación entre los elementos discordantes y hostiles que heredó de un colonizador despótico y avieso, y las ideas y formas importadas que han venido retardando, por su falta de realidad local, el gobierno lógico. El continente, descoyuntado durante tres siglos por un mando que negaba el derecho del hombre al ejercicio de su razón, entró, desatendiendo o desoyendo a los ignorantes que lo habían ayudado a redimirse, en un gobierno que tenía por base la razón: —la razón de todos en las cosas de todos, y no la razón universitaria de unos sobre la razón campestre de otros. El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu. Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores.31 El tigre, espantado del fogonazo, vuelve de noche al lugar de la presa. Muere, echando llamas por los ojos y con las zarpas al aire. No se le oye venir, sino que viene con zarpas de terciopelo. Cuando la presa despierta, tiene al tigre encima. La colonia continuó viviendo en la república; y nuestra América se está salvando de sus grandes yerros, —de la soberbia de las ciudades capitales, del triunfo ciego de los campesinos desdeñados, de la importación excesiva de las ideas y fórmulas ajenas, del desdén inicuo e impolítico de l araza aborigen,32—por la virtud superior, abonada con sangre necesaria, de la república que lucha contra la colonia. El tigre espera, detrás de cada árbol, acurrucado en cada esquina. Morirá, con las zarpas al aire, echando llamas por los ojos.
Pero “estos países se salvarán”, como anunció Rivadavia33 el argentino, el que pecó de finura en tiempos crudos: al machete no le va vaina de seda, ni en el país que se ganó con el lanzón, se puede echar al lanzón atrás, porque se enoja, y se pone en la puerta del Congreso de Iturbide34 “a que le hagan emperador al rubio”. Estos países se salvarán, porque, con el genio de la moderación35 que parece imperar, por la armonía serena de la naturaleza, en el continente de la luz, y por el influjo de la lectura crítica que ha sucedido en Europa a la lectura de tanteo y falansterio36 en que se empapó la generación anterior, —le está naciendo a América, en estos tiempos reales, el hombre real.37


Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y laf rente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norte-América y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre las olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra su criatura. Éramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza. El genio hubiera estado en hermanar, con la caridad del corazón y con el atrevimiento de los fundadores, la vincha y la toga, —en desestancar al indio, —en ir haciendo lado al negro suficiente, —en ajustar la libertad al cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella. Nos quedó el oidor, 38 y el general, y el letrado, y el prebendado.39 La juventud angélica, como de los brazos de un pulpo, echaba al Cielo, para caer con gloria estéril, la cabeza coronada de nubes. El pueblo natural, con el empuje del instinto, arrollaba, ciego del triunfo, los bastones de oro. Ni el libro europeo, ni el libro yankee, daban la clave del enigma hispano-americano. Se probó el odio, 40 y los países venían cada año a menos. Cansados del odio inútil,—de la resistencia del libro contra la lanza, de la razón contra el cirial, de la ciudad contra el campo, del imperio imposible de las castas urbanas divididas sobre la nación natural, tempestuosa o inerte,—se empieza, como sin saberlo, a probar el mor.41 Se ponen en pie los pueblos, y se saludan. “¿Cómo somos?”
Se preguntan, y unos a otros se van diciendo cómo son. Cuando aparece en Cojímar un problema, no van a buscar la solución en Dantzig. Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América. Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear, es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino! Se entiende que las formas de gobierno de un país han de acomodarse a sus elementos naturales; que las ideas absolutas, para no caer por un yerro de forma, han de ponerse en formas relativas; que la libertad, para ser viable, tiene que ser sincera y plena; que si la república no abre los brazos a todos, y adelanta con todos, muere la república. El tigre de adentro se entra por la hendija, y el tigre de afuera. El general, sujeta en la marcha la caballería al paso de los infantes. O si deja a la zaga a los infantes, le envuelve el enemigo la caballería. Estrategia es política. Los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud; pero con un solo pecho y una sola mente. ¡Bajarse hasta los infelices, y alzarlos en los  brazos! ¡Con el fuego del corazón deshelar la América coagulada! ¡Echar, bullendo y rebotando, por las venas la sangre natural del país! En pie, con los ojos alegres de los trabajadores, se saludan, de un pueblo a otro, los hombres nuevos americanos. Surgen los estadistas naturales del estudio directo de la naturaleza. Leen para aplicar, pero no para copiar. Los economistas, estudian la dificultad en sus orígenes. Los oradores, empiezan a ser sobrios. Los dramaturgos, traen los caracteres nativos a la escena. Las academias, discuten temas viables. La poesía se corta la melena zorrillezca, 42 y cuelga del árbol glorioso el chaleco colorado.43 La prosa, centelleante y cernida, va cargada de ideas. Los gobernadores, en las repúblicas de indios, aprenden indio.


De todos sus peligros se va salvando América. Sobre algunas repúblicas, está durmiendo el pulpo. Otras, por la ley del equilibrio, se echan a pie a la mar, a recobrar, con prisa loca y sublime, los siglos perdidos. Otras, olvidando que Juárez paseaba en un coche de mulas, ponen coche de viento, y de cochero a una bomba de jabón: el lujo venenoso, enemigo de la libertad, pudre al hombre liviano, y abre la puerta al extranjero. Otras acendran, con el espíritu épico de la independencia amenazada, el carácter viril. Otras crían, en la guerra rapaz contra el vecino, la soldadesca que puede devorarlas. Pero otro peligro corre, acaso, nuestra América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los dos factores continentales, y es la hora próxima en que se le acerque, demandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedory pujante que la desconoce y la desdeña.44 Y como los pueblos viriles, que se han hecho de sí propios, con la escopeta y la ley, aman, y sólo aman, a los pueblos viriles;—como la hora del desenfreno y la ambición, de que acaso se libre, por el predominio de lo más puro de su sangre, la América del Norte, o en que pudieran lanzarla sus masas vengativas y sórdidas, la tradición de conquista, y el interés de un caudillo hábil, no está tan cercana, aún a los ojos del más espantadizo, que no dé tiempo a la prueba de altivez, continua y discreta, con que se la pudiera encarar y desviarla;—como su decoro de república pone a la América del Norte, ante los pueblos atentos del Universo, un freno que no le ha de quitar la provocación pueril, o la arrogancia ostentosa, o la discordia parricida de nuestra América,—el deber urgente de nuestra América es enseñarse como es, una en alma e intento, vencedora veloz de unpasado sofocante, manchada sólo con la sangre de abono que arranca a las manos la pelea con las ruinas,—y la de las venas que nos dejaron picadas nuestros dueños. El desdén del vecino formidable que no la conoce es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe. Por ignorancia llegaría, tal vez, a poner en ella la codicia. Por el respeto, luego que la conociese, sacaría de ella las manos. Se ha de tener fe en lo mejor del hombre, y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele, y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece. Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad. No hay odio de razas, porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, 45 que el viajero justo y el observador cordial buscan en vano en la justicia de la naturaleza, donde resalta, en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color. Peca contra la humanidad, el que fomente y la oposición y el odio de las razas. Pero en el amasijo de los pueblos se condensan, en la cercanía de otros pueblos diversos, caracteres peculiares y activos, de ideas y de hábitos, de ensanche y adquisición, de vanidad y de avaricia, que del estado latente de preocupaciones nacionales pudieran, en un período de desorden interno o de precipitación del carácter acumulado del país, trocarse en amenaza grave para las tierras vecinas, aisladas y débiles, que el país fuerte declara perecederas e inferiores. Pensar es servir. Ni ha de suponerse, por antipatía de aldea, una maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del continente, porque no habla nuestro idioma, ni ve la casa como nosotros lavemos, ni se nos parece en sus lacras políticas, que son diferentes de las nuestras, ni tiene en mucho a los hombres biliosos y trigueños, ni mira caritativo, desde su eminencia aún mal segura, a los que, con menos favor de la historia, suben a tramos heroicos la vía de las repúblicas: ni se han de esconder los datos patentes del problema que puede resolverse, para la paz de los siglos, con el estudio oportuno,—y la unión tácita y urgente del alma continental.46 ¡Porque ya suena el himno unánime; la generación real47 lleva acuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí,48 por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!


La Revista Ilustrada de Nueva York,
1° de enero de 1891
NOTAS
1 “Los gigantes que llevan siete leguas en las botas”: Alusión a un personaje
fabuloso de cuentos para niños (como Pulgarcito, de Charles Perrault),
utilizado aquí para simbolizar la desproporción y el peligro de los países más
poderosos (cuyo desarrollo es “siete veces” más rápido) en sus relaciones con
los más pequeños y débiles. Ya en “Meñique” en La Edad de Oro (julio de
1889), Martí había ilustrado para los niños de nuestra América, mediante el
cuento de Laboulaye, la tesis de que “el saber vale más que la fuerza”. (Obras
completas, La Habana, 1963-1973, t. 18, p. 310-324. En lo adelante
identificaremos esta edición con las siglas O.C.) En su última carta a Manuel
A. Mercado (Campamento de Dos Ríos, 18 de mayo de 1895) consagrará
políticamente, a partir del relato bíblico (1 Samuel 17), la imagen del
pastorcillo David como vencedor del gigante Goliat (O.C., t. 4, p. 168).

2 “La pelea de los cometas en el cielo”: En su artículo “El hombre antiguo de
América y sus artes primitivas” (La América, Nueva York, abril de 1884) Martí
se refirió a una creencia indígena, la de “los cometas orgullosos, que
paseaban por entre el sol dormido y la montaña inmóvil el espíritu de las
estrellas”. Según Arístides Rojas, gran amigo venezolano de Martí: “Los
macusies, en la [...] región de Orinoco, llaman al cometa copeeseima que
quiere decir nube orgullosa; y también wocinopsa, que equivale a un sol
castigando las luces que lo siguen”, mientras “el sol dormido”, entre otros
idiomas americanos, según Humboldt, es la luna (“sol de noche”, “sol que
duerme”), y “la montaña inmóvil” para los quechuas era Sirio, al que
consideraban centro del Universo. (Cf. C.V.: “Una fuente venezolana de José
Martí”, en Temas martianos. Segunda serie, La Habana, Centro de Estudios
Martianos y Editorial Letras Cubanas, 1982, p. 138-139) Toda la metáfora de
los cometas que en su pelea “van por el aire dormidos [es decir,
irresponsables] engullendo mundos”, debe relacionarse con el siguiente
pasaje de la crónica titulada “Congreso Internacional de Washington” (La Nación, Buenos Aires, 19 y 20 de diciembre de 1889): “¿A qué ir de aliados, en lo mejor de la juventud, en la batalla que los Estados Unidos se preparan a librar con el resto del mundo? ¿Por qué han pelear sobre las repúblicas de América sus batallas con Europa, y ensayar en pueblos libres su sistema de colonización?” (O.C., t. 6, p. 57)

3 “los varones de Juan de Castellanos”: Alude a las Elegías de varones ilustres
de Indias (1589), escritas por Juan de Castellanos (1522-1607) en Nueva
Granada, composición de 150 000 endecasílabos, cuyo influjo en algunos
pasajes de nuestro Espejo de paciencia (1608), de Silvestre de Balboa Troya y
Quesada, ha sido señalado por la crítica.

4 “la bandera mística del juicio final”: Entre otros pasajes bíblicos, puede
referirse al siguiente de Isaías (18,3): “Vosotros, todos los moradores del
mundo y habitantes de la tierra, cuando se levante bandera en los montes,
mirad; y cuando se toque trompeta, escuchad.”

5 “que les llamen el pueblo ladrón”: En Obras completas, t. 6, p. 15: “que les
llame el pueblo ladrones”, modificación que cambia el sentido.

6 “como la plata en las raíces de los Andes”: Otro símil telúrico le sirvió a Martí
para expresar una idea semejante en su carta a Federico Henríquez y Carvajal
fechada en Montecristi, el 25 de marzo de 1895: “Hagamos por sobre la mar,
a sangre y a cariño, lo que por el fondo de la mar hace la cordillera de fuego
andino.” (O.C., t. 4, p. 112)

7 “vayan al Prado, de faroles”: Se refiere al Paseo del Prado, en Madrid. En
cuanto a “ir de faroles”, “farolear”, según el Diccionario de la lengua
española, significa “fachendear” (“Hacer ostentación vanidosa o jactanciosa”)
o “papelonear” (“Ostentar vanamente autoridad o valimiento”). De acuerdo
con el Diccionario general de americanismos de Francisco J. Santamaría
(México, Edit. Pedro Robredo, 1942), en México se llama “farol” a un “sujeto
de poca miga que presume de personaje y se da mucha importancia”. En el
Léxico mayor de Cuba (La Habana, Lex, 1958), de Esteban Rodríguez Herrera,
se registran “farol” como “embuste” o mentira exagerada, con todas las
características de un engaño”; “farolear”: “tirar o echar faroles o mentiras”,
“fanfarronear”; y “farolero”: “persona amiga de tirar o echar faroles.”

8 “vayan a Tortoni, de sorbetes”: Por el sentido contextual, no parece referirse
a “sorbetes” como refrescos congelados en forma cónica, sino a su acepción
mexicana: “sombrero de seda, de copa alta”, o “sombrero de pelo, chistera”
(Diccionario general de americanismos, ed. cit.) Tortoni era un famoso
restaurante parisién.

9 “América que ha de salvarse con sus indios”: En “Arte aborigen” (La América,
Nueva York, enero de 1884) escribió Martí: “O se hace andar al indio, o su
peso impedirá la marcha.” (O.C., t. 8,
p. 329) Y en “Autores americanos aborígenes” (La América, abril de 1884):
“¿No se ve cómo del mismo golpe que paralizó al indio, se paralizó a América?
Y hasta que no se haga andar al indio, no comenzará a andar bien la
América.” (O.C., t. 8, p. 336-337)

10 “la América del Norte, que ahoga en sangre a sus indios”: Cf. “Los indios en
los Estados Unidos”, publicado en La Nación, Buenos Aires, el 4 de diciembre
de 1885. (O.C., t. 10, p. 319-327)

11 “Washington”: Sobre George Washington (1732-1799), uno de los
fundadores, libertador y primer presidente de los Estados Unidos, escribió
Martí en varias ocasiones, señaladamente en su crónica “El centenario
americano”, publicada en La Nación, de Buenos Aires, el 21 de junio de 1889.
(O.C., t. 13, p. 377-389)

12 “¡Estos ‘increíbles’ del honor [...!]”: Durante la Revolución Francesa, bajo el
Directorio, se llamó “increíbles” (“incroyables”) a los jóvenes de la oposición
realista caracterizados por su gran afectación en el vestir, los modales y el
habla, de la que suprimían las erres. El apodo les vino de la afectación con
que repetían: “c’ est incoyable, ma paole d’ bonneu.” A partir del origen
anecdótico de la frase, es muy aguda la aplicación que de ella hace Martí.

13 “nuestras repúblicas dolorosas de América”: En el discurso conocido por
“Madre América”, ante los delegados a la Primera Conferencia Internacional
Americana, el 19 de diciembre de 1889, había dicho: “Pero por grande que
esta tierra sea, y por ungida que esté para los hombres libres la América en
que nació Lincoln, para nosotros, en el secreto de nuestro pecho, sin que
nadie ose tachárnoslo ni nos lo pueda tener a mal, es más grande, porque es
la nuestra y porque ha sido más infeliz, la América en que nació Juárez.”
(O.C., t. 6, p. 134. La cursiva es de C.V.)

14 “Cree el soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal”: En su
carta a Ricardo Rodríguez Otero, fechada en Nueva York, el 16 de mayo de
1886, Martí dijo de la patria: “Es ara y no pedestal. Se la sirve, pero no se la
toma para servirse de ella.” (O.C., t. 1, p. 196)

15 “irredimible”: En El Partido Liberal y en O.C., t. 6, p. 16: “irremediable.”

16 “gamonal”: Según el Diccionario, “cacique”, y en su segunda acepción:
“Persona que en un pueblo o comarca ejerce excesiva influencia en asuntos
políticos o administrativos.”

17 “Hamilton”: Alexander Hamilton (1757-1804), nacido en la isla antillana de
Nevis, estadista norteamericano, uno de los principales colaboradores de
Washington. En su crónica sobre “Las fiestas de la Constitución en Filadelfia”,
aparecida en La Nación, de Buenos Aires, el 13 de noviembre de 1887, Martí
hace de él un retrato mínimo: “Allí el impetuoso Hamilton en quien la
elegancia contenía el valor y la gracia el genio, sagaz, incansable, de talentos
múltiples; cauto en obrar y hablar; hijo de escocés y francesa; precoz, como
nacido en zona cálida; fundador de la hacienda; hombre de arriba, de brillo y
de pompa; acusado de desear la monarquía; no limpio de culpa; muerto
luego de un balazo.” (O.C., t. 13, p. 317-318)

18 “Sieyès”: Emmanuel-Joseph Sieyès (1748-1836), abate y político francés,
famoso como teórico de la Revolución Francesa, fundador del club de los
Jacobinos, miembro de la Constituyente, de la Convención, del Consejo de los
Quinientos, director y cónsul. En vísperas de la Revolución publicó un célebre
escrito sobre El Tercer Estado.

19 “no se desestanca la sangre cuajada de la raza india”: En el discurso
pronunciado en el Club de Comercio de Caracas, el 21 de marzo de 1881,
Martí había dicho: “hay que devolver al concierto humano interrumpido la voz
americana, que se heló en hora triste en la garganta de Netzahualcoyotl y
Chilam; hay que deshelar, con el calor de amor, montañas de hombres.”
(O.C., t. 7, p. 285)

20 En su “Discurso de Angostura” (15 de febrero de 1819), síntesis de su
ideario, Bolívar había dicho: “¿No sería muy difícil aplicar a España el código
de libertad política, civil y religiosa de Inglaterra? Pues aún es más difícil
adaptar en Venezuela las leyes del Norte de América. ¿No dice el Espíritu de
las Leyes que estas deben ser propias para el pueblo en que se hacen; que es
una gran casualidad que las de una nación puedan convenir a otra; que las
leyes deben ser relativas a lo físico del país, al clima, a la calidad del terreno,
a su situación, a su extensión, al género de vida de los pueblos; referirse al
grado de libertad que la Constitución puede sufrir a su número, a su
comercio, a sus costumbres, a sus modales? ¡HE aquí el Código que debíamosconsultar, y no el de Washington!” (Simón Bolívar: Doctrina del Libertador, Biblioteca Ayacucho 1, 1976, p. 108)
Por otra parte, Julio Antonio Mella comentó la sentencia final de este
párrafo: “El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales
del país”, con las siguientes palabras: “Puede ser. Pero donde no hay
equilibrio, donde no hay “elementos naturales” —no lo es nunca el rico
capitalista aburguesado y opresor, o su amo, el imperialismo— donde no hay
gobierno, donde no hay nada, es necesario eliminar los elementos no
“naturales”. (Cf. “Glosas al pensamiento de José Martí”, en Siete enfoques
marxistas sobre José Martí, La Habana, Centro de Estudios Martianos y
Editora Política, 1978, p. 14-15. Existe una edición posterior de 1985)


21 “No hay batalla entre la civilización y la barbarie”: Refutación, aquí explícita,
pero implícita en todo el texto, de la tesis mantenida por Domingo Faustino
Sarmiento (1811-1888) en su obra más famosa: Facundo o Civilización contra
Barbarie (1845), historia del caudillo riojano y alegato contra el tirano Rosas.
No obstante su discrepancia, en su crónica “Un libro del Norte sobre
instituciones españolas en los Estados que fueron de México”, publicada
también por El Partido Liberal el 25 de noviembre de 1891, y abundando en
criterios expuestos en “Nuestra América”, escribió Martí: “Saberse de
memoria a Taine no vale tanto, para gobernar el territorio de Tepic, como
conocer hombre a hombre y costumbre a costumbre el territorio. Ni con galos
ni con celtas tenemos que hacer en nuestra América, sino con criollos y con
indios. Lo que Sarmiento, el primero, hizo en la Argentina con su libro
fundador, su famoso ‘Civilización y Barbarie’, lo hacía Justo Sierra hace un
año en México. Es necesario conocernos para gobernarnos.” (O.C., t. 7, p. 59)
Por su parte Sarmiento —no sin disentir, como era previsible, de la actitud
cada vez más crítica de Martí ante el “modelo norteamericano”—, pidiéndole
a Paul Groussac la traducción de la crónica martiana sobre la inauguración de
la Estatua de la Libertad en Nueva York, había escrito en La Nación, de
Buenos Aires, el 4 de enero de 1887: “En español nada hay que se parezca a
la salida de bramidos de Martí, y después de Víctor Hugo nada presenta la
Francia de esta resonancia de metal”, y añadió: “Deseo que le llegue a Martí
este homenaje de mi admiración por su talento descriptivo y su estilo de
Goya.” (Cf. Obras completas de D. F. Sarmiento, Buenos Aires, Imp. y Lit.
Mariano Moreno, 1900,
t. XLVI, p. 173-176) Llegó el homenaje a Martí, quien el 7 de abril de 1887
escribió a Fermín Valdés Domínguez: “Olvidaba decirte que te mando lo que
un hombre famoso de la América del Sur, Sarmiento, el verdadero fundador
de la República Argentina, y hombre de reputación europea, sobre ser
innovador pujante, acaba de escribir de mí. No me conoce, y aun sospechaba
por mis opiniones sobre los Estados Unidos, no tan favorables como las
suyas, que no era muy mi amigo. Y ve las cosas que se ha puesto a escribir.”
(O.C., t. 20, p. 325) No obstante el mutuo respeto y admiración que se
profesaron, las concepciones que tuvieron Sarmiento y Martí acerca de la
“civilización”, la “barbarie”, las razas indígenas y el papel de los Estados
Unidos en el desarrollo futuro de “nuestra América”, resultan inconci-liables.

22 “arcontes”: Magistrados a los que se confirió el gobierno de Atenas y otras
ciudades en la antigua Grecia.

23 “pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”: Jean Lamore observa:
“Es interesante notar el punto de vista similar de José Carlos Mariátegui, que
escribía en Aniversario y balance (en Ideología y política, Lima, 1969): “No
deseamos ciertamente que el socialismo en América sea una copia o un
calco. Debe ser una creación heroica. Debemos dar vida, con nuestra propia
realidad, con nuestro propio lenguaje, al socialismo indo-americano.” (Cf.
José Martí: La guerre de Cuba entre le destin de l’Amerique Latine, Paris,
Aubier Montaigne, 1973, nota 18, trad. por C.V., p. 273)

24 “que en nuestras dolorosas repúblicas americanas”: Nótese, en esta
recapitulación, la musicalidad del tema que vuelve como un ritornello.

25 “el estandarte de la Virgen”: Se refiere a la Virgen de Guadalupe, cuya
imagen, tomada por el cura Miguel Hidalgo Costilla (1753-1811) del Santuario
de Atotonilco, fue bandera de su ejército en la guerra de liberación iniciada el
16 de septiembre de 1810.

26 “Un cura, unos cuantos tenientes y una mujer”: En “Tres héroes”, en La Edad
de Oro (n. 1, julio de 1889), Martí había escrito: “Eran unos cuantos jóvenes
valientes, el esposo de una mujer liberal, y un cura de pueblo que quería
mucho a los indios.” (O.C.,
t. 18, p. 306) En ambos casos alude al cura Hidalgo, a oficiales sublevados
con él —como Abasolo, Allende y Aldama— y a la esposa del corregidor de
Querétaro, Manuel Domínguez, la heroína Josefa Ortiz, a la que Martí
proyectaba incluir en un estudio sobre las “Mujeres de América”. (Cf. O.C., t.
22, p. 158)

27 “un canónigo español, a la sombra de su capa, instruye en la libertad
francesa”: Probablemente se refiere (aunque no fue español, sino criollo) al
canónigo Antonio José de las Mercedes Larrazábal (1769-1853), profesor de la
Universidad de San Carlos, electo representante de Guatemala en las Cortes
de Cádiz que proclamaron la Constitución liberal de 1812. En 1815 el
gobernador José Bustamante y Guerra, por orden del rey, “mandó al
Ayuntamiento que recogiera las Instrucciones dadas al diputado a las Cortes
de Cádiz de 1812, canónigo Larrazábal, porque se inspiraban”, decía, “en las
proposiciones de la Asamblea Nacional de Francia”. (Cf. Manuel Galich:
Guatemala, La Habana, Casa de las Américas, 1968, p. 64) Otro canónigo —
Juan Nepomuceno de San Juan— fue enviado a España por la capitanía de
Guatemala al restaurarse la Constitución de Cádiz en 1820, año en que se
decretó la libertad de imprenta y empezó a publicarse El Editor
Constitucional, dirigido por el doctor Pedro Molina, sin duda uno de aquellos
“bachilleres magníficos” aludidos en el texto, que figura como personaje en el
“borrador dramático” Patria y libertad, escrito por Martí en Guatemala, en
abril de 1877, para conmemorar la independencia de ese país. (O.C., t. 18, p.
129-175)

28 “contra España al general de España”: Se refiere al capitán general de
Guatemala, don Gabino Gaínza, convertido en jefe del nuevo gobierno de
Centro América, separada de la corona española, por decisión de la Asamblea
convocada el 15 de septiembre de 1821.

29 “uno, que no fue al menos grande, volvió riendas”: Alude al general San
Martín y al desenlace de su entrevista con Bolívar en Guayaquil (26-27 de
julio de 1822). En “Tres héroes” había escrito Martí: “Liberta a Chile. Se
embarca con su tropa, y va a libertar al Perú. Pero en el Perú estaba Bolívar,
y San Martín le cede la gloria. Se fue a Europa triste, y murió en brazos de su
hija Mercedes.” (O.C., t. 18, p. 308) (Cf. “San Martín, Álbum de El Porvenir,
Nueva York, 1891, en O.C., t. 8, p. 223-233)

30 “bibliógenos”: neologismo por “nacidos o hijos de los libros”.

31 “Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema
opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores”: Diez años
antes, en el “Cuaderno de Apuntes 6” (1881), se halla un antecedente de
este pensamiento central de “Nuestra América”. Es el apunte que dice: “En
América, la revolución está en su período de iniciación. —Hay que cumplirlo.
Se ha hecho la revolución intelectual de la clase alta: helo aquí todo. Y de
esto han venido más males que bienes.” (O.C., t. 21, p. 178)

32 “la raza aborigen”: Preferimos aquí la lección de O.C., (t. 6, p. 19), aunque en
La Revista Ilustrada de Nueva York y en El Partido Liberal se lee “abori-gene”.

33 “como anunció Rivadavia”: Bernardino Rivadavia (1780-1845), político y
prócer argentino, primer presidente de su país (1826-1827), bajo cuyo
mandato se promulgó la Constitución unitaria, rechazada por las provincias.
Perseguido por Rosas, se expatrió en Uruguay y más tarde en Cádiz, donde
murió. No obstante sus errores, es una de las más altas figuras civiles de la
Argentina. De él dijo Bartolomé Mitre: “adelantándose a su tiempo, enseñó
que el hombre, libre por su naturaleza, no es el siervo perpetuo de la gleba,
ni el feudatario de otros hombres constituidos en autoridad.” (UTEHA)

34 “en la puerta del Congreso de Iturbide”: Agustín de Iturbide (1783-1824).
Emperador de México, nacido en Valladolid, actual Morelia. Ascendió en la
carrera militar peleando contra los insurgentes mientras gozaba de la
confianza del
Virrey Apodaca. Después de varios reveses sufridos frente al general
Guerrero, intentó manipular el movimiento independentista y formuló el
llamado Plan de Iguala. Consumada la independencia de México, el 18 de
mayo de 1822 el sargento Pío Marcha lo proclamó emperador, acto que tuvo
que ser ratificado por el Congreso a los dos días, y al cual alude el texto.
Coronado el 21 de julio siguiente, la pugna con el Congreso y la oposición
republicana encabezada por Santa Anna lo llevaron a abdicar el 20 de marzo
de 1823. Fue condenado a muerte por el Congreso mientras estaba en
Europa, y al regresar a México dicha sentencia se hizo efectiva, en Padilla, el
19 de julio de 1824. (Cf. el Plan de Iguala en: Jesús Silva Herzog: De la
historia de México, 1810-1938, Siglo XXI, 1980, p. 26-27)

35 “el genio de la moderación”: En el ensayo “El amor como energía
revolucionaria en José Martí” (Albur, órgano de los estudiantes del ISA, La
Habana, a. 4, mayo de 1992, p. 58-63), Fina García Marruz ha observado la relación
que establece Martí entre el heroísmo y la moderación dentro de la dinámica
más profunda de “la capacidad de sacrificio”. La consideró virtud vinculada
con “la armonía serena de la Naturaleza”, distintiva de los mejores hombres
de “nuestra América”, cuyo paradigma poético lo encontró en Heredia:
“volcánico como sus entrañas, y sereno como sus alturas.” (O.C., t. 5, p. 136)
Tan elogiosa como esperanzadamente se refirió varias veces al “heroísmo
juicioso de las Antillas” y a “la moderación probada del espíritu de Cuba”,
expresiones consagradas en el Manifiesto de Montecristi. (O.C., t. 4, p. 101 y
94, respectivamente)

36 “la lectura de tanteo y falansterio”: Con esta alusión a los “falansterios”
ideados por Charles Fourier (1722-1837), lugares donde debían habitar cada
una de las falanges en que dividía la sociedad, Martí resume toda una
corriente de utopismo social típica de la primera mitad del siglo XIX.

37 “en estos tiempos reales, el hombre real”: En contraste con lo apuntado en la
nota anterior, se destaca en este pasaje el característico uso martiano del
adjetivo “real”, concentrador de todo lo verdadero, auténtico, desnudo,
original y, por tanto, en última instancia, creador.

38 “Nos quedó el oidor”: Quiere decir que la judicatura, en los países ya
liberados de España, siguió la misma tradición formalista, retórica y
burocrática de los “oidores” o ministros togados que en las audiencias del
reino español oían y sentenciaban las causas y pleitos.

39 “el prebendado”: Puede referirse, en el campo eclesiástico, a los canónigos o
racioneros beneficiados con rentas; o, en términos generales, a todo tipo de
parásitos sociales.

40 “Se probó el odio”: La prédica martiana contra el odio, patente y constante
desde El presidio político en Cuba hasta el Manifiesto de Montecristi, no tiene
un sentido únicamente ético sino también político. En realidad, ambas
instancias en Martí son indiscernibles. Por el lado político, sin embargo, se
destacan sentencias o reflexiones como estas: “Los odiadores debieran ser
declarados traidores a la República. El odio no construye” (O.C., t. 14, p.
496); “por Dios que esta es guerra legítima, —la última acaso esencial y
definitiva que han de librar los hombres: la guerra contra el odio”. (O.C., t. 22,
p. 210)

41 “se empieza como sin saberlo, a probar el amor”: El concepto martiano del
amor no es únicamente afectivo sino también cognoscitivo. De ahí su
memorable declaración: “Por el amor se ve. El amor es quien ve. Espíritu sin
amor, no puede ver.” (O.C., t. 21, p. 419) En el ensayo de Fina García Marruz,
citado en la nota 35 se estudia ampliamente esta concepción esencial en el
pensamiento revolucionario martiano.

42 “la melena zorrillezca”: Alusión metafórica al romanticismo retórico de José
Zorrilla (1817-1893), autor al cual Martí había dedicado líneas de afectuosa
simpatía en “Modern Spanish Poets”, crónica aparecida en The Sun, Nueva
York, 26 de noviembre de 1880. (O.C., t. 15, p. 23-24)

43 “cuelga del árbol glorioso el chaleco colorado”: Alusión al célebre chaleco
(“gilet flamboyant”: chaleco llameante, según la descripción de Víctor Hugo)
con que participó Théophile Gautier (1811-1872) en la llamada “batalla de
Hernani” (1830), cuyo estreno simbolizó el triunfo del romanticismo en
Francia. Entre ambos ejemplos—Zorrilla, Hugo— hay un tácito juicio de valor: mientras “la melena zorrillezca” debe ser “cortada”, “el chaleco colorado” es ya historia, pero historia perdurable, pues la poesía lo “cuelga del árbol glorioso”, del árbol que da la fama artística, del laurel.

44 “un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña”: El
elemento de “desdén” en la actitud de los Estados Unidos hacia los pueblos
de “nuestra América” fue claramente captado por Martí. Varias veces aludió a
él, pero nunca, por necesaria cautela política (porque “en silencio ha tenido
que ser”), de modo tan crudo como en su última carta a Manuel A. Mercado:
cuando se refiere a las gestiones anexionis-tas e imperialistas del “Norte
revuelto y brutal que los desprecia” [a nuestros pueblos]. (O.C., t. 4, p. 167-
168) Pocas líneas después, en el texto, concluirá categóricamente: “El
desdén del vecino formidable que no la conoce es el peligro mayor de
nuestra América.” Cierto que, agotando las previsiones de la buena voluntad,
supone que el desdén puede ser efecto del desconocimiento, pero en el fondo
sospecha —y en la carta a Mercado se trasluce con evidencia— que el desdén
es la causa del desconocimiento. Por eso dice que es —ese “desdén” o
“desprecio”— “el peligro mayor”.

45 “las razas de librería”: Martí negó siempre el concepto divisor y discriminador
de “raza”, tan manejado, con mayor o menor ingenuidad, por el cientificismo
positivista de su tiempo. En el polo opuesto de su pensamiento sobre este
punto —diáfanamente expresado también en “‘Mi raza’” y otros textos— se
sitúa el libro de Sarmiento Conflictos y armonías de las razas en América
(1833). (Cf. Fernando Ortiz: “Martí y las razas”, en Vida y pensamiento de
Martí, Municipio de La Habana, 1942, vol. II, p. 335-367)

46 “la unión tácita y urgente del alma continental”: Nótese que dice la unión
“tácita”, y no de las naciones, sino del “alma continental”, lo que excluye la
idea de una unión o federación política de los países de “nuestra América”,
proyecto erróneo en el que, no obstante su reconocida y exaltada grandeza
de Libertador, cayó Bolívar, “empeñado en unir bajo un gobierno central y
distante los países de la revolución”, en “desacuerdo patente” con “la misma
revolución americana, nacida, con múltiples cabezas, del ansia del gobierno
local y con la gente de la casa propia”, según se lee en el Discurso en honor
de Simón Bolívar del 28 de octubre de 1893, donde insiste en que lo deseable
era “la unidad de espíritu”, no la “unión en formas teóricas y artificiales”, y
de nuevo apela a “la fuerza moderadora del alma popular”. (O.C., t. 8, p. 246-
247)

47 “la generación real”: Así en La Revista Ilustrada de Nueva York, donde por
primera vez apareció “Nuestra América” el 1º de enero de 1891. En El Partido
Liberal (México, 30 de enero de 1891), única fuente declarada en las Obras
completas, después de “generación” no hay ningún adjetivo, seguramente
por errata, lo que indica que la palabra, “actual” se añadió desde la primera
edición de Obras completas de Martí por Gonzalo de Quesada y Aróstegui
(vol. IX, Nuestra América, Imp. y Papelería de Rambla y Bouza, 1910) y se
reprodujo en las siguientes. Cabe la posibilidad [hoy inverificable] de que
dicho primer editor conociera la enmienda escrita o indicada verbalmente por
Martí. (Sobre el uso martiano del adjetivo “real”, ver la nota 37.)

48 “regó el Gran semí [...] la semilla de la América nueva!”: En su artículo
“Maestros ambulantes” (La América, Nueva York, mayo de 1884) había
escrito Martí: “¡Urge abrir escuelas normales de maestros prácticos, para
regarlos luego por valles, montes y rincones, como cuentan los indios del
Amazonas que para crear a los hombres y a las mujeres, regó por toda la
tierra las semillas de la palma moriche el Padre Amalivaca!” (O.C., t. 8, p.
291-292) La imagen del Gran Semí (o Grande Espíritu) procede sin duda de la
figuración mítica del Padre Amalivaca, propia de los indios tamanacos, sobre
el cual da preciosas informaciones, seguramente conocidas por Martí, su
amigo venezolano Arístides Rojas en Estudios indígenas (1878). Allí leemos —
en relato a su vez extractado por Rojas del Saggio di storia americana (Roma,
1780-1784) del abate Filippo Salvatore Gilii— que, una vez aplacado el diluvio
que destruyó la primera raza humana, los dos únicos sobrevivientes,
Amalivaca y su mujer, “comenzaron a arrojar, por sobre sus cabezas y hacia
atrás, los frutos de la palma moriche, y que de las semillas de estas salieron
los hombres y mujeres que actualmente pueblan la tierra”. Otro aspecto del
mito que debió impresionar a Martí es que Amalivaca les fracturó las piernas
a sus hijas “para imposibilitarlas en sus deseos de viajar y poder de esta
manera poblar la tierra de los tamanacos”, señalando así a los indígenas el
camino de la fidelidad a lo propio, de la autoctonía, que es para Martí el
camino fundamental de América. Por otra parte —y esto nos remite de nuevo
a la polémica tácita con Sarmiento— Humboldt consideró al Gran Semí
evocador de Amalivaca como “el personaje mitológico de la América
bárbara”. Cf. C.V.: “Una fuente venezolana de José Martí”, en Temas
martianos. Segunda serie, ed. cit., p. 105-113, 141-142) Todo el texto de
“Nuestra América” puede leerse a la luz del criterio profundamente
descolonizador según el cual para Martí, en la praxis histórica, barbarie “es el
nombre que los que desean la tierra ajena dan al estado actual de todo
hombre que no es de Europa o de la América europea”, según se lee en “Una
distribución de diplomas en un colegio de los Estados Unidos” (La América,
Nueva York, junio de 1884. O.C., t.8,

Entrevista a Junior Garcia Aguilera