jueves, 4 de julio de 2013

Qué significa ser revolucionario hoy

Un verdadero debate sobre Revlución

por Jorge Luis Acanda
26 de junio 2013
Cuando Elier (Dr. Elier Ramírez) me invitó a venir a hablar sobre este tema, de “qué significa ser revolucionario hoy”, y me dijo que sería un tórrido miércoles de junio a las cuatro de la tarde, tuve dudas de que ese tema lograra convocar a una cantidad apreciable de personas. Al llegar aquí y constatar que, a pesar del infernal calor, de la contundencia del sol que nos golpea a esta hora y de las dificultades del transporte, este salón rebosa de público, inmediatamente me vino a la mente la conocida historia de aquel poeta enamorado al que el objeto de su amor le preguntó qué es la poesía y él le respondió: “poesía eres tú”. El que ustedes hayan venido hasta aquí pese a todos los inconvenientes, me permite parafrasear a aquel poeta y decir que si los aquí presentes me preguntan qué cosa es ser revolucionario yo les respondería que revolucionarios son ustedes. Y ello no sería un mero recurso comunicativo para ganarme de inicio el favor de este auditorio, sino expresión de la alegría que me produce constatar que, no obstante los obstáculos mencionados, una cantidad apreciable de personas se reúnen hoy aquí. Alegría motivada por la impresión que tengo de que a muchos en este país ya no les interesa este tema sobre lo que es la revolución y sobre la definición o conceptualización de lo que significa ser revolucionario. Quiero ser cuidadoso con las palabras y simplemente digo que a mucha gente eso no le interesa. No puedo afirmar que sea a la mayoría, pero si sostengo la opinión de que para un sector importante de nuestra población este tema provoca desinterés e incluso rechazo. Como mínimo, se puede afirmar que las palabras “revolución” y “revolucionario” han sufrido un desgaste en este último medio siglo. Se han utilizado tanto para encubrir chapucerías, improvisaciones, voluntarismos y errores de todo tipo, que han perdido mucho de su fuerza inicial. Y eso, en el caso específico de Cuba, es algo muy llamativo, porque – a diferencia de muchas otras naciones – en la nuestra la palabra “revolución” ha ocupado un lugar importante y muy positivo en el imaginario y en el vocabulario político desde hace ya casi siglo y medio. Desde el inicio de nuestras luchas independentistas en 1868 la palabra revolución adquirió un halo glorioso. Durante los primeros veinte años del siglo XX se difuminó un poco, pero con la llegada del Machadato y de las luchas contra él volvió a convertirse en un referente cargado de prestigio. Muchos movimientos políticos reivindicaban el adjetivo de “revolucionario” y lo colocaban en sus nombres, aunque de tales no tuvieran nada. Los grupos gangsteriles de fines de los años 30 y la década del 40, curiosa mezcla de pistolerismo y corrupción, utilizaban ese adjetivo para denominarse a sí mismos. Que la utilización de las palabras revolución y revolucionario tenían una carga legitimadora per se lo demuestra el hecho curiosísimo de que el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 intentó presentarse a sí mismo como la “revolución marcista” (y pido que se observe que escribo aquí – tal como se escribió en aquella época – “marcista” y no “marxista”, pues refería precisamente al mes en el que tuvo lugar aquel golpe de Estado). A partir de esa fecha se crearon varias organizaciones para oponerse a la dictadura batistiana y una vez más se repitió la circunstancia de que muchas, incluso las que de revolucionarias no tenían nada, invocaban o utilizaban ese adjetivo. Después de enero de 1959 todos en Cuba éramos revolucionarios. Había un consenso mayoritario de que el derrocamiento de la dictadura debía abrir paso a transformaciones en la sociedad cubana. Un consenso de que era necesario resolver problemas tales como la existencia del latifundio y sus consecuencias sociales en el campo, la corrupción política, el analfabetismo, el desempleo, etc. Eso no quiere decir que todos realmente quisieran resolver esos problemas. Está claro que los terratenientes no estaban interesados en eliminar el latifundio ni la clase política quería erradicar la corrupción de la que medraba, pero no podían oponerse públicamente a ello. La inmensa mayoría de la población quería transformaciones profundas. Querían una revolución. Y la interrogante, el problema, se planteaba en términos de qué cosa era esa revolución, de cómo debía ser. Qué características tenía que tener. Y opino que uno de los grandes méritos de Fidel consistió en demostrar que la revolución en Cuba tenía que ser socialista si quería ser verdadera. Que revolución era sinónimo de socialismo. Y durante aquellos dos o tres primeros años de la década del 60 uno de los campos de la lucha ideológica se centraba en torno al contenido del concepto de revolución y de lo que era verdaderamente revolucionario, con la circunstancia de que a los enemigos de la Revolución (y ahora utilizo el concepto con mayúscula, porque me estoy refiriendo a un objeto específico – el proyecto de transformación social socialista) no les quedaba más remedio que continuar reivindicando para sí el ser ellos los verdaderos revolucionarios, tal era el prestigio y la carga legitimadora que el concepto tenía. Para confirmarlo voy a poner solamente dos botones de muestra: el primero, que una de la organizaciones contra-revolucionarias más importante de aquellos años se auto-denominó “Movimiento de Recuperación Revolucionaria”; el segundo, que el mismísimo presidente de los EE UU en ese momento, John F. Kennedy, se refirió a la nuestra como una “revolución traicionada” para legitimar la abierta y directa implicación del imperio en la invasión de Playa Girón.
Fue el proyecto socialista el que triunfó en aquella batalla semántica, y para todos quedó claro que revolución era socialismo. Y el concepto siguió presente en nuestro vocabulario político y continuó manteniendo su sentido positivo y legitimador. Y se continuó utilizando para legitimar estrategias y tácticas políticas. Se invocaron diversas campañas de “profundización revolucionaria” en distintos momentos durante las décadas de los 60 y los 70. El año 1965 presenció el inicio de la “Ofensiva Revolucionaria”, que sería relanzada en 1968. Y en 1985 se desencadenó el “Proceso de Rectificación”, llamado a eliminar las tendencias negativas que sacaban a la revolución socialista de su cauce “natural” y desvirtuaban la esencia de lo revolucionario.
Si hago todo este recuento histórico es para explicar por qué la erosión del poder de convocatoria de ese término y de su carga legitimadora amerita una reflexión profunda. Entiéndaseme bien: no estoy afirmando que la población cubana no sea revolucionaria. Todo lo contrario. Pero, como dije más arriba, los términos “revolución” y “revolucionario” han sufrido tanto mal uso y abuso que han sido desplazados del lugar que ocupaban en nuestro imaginario. De ahí que tenga sentido que retomemos un tema que más de una vez se ha presentado en nuestra historia, pero ahora de una forma más dramática. Y que también tenga sentido que el adverbio de tiempo “ahora”, colocado al final de la pregunta sobre qué significa ser revolucionario, sea imprescindible. Porque la historia no transcurre por gusto y la memoria colectiva y el inconsciente colectivo se cargan de elementos que no pueden ignorarse, aunque a alguno no le guste o no le convenga tenerlos en cuenta.
Mientras preparaba estas líneas, recordé una vez, hace muchos años, allá a fines de los años 60, que me encontraba en un cine y comenzaron a exhibir un Noticiero ICAIC en el que le planteaban a una serie de figuras públicas la pregunta sobre qué características debía tener un revolucionario. Después de tantos años no recuerdo el nombre de casi ninguno de los entrevistados ni lo que respondieron. Y digo “casi ninguno” porque lo único que retengo es que una de esas figuras fue Haydee Santamaría. Y recuerdo, como si fuera hoy, que cuando le hicieron la pregunta, ella – que para mí es el personaje femenino más simbólico de la revolución – miró a la cámara con aquellos ojos tan profundos que tenía y rápidamente respondió: “un revolucionario tiene que tener condición humana”. ¿Por qué quedó en mi memoria su afirmación y ni siquiera guardo un leve rastro no ya de las respuestas sino ni siquiera de los nombres de las otras personas que aparecieron en aquel noticiero? ¿Por qué en aquel momento su respuesta me impresionó mucho más que todas las otras? Y otra pregunta, ya no dirigida al pasado, sino al presente: ¿por qué pasados tantos años ese recuerdo sigue en mí? Para la primera interrogante sólo puedo avanzar una suposición. Es muy probable que los otros entrevistados dieran las respuestas al uso que se emplean cuando de tan elevado tema se habla. Es muy probable que hayan dicho que el revolucionario debe ser un luchador inclaudicable, un ser sin tacha y sin temor, etc. Pero Haydee, que podía dar lecciones de valentía y de entrega sin límites, acudió a algo mucho más simple y por eso mucho más entrañable y más esencial: a la condición humana. A la segunda pregunta puedo responder con toda seguridad. El recuerdo de aquella definición permaneció en mi reforzado por la experiencia vivida en todos estos años de comportamientos, medidas, decisiones, que han reflejado una gran carencia de condición humana. Y cuando una persona o una institución actúan en nombre de la Revolución ignorando los elementales principios de la condición humana, le hace con ello un daño inmenso a esa misma revolución que dice defender.
Y esa anécdota sobre Haydee Santamaría quiero vincularla con otra. Se la oí a Ambrosio Fornet en una multitudinaria reunión en Casa de las Américas, a la sazón de aquello que algunos han llamado “la guerra de los e-mails”. Si no recuerdo mal, refería a alguna figura importante del mundo del arte que, al enterarse de que el Consejo Nacional de Cultura (CNC) dejaba de existir y en su lugar se creaba el Ministerio de Cultura y que al frente había sido colocado Armando Hart, expresó su conformidad y alegría con la decisión concentrándolo en una definición: “es una persona decente”. La historia es para mí profundamente impresionante y aleccionadora. El Consejo Nacional de Cultura había sido dirigido por personas que tenían una larga militancia de lucha política y que, al recibir una cierta cuota de poder, habían convertido el campo de la creación artística en un verdadero infierno de intolerancia, dogmatismo, exclusión y represión. Justamente habían logrado un resultado totalmente contrario al que había obtenido Haydee Santamaría al frente de Casa de las Américas. Ya hoy podemos afirmar que aquellos dirigentes del CNC (innombrables por i-recordables, pues la simple reaparición pública de algunos de ellos provocó una tormenta en el mundo de la creación artística que nuestro Estado sólo pudo manejar hundiéndolos otra vez en el olvido) le hicieron un daño enorme a la Revolución. Algunos de ellos tenían profundos conocimientos teóricos sobre el arte y la literatura. Los que no tenía Haydee. Y durante años habían pertenecido a un partido marxista-leninista, cumplido rigurosamente con la disciplina partidaria, sufrido persecuciones políticas, demostrado intransigencia en los principios, etc. Pero la política que impusieron desde la esfera de poder que se les había entregado era francamente contra-revolucionaria. Sin embargo, Haydee si había sido verdaderamente revolucionaria en su accionar como presidenta de Casa de las Américas. Porque, además de poseer todas las características antes mencionadas (disciplina, intransigencia, valor), colocó la condición humana (su condición humana) siempre en un primer lugar, como principio clave de su proceder. Recordando la historia de lo ocurrido en el campo de la creación artística en nuestra Revolución y comparándola con lo ocurrido en otros países socialistas, se puede legítimamente establecer una conexión interna entre las así llamadas “políticas culturales” en la historia de los movimientos revolucionarios de corte marxista y los valores morales. La doctrina del “realismo socialista” sólo podía imponerse mediante conductas inmorales, indecentes, que violaban la dignidad de la condición humana, porque racionalmente es indefendible. Y si seguimos repasando la experiencia de noventa años de intentos de construcción del socialismo en tres continentes, y del campo del arte pasamos al campo de la economía, al campo de la educación, y así sucesivamente, podemos fijar una conexión interna entre la política y la moral. Todas esas posiciones, líneas, comportamientos y doctrinas políticas que llevaron a aquellas revoluciones socialistas a su suicidio fueron impuestas y realizadas por personas que no quisieron comprender que no se puede ser revolucionario ignorando los valores de la dignidad individual, los principios de la decencia y la moral. Por personas que eran consideradas – según el calificador de cargos imperante en aquellas sociedades – como revolucionarias, pero que no lo eran, precisamente por ser inmorales.
Después de todo lo dicho, puedo adelantar una primera respuesta a la pregunta sobre qué significa ser revolucionario hoy. Y para ello acudo a lo que hace cuarenta años dijera Haydee Santamaría: tener condición humana. Y a reafirmar lo que un poco después dijera aquel artista: ser una persona decente. Un primer criterio para poder valorar como “revolucionario” una línea política, una conducta individual o un comportamiento colectivo o institucional, reside precisamente en eso. Y si los conceptos de “revolución” y “revolucionario” han sufrido una erosión importante de su poder de convocatoria y atracción en Cuba hoy, ello se debe en buena medida a que muchas veces se les ha asociado espuriamente con conductas que carecen de rigor ético. Si una persona que posee una cierta cuota de poder es interpelada públicamente por un joven que simplemente, en pleno uso de su derecho más elemental y actuando con total honestidad expresa sus dudas, y después ese joven es sometido a un fuerte acoso por un grupo de oportunistas y lambiscones y aquella persona que posee esa cierta cuota de poder no hace nada por impedir ese acoso, estamos en presencia de una conducta totalmente inmoral. Profundamente indecente. Tanto por parte de los acosadores como del “poder-habiente”. Unos por acción y el otro por omisión. Porque todos ellos han vulnerado los más elementales principios de una ética que, no por tener muchos años de existencia, ha perdido su validez. La soberbia, el oportunismo, la mentira, son contra-revolucionarias. Le han hecho más daño a nuestra Revolución que cualquier otra cosa.
Pero esto es sólo un primer paso. Más arriba señalé que, en la importantísima batalla sobre el contenido del concepto de revolución que se desarrolló entre 1959 y 1962 (una batalla que fue semántica y no por ello menos decisiva, sino todo lo contrario), se logró identificar “revolución” con socialismo. También hoy lo revolucionario es lo socialista. Y estoy convencido de que hoy, como nunca, los conceptos de patria, independencia y dignidad, están indisolublemente vinculados al de socialismo. Por lo que, necesariamente, discutir sobre el concepto de revolución tiene que implicar la reflexión sobre el concepto de socialismo. Aquí también se ha escrito mucho y se ha maltratado en demasía a esta palabra. Voy a ser breve: socialismo tiene que significar socialización del poder y socialización de la propiedad. O, para decirlo en un orden de prioridad: socialización de la propiedad y socialización del poder. Y entonces tengo que traer a colación otro concepto que me parece seminal: derechos de ciudadanía. Cuando permitimos que los términos “compañero” y “ciudadano” se establecieran en el imaginario popular como antagónicos, perdimos una batalla semántica, y ya hemos visto que esas son muy importantes. En la tradición del republicanismo democrático, tradición que está en el fundamento de la revolución socialista, el ciudadano es sujeto activo de derechos, los cuales considera como irrenunciables e inalienables. Si “compañero” designa al que comparte conmigo no sólo el pan sino también un propósito vital, y este propósito vital es la revolución, “compañero” no puede significar hacer dejación de mis derechos ciudadanos o transferírselos a otro. No todo ejercicio de derechos de ciudadanía activa tiene que implicar una acción revolucionaria, pero no puede ser revolucionario algo que lacere, disminuya o niegue a la ciudadanía activa. Precisamente porque la socialización del poder significa eso.
Y ahora acudo a un concepto que utilizó Antonio Gramsci, el concepto de organicidad. Aplicándolo al tema que aquí nos convoca, afirmo que una idea, una actitud, una institución, un principio, una conducta, son revolucionarios si son orgánicos con los principios de la revolución. Es decir, si promueven esa necesaria socialización del poder y de la propiedad. Si un profesor se convierte en un agente multiplicador de una enseñanza verticalista, memorística e instrumental, su proceder es orgánico con la reproducción de las estructuras enajenantes y explotadoras típicas del capitalismo. Pero si ese profesor en su actividad profesional cotidiana estimula la formación y desarrollo del pensamiento crítico en sus alumnos, su actuación profesional es profundamente revolucionaria. Y eso es lo verdaderamente importante. Si un creador artístico, sea un músico, un director de televisión o de cine, por poner un ejemplo, produce un objeto artístico que promueve la enajenación del individuo, como creador artístico no es revolucionario, aunque participe en todas las marchas y asista a todas las reuniones. Si el accionar de un dirigente político no es congruente, consustancial, coherente (orgánico, en suma) con los principios de la dignidad humana y de la moral, con el ejercicio activo por todos de los derechos de ciudadanía, con el desarrollo de las capacidades personales y de las estructuras sociales que permitan la socialización del poder y de la propiedad, su actividad no es revolucionaria.
Retomando mi recuerdo de adolescente de aquel documental, y extrayendo lo que para mí son adecuadas conclusiones, no quiero venir aquí a pontificar sobre el concepto de revolucionario convirtiéndolo en sinónimo de héroe perpetuo. Es cierto que toda revolución necesita de héroes. Pero no es menos cierto que las revoluciones no la hacen sólo los héroes. Las hacen millones de personas que, en su bregar cotidiano, en su trabajo, en el desempeño de sus diferentes roles sociales, son orgánicos – es decir, coherentes, congruentes, pertinentes – con el ideal de socialización de la propiedad y la socialización del poder que la revolución, inevitablemente, tiene que representar.
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“El revolucionario no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber”

por Esteban Morales
Para ser revolucionario hay que ser un hombre de su tiempo y como los
tiempos cambian, hay que cambiar con ellos. No se trata de ser una veleta,
ni de dejarse dominar por el tiempo, sino de desafiar siempre el presente
en función de lograr el mejor futuro.

Revolucionario es aquel que mira siempre hacia delante y toma en cuenta la
experiencia histórica para superarla. Pues solo sabemos a dónde vamos si
sabemos de dónde venimos.

Pero no se puede vivir en el pasado, hay que tener los pies siempre en el
presente y avanzando hacia el futuro. En eso nos diferenciamos los
revolucionarios de los que no lo son. Estos últimos, creyendo a veces que
son revolucionarios, tienden a regodearse en las glorias pasadas y miran
a los que se mueven hacia el futuro, como si quisieran disputarle los
meritos y el espacio .Es que como decía Martí, “el revolucionario no mira
de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber” y el deber más
grande que tiene un revolucionario es garantizar el mejor futuro para su
pueblo. Aunque para ello tenga que sacrificar su presente.

En los momentos en que vivimos en nuestro país, ello se sintetiza en que si
se quiere continuar siendo revolucionario “debemos tener nuestra propia
guerra, librar nuestras propias batallas y correr los riesgos que nos
vengan encima”.

Pues aun no hemos logrado que la revolución sea de todos, dado que todavía
hay muchos que la sienten solo como suya y por demás pretenden imponer las
formas en que debemos defenderla. Cuando en realidad, después de más de 50
años de haber triunfado la Revolución Cubana, la responsabilidad de preservarla, continuarla y transformarla es más de los que la hemos defendido durante estos años, que de los que la hicieron al principio.

¿Cuantos han quedado en el camino por traicionar a la Revolución,
cuantos se han cansado, cuantos han abandonado valores? Entonces la
Revolución es de los que la seguimos defendiendo, de los que no la hemos
abandonado, de los que seguimos creyendo en ella, de los que luchamos por
mantener y renovar continuamente sus valores. Fidel y Raúl han demostrado que ser revolucionario no es cuestión de una etapa, o de un momento, que el verdadero revolucionario lo empieza a ser un día y no deja de serlo hasta el final de la vida.

Quienes se regodean en las glorias pasadas, terminan viviendo a su costa.
Son sectarios, dogmaticos, prepotentes, algunos se corrompen, no pocos
pretenden tener siempre la última palabra, negar la opinión de los demás.
Ser revolucionario es entonces también oponerse a todo eso, aunque en ello
nos vaya la vida.

Luego hacer Revolución en estos momentos, es desplegar el espíritu crítico
que la mejora y enriquece continuamente. Es oponerse a los que la quieren
convertir en un pedestal desde el cual ordenar como quiere que sean las
cosas, es declararle la guerra a lo mal hecho.
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Debates y participación ciudadana: los cimientos de la nación se mueven


por lejandro Ulloa García

Desde hace décadas, incluso siglos, La Habana se erige como el centro fundamental de la producción ideológica cubana.
Con los cambios económicos, políticos y sociales que hoy promueve el presidente Raúl Castro, “el debate” ha sido una de las consignas y, también, una de las mejores ganancias que ha conseguido su gobierno, al punto de que muchos cubanos sientan que “esto no vuelve a atrás”, refiriéndose a tiempos donde la población no gozaba de las “aperturas” de opinión que hoy, poco a poco, ejercen y ganan.
Con base en esa necesidad de debatir la Cuba actual, varios espacios en la capital –-fatalismo u oportunidad geográfica mediante-– convocan todos los meses a dialogar sobre temas polémicos y desde las visiones de varios intelectuales y especialistas cubanos.
Creado en mayo pasado, el espacio de debate “Dialogar, dialogar” que auspicia la Asociación Hermanos Saíz, invita los últimos miércoles de cada mes en el Pabellón Cuba a conversar sobre la realidad nacional.
Luego de romper el hielo con “El cambio de mentalidad”, ahora puso miras en “¿Qué significa ser revolucionario en la Cuba de hoy?”, invitando al profesor Jorge Luis Acanda, al bloguero Harold Cárdenas Lema (La Joven Cuba), y a Israel Rojas, del dúo Buena Fe.
Las continuas resemantizaciones del término, si nos interesa ser revolucionarios o no, a quiénes, y hasta dónde y cuál revolución, fueron algunos de los criterios de Acanda, quien consideró como esencial punto de partida “la condición humana” para la adjudicación de este calificativo.
Con una sociedad altamente envejecida, sin el protagonismo necesario de los jóvenes en la construcción del sistema social cubano, y con influyentes diferencias generacionales en la interpretación de la realidad, Cuba se enfrenta hoy a una renovación, si no forzosa, al menos sí inminente de los cargos y líderes públicos, lo que impone la urgencia de cavilados puntos de entendimiento y confluencias de “los revolucionarios cubanos”. Esta fue una de las ideas amasadas por los asistentes al debate, quienes analizaron las influencias del término en la historia de la Revolución Cubana.
Harold Cárdenas, desde su posición de bloguero, y luego del “bloqueo” al que fue sometido el blog La Joven Cuba, opinaba que “Ya estamos cansados de los estereotipos, lo que fue revolucionario en otros tiempos puede que ya no lo sea, es más, no lo puede ser por una razón cronológica básica.” Y apuntaba más tarde que “habría que estudiar hasta qué punto la juventud cubana es revolucionaria o hasta qué punto la realidad en la que se ha formado le ha permitido serlo.”
Más allá de las interpretaciones, o de “cuán revolucionario” se puede ser, Cuba se enfrenta hoy a la conceptualización y definición en resultados reales de su proyecto de país, lo que Acanda hizo notar en la opción de la Revolución Cubana por el socialismo, que no puede ser otra cosa que “socialización del poder y de la propiedad”, aspectos en los que hoy la nación vive interesantes transformaciones.
“No es posible analizar con nuevos códigos viejos tiempos ni actitudes, sin embargo, es también imposible aplicar viejas concepciones a nuevas realidades, y esto último está ocurriendo demasiado en nuestra realidad”, opinó Harold Cárdenas, quien concordó con Israel Rojas en que la realidad cercana es la principal modificadora de las concepciones de los cubanos, más allá de cualquier lección anticapitalista y antiimperialista, por muy correctas que sean.
Con el salón abarrotado, gente de pie, manos alzadas que no pudieron intervenir por la urgencia del tiempo, “Dialogar, dialogar” abre otra brecha para la interpretación de la realidad cubana y, quizás más temprano que tarde, sirva de canal para una creciente participación ciudadana en los cambios y derroteros que se construyen hoy en Cuba.
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Un punto de vista para continuar el debate

“el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad”.
Ernesto Che Guevara (El socialismo y el hombre en Cuba, 1965)

Elier Ramírez Cañedo
En torno a la pregunta ¿qué significa ser revolucionario en la Cuba de hoy?, tan sugerente y necesaria, se estuvo debatiendo en la tarde del 26 de junio durante más de dos horas en el Salón de Mayo del Pabellón Cuba, sede nacional de la Asociación de Hermanos Saíz (AHS). El encuentro forma parte de un recién inaugurado espacio de diálogo en homenaje al destacado intelectual Alfredo Guevara, recientemente fallecido, y que lleva el título de su último libro: Dialogar, dialogar. Los invitados a la mesa de discusión fueron en esta ocasión el profesor de la Universidad de La Habana y Doctor en Ciencias Filosóficas, Jorge Luis Acanda; Harold Cárdenas, profesor de filosofía de la Universidad de Matanzas y reconocido bloguero; y el popular cantante Israel Rojas, director del Dúo Buena Fe.
Las intervenciones de los invitados fueron muy interesantes y profundas, también las que partieron del público asistente. En mi condición de moderador del espacio solo podía hacer breves comentarios, por lo que aprovecho estas líneas para lanzar mi contribución al debate motivado sobre todo por la intervención de Harold, a quien agradezco el hecho de haberme dejado en un profundo estado de reflexión con sus asertos. Ello demuestra la importancia de estos debates y de la diversidad de opiniones, pues siempre incitan el ejercicio del pensar, algo que no esta muy de moda. Generalmente criterios diferentes a los nuestros o que no estamos acostumbrados a oír son los que más nos hacen pensar las cosas con más detenimiento. Comparto prácticamente todos los juicios de Harold, solo discrepo esencialmente del siguiente: “lo que fue revolucionario en otros tiempos puede que ya no lo sea, es más, no lo puede ser por una razón cronológica básica”. Pienso que es muy absoluto este planteamiento. Si el mensaje a trasladar es que lo que fue revolucionario ayer no lo es hoy, por la imposibilidad de repetir en el laboratorio del presente lo acontecido en el pasado, considero que habría que elaborar mejor la idea para que no se malinterprete. De cualquier manera, lo que no pueden reproducirse son los acontecimientos históricos tal como fueron, pero si las actitudes y cualidades de un revolucionario en su momento histórico concreto. Ser anticapitalista, antimperialista, latinoamericanista, internacionalista, solidario y humano, por solo mencionar unos ejemplos, es tan revolucionario en nuestro presente como lo fue en la época de Mella, de Guiteras y de la Generación del Centenario. Creo lo continuará siendo para nuestros hijos y nietos. Efectivamente, ser revolucionario en el siglo XXI no es lo mismo que en el siglo XIX y el XX. La condición revolucionaria se ha enriquecido cada día más con los tiempos y los contextos en que vivimos. Nuestra manera de pensar y hacer la revolución tiene nuevos atributos, enfrentamos otros desafíos y complejidades, pero los revolucionarios de hoy no partimos, ni debemos partir de cero. De hecho, formamos parte de una acumulación histórica que es la que nos ha permitido interpretar la realidad actual y plantearnos su transformación desde una perspectiva revolucionaria. Nuestro deber es adaptarnos al momento histórico y a las luchas del presente. El ser revolucionario como bien dice Harold, es ante todo una actitud ante la vida. Por lo tanto, hay actitudes del revolucionario de hoy, que en comparación con las que mantuvieron generaciones anteriores, se mantienen inmutables. Otras cambian y se adecuan a las circunstancias. “Ellos, hoy, habrían sido como nosotros; nosotros, entonces, habríamos sido como ellos”, señaló Fidel al referirse a la generación que inició y llevó adelante las luchas independentistas de Cuba en el siglo XIX. Podemos los jóvenes de hoy decir lo mismo, aunque me gusta agregar, que somos en buena medida resultado y herencia de ellos.

Es cierto que los jóvenes se cansan de que les hablen solo del pasado. Eso ha provocado que una buena parte de ellos haya perdido el interés por la Historia de Cuba. Cada día se hace más imperioso que le vinculemos ese pasado con el presente y el futuro del país. Para eso debemos también de acabar de saldar la inmensa deuda que tenemos de escribir y analizar la historia de la Revolución en el poder en toda su profundidad y complejidad, con todos sus aciertos y desaciertos. Empresa que pasa por varias escollos, pero abordarlos sería desviarme del objetivo de estas breves reflexiones.
Me gustó mucho lo dicho por la presidenta del Instituto Cubano del Libro, Zuleica Romay, sobre la necesidad de que la Revolución y el ser revolucionario, no se limite a mantener las conquistas alcanzadas y que las nuevas generaciones tienen que tener y proyectarse hacia nuevas conquistas. Coincido totalmente con ella, pues todas las generaciones revolucionarias han tenido sus metas y han ido escalando peldaños en busca de la utopía de una sociedad cada vez más justa. La nuestra no puede hacer menos y debemos desafiar los límites de lo posible. De ello depende que no haya retrocesos. Recuerdo ahora las palabras de ese gran revolucionario que fue Simón Bolívar, cuando en 1819 señaló: ¡Lo imposible es lo que nosotros tenemos que hacer, porque de lo posible se encargan lo demás todos los días¡ Ese optimismo, esa fe en materializar lo que hoy parecen sueños quiméricos, es también una de las cualidades que han marcado a los revolucionarios en todos los tiempos.
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Ser revolucionario en la Cuba de hoy


Por: Harold Cárdenas Lema (harold.cardenas@umcc.cu)
(Palabras pronunciadas el 26/6/13 en el Pabellón Cuba en el espacio “Dialogar dialogar” que auspicia la AHS)
En cualquier momento de la historia los revolucionarios han sido los promotores del desarrollo social, los paladines de las revoluciones políticas/económicas/sociales/tecnológicas, los agentes del cambio. En la Cuba de hoy resulta indispensable trazar una línea que defina cuáles son las actitudes revolucionarias y cuáles no, la principal dificultad radica en quién puede definir esa línea y cómo. A mí me gustaría que la construyeran TODOS.
Creo que una persona no es revolucionaria por tener una militancia política determinada, es más bien una actitud ante la vida que se expresa cotidianamente. Me niego a que ser revolucionario se convierta en etiqueta cuando debería ser un adjetivo que elogie ciertas cualidades individuales. Me niego a que una persona que con una actitud sumamente conservadora ante la vida y la sociedad, se autocalifique como revolucionario solo por proclamar ciertos ideales políticos.
A la luz del siglo XXI Cuba necesita un nuevo modelo de revolucionario; más adaptable a los escenarios cambiantes de estos tiempos, abierto al cambio siempre que sea necesario. Ya estamos cansados de los estereotipos, lo que fue revolucionario en otros tiempos puede que ya no lo sea, es más, no lo puede ser por una razón cronológica básica.
Tenemos el extraño privilegio de estar entre los pocos que consideramos que ser revolucionario es un mérito, busquen en el Microsoft Word los sinónimos de la palabra “revolucionario”: sedicioso, agitador, turbulento, revoltoso, alborotador, provocador, etc. Aceptemos el hecho de que ser revolucionario no está de moda en la sociedad globalizada del siglo XXI, un hecho que no es casual ni irreversible, nos toca a nosotros transformar esto, revertir esta realidad.
Todavía está por ver cuánto daño puede habernos hecho el modelo del revolucionario soviético, paradigma y referente nuestro por mucho tiempo, cuánto daño nos hizo su herencia de intolerancia. Recordemos que en la primera mitad del siglo pasado mientras allá se fusilaba a los compañeros de Lenin, artistas, intelectuales y todo aquel que resultara incómodo, nosotros presentábamos a Stalin como paradigma de revolucionario. Cuánto daño nos ha hecho que muchos de nuestros funcionarios se formaran allá posteriormente, todavía está por ver a largo plazo el impacto de Moscú en el pasado, presente y futuro de la Revolución Cubana.
No me imagino a un revolucionario que no tenga una postura crítica ante su realidad, reconozco con dolor cómo muchas personas que comparten mis ideales, sin percibirlo asumen actitudes contrarrevolucionarias. Por otra parte, habría que estudiar hasta qué punto la juventud cubana es revolucionaria o hasta qué punto la realidad en la que se ha formado le ha permitido serlo.
¿Será que el discurso político nuestro ha establecido jerarquías generacionales sobre el tema? ¿Será que a los jóvenes actuales les ha llegado la percepción de que los revolucionarios son otros del pasado y a ellos les queda el menos glorioso papel de “preservar las conquistas de la Revolución”? ¿Nuestra generación no debe tener sus propios héroes y crear su propio modelo de revolucionario?
Julio Antonio Mella fue un revolucionario que durante su huelga de hambre contra el tirano Machado, se opuso al partido comunista que él mismo ayudara a crear y esto le costó su expulsión, recientemente Esteban Morales tuvo que enfrentarse a la maquinaria partidista por denunciar el fenómeno de la corrupción, ambos son ejemplos de que en ocasiones una actitud revolucionaria significa ir contra la corriente y violar las reglas establecidas cuando la situación lo requiere y se tiene la razón.
Coincido con Manuel Calviño cuando dice que: “un revolucionario es aquel que critica de frente y elogia de espaldas”, lamentablemente y con el transcurso de los años, mientras criticábamos la doble moral yanqui en plazas públicas, comenzamos a practicarla nosotros mismos y el elogio superó a la crítica durante mucho tiempo. En los últimos años nuestro presidente nos ha llamado a la crítica, algo impensable e increíble en la política tradicional, aprovechemos entonces la oportunidad.
Ser revolucionario en la Cuba de hoy es arriesgarlo todo sin miedo a las consecuencias. Pongo el ejemplo que me toca más de cerca, cuando la blogosfera se oscureció un tiempo atrás y la maquinaria administrativa se nos echó encima a los blogueros, confieso que temblamos en más de una ocasión, pero seguimos adelante. Recuerdo que en un momento decisivo para nosotros, antes de entrar a una reunión junto a mis compañeros, dijimos como los espartanos: “con el escudo o sobre el escudo”, por suerte vivo en un país que sigue siendo en esencia revolucionario y hoy estoy aquí para contarlo, con el escudo.
Luchar por algo en lo que se cree es un privilegio, los revolucionarios debemos estar conscientes en que seguiremos teniendo como posibles perspectivas la satisfacción del deber cumplido y la posible ingratitud de los hombres, eso no ha cambiado, pero el haber luchado, es algo que te llevas contigo para siempre, a todas partes.

viernes, 28 de junio de 2013

Snowden es la punta de un iceberg



por Percy Francisco Alvarado Godoy
El caso Snowden se ha ido transformando en un complicado culebrón de espionaje cuyo desenlace aún parece incierto. Por un lado, el padre del perseguido por EE UU aseguró que su hijo podría regresar a su país bajo ciertas condiciones, lo cual incluiría no ser detenido de inmediato y estar en libertad hasta que se le realice un juicio justo, lo que resulta dudoso para el joven. Estos requisitos parecen estar contenidos en una carta enviada hoy por su abogado al fiscal general Eric Holder.
 
Para restar responsabilidad del implicado, el padre sugiere que Snowden pudo ser manipulado por Wikileaks. Lo cierto es que el desertor ha podido ser debidamente interrogado sobre los secretos que conoce por los servicios de inteligencia chinos y rusos, lo que preocupa profundamente a la NSA, la CIA y el FBI.
 
Lo cierto es que  Edward Snowden se encuentra escondido, desde hace cinco días, y sin pasaporte norteamericano, en alguna de las oficinas del área de tránsito del  aeropuerto moscovita de Sheremétievo, esperando una solución favorable a su situación legal.  Rusia parece estar desentendida del asunto pues el mismo no ingresó al país y rehúye a adoptar medidas cautelares o entregarlo a sus perseguidores. Esta posición se basa en la ausencia de una solicitud del Departamento de Justicia norteamericano para que Snowden sea entregado. También hay que considerar que en Rusia existen opiniones encontradas con respecto a otorgar asilo al ex agente de la CIA, aunque la Duma rusa ha iniciado una posición a favor del asilo, según lo dejaron entrever el senador ruso Ruslan Gattorov y el miembro del Consejo de Derechos Humanos de la Presidencia Kirill Kabanov. El primero declaró sin tapujos: “Invitamos a Snowden a trabajar con nosotros y esperamos que, en cuanto formalice su estatus legal, colabore con nuestro grupo de trabajo y nos dé pruebas del acceso de las agencias de Inteligencia estadounidenses a los servidores de varias empresas de Internet”.
 
Otros países, mientras tanto, tratan de ayudar al perseguido basándose en razones humanitarias. Por un lado, la renuncia por parte de Ecuador a las preferencias arancelarias con su par estadounidense, evitando cualquier represalia diplomática de los yanquis, abre una mayor posibilidad para que le sea concedido el asilo a Snowden. El gobierno de Correa, mostrando su acostumbrada dignidad señaló que su país "no acepta presiones ni amenazas de nadie". No obstante, aún estudia los pormenores del caso.
 
Una nueva opción ha aparecido para el fugitivo cuando el presidente venezolano, Nicolás Maduro, quien llegará a Rusia el primero de julio próximo para asistir al Foro de Países Exportadores de Gas, aseguró su disposición de otorgar asilo a Snowden si éste lo solicita. “Si este joven necesita la protección humanitaria y cree que puede venir a Venezuela (…), Venezuela está a la orden para proteger a este valiente joven de manera humanitaria y para que la humanidad sepa la verdad y esto se acabe”, declaró Maduro.
 
Mientras tanto, Obama tiene bien claro que el mal ya está hecho y enjuiciar a Snowden le colocaría en una delicada situación, pues al parecer la Caja de Pandora  no está totalmente abierta. Es por ello que el presidente declaró que Estados Unidos no usará cazas militares, ni negociará la extradición de Edward Snowden, arguyendo que: “No voy a elevar el caso de un sospechoso a quien estamos tratando de extraditar, que de repente cobre tal importancia, que tengamos que negociar muchos otros asuntos importantes, sencillamente para llevarlo ante la justicia”.
 
No obstante, lanzó una velada amenaza a aquellas naciones que están gestionando el posible asilo del desertor, al señalar: “Mis expectativas son que Rusia o los otros países que han hablado de potencialmente ofrecer asilo al Sr. Snowden reconozcan que son parte de una comunidad internacional y deben respetar las leyes internacionales”
 
Paradójicamente, el portavoz adjunto del Departamento de Estado estadounidense, Patrick Ventrel, amenazó a Ecuador, en el día de ayer, con “graves dificultades” en las relaciones bilaterales si Quito otorga el asilo a Edward Snowden.
 
No obstante, ha trascendido que diplomáticos de varios países, entre los que se encuentran Rusia, Cuba, Venezuela y Ecuador, se entrevistarán el lunes 1ro. de julio con miembros de la Cámara Pública de Rusia, para evaluar el caso.
 
Snowden toma medidas por su parte para proteger sus movimientos futuros y que éstos no sean detectados. Una de sus medidas fue la de solicitar a sus abogados que guardaran sus móviles en refrigeradores para bloquear el monitoreo de la CIA y la NSA, dado que el efecto llamado “Jaula de Faraday”,  anula el campo electromagnético en el interior de un conductor en equilibrio, inhabilitando el efecto de los campos externos.  Éstas y otras medidas, incluso la muy usada técnica del disfraz, servirían a Snowden para evadir a sus perseguidores, aparentando bien ser un anciano o una joven y delgada mujer caucásica.
 
Atendiendo a la sagacidad personal de Snowden y los sofisticados métodos de enmascaramiento y disfraces, pudiera ser  que Snowden no se encuentre ya en Moscú, luego de haber burlado los ojos avizores de periodistas y de agentes de la CIA y el FBI.
 
Para poner aún más álgida la saga de los ¨soplones¨, iniciada hace poco por Bradley Manning y el propio Snowden, un nuevo escándalo sacude al Pentágono y al gobierno de Obama. Esta vez la cadena  NBC reveló que James Cartwright, un general de cuatro estrellas de la US Navy, quien fue segundo al mando del Estado Mayor Conjunto en 2011, filtró  información al diario The New York Times sobre un ataque con el virus Stuxnet, perpetrado en el 2010 por la NSA y el Mossad contra la infraestructura informática del programa de enriquecimiento de uranio de Irán, en una operación nombrada Olympic Games. Ya jubilado, Cartwright ocupó este importante puesto entre los años 2007 y 2011.
 
Este nuevo caso es sumamente sensible por cuanto el general era uno de los allegados a Obama.
 
Hasta el momento se ha conocido que Manning, Snowden y James Cartwright pudieran ser solo algunos de los casos que se manejan públicamente por Estados Unidos, ya que se sospecha que existe un creciente movimiento contra las acciones encubiertas dentro del Pentágono y las agencias de espionaje gringas, el cual ha sido acallado y envuelto en un profundo secretismo.
 
Nuevas sorpresas aparecerán en los próximos meses, dejando a los EE UU en entredicho por sus métodos ilegales de espionaje, tan propios de quien se considera el gendarme internacional. Estas acciones de desencanto, repudio, condena y vergüenza, ya no las para nadie.


tomado de: http://alainet.org/active/65196

Características y perspectivas de la crisis económica mundial


En los meses recientes una amplia e intensa campaña mediática ha venido insistiendo en que hay “sólidas señales” de que “la recuperación económica” está en curso, luego de la más grave crisis económica mundial desde la Gran Depresión de 1929‑1933. Utilizando algunas señales aisladas se pretende imponer esta idea. El repunte de diversos índices bursátiles en los últimos meses de 2009 y primeros de 2010 ha sido presentado como un síntoma de mejoría económica general. Según estas versiones, la crisis mundial quedó atrás y en el horizonte sólo se observa inobjetablemente la recuperación.
En realidad, las inyecciones masivas de dinero de los gobiernos de las grandes potencias económicas para contener la crisis, beneficiando principalmente al sistema financiero especulativo, generaron enormes excedentes de fondos que encontraron en las bolsas de valores una nueva y jugosa oportunidad para rentabilizar sus capitales. En este sentido, la euforia financiera especulativa parece estar de vuelta, pero no así la superación de los problemas fundamentales que ha generado la más grave crisis económica mundial en la historia del capitalismo. A continuación presentamos algunos elementos para tener una perspectiva más objetiva de la situación actual y las perspectivas de la economía mexicana.
I. Características de la crisis económica global
La crisis económica mundial de 2008–2009 corresponde a la dinámica y los ciclos económicos del capitalismo, expuestos por Marx en El Capital.
Ha sido la más grave desde la Gran Depresión de 1929–1933. Incluso ha sido más amplia y profunda que ésta, por su extensión geográfica a casi todo el mundo, por los inmensos volúmenes de capital destruidos y por sus nocivos efectos sociales.
Los especialistas consideran que es una crisis profunda dado el grado en que decreció el producto bruto (PB) a nivel mundial. Éste pasó de 3.0% en 2008 a –0.8 en 2009. El PB de América Latina fue de 4,2% en 2008 y de -1,8 en 2009. México, que desde 1982 viene aplicando el modelo de acumulación neoliberal, tuvo en 2008 un producto interno bruto (PIB) de 1.3% y en 2009 dicho indicador decreció hasta llegar a -6,8 según el Fondo Monetario Internacional (FMI), según las cifras del gobierno mexicano la caída fue de 6,5%. También se considera profunda por los graves efectos que produjo en los temas sociales más sensibles: empleo, salud, pobreza, ingresos y capacidad de consumo.
Fue precedida por crisis sectoriales (energética, alimentaria, climática, etc.) en los años previos, que siguen desplegando y diseminando sus graves efectos económicos y sociales por el mundo, especialmente sobre los países atrasados y los llamados “en vías de desarrollo” o “emergentes”, que constituyen alrededor de las tres cuartas partes de la población mundial.
Tuvo su origen en Estados Unidos (EUA) como crisis bursátil–inmobiliaria en julio de 2007. Para octubre de 2008 ya se había convertido en crisis financiera global. Y desde esa fecha y a lo largo de 2009 se extendió a las esferas comercial, productiva, social y política. Inicialmente no faltaron las opiniones de “expertos” asegurando que la tormenta duraría poco dada la fortaleza general de la economía de EUA. Los efectos de la intoxicación mediática duraron muy poco. Europa entró en recesión empujada por EUA, pero también como efecto de sus propios problemas. La ola negra llegó también a Japón e inundó a las llamadas potencias emergentes de Asia como India y Corea del Sur, y a otras zonas de la periferia como Brasil, afectando incluso a quien se ha convertido en la tercera potencia económica mundial: China.
Se trata de una crisis prolongada cuyos efectos llegarán hasta 2012 y quizás más allá. Es una verdadera crisis global en el sentido geográfico, pues la crisis de 1929‑1933 no involucró a todo el mundo; ahora ha abarcado prácticamente a todo el mundo.
Es también una crisis de insolvencia de la economía que hace apenas unos años era considerada la “locomotora del mundo”. EUA pasó de ser la potencia industrial por excelencia a ser el gran importador de manufacturas; y de ser el gran acreedor de todos, a ser el gran deudor. Es el país que tiene la deuda total (pública y privada) más grande del mundo. Ha vivido de préstamos durante toda la etapa neoliberal. Su deuda total pasó de 160% del PIB en 1980, al nivel histórico de 372% del PIB en 2009. ¿Cómo financiar esa deuda en tiempos de competencia encarnizada entre las potencias y los bloques económicos, de guerras, de nuevos actores económicos y cuando se ha dejado de ser el acreedor universal?
No es una crisis de escasez de productos, sino todo lo contrario. Mientras los almacenes están llenos de productos, los bolsillos de los consumidores se encuentran vacíos. Por esto se dice que es una crisis de subconsumo y de sobreproducción. Al disminuir la tasa de ganancia, el empresario prefiere almacenar y esperar “mejores tiempos”, olvidando que almacenar y dejar de producir lo lleva a necesitar menos empleados, a despedirlos, a que haya menos personas con dinero para consumir y a que se contraiga el mercado interno. Lo dramático de esto es que los gobiernos en lugar de implementar políticas anticíclicas de expansión del gasto público y generación de empleos, se obstinan en salvar y proteger al capital financiero, el cual por su propia naturaleza no genera empleo ni bienes de consumo.
Es evidente que ésta es una crisis terminal del modelo neoliberal, el cual privilegió al capital financiero, sobre todo el especulativo, fracción hegemónica del capital que fue la detonante de la crisis de todo el sistema capitalista. Como señala el Dr. Arturo Huerta en el caso de México:
Ha sido la política de altas tasas de interés, la disciplina fiscal, el abaratamiento del dólar (y de las importaciones) por muchos años, junto a la liberalización y desregulación financiera (donde la banca especula y hace lo que quiere sin restricción alguna), así como la política de apertura económica generalizada, lo que nos ha llevado a tener menos industria, menos producción agrícola, menos empleo productivo, altos niveles de endeudamiento y baja dinámica de acumulación.[1]
A nivel mundial, aunque la mayoría de los países capitalistas adoptaron de diferentes maneras el modelo neoliberal, lo cierto es que ninguno de ellos se ha salvado de padecer las graves consecuencias económicas y sociales que produjo. Es evidente que los países que no se sometieron al neoliberalismo y han seguido otros modelos de desarrollo como la India, pero en especial los que están inmersos en procesos de construcción con orientación socialista como China, Cuba y Venezuela, han mostrado un mejor desempeño durante el desenvolvimiento de la crisis.
Paralelamente, es una crisis del Estado capitalista, particularmente en su modalidad neoliberal.[2] El economista poskeynesiano R. Wray lo plantea en estos términos: “la crisis actual representa el fracaso del gobierno al promover la desregulación, reducir la supervisión y consolidar el poder del mercado en manos de los capitalistas que manejan el dinero.” Los neoliberales piden que el Estado se mantenga al margen de la actividad económica mientras hay estabilidad y auge en los negocios, pero urgen su intervención y ruegan su protección en tiempos de crisis. Dado que la libre competencia y las leyes del mercado son incapaces de garantizar una distribución equitativa de la riqueza y de evitar crisis cíclicas, es conveniente recuperar la idea de Estado interventor y planificador de la economía, que cree mecanismos de regulación, control y supervisión de las actividades económicas, monetarias y financieras.
Desde luego, es asimismo una crisis del mundo unipolar. La era del unipolarismo comandado por EUA parece haber entrado en su etapa final. Se está perfilando un multipolarismo de intereses en agudo conflicto. La crisis mundial desembocará, pues, en un mundo muy diferente al que hasta ahora hemos conocido. EUA se está quedando solo. Desde las grandes potencias industriales hasta los países pequeños y en vías de desarrollo están sugiriendo que se configure una nueva arquitectura política y financiera internacional. La crisis está precipitando la necesidad para el capitalismo de una reorganización total de sus relaciones de fuerzas económicas en el escenario mundial.
Los países de América Latina y el Caribe están contribuyendo al derrumbamiento del mundo unipolar. Durante la reciente Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe, que se realizó en México en febrero pasado, los presidentes de 32 países participantes aprobaron la creación de un nuevo organismo que represente a toda la región, en el que no participarán Canadá ni EUA. Este nuevo mecanismo se llamaría, temporalmente, Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, e iniciaría oficialmente sus funciones en julio de 2011.
Debe ser considerada una crisis múltiple y combinada por las diferentes áreas en que se expresa ―inmobiliaria, financiera, productiva, comercial, energética, alimentaria, social, geoeconómica, geopolítica, ideológica, etc.― y por su interdependencia que refuerza sus efectos en cada una de ellas y tiende a extender su duración por varios años.
En síntesis, desde nuestra perspectiva la crisis económica mundial debe ser caracterizada como la crisis más amplia, profunda e integral que ha afectado al orden capitalista en toda su historia.
II. Contraste de datos de la Gran Depresión con la actual crisis económica mundial
El contraste de algunos datos disponibles de la Gran Depresión de 1929‑1933 con los de la actual crisis económica mundial, proporciona valiosos elementos para dimensionar la magnitud y naturaleza del problema que enfrenta el mundo.
El PB mundial se redujo 17% en 1932 respecto a 1929.[3] Según el más reciente reporte del FMI (enero de 2010), en 2009 la economía mundial cayó ‑0,8% respecto a 2008. El comercio mundial disminuyó alrededor de 25% en los primeros años de la década de 1930.[4] Según la Organización Mundial de Comercio (OMC), en 2009 el comercio mundial se redujo en 12%.

Política Exterior de Estados Unidos hacia América Latina Contexto Latinoamericano

Política Exterior de Estados Unidos hacia América Latina Contexto Latinoamericano

La política exterior y de seguridad de EE.UU. hacia Nuestra América. México como caso de estudio


Por  MSc. Alejandro L. Perdomo Aguilera
alejandro.perdomo91@gmail.com
twitter: @AlejandroLPerdo 

En el proceso de conformación de EE.UU. como potencia mundial, se fueron delimitando sus intereses geoestratégicos en América Latina y el Caribe, en interés de “salvaguardar” su llamada área de influencia natural.
Durante el siglo XIX los políticos, diplomáticos e ideólogos de ese país plasmaron las ideas básicas de su expansión y control territorial para la consolidación como potencia. Dentro de esas ideas y doctrinas debe destacarse a la Doctrina Monroe, la cual fue expuesta por el presidente James Monroe en su comparecencia anual al Congreso, el 2 de diciembre de 1823. Esta doctrina  declara como máximo interés la “América para los americanos”, o lo que significa lo mismo, todo el continente bajo el control del gobierno estadounidense.
Siguiendo las bases del monroísmo se ha diseñado la política exterior y de seguridad hacia América Latina y el Caribe, argumentada desde los postulados del llamado Destino Manifiesto que plantea“(…) que Estados Unidos era el país escogido por el todo poderoso para llevar el desarrollo, la civilización y su sistema político y económico a todos los países del mundo.  A la injerencia económica, comercial y militar se sumaba ahora la social, cultural y política.” (García Iturbe, 2009)
Bajo esas premisas inició su ascenso como potencia el país norteño en el siglo XIX. Sin embrago, los conflictos internos de la unión estadounidense y la presencia de las Metrópolis europeas en Latinoamérica, ameritaron una colaboración antagónica, que permitiera el paulatino protagonismo de ese país en las Américas.
Por otra parte, el siglo XIX vio el auge de procesos independentistas en varios países de América Latina y el Caribe, que limitaron el dominio de las potencias europeas en la región. Ello condujo a que a pesar de las contradicciones existentes con las metrópolis europeas, Estados Unidos mantuviera una determinada colaboración antagónica, que tenía como objetivo el aseguramiento del dominio de la región para sí. 
El gobierno de Estados Unidos, favorecido por el antecedente de colonia británica independizada, halló mejores condiciones para sus objetivos de trabajo de influencia y dominación. Las políticas trazadas, fueron restando protagonismo a España, pues paulatinamente Estados Unidos comenzó a apoderase de la economía de las colonias españolas, convirtiéndose la verdadera Metrópolis, si bien en el plano político, aún España mantenía algún dominio.
México fue para EE.UU. la puerta de entrada en América Latina y el Caribe; el laboratorio donde se experimentaron las primeras proyecciones imperiales de la Doctrina Monroe y el llamado Destino Manifiesto del imperialismo estadounidense, que supone la creencia en que Estados Unidos de América es una nación destinada a expandirse desde las costas del Atlántico hasta el Pacífico. 
Este término fue utilizado por primera vez en el artículo Anexión del periodista John L. O'Sullivan, publicado en la revista Democratic Review de Nueva York, en el número de julio-agosto de 1845. En él se planteaba: “El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino.”
Poniendo en práctica los presupuestos imperiales, el joven gobierno de EE.UU. logró apoderarse Texas (1840), California (1845), e invadió parte importante del territorio mexicano entre 1846 y 1848; reflejando el expansionismo estadounidense como mecanismo de dominación.
“Esto proporcionó a Estados Unidos un territorio que representa más de la mitad de la nación y amplias reservas minerales. (…). La invasión de tropas estadounidenses a tierras mexicanas no tenía justificación alguna y menos el apropiarse de la región conquistada, de ahí que fabricaron la justificación y finalmente se adueñaron del territorio.” (García Iturbe N. , Los Estados Unidos en la época de Bush, 2009)
Como consecuencia de la expansión territorial, Estados Unidos se apropió de Colorado, Arizona, Nuevo México, Nevada, Utah y partes de Wyoming, Kansas y Oklahoma, lo que suma un total 2 millones 100 mil kilómetros cuadrados. A cambio de despojar el 55% del territorio mexicano de entonces, el gobierno estadounidense le pagó a México la ridícula suma de 15 millones de dólares.
Durante la primera mitad del siglo XX se consolidaron los mecanismos de dominación económica, política, militar y sociocultural de los Estados Unidos hacia América Latina y el Caribe. Fue en este periodo donde Washington practicó la política  del Gran Garrote o Big Stick, proveniente de un proverbio del África  occidental  que decía: "habla suavemente y lleva un gran garrote, así llegaras lejos" y el Corolario Roosevelt, puestas en práctica por el presidente Theodore Roosevelt, como actualización del monroísmo.
La crisis económicas sucedidas en Latinoamérica, en los primeros años de la década del 20 y fundamentalmente con el Crack de 1929 a 1933, la región sufriría de una forma sin precedentes la dependencia estructural a la economía estadounidense. Esta crisis de la economía mundial se solaparía con las medidas keynesianas aplicadas por el presidente Franklin Delano Roosevelt, con la política de New Deal (Nuevo Trato) y la llamada“ buena vecindad” para Latinoamérica y el Caribe, por la cual se signaron las relaciones entre 1933 y 1945.
Durante la Guerra Fría la proyección exterior y de seguridad se centró en evitar el auge de gobiernos de izquierda con tendencias socialistas, para lo que Washington apoyó a dictaduras militares, desplegando planes sangrientos como la Operación Cóndor.
Entre las posiciones de México en el contexto interamericano debe destacarse su posición digna al continuar las relaciones diplomáticas con la República de Cuba, cuando nuestro país fue expulsado de la Organización de Estados Americanos (OEA).
La política exterior y de seguridad de EE.UU. hacia la región, del fin de la guerra fría hasta nuestros días. México como caso de estudio.
Concluida la política de Guerra Fría con el derrumbe del llamado campo socialista de Europa del Este, el presidente George H.W. Bush (1989-1993), planteó la necesidad de construir un “nuevo orden mundial” donde se consolidara la hegemonía estadounidense. Para las relaciones interamericanas, este interés hegemónico fue proyectado a través de instrumentos político-jurídicos, económicos, militares, de seguridad e ideológico-culturales, en interés de configurar “el nuevo orden panamericano”.
En el plano militar y de seguridad, ya se venían preparando nuevos enemigos que sustituyeran la “batalla” contra el comunismo, y continuaran alentando el Complejo de Seguridad Industrial para el enfrentamiento al llamado narcotráfico. En este sentido, la Administración de Ronald Reagan (1981-1989) ya había incentivado la guerra contra el flagelo de las drogas, con una militarización que ha sido continuada por los diferentes gobiernos demócratas y republicanos de ese país. 
La necesidad de nuevas guerras por el control de recursos naturales estratégicos, adquirió como justificaciones más útiles, la lucha contra el terrorismo y contra el narcotráfico; aunque también fueron revalorados los temas de las migraciones descontroladas, la gobernabilidad, los derechos humanos, entre otros.  
Para ello se reajustó el sistema interamericano con un nuevo aparato categorial de principios y valores acordes al nuevo contexto internacional. Entre los instrumentos político-jurídicos de este periodo se destaca el Compromiso con la Democracia Representativa y la Modernización del Sistema Interamericano aprobado en 1991 en la Asamblea General de la OEA. Este adecuaba la institucionalidad de sistema interamericano con principios y valores, susceptibles de ser reinterpretados de manera desfavorable para gobiernos latinoamericanos y caribeños; que resultaran perjudiciales para las pretensiones imperiales. Ese mismo año fue firmado el Protocolo de Washington, el cual invalidaba los principios del “pluralismo ideológico y político” establecido en el Protocolo de San José en 1975.
Respecto a los instrumentos de dominación económica, en 1990 fueron emitidas una serie de recetas de esta índole para los países de Nuestra América, a través del Consenso de Washington. Este establecía una serie de políticas económicas que perpetuaban la dependencia estructural a la economía estadounidense e incrementaban la explotación de la región. También en este sentido fueron promovidos acuerdos económicos-comerciales como el fracasado Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y otros más efectivos como el Tratado de Libre comercio para América del Norte (TLCAN o NAFTA en inglés) entre Canadá, Estados Unidos y México.  
En septiembre de 2001, fue aprobada la Carta Democrática Interamericana, que revaloraba la necesidad de “promover y consolidar la democracia representativa”. Con ello ponderaba la necesidad de consolidar la democracia y el Estado de derecho en los países miembros. 
Esto ocurre en un complejo escenario internacional, luego de los ataques terroristas contra las Torres Gemelas (World Trade Center de Nueva York) y el Pentágono de Estados Unidos de América. Estos hechos “validaron” la Estrategia de Seguridad Nacional de EE.UU. de 2002, que dio a conocer públicamente el presidente G.W. Bush (2001-2009) la cual ha tenido una incidencia peculiar en el sistema interamericano. (Véase: Suárez, 2003)
En el orden militar han continuado las intervenciones estadounidenses, pero se ha perfilado la diplomacia interamericana, para justificar las incursiones como humanitarias, en aras de preservar la estabilidad, la gobernabilidad y la seguridad humana. Entre los ejemplos más significativos se destacan: la ratificación del NAFTA por el Congreso estadounidense y la Casa Blanca en 1994, con las “enmiendas laboral y medio ambiental”; la Iniciativa Mérida de 2007 y la injerencia de agencias como la USAID, la NED y la DEA en los asuntos internos de gobiernos progresistas de la región.
La política exterior y de seguridad de Estados Unidos hacia México.
La política exterior y de la seguridad nacional[i] de Estados Unidos hacia México tiene una dimensión tan abarcadora, que resulta necesario apreciarla desde una óptica más profunda que la simple relación bilateral. Los intereses económico-comerciales y de seguridad consolidados durante siglos, hacen de México un país prioritario para los intereses de política exterior y de seguridad estadounidense, tanto por el hecho de compartir frontera cómo por las implicaciones para la proyección hacia América Latina y el Caribe.  
Dicha relación debe entenderse desde las características que asume un Imperio con su vecino más cercano en el periodo de su expansión territorial. Ello conllevó al despojo de una gran parte del territorio mexicano y a un proceso de influencia política, económica y sociocultural, donde Estados Unidos proyectó los primeros indicios de lo que hoy se conoce como los instrumentos de su poderío nacional.
Con el curso de los años, los mecanismos de dominación estadounidenses se han perfeccionado, delineando una política exterior y de seguridad acorde con cada contexto histórico. Ello parte de un conocimiento de las necesidades y características internas del pueblo mexicano, para poder consolidar su hegemonía.
Para un mayor conocimiento de la cultura mexicana, el Comando Norte de EE.UU. (NORTHCOM) está desarrollando un programa “(…) contra México (que) se denomina “Programa de Análisis sobre la Cultura Mexicana” (…). Los asesores que forman parte de los programas del HTS (Human Terrain System) son por lo regular científicos sociales, donde se encuentran sociólogos, etnólogos, psicólogos, teólogos, antropólogos y otros.”(García Iturbe N. , 2013)
Existen elementos geoestratégicos que hacen de México un foco de atención permanente. El hecho de compartir fronteras hace de ese país la ruta principal para los flujos de personas, drogas y armas entre EE.UU. y Nuestra América. Esta peculiaridad ha conllevado a una serie de problemáticas económicas, políticas, culturales y de seguridad, que han influenciado y en algunos casos, determinado, la historia de mexicana.
En los últimos años, México ha presentado graves problemas de seguridad, violencia y criminalidad, asociados al tráfico ilícito de drogas y otros delitos conexos, que  tienen como principal aliento, ser la puerta de entrada al primer mercado global de drogas, y la de salida del mayor mercado de armas.
La situación migratoria ha llegado a tal punto, que la reforma migratoria estadounidense constituye un  punto central en la agenda de política exterior de ambos países, por lo que implica para la seguridad de ambos Estados y el impacto que posee a nivel regional.
Si bien la política exterior y de seguridad de EE.UU. tiene un impacto a nivel global, para América Latina y el Caribe y en particular, para México, tiene una repercusión estructural. Para México resulta inminente la necesidad de cambios en la proyección de EE.UU. La crueldad de las leyes migratorias y la militarización de la guerra contra las drogas han sumergido a ese país en una lamentable situación de criminalidad, violencia, y corrupción que afecta los derechos humanos y la institucionalidad de México. 
México se halla ante una encrucijada entre las complejas relaciones bilaterales con su vecino del norte y los graves problemas que enfrenta en la política interna. En ello tiene un gran impacto, la influencia de las estrategias impulsadas para la lucha antidroga priorizan la militarización sobre las medidas de beneficio social, lo que aparta a un segundo plano la generación de empleos y otros programas de desarrollo social. Desde esta perspectiva, aumenta su dependencia, generando mayor violencia y criminalidad para la sociedad. 
Entretanto, los cárteles del narcotráfico incrementan su poder de fuego y perfeccionan la transportación de las drogas y el lavado de dinero, a partir de su relación con empresas legales estadounidenses que desarrollan el negocio de las drogas, consolidándolo como toda una empresa transnacional, con mecanismos de regulación de la oferta y la demanda.
Pero la militarización de la guerra contra las drogas no sólo ha incidido en el aumento de la violencia y de la inseguridad ciudadana en México, sino que repercute también en los procesos electorales del país, en tanto las demandas ciudadanas priorizan los aspectos de seguridad sobre otras necesidades sociopolíticas. De igual forma, la corrupción política e institucional y los nexos existentes entre altos funcionarios gubernamentales con los cárteles de la droga, así como con el sector financiero, amplía el diapasón de análisis, hacia elementos poco atendidos en el enfrentamiento estadounidense al tráfico ilícito de drogas, y a delitos conexos como el tráfico de personas, precursores químicos y el lavado de dinero.
Estados Unidos, ha logrado de México no sólo un aliado estratégico, sino un ratón de laboratorio donde ensaya y, a veces consolida, sus estrategias de dominación hacia todo el hemisferio occidental. La Iniciativa Mérida surgió como extensión del Plan Colombia y la Iniciativa Regional Andina para México y Centroamérica, producto del llamado efecto globo del flagelo de las drogas en las últimas tres décadas.
Uno de los grandes retos tal vez imposible en la actualidad, lo constituye desnarcotizar la relación entre Estados Unidos y México. Desde el segundo mandado de Ronald Reagan (1985-1989)  la temática tomó prioridad en la proyección de Estados Unidos hacia la región, y México como país fronterizo, se consolidó como la ruta fundamental del tráfico de drogas hacia Estados Unidos de América.
Sin embargo, fue durante el gobierno de Vicente Fox (2000-2006) que la política exterior y de seguridad estadounidense hacia México adquirió una mayor recepción en cuanto a la influencia militar, con asesores militares y civiles que han velado por que el enfrentamiento a las drogas, el tráfico ilegal de personas y otros delitos conexos se hicieran  a la usanza estadounidense.
La Iniciativa Mérida, pactada entre los ex presidentes Felipe Calderón (2006-2012) y George W. Bush en 2008, ha conducido a  un mar de sangre donde Estados Unidos pone las armas y las “técnicas” y México los muertos. “En los últimos cinco años, más de 60,000 personas han sido asesinadas en la lucha contra el narcotráfico en México. Y muchas de las armas que alimentan esta violencia son contrabandeadas de Estados Unidos a través de la frontera.” (Petición Binacional le pide a Obama Endurecer Ley Contra el Tráfico de Armas a México, 2013)
Estos datos reflejan el fracaso de la llamada guerra contra las drogas y permiten reconocer la misma, como parte fundamental de la política exterior y de seguridad concebida para México. La falta de voluntad política de Washington  para asumir de manera integral la responsabilidad compartida y diferenciada contra el flagelo de las drogas, puede argumentarse por la oportunidad que le brinda para incrementar su poder militar y su influencia político-diplomática e institucional en México. La vulnerabilidad de las fronteras mexicanas con Estados Unidos y, sobre todo, con Guatemala, extiende el tráfico de ilícitos, alentando la tendencia militarista del problema y la violencia con que operan cárteles como el de los Zeta [ii]. 
No es de despreciar los efectos negativos que la pobreza, la violencia y los delitos conexos al tráfico ilícito de drogas, con un enorme impacto económico-social, lo que afecta las inversiones extranjeras y el turismo; hallando una mayor cobertura para criminalizar la protesta social. Asimismo se incrementa la privatización de la seguridad pública, con el alza de los precios de protección, rescate y servicio de guardaespaldas, con la preocupante intervención de empresas privadas de servicios de defensa y seguridad (contratistas). 
La crisis político-institucional se ve estimulada por las suntuosas sumas de capitales de la narco-economía, corrompiendo más el sistema político y de defensa nacional, lo que lesiona la convivencia democrática de ese país y su gobernabilidad, con un lamentable costo para su soberanía.
Asimismo, la equívoca funcionalidad de la Iniciativa Mérida posibilita un paulatino aumento de la violencia en el mercado de las drogas de México, en tanto le resulte conveniente a la industria armamentista de Estados Unidos y a sus intereses geopolíticos y geoeconómicos.
La impunidad con que actúan agencias estadounidenses como la Agencia Antidroga (DEA) y los contratistas al servicio de Washington en el territorio mexicano; ha llevado a la realización de operaciones ilegales de entrega de armas de fuego a los carteles de la droga como la Operación Rápido y Furioso. “Un reporte de Buró de Alcohol, Tabaco, Armas y Explosivos (ATF), plantea que el 70% de las armas incautadas en los últimos tres años en México procedían de Estados Unidos.” (Petición Binacional le pide a Obama endurecer Ley Contra el Tráfico de Armas a México, WOLA, 2013)
Ante esa situación, el gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI) liderado por Enrique Peña Nieto, deberá acometer reformas importantes en la recuperación de la credibilidad del Estado mexicano. Los problemas anteriormente mencionados, aumentan las presiones para que este gobierno oriente las políticas públicas en un sentido revitalizador de los derechos ciudadanos y la gobernabilidad democrática.
La carencia de programas sociales que desestimulen el crimen organizado trasnacional en México, y la abismal desigualdad de entre ricos y pobres ha fomentado la criminalidad. Esta situación vulnera las capacidades del Estado mexicano para acometer acciones autónomas en el plano de la seguridad. Por otra parte, la responsabilidad compartida y diferenciada del gobierno de EE.UU. con el flagelo de las drogas y varios de los problemas estructurales de la economía mexicana, hacen improbable una solución donde no se cuente con el concurso de las fuerzas y los fondos del gobierno estadounidense.
Ha sido justamente la influencia de la política exterior y de seguridad de  Estados Unidos, junto a la dependencia estructural de la economía mexicana, lo que  ha sometido a ese país en una seria crisis sociopolítica, que demanda de cambios, que mejoren su credibilidad y eleven los niveles de seguridad ciudadana que presenta ese país en la actualidad. 
“El 14 de enero de 2013 WOLA (la Oficina de Washington para Estudios Latinoamericanos) entregó una petición binacional a la Casa Blanca pidiendo a la Administración Obama endurecer las leyes para frenar el tráfico de armas a México, ya que en ese país la violencia se ha convertido en una realidad aterradora cotidiana para muchas comunidades. (Petición Binacional le pide a Obama Endurecer Ley Contra el Tráfico de Armas a México, 2013)
Ciertamente la situación que vive México hoy no se explica sin la proyección exterior y de seguridad de Estados Unidos, contrastándola con los antecedentes históricos de dependencia y dominación, en lo cual tiene un importante rol, los acuerdos establecidos en materia económica-comercial y financiera.“Dentro de los mecanismos de dominación utilizados por Estados Unidos, es importante tomar en cuenta el comercio, fundamentado en el intercambio desigual y preferencial en lo que respecta a la nueva metrópoli.” (García Iturbe N., Los Estados Unidos en la época de Bush, 2009)
En el plano económico, durante la primera mitad del siglo XX, México registró un importante crecimiento que lo ubicó como un referente para Latinoamérica y el Caribe. Ello ha sido utilizado por Washington para canalizar buena parte de sus intereses de dominación en la región a través de este país. 
La dependencia en temas de seguridad complementa los acuerdos tomados en materia económico-comercial y financiera, con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA, por sus siglas en inglés) y la llamada Alianza para la Prosperidad y la Seguridad de América del Norte (ASPAN) mediante lo cual se ha consolidado el sistema de dominación estadounidense en México, desde el  fin de la guerra  fría hasta la actualidad.
El TLCAN prohíbe la exigencia de requisitos de desempeño o reglas de comportamiento a los inversionistas extranjeros, lo que da una mayor cobertura a los empresarios estadounidenses para actuar sin controles exigentes. Por otra parte, las empresas exportadoras no están obligadas a someter a concurso sus compras como sí lo están el Estado y las empresas públicas, de manera que mientras existen controles para el Estado mexicano, el ramo empresarial trasnacional cuenta con grandes libertades para su desarrollo.
La asimetría existente entre ambas economías, ha conllevado a una seria reducción de laparticipación del capital mexicano en producciones y exportaciones (2,75%). A estos tratados se suma la incorporación de México a la Alianza del Pacífico, junto a aliados estratégicos de EE.UU. como Colombia, Panamá  y Chile, para una alianza comercial, impulsada por Washington en aras de amedrentar los esfuerzos integracionistas de países como Venezuela (ALBA) y Brasil (MERCOSUR y UNASUR).
La crisis global, ha conllevado a serias limitantes para la economía estadounidense, la que ha tenido serios problemas en el empleo y que posee un impacto directo en los inmigrantes mexicanos, que constituye la principal comunidad de latinos en ese país y ello a su vez tiene un impacto electoral. La reelección de Obama con el apoyo de la mayoría de este sector, evidencia la importancia del voto latino como principal minoría de ese país, que ya cuenta con“(…)50,5 millones de personas de origen latino que representan el 16% de la población y casi el 12% del electorado. Se convirtieron en la principal minoría del país y son mayoría en 28 ciudades, con un crecimiento de casi la mitad (43 %) en la última década.” (Los retos de Obama en su segundo mandato (2013-2017), 2012)
Estas transformaciones demográficas permiten comprender la ascendencia de los latinos en la política estadounidense, con figuras como Joaquín Castro, que calan en la opinión pública estadounidense, con efectos socioculturales de imprescindible valoración para un diagnóstico sobre la relación con la región y, en particular, con México. Sobre este elemento el académico Immanuel Wallerstein consideró:  
“El antagonismo hacia México debido a los migrantes indocumentados ha llegado a jugar un papel importante en la política estadunidense y ha estado socavando los supuestos lazos económicos cercanos con México. Y en cuanto al resto de América Latina, el crecimiento de su postura geopolítica independiente es fuente de frustración para el gobierno estadunidense y de impaciencia para el público en ese país.” (Wallerstein, 2012) 
Ello se traduce también en una reducción de los montos de remesas que recibe México, que registran un importante monto de 24 000 MMUSD, lo que lo convierte en el primer receptor de remesas de América Latina y el Caribe y el tercero a nivel global. Entretanto, la deuda externa mexicana  se incrementó de  119 084 MMUSD en 2006 a 210 252 MMUSD en 2012, registrando un crecimiento del 83 %.
La economía de México ha mostrado varios indicadores positivos en los últimos años que pueden tender a confundirse, pues muchos de los índices de mejoría se deben a las inversiones de empresas trasnacionales cuyo capital mayoritario proviene de EE.UU. De hecho los lazos comerciales bilaterales continúan creciendo, aunque el mercado chino aumenta la competencia para los productos mexicanos.
Según afirmó el Secretario Adjunto para Asuntos Económicos y Comerciales de EE.UU. José W. Fernández, entre Estados Unidos y México hay “(…) 500,000 millones de dólares en comercio, ya sea en mercancía o en servicios, todos los años… (El) comercio se ha cuadruplicado desde la firma del TLC. Todos los días hay más de 1000 millones de dólares que van de un lado al otro de la frontera.”(Fernández, Sitio Oficial de la Embajada de EE.UU. en México, 2013).
En el plano político-diplomático México se halla ante el reto de recuperar su otrora  liderazgo regional. Esta postura también es alentada en cierta medida, por el gobierno estadounidense, en aras de disminuir el influjo de Brasil en el Gran Caribe y en particular, en Centroamérica.
Estas circunstancias permiten apreciar el grado de interdependencia entre ambos países, lo cual acentúa los intereses y las prioridades de la política exterior y de seguridad de EE.UU. hacia México. El flujo ilícito de personas, drogas y armas entre ambos países, hace de sus problemas comunes una poderosa razón para la cooperación bilateral; sólo que esta continúa siendo guiada desde la visión unidireccional del imperio estadounidense.
El viaje de Obama, a México y a Costa Rica para la reunión del Sistema de Integración Centroamericano (SICA), era una deuda del primer mandato presidencial de Obama, respecto a la proyección hacia América Latina y el Caribe. En este viaje se actualizó la política bilateral hacia México, fundamentalmente en los tópicos de seguridad, donde resultaba necesaria una puntualización entre el gobierno de Obama y el de Enrique Peña Nieto. 
El nuevo gobierno del PRI, ha debido tomar algunas medidas que reflejen cambios respecto a la política de Calderón y  ello tiene una expresión directa en la relación bilateral con EE.UU. sin bien se mantienen los lazos de dependencia y dominación estructurales respecto al vecino del norte.
Las discusiones en el marco de la OEA sobre el tema de las drogas y el papel de México en ese tópico, fortalecen las protestas respecto a la necesidad de un cambio de política que contenga la violencia y la criminalidad que afecta a gran parte de la región. Entre los debates más importantes se destaca la despenalización y la legalización de algunas drogas. Este aspecto enfatiza las discusiones que se sostuvieron en la pasada Cumbre de las Américas en Cartagena de Indias. 
En la actualidad, el gobierno de EE.UU. ha recrudecido la guerra antidroga, con la autorizaron de la utilización de aviones no tripulados (Drones), para su utilización en la persecución de narcotraficantes e inmigrantes, en aras de aumentar la seguridad en la Frontera de EE.UU. con México. Ello refuta la errónea estrategia antidroga que persigue Estados Unidos, la cual reinvierte en el pilar militar, dejando a un lado el importante control del consumo en su país y el impulso a programas de asistencia social, que contrarresten en alguna medida, las marcadas diferencias sociales, que repercuten a su vez en la falta de empleos y la crisis económica, e incentívala inserción en actividades ilícitas.  
La fallida guerra contra las drogas ya va generalizando consenso en cuanto a su fracaso manifiesto. En el Informe de Human Rights Watch sobre la lucha contra el tráfico ilícito de drogas (TDI) en México se reconoce, a consideración del director de esta Institución para “las Américas”, José Miguel Vivanco: 
“En vez de reducir la violencia, la ‘guerra contra el narcotráfico’ de México ha provocado un incremento dramático de la cantidad de asesinatos, torturas y otros terribles abusos por parte de las fuerzas de seguridad, que sólo contribuyen a agravar el clima de descontrol y temor que predomina en muchas partes del país.”(Ni Seguridad, Ni Derechos: Ejecuciones, desapariciones y tortura en la ‘guerra contra el narcotráfico’ de México”, 2013)
Si se hace retrospectiva hacia desde hace sólo una década, puede apreciarse la agudización de estas problemáticas, con serias afectaciones a la institucionalidad, el Estado de derecho y la seguridad ciudadana; lo que hace pertinente reconsiderar las consecuencias que posee para la región, y en especial para la nación mexicana, la política exterior y de seguridad estadounidense.
Conclusiones
Las sucesivas administraciones del gobierno estadounidense, incluso de la Obama (2009-2017), han reflejado una continuidad en las estrategias de dominación hacia la región, con independencia de los cambios y matices ajustados al contexto histórico e internacional, a las condicionantes internas de ese Estado-Nación y las características de cada presidente.
La política exterior y de seguridad de Estados Unidos hacia México se ha comportado de manera estable, en cuanto a sus intereses de dominación. Para ello se ha consolidado la dependencia de México hacia ese país, estrechando todos aquellos pilares que comprometen las políticas del Estado mexicano a los designios de EE.UU.
De manera general, el crimen organizado transnacional vinculado fundamentalmente, al tráfico ilícito de drogas influye, cada día más en la estabilidad mexicana, con un impacto en el sector social, económico y el político, del cual no son ajenos los procesos electorales existentes en esa nación. 
Con la Iniciativa Mérida, se han consolidado los nexos de dependencia, que aumentan las presiones y las justificaciones para la penetración de personal de seguridad y otros asesores (contratistas) en territorio mexicano. Todo ello permite afirmar que la política antidroga de Washington para ese país ha resultado un fracaso.
La política exterior y de seguridad de EE.UU. afronta la necesidad de transformar la visión de ese país  ante el mundo. Para el caso latinoamericano, acoge un complejo contexto, con una correlación de fuerzas que resulta contestataria a los intereses imperiales en los foros regionales.  
En ese panorama, el gobierno estadounidense ha debido perfeccionar la proyección político-diplomática, mediante el poder inteligente (smart power) y la diplomacia y el desarrollo como complemento de la defensa (las tres D). Desde estos presupuestos, se perfeccionan las bases esenciales de la proyección exterior de  Estados Unidos, para el efectivo cumplimiento de los objetivos estratégicos en la esfera internacional. 
Ante el impacto de la crisis económica, EE.UU. ha reconocido la necesidad de realizar cambios a nivel doctrinal, para el ejercicio de una política exterior más efectiva. En este sentido, ya no basta con la recuperación económica y la demostración de la supremacía militar, sino que para la consolidación hegemónica es también necesaria la preservación de su liderazgo en el orden político, diplomático, ideológico, cultural e informacional. 
Desde estos presupuestos, se desarrolla una diplomacia en correspondencia con la necesidad de recuperar credibilidad y adecuar la agenda internacional a los nuevos tiempos. Para ello, los Departamentos y Agencias del gobierno estadounidense han llevado a cabo varias reformas, donde se destacan las implementadas por el Departamento de Estado y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID).  
En este escenario, el gobierno estadounidense re-articula los instrumentos del poderío nacional para perfeccionar la penetración imperial. Para ello, se validan conceptos como la responsabilidad de proteger, para temas sensibles como la seguridad humana, la gobernabilidad, la convivencia democrática, el Estado de derecho, la violencia y la criminalidad; que faciliten el trabajo de influencia y dominación de la política exterior y de seguridad de EE.UU. hacia México.

 Correo Electrónico: alejandro.perdomo91@gmail.com           
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Notas:


[i] Se entiende la seguridad nacional según la define operacionalmente la Dra. Soraya Castro, como una capacidad de los Estados explica la necesidad de darle seguimiento constante tanto a las amenazas que pueden poner en riesgo la nación como a los recursos con que cuenta el país para responder a dichas amenazas de forma efectiva y exitosa. ¿Qué persiguen, o deben perseguir, los Estados con esta actuación? Alcanzar una condición de seguridad y estabilidad que garantice la continuidad de su sistema y por consiguiente la defensa y preservación de sus intereses y objetivos nacionales. Es una condición relativa por las características de las relaciones internacionales en la era globalizada.
[ii] Destacar de los Zeta su carácter militarista, por proceder mucho de sus integrantes de tropas élites del Ejército mexicano, y de algunos países de Centroamérica, que fueron entrenadas por la CIA. Los Zeta  nacieron como brazo armado del cártel del Golfo para luego independizarse. La militarización de la guerra contra las drogas entre Estados Unidos y México ha agudizado el problema, por lo que el proceder del cártel de los Zeta constituye un ejemplo de la equívoca política de los Estados Unidos hacia el narcotráfico.

Entrevista a Junior Garcia Aguilera