Síntesis
Los procesos de investigación antropológico-forense
conocidos comúnmente como “exhumaciones” pueden jugar un importante papel en el
proceso de recuperación post guerra vivida en Guatemala. Se dice que “pueden”
jugar, pero no necesariamente siempre sucede así. En cuanto cierre de un duelo
inconcluso, tienen un alto valor psicológico-cultural en los familiares de las
personas exhumadas, pues ayudan a completar un ciclo alterado. Por otro lado,
hacen parte de una investigación judicial que puede servir para abrir investigaciones
y encontrar culpables de los graves cometidos (masacres, desapariciones) y, de
esa manera, hacer justicia. Pero corren el riesgo de ser un gesto vacío,
políticamente correcto pero insustancial en su impacto final, si no son parte
de un verdadero proceso de apropiación por parte de las comunidades. Es, por lo
pronto, significativo ver que buena parte del apoyo financiero destinado a la
realización de las exhumaciones en Guatemala proviene de la misma fuente que
apoyó en la guerra interna al bando que cometió esas atrocidades.
Palabras claves
Masacres, duelo alterado,
justicia, reparación, resarcimiento.
Abstract
The processes of forensic
anthropological research commonly known as forensic "exhumation" can
play an important role in post-war recovery process lived in Guatemala. It says
"can" play, but not necessarily always the case. As duels unfinished
closing, have a high psychological and cultural value in relatives of individuals
exhumed, they help to altered cycling. On the other hand, are part of a
criminal investigation that can be used for investigation and find guilty of
serious crimes (massacres, disappearances) and, thus, do justice. But they run
the risk of being an empty gesture, but pointless politically correct in its
ultimate impact, if not part of a genuine process of ownership by communities.
It is, for now, significant to see that much of the financial support to carry
out the exhumations in Guatemala comes from the same source as the internal war
supported the side that committed these atrocities.
Key words
Massacres, unresolved grief,
justice, reparation, restitution.
____________
Introducción
En cualquier momento histórico y en toda forma
cultural, los seres humanos hacemos frente a la finitud, al malestar
espiritual, a través de determinados mecanismos. La revisión de la historia así
como la comparación antropológica de distintas sociedades nos enseña que el
sufrimiento moral, las penas, las ansiedades que produce el proceso de vivir
siempre reciben algún tipo de respuesta, de tratamiento. Entre todas estas
aflicciones la relación con la muerte es la más fuerte. La muerte (aquello de
lo que no hay representación posible, lo que no tiene explicación) es el
horizonte espiritual desde donde transcurre la vida.
Para enfrentar esas flaquezas constitutivas,
este estado de inexorabilidad ante el final que representa el paso por la vida,
existen diversas instancias de amortiguación del dolor. Hay varias, pero
tampoco existe una variedad infinita; hay formas de abordar este problema que
se repiten universalmente y en toda la historia: formas de explicar lo
inexplicable podríamos decir. Para eso están las religiones.
En toda cultura conocida –lo cual las equipara y
viene a confirmar definitivamente que no hay ninguna mejor que otra, que no hay
ninguna superior– se encuentran cosmovisiones religioso/espirituales. Esto no
falta; como incluso no faltó en las experiencias de socialismo real conocidas,
donde supuestamente se caminaba hacia un presunto ateísmo con base científica.
Todo demuestra que los seres humanos, al enfrentar la sensación de desprotección,
de finitud, necesitamos de un orden que nos organice la vida, que nos
constituya y nos dé raíces seguras, que nos explique el sentido de nuestra
proveniencia y nuestro futuro. De momento, si bien la ciencia avanzó mucho en
eso, el papel del pensamiento mágico-animista sigue estando presente.
El malestar espiritual, distinto al material,
más pernicioso que él en algún sentido (por la dificultad de encontrarle
salidas definitivas), es de más difícil abordaje; y los resultados de su
enfrentamiento, igualmente, no deparan el mismo nivel de éxito que el de las
necesidades concretas (es más fácil llegar a la luna que dejar de padecer
angustia). Existe, podría decirse generalizando, un malestar intrínseco a toda
formación social que debe perpetuamente estar siendo procesado.
En el contexto guatemalteco
La población maya de Guatemala lleva más de 500
años sufriendo hondamente; en estas últimas décadas ese dolor se vio cruelmente
incrementado. La cosmovisión maya, que en sí misma es una concepción
místico-espiritual de la vida (y de la muerte), ha sido el mecanismo de
protección que permitió sobrevivir a los pueblos. El no haber perdido su
identidad histórica, el haber podido conservar su cultura, su espiritualidad,
todo eso funcionó como colchón para aminorar los efectos de tan grandes y
masivos ataques externos.
En el Occidente moderno, desde el Renacimiento
en adelante, marcándose más aún con la revolución industrial, la idea de
ciencia vino a destronar, en buena medida pero no totalmente, a la religión. El
sufrimiento espiritual, en cierta forma, también pasó a formar parte del
universo de la investigación científica; pero con el mal comienzo de estar
concebido desde la taxonomía imperante. De ahí que el dolor moral, el malestar,
pasó rápidamente a ser "enfermedad mental", psiquiatrizándose desde
el momento inaugural. La psiquiatría manicomial fue la respuesta al "trastorno"
psíquico, estableciéndose desde ahí (fines del siglo XVIII) la figura del
médico psiquiatra, del hospital para locos –el "loquero"– y del
padecimiento espiritual como discordante, como anormal. Inicio que dejó una
marca a fuego, imborrable ahora, por la que se liga indisolublemente salud
mental con locura.
No fue sino hasta el siglo XX que se abrió una
pregunta con intención científica respecto de la subjetividad, del dolor psíquico.
Es ahí cuando nace la Psicología como ciencia moderna.
Con todo esto queremos decir que siempre han
existido mecanismos para afrontar el sufrimiento subjetivo, el dolor moral.
Sacerdotes, guías espirituales, shamanes o psicólogos –con distintos proyectos,
con distintas metodologías– han dado respuestas a estos temas tan eternos entre
los humanos. ¿Cuál es la mejor respuesta? Desde ya, así formulada, la pregunta
es absolutamente inválida. Todas las ofertas dan alguna respuesta, por eso
subsisten.
Los mecanismos de resolución individual de
este tipo de problemáticas son casi exclusivos de la cosmovisión occidental
moderna, donde la subjetividad se afirma, desde el cogito cartesiano en
adelante, como condición del desarrollo del capitalismo. El "yo" ha
destronado al "nosotros", cosa que no sucede en otras culturas. Entre
los pueblos mayas definitivamente la concepción dominante es comunitaria, todo
se juega en el ámbito de lo colectivo.
Si algo bueno tienen las ciencias es que
formulan conceptos que pretenden tener validez y efectividad práctica
universalmente. En las ciencias naturales nadie pondría en tela de juicio la
validez general de sus conceptos. En Alemania, en la Amazonia brasileña o en el
Tíbet la conceptualización de los átomos puede hacerse desde los mismos
parámetros científicos. Y también lo son las reacciones físico-químicas de los
habitantes de esas áreas: sus mecanismos respiratorios, sus procesos
neurofisiológicos o excretorios. El problema se plantea cuando lo que está en
juego son los objetos de las ciencias sociales, que implican un compromiso
personal del científico en juego: allí no hay neutralidad posible. Se abre entonces
un interrogante epistemológico: si las ciencias naturales son universales, ¿no
lo son también las sociales? Los conceptos que formula la psicología (insisto:
los conceptos, no las técnicas de intervención) ¿no se aplican
igualmente a alemanes, amazónicos y tibetanos? ¿Funciona distintamente el
psiquismo de cada una de estas personas?
Par decirlo muy rápidamente con algunos
ejemplos: la repetición de las religiones –distintas cada una de ellas, pero
religiones al fin– ¿no puede entenderse desde los mismos parámetros
universales: temor a lo desconocido, necesidad de satisfacción espiritual,
esquemas que organicen la vida socialmente en tanto axiologías? El síndrome de
estrés post traumático, nombre con que, según la Clasificación Internacional de
las Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud se conocen los cuadros
clínicos con que nos encontramos a diario en la población afectada por la
violencia y cuyos familiares son exhumados, es una formación que se repite
allende las culturas. Ante pérdidas grandes o ante la posibilidad real de la
muerte todos los humanos reaccionamos más o menos igual, independientemente que
esas reacciones estén tamizadas por el tejido cultural.
Intentando sanar el dolor
Las exhumaciones, en tanto parte de un
ceremonial místico-religioso, constituyen una práctica muy antigua en la
historia humana. La arqueología nos enseña que las mismas se encuentran
presentes ya desde la prehistoria. Ahora bien, hasta donde se conoce actualmente,
nada indica que las mismas hayan hecho parte de la cultura maya clásica. El
sentido de prueba forense para el ámbito de la justicia es algo muy reciente,
de estas últimas décadas, y nacido en el orden técnico-jurídico occidental.
En Guatemala, por diversos motivos, se lleva a
cabo una gran cantidad de exhumaciones; y la gran mayoría –casi la totalidad–
de las mismas teniendo a la población maya como su objeto de trabajo (porque
los restos exhumados son mayas, porque los familiares de esos muertos son
mayas. Porque la inmensa mayoría de víctimas de la reciente guerra interna son
mayas –el 82% más precisamente–, lo que permite tipificar lo ocurrido como un
virtual genocidio). Ahora bien: ¿por qué se desarrollan exhumaciones en este
país?
El proceso de investigación
antropológico-forense surgió en Guatemala como una forma de aportar pruebas
para demostrar y actuar en contra de las masacres que tuvieron lugar durante
los años de guerra. El impulso de las mismas básicamente proviene de
organizaciones que reivindican, en el sentido más amplio del término, el
trabajo con derechos humanos. Algo interesante a destacar aquí es que todo este
esfuerzo está concebido desde una posición político-ideológica no maya (hay que
apurarse a aclarar que no por ello es anti-maya, obviamente, pero que no viene
desde la cosmovisión clásica de los pueblos que fueron los más castigados
durante el conflicto). Al trabajar con los familiares sobrevivientes de las
masacres se ve que el pedido de justicia, de castigo a los culpables de los
atropellos, no es lo que primeramente destaca. ¿Qué espera de todo esto la
población cuyos familiares son exhumados: justicia, resarcimiento, reparación
psicológica?
Las investigaciones antropológico-forenses
constituyen la posibilidad de aportar pruebas en los tribunales. Pero junto a
ello (y quizá más que ello) sirven como bálsamo para los familiares de los
muertos. Las exhumaciones realizadas en otros contextos históricos y culturales
(Bosnia, Argentina, las de judíos luego del Holocausto en Europa) apuntan
fundamentalmente a la aportación de evidencias probatorias de los presuntos
ilícitos, con miras enjuiciatorias y condenatorias. En Guatemala, en las
comunidades donde tuvo lugar la política contrainsurgente de "tierra
arrasada" y "castigo ejemplar" (montada sobre una práctica discriminatoria
ancestral que se articuló con el "ladinizar a los indígenas" que
guiaba la intervención del ejército), la búsqueda de la justicia no parece ser,
al menos en principio, lo fundamental en los familiares de la población
masacrada. Eso es, más bien, el pedido de grupos urbanos políticamente
comprometidos y alineados en el campo del trabajo en derechos humanos, más aún
en su vertiente cívico-política. Según el testimonio de los familiares
sobrevivientes lo que se espera en las comunidades es que "sus muertos
estén bien enterrados".
Un interés no se contrapone con el otro. En todo
caso, y esto no debe perderse de vista, hay dos cosmovisiones en juego,
quizá no antitéticas, pero sí diferentes.
El culto a los muertos en la tradición maya es
distinto al occidental. La experiencia de diversos procesos exhumatorios
pareciera indicar que el interés central de la población de quien se buscan
familiares enterrados está depositado en su cosmovisión espiritual en torno a
los muertos. Lo esperado no es tanto la reparación emocional a partir del
trauma vivido (muerte, destrucción, pérdida material), ni la reparación
jurídica de una ofensa, sino el poder brindar un adecuado descanso, dentro de
los cánones culturales fijados, a los muertos en esas circunstancias
traumáticas.
Quizá la misma forma de organización
socio-cultural maya, priorizando lo comunitario sobre lo individual, sirve como
resguardo preventivo y/o terapéutico en relación al dolor psicológico. Una
cultura con un alto componente espiritual y vertebrada en torno a lo comunal
resguarda especialmente de la "descompensación" individual, para
decirlo con términos clínicos. Si es cierto que hay verdades psicológicas en
términos de concepto científico, el de trauma psíquico pareciera ser una de
ellas. Toda persona, independientemente de su historia socio-cultural, se
conmueve ante las pérdidas. Más aún si las mismas tienen lugar de un modo
traumático. Ahora bien: diferentes culturas pueden ofrecer diversas respuestas
a ese dolor: mayor o menor estoicismo, mayor o menor dramatismo con que se vive
la pena, diferencias en el compartir los sentimientos con los semejantes, más o
menos introversión, etc.
¿Para qué las exhumaciones entonces?
¿Curan, calman, tranquilizan psicológicamente
las exhumaciones? En otros términos, si no es como aporte de pruebas para un
posterior juicio, ¿para qué le sirven a la gente cuyos familiares son
desenterrados?
Las exhumaciones tienen un valor altamente
simbólico. Si cumplen con una misión reparadora es porque, incluso
independientemente que se encuentren todos los restos de personas
desaparecidas, o que todos ellos puedan ser debidamente identificados, sirven
para dar crédito a una historia elidida, reprimida. Y es una verdad psicológica
constatada en toda circunstancia que lo reprimido siempre retorna, sea
en la forma de síntoma, de angustia, de cualquier trastorno conductual. La
historia que se recupera a través de la exhumación es la de un pasado reprimido
que ha estado ahí por años –por décadas– sin desaparecer, haciéndose presente
"patológicamente" en distintas manifestaciones comunitarias y que,
fundamentalmente por el terror todavía imperante en cada sobreviviente, nunca
se había podido expresar abiertamente. En tal sentido la exhumación cumple con
una función liberadora; liberadora de afectos congelados, de realidades y
fantasmas aterrorizantes, aunque no se encuentren todos los restos que se
buscaban.
Es necesario agregar rápidamente que la
población no busca tanto una reparación psicológico-individual (nadie se siente
"enfermo mental") sino, antes bien, una contención social: lo
que se espera es que los muertos puedan comenzar a descansar bien. Pareciera
que los dispositivos espirituales comunitarios tienen un papel decisivo en la
forma de afrontar y resolver el sufrimiento. El hecho que los espantos no
deambulen más por los cementerios clandestinos tiene, definitivamente, un
valor reparador, de promoción de salud.
La experiencia enseña que la población no sufre
sólo por la masacre vivida sino –¿fundamentalmente?– por la suerte corrida
posteriormente por los muertos. Es aquí donde se advierte en su cabal dimensión
el registro comunitario de la vida de los pueblos mayas y las diferencias con
la cultura occidental. Las exhumaciones liberan del sufrimiento a la comunidad,
permite que todos estén mejor: los muertos porque ahora podrán ser
dignamente enterrados, y los vivos porque ya no quedan atados al sentimiento de
no separación debida con los que se fueron.
Las exhumaciones, vistas en este contexto,
tienen entonces un alto valor psicológico, reparador. Pero no debemos confundir
esto con la siempre difícilmente conceptualizada salud mental. El concepto (si
es que es tal) "salud mental" sirve como guiño conceptual,
como referente para significar buena calidad de vida. La salud, en todo
caso –y haciendo nuestra la definición clásica de la OMS– no es la ausencia de
enfermedad sino el estado de bienestar físico, psíquico y social. El término
"salud mental" indefectiblemente está permeado por su carga
psiquiátrica, excluyente (la frase "yo no estoy loco" es su
binomio casi obligado).
¿Puede haber, entonces, una salud mental desde
la cosmovisión maya? Mezcla un tanto complicada. Solamente podría decirse que
sí, si entendemos salud mental en tanto comunitaria, y como sinónimo de
calidad (buena) de vida. Hay, de hecho, prácticas culturales mayas que aportan
comunitariamente elementos para promover un buen estado espiritual. Si lo
deseamos, podemos llamar a eso salud mental; pero hay ahí un retorcimiento conceptual
que debe manejarse con precaución. Quizá la formulación reparación
psicosocial –hoy tal vez de moda–, con todos los problemas que pueden traer
este tipo de conceptos, se ajusta más a la realidad de lo que son las prácticas
que se llevan a cabo en los procesos post bélicos: recuperación de la historia,
procesamiento de las heridas psicológicas, promoción de una cultura de
no-violencia superadora de la lógica militar anterior, inversión fuerte a futuro
en la educación de las nuevas generaciones. Todo esto se puede (y se debe)
hacer apelando a los medios de que se disponga: respetando y promoviendo las
culturas tradicionales, aprovechando las técnicas occidentales debidamente
probadas, combinando ambas perspectivas, etc.
En algunas circunstancias la realización de las
exhumaciones despertaron problemas comunitarios: reapertura de viejas
rivalidades, odios que estaban dormidos, ánimos de venganza. A nivel individual
también mueven sentimientos muy profundamente, en algunos casos produciendo
situaciones de descompensación allí donde, en principio, se veía un cierto estado
de equilibrio emocional: nuevamente se tocan heridas, se reviven momentos
traumáticos, aflora el dolor. Pero visto en términos globales cabe preguntarse si
es pertinente todo esto, si la exhumación realmente ayuda a los familiares y
allegados de las víctimas, si aporta a la superación del fantasma de la guerra,
si contribuye a la consolidación de los procesos de paz post bélicos. En otros
términos: ¿qué autoriza, en términos éticos, en términos históricos, a llevar
adelante una investigación antropológico-forense? Por lo pronto un primer nivel
de respuesta es la autorización legal: la exhumación es parte de un proceso judicial
que la misma comunidad afectada ha pedido, por lo que eso, en sí mismo,
ya es legitimidad suficiente para llevarla adelante. Por otro lado, y aunque en
principio pueda constatarse, a veces, un aumento en el nivel de conflictividad
de las comunidades a partir de su realización, cualquier trabajo de reparación
psicológica que intenta revisar la historia de un proceso
"problemático" ha de producir dolor al revivir el episodio
traumático.
Vistas globalmente, y habiendo despejado algo de
este equívoco respecto a la salud mental, podría decirse que las exhumaciones
en su conjunto (coordinando adecuadamente sus distintos componentes: el
antropológico-forense, el psicológico, el legal) tienen un valor de reparación
psicosocial. Por tanto, esto no es un patrimonio de especialistas psicólogos.
Es una cuestión mucho más multidisciplinaria.
La historia que está en juego en todo el proceso
de investigación antropológico-forense no es ni grata ni placentera; su
rememoración seguramente puede despertar angustias (así como las puede provocar
en los equipos técnico-profesionales que lo llevan adelante). Pero en
definitiva afrontar ese pasado es mucho más sano (aunque algo doloroso) que
intentar acallarlo. Es esto lo que autoriza, en términos humanos, a promover
esta "arqueología" de la historia sangrienta vivida y sufrida
recientemente por la población campesina más indefensa: en definitiva, promueve
salud. Y no sólo en los sobrevivientes, sino también –esto es muy importante–
en el colectivo social: la violación de las leyes no debe quedar impune. Minimizar
o simplemente acallar lo que aconteció años atrás en Guatemala refuerza la impunidad,
por tanto la angustia, la exclusión, la debilidad de los más débiles. Permitir
que se diga claramente lo que pasó es una forma de promover bienestar. En tal
sentido, olvidar la historia abre la posibilidad de repetirla. A propósito: "olvidar
es repetir", puede leerse en un cartel a la entrada de Auschwitz,
antiguo campo de concentración nazi, hoy convertido en museo de la guerra.
A modo de balance
La medición del impacto de proyectos sociales es
siempre dificultosa, engorrosa. Lo cual no exime de hacerlo; casi que,
justamente por ello, es más justificada e imperiosa aún su implementación.
Para poder responder con criterios de veracidad
a las interrogantes que este tipo de trabajos trae aparejado es necesario
emprender mediciones específicas, concretas. Por ejemplo: establecer
comparaciones (estudio riguroso mediante) entre comunidades donde se exhumó hace
algún tiempo en cuanto a cómo estaba su dinámica en aquel entonces y cómo está
luego de realizada la exhumación, o comparar inclusive poblaciones en que hubo
investigaciones antropológico-forenses por fuera del presente tiempo atrás (2,
3, 4 años, o más aún) y ver qué procesos psicosociales se siguieron
posteriormente hasta la fecha. Solamente al disponerse de esa información
pueden establecerse conclusiones sólidas.
De todos modos, y dado que ese material no está
disponible en estos momentos, podemos esbozar sin embargo un primer intento de
evaluación. Partimos de la base (teórica, y no podría ser de otra manera) que
las exhumaciones cumplen una función reparadora, en el sentido más amplio del
término. Encontrar los restos de los familiares o allegados desaparecidos y
poder darles una adecuada sepultura –según el rito mortuorio que fuere– no hay
dudas que tiene un alto valor positivo. Los seres humanos necesitamos despedir
a nuestros muertos. De hecho no hay formación cultural que no presente estos
dispositivos, que no tenga una forma de velorio (aceptación y procesamiento
de la pérdida, esto es: proceso de duelo) y entierro (adiós definitivo).
Puede variar, incluso puede ser alegre en algunos casos (una fiesta para
despedir al muerto), pero no falta nunca.
El trauma vivido en el conflicto guatemalteco
por la población civil más golpeada no fue sólo la pérdida de personas queridas
–al igual que en cualquier guerra– sino la manera en que esa pérdida se dio:
sin posibilidad de defensa, sin posibilidad de llorar a los caídos, sin poder
enterrarlos debidamente, teniendo que ocultar por años el sufrimiento que ello
trajo aparejado. Se entiende que exhumar los restos abre la posibilidad de
dignificar una historia terrorífica, vergonzante incluso, de la que casi no se
pudo hablar hasta ahora. En un sentido amplio puede considerarse a las
exhumaciones como una forma de resarcimiento.
Muchas veces, si bien las exhumaciones se
inician siempre forzosamente con el pedido formal de las comunidades ante una
instancia legal, los procesos desarrollados abren la pregunta en cuanto a si
efectivamente se mejora la situación de una población, si se contribuye a
resolver, en parte al menos, la conflictividad heredada de la guerra, si se ha
seguido fielmente lo que la comunidad realmente demanda.
Podría pensarse que las investigaciones antropológico-forenses
son un elemento que tiene que ir unido indisolublemente a toda una intervención
comunitaria amplia, de la que hacen parte, pero de la que no pueden
desprenderse. Hacer una exhumación en un lugar al que se llega sólo para esa
tarea puntual (aunque lleve acompañamiento en salud mental comunitaria) puede
ser discutible; en algunos casos puede ayudar a muchas personas a comenzar a
atreverse a hablar de algo muy temido, muy oculto. Puede, incluso, ayudar a
tranquilizar a familiares sobrevivientes hondamente apenados por no haber
podido enterrar debidamente a sus muertos. Pero puede también terminar siendo
una buena intención y no más que eso, que por diversas razones no genera
cambios reales en la dinámica intracomunitaria en relación a los efectos
dejados por la violencia de la represión política. Quizá ayuda, pero no se le
saca todo el provecho que se podría a un esfuerzo de esa magnitud.
Quizá valga aquí una comparación, que debe ser
tomada con toda la altura del caso: una exhumación hecha desde la lógica y los
tiempos de la técnica forense, y a partir de la denuncia que impulsó un
organismo que apoya derechos humanos, puede ser como impulsar un cultivo de
papas allí donde la población espera desarrollar cultivos de café. Sirve, pero
no termina de llenar todas las expectativas; y hasta es probable que, al no ser
lo que se esperaba, la misma comunidad no le ponga toda la atención del caso.
Hay que aclarar rápidamente que estos temas son
controversiales y quizá no admiten una respuesta definitiva. Pero en términos
generales quizá se podría aportar más a la consolidación del proceso de
justicia post guerra si las exhumaciones se enmarcaran en un trabajo de
resarcimiento comunitario más amplio. Con esto se apunta a considerar no el
trabajo de salud mental de acompañamiento en exhumaciones sino las
exhumaciones mismas, en tanto un todo multidisciplinario, como un eslabón de
una cadena compleja. Por ejemplo: en una comunidad donde se sabe que hay
cementerios clandestinos producto de la guerra quizá sería de más impacto
generar un proyecto multifacético que promueva la recuperación de la historia y
el diálogo (para lo que pueden ser de especial importancia los equipos de salud
mental), ligando eso, hasta donde sea posible, con proyectos de mejoramiento
material (productivos, becas para capacitación, infraestructurales), y en el
que, luego de un tiempo de intervención y dejando que la misma población lo
proponga como una necesidad, pueda surgir la exhumación ayudando al trabajo de
retejido social.
Es altamente significativo que el grueso de las
exhumaciones realizadas en Guatemala en su escenario de post guerra civil hayan
estado financiadas por el gobierno de Estados Unidos, el mismo que movió los
hilos de esa guerra. ¿Qué agenda hay allí verdaderamente? Desde ya descartamos
un presunto "lavado de conciencia". Los poderes imperiales no tienen
nada que lavar; tienen, por el contrario, intereses que defender. Una
exhumación realizada con el mismo dinero que ayudó a la masacre, como mínimo,
abre dudas.
Las exhumaciones deben concebirse y ser parte de
una perspectiva de reparación amplia que incluye necesariamente el mejoramiento
de la calidad de vida de la población (situación socioeconómica, sistema de
justicia, ausencia de miedo, participación ciudadana), y no solo una
intervención jurídico-forense. En
definitiva la salud mental comunitaria (no clínica) no es sino el indicador de
esa calidad de vida. Si no se concibe como parte de un proceso de cambio real,
mucho más amplio que un movimiento controlado de memoria histórica dentro de
marcos ya preestablecidos, se corre el riesgo que la exhumación no pase de ser
un gesto políticamente correcto, pero falto de impacto transformador.
¿Gatopardismo? Sin dudas, se corre ese riesgo.
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* Psicólogo
y Licenciado en Filosofía. Argentino de origen, radica desde hace años en
Guatemala. Es investigador del Centro de Estudios sobre Conflictividad, Poder y
Violencia -CENDES- y catedrático en la Universidad Rafael Landívar. Correo
electrónico: mmcolussi@gmail.com