lunes, 13 de enero de 2014

Chomsky: “El instrumento que utilizó EE.UU. para criminalizar a los pobres fueron las drogas”




  
Noam Chomsky. Foto: CorbisHay cosas que “la clase dirigente blanca liberal no quiere que formen parte de la historia”, afirmó Chomsky en una conferencia con estudiantes sobre los logros del movimiento estadounidense por los derechos civiles. Uno de esos aspectos se refiere a la criminalización de la vida de las personas pertenecientes a la raza negra.
“El movimiento de los negros llegó a su límite en cuanto se convirtió en un asunto de clase”, indicó el analista y explicó que la clase media de minorías raciales representaba cierta amenaza para la hegemonía blanca. Por lo tanto, a finales de los años setenta las autoridades empezaron a ‘reaccionar’ con la “reinstitución de la criminalización de la población negra”.
Chomsky subraya que “el instrumento que se utilizó para recriminalizar a la población negra fueron las drogas”. “La guerra contra las drogas es un fraude, un fraude total. No tiene nada que ver con las drogas. […] En lo que ha sido exitosa la guerra contra las drogas es en criminalizar a los pobres. Y los pobres en EE.UU. resultan ser en su mayoría negros y latinos”, indica el analista estadounidense.
Chomsky incluso llegó a calificar la guerra contra las drogas como “una guerra de razas”. “Es una guerra de razas. Casi en su totalidad; desde el principio, las órdenes dadas a la Policía de cómo lidiar con las drogas fueron: ‘No hace falta ir a los suburbios y detener al corredor de bolsa blanco que esnifa cocaína por la tarde, sino que hay que ir a los guetos, y si un chico tiene un porro en su bolsillo, meterlo en prisión’. Así que todo empieza con la acción policial, no de la propia Policía, sino de las órdenes que se les dan”, subraya el experto.
“La población negra ahora está en condiciones de empobrecimiento y privaciones extremadamente graves, por lo que si nos fijamos en los últimos 400 años de la historia de EE.UU., hay solo 20 o 30 años de relativa libertad para representantes de esa raza. Y eso es una cicatriz real en la sociedad“, asegura Chomsky.
El analista concluyó que aunque no se puede negar “el gran logro del movimiento por los derechos civiles” del país, no hay que pasar por alto el hecho de que “puso en marcha fuerzas que podrían tratar de revertir cambios conseguidos con el fin de defender los privilegios de clase”.
Fuente: RT

jueves, 9 de enero de 2014

Militares de EEUU están dispersos por la mitad del mundo

Foto: Google Maps / RT
Foto: Google Maps / RT
Las fuerzas de Operaciones Especiales de EE.UU. estuvieron desplegadas o cooperaron con los militares en 106 naciones alrededor del globo durante los años 2012 y 2013, según calcula el portal TomDispatch.com, basándose en fuentes abiertas.
“De hecho, el Mando de Operaciones Especiales de EE.UU. (SOCOM) ha convertido el planeta en un gigantesco campo de batalla. El Pentágono ha dividido el globo, casi cada centímetro de él, como una tarta enorme, en seis pedazos de comando: EUCOM para Europa y Rusia; PACOM para Asia; CENTCOM para Oriente Próximo y África del Norte; SOUTHCOM para América Latina; NORTHCOM; para EE.UU., Canadá y México y AFRICOM para la mayor parte de África. Pero las ambiciones del Pentágono no se limitan a la Tierra: existen, además, STRATCOM, para el comando del cosmos, y CYBERCOM, que se dedica a controlar Internet”, destaca Nick Turse, el editor asociado de TomDispatch.
El presupuesto otorgado por el Estado a servir las necesidades del organismo alcanzó en 2013 los 6.900 millones de dólares. Teniendo en cuenta los fondos suplementarios, la cifra de financiación real es de 10.400 millones de dólares. SOCOM lleva a cabo misiones secretas en el extranjero, como operaciones contraterroristas, de reconocimiento especial y guerra no convencional (incluyendo la guerra propagandística). Se dedica, además, a entrenar a las tropas de sus socios foráneos, servir como consejeros y realizar maniobras militares conjuntas.
En 2001, el contingente de SOCOM era de 33.000 efectivos. En 2014 estaba presente en todos los continentes menos la Antártica y presuntamente contaba con 72.000 miembros, siendo aproximadamente la mitad de ellos personal de apoyo. Según puntualiza Turse, sus cifras son fruto del análisis de documentos oficiales gubernamentales, comunicados de prensa e informes accidentales en los medios de comunicación. Acentúa que un portavoz de SOCOM, el mayor Matthew Robert Bockholt, respondiendo a sus preguntas se limitó a comentar que hacer público en qué países exactamente están presentes sus fuerzas habría molestado a los aliados extranjeros y habría puesto en peligro la vida de los militares estadounidenses. Bockholt insistió, además, en que simplemente el hecho de revelar el total de países que colaboran con SOCOM también habría amenazado a la seguridad nacional.
El único dato oficial disponible al respecto es que el programa de desarrollo de la entidad prevé que dentro de seis años tenga a su disposición una red de aliados y socios interagenciales “de ideas afines” que cubra no ya las naciones por separado, sino el mundo entero. “SOCOM está mejorando su red global de fuerzas de operaciones especiales para poder apoyar a nuestros socios internacionales e interagenciales. El objetivo es profundizar el conocimiento de las posibles situaciones de amenazas y oportunidades emergentes. Tal red permite la presencia pequeña y permanente en lugares críticos y facilita la participación en un conflicto, cuando sea necesario o apropiado”, argumentó el año pasado el jefe del organismo, el almirante  William McRaven, en un comunicado leído ante el Comité de Servicios Armados de la Cámara de Representantes.
(Tomado de Russia Today)
 Fuente: Cubadebate

Emergen de las sombras los Snowden de los años 70 que denunciaron al FBI (+ Fotos)


ohn y Bonnie Raines, dos activistas que sustrajeron documentos. Foto: The New York Times
John y Bonnie Raines, los pacifistas que sustrajeron documentos, junto a sus dos nietos. Foto: The New York Times
Por Mark Mazzetti
The New York Times
Cometer un crimen perfecto es mucho más fácil cuando no hay nadie que vigile.
Por eso, una noche de hace casi 43 años, mientras Muhammad Ali y Joe Frazier se aporreaban durante 15 asaltos en una pelea por el título mundial, retransmitida a millones de espectadores de todo el mundo, unos jóvenes agarraron una ganzúa y una barra de hierro, entraron en una oficina del Federal Bureau of Investigation (FBI) a las afueras de Filadelfia y se llevaron prácticamente todos los documentos que había allí.
Nunca los capturaron, y los documentos hurtados que enviaron por correo de forma anónima a varios periódicos fueron la primera gota de lo que iba a convertirse en una lluvia de revelaciones sobre las extensas actividades de espionaje y guerra sucia del FBI contra grupos que se oponían a la guerra en Vietnam.
El robo cometido en Media, Pensilvania, el 8 de marzo de 1971, tiene resonancias históricas que llegan hasta hoy, después de que las informaciones dadas a conocer por el excontratista de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) Edward J. Snowden hayan vuelto a dar una imagen nada favorable de las actividades de inteligencia del Gobierno y hayan abierto un debate nacional sobre los límites de las operaciones de vigilancia del Ejecutivo norteamericano. Hasta ahora, los ladrones se habían mantenido en silencio sobre sus respectivos papeles en la operación. Se conformaban con saber que sus acciones dieron el primer golpe importante a una institución que había acumulado un poder y un prestigio inmensos durante el largo mandato de J. Edgar Hoover como director.
John and Bonnie Raines early in their marriage.
John y Bonnie Raines al principio de su matrimonio.
“Cuando se hablaba con alguien de fuera del movimiento pacifista sobre lo que estaba haciendo el FBI, nadie podía creérselo”, dice Keith Forsyth, que por fin ha decidido reconocer su participación. “No había más que una forma de convencer a la gente de que era verdad, y era obtener los documentos escritos de su puño y letra”.
A estas alturas, ya no es posible juzgar por lo sucedido aquella noche a Forsyth, de 63 años, ni a otros miembros del grupo, y ellos han aceptado ser entrevistados antes de que se publique esta semana el libro escrito por una de las primeras periodistas que recibió los documentos robados. Betty Medsger, antigua redactora de The Washington Post, ha pasado años examinando el voluminoso expediente del FBI. sobre el caso y ha convencido a cinco de los ocho hombres y mujeres que participaron en el robo para que rompan su silencio.
A diferencia de Snowden, que descargó cientos de miles de archivos digitales de la NSA. en discos duros, los pacifistas utilizaron métodos del siglo XX: estudiaron la oficina del FBI durante meses, se pusieron guantes para meter los papeles en maletas y colocaron las maletas en los coches preparados para la huida. Al terminar, se dispersaron. Algunos siguieron comprometidos en la lucha contra la guerra, mientras que otros, como John y Bonnie Raines, decidieron que el peligroso robo iba a ser su último acto de protesta contra la Guerra de Vietnam y otras acciones del gobierno y que querían cambiar de vida.
“No necesitábamos llamar la atención, porque habíamos hecho lo que había que hacer”, dice Raines, hoy de 80 años, que había dispuesto con su esposa que otros familiares criaran a los tres hijos en caso de que les enviaran a la cárcel. “Los sesenta ya habían quedado atrás. No teníamos por qué aferrarnos a lo que habíamos hecho entonces”.
Keith Forsyth, a principios de 1970, fue el lock-picker designado entre los ocho ladrones. Cuando se dio cuenta de que no podía abrir la cerradura de la puerta principal del FBI oficina, rompió a través de una entrada lateral. Foto: The New York Times
Foto de Keith Forsyth, a principios de 1970. El fue  el designado para encabezar la operación. Cuando se dio cuenta de que no podía abrir la cerradura de la puerta principal de la oficina del FBI, irrumpió por una entrada lateral. Foto: The New York Times

Un plan meticuloso

El robo fue idea de William C. Davidon, catedrático de física en Haverford College y un personaje fijo en todas las protestas contra la guerra en Filadelfia, que, a principios de los setenta, era un foco candente del movimiento pacifista. Davidon se sentía frustrado por el hecho de que años y años de manifestaciones organizadas no parecían haber surtido un gran efecto.
En el verano de 1970, meses después de que el presidente Richard M. Nixon anunciara que Estados Unidos había invadido Camboya, Davidon empezó a formar un equipo con varios activistas cuyo compromiso y cuya discreción le inspiraban confianza.
El grupo –en un principio nueve, antes de que se retirase un miembro– llegó a la conclusión de que sería demasiado arriesgado tratar de entrar en las oficinas del FBI. en el centro de Filadelfia, donde las medidas de seguridad eran estrictas. De modo que se decidieron por una oficina más pequeña en Media, en un edificio de apartamentos situado enfrente de los juzgados del condado.
Un bosquejo del FBI del "estudiante de la universidad," hembra que en realidad era Bonnie Raines disfrazado.
Un bosquejo del FBI de “la estudiante de la universidad” que había pasado por la oficina de Media, y que en realidad era Bonnie Raines disfrazada.
La decisión también tenía sus riesgos: nadie sabía con seguridad si una oficina tan pequeña iba a tener documentos sobre las operaciones de vigilancia de los manifestantes contra la guerra, ni si saltaría alguna alarma en cuanto abrieran la puerta.
El grupo pasó meses vigilando el edificio, pasando por delante a todas horas del día y de la noche, aprendiéndose de memoria las costumbres de sus residentes.
“Sabíamos cuándo volvían a casa del trabajo, cuándo apagaban la luz, cuándo se acostaban, cuándo se despertaban por la mañana”, dice Raines, que era profesor de religión en Temple University por aquel entonces. “Estábamos bastante seguros de conocer las actividades nocturnas en el edificio y alrededor de él”.
Pero cuando el grupo se quedó tranquilo fue cuando Bonnie Raines entró en la oficina y pudieron convencerse de que no tenía sistema de seguridad. Varias semanas antes del robo, Raines visitó la oficina haciéndose pasar por una alumna de Swarthmore College interesada en las oportunidades de empleo para las mujeres en el FBI.
El robo en sí se desarrolló sin ningún problema, salvo cuando Forsyth, el designado para forzar la cerradura, descubrió que el FBI había instalado en la puerta prevista un cierre que le era imposible abrir y tuvo que entrar por otra. El cierre de esta segunda puerta era un cerrojo sobre el picaporte que rompió con la barra de hierro.
Después de meter los documentos en maletas, los jóvenes se subieron a los coches que tenían preparados y se reunieron en una granja para examinar lo que habían robado. Sintieron gran alivio al descubrir que la mayor parte consistía en sólidas pruebas de que el FBI estaba espiando a grupos políticos. Decidieron identificarse como la Comisión Ciudadana para Investigar al FBI y empezaron a enviar documentos escogidos a varios periodistas. Dos semanas después del robo, Betty Medsger escribió el primer artículo basado en los documentos, después de que el gobierno de Nixon intentara sin éxito que el Post los devolviera.
Otros medios que también habían recibido papeles, entre ellos The New York Times, siguieron con sus propias informaciones.
El F.B.I. oficina de campo en Media, Pensilvania, de la que los ladrones robaron archivos que mostraban el alcance de la vigilancia de la oficina de política groups.BETTY Medsger
La Oficina del FBI en Media, Pensilvania, asaltada por los jóvenes. Foto: BETTY Medsger
El artículo de Medsger citaba el documento quizá más perjudicial de todos, un memorándum de 1970 que permitía atisbar la obsesión de Hoover por cazar a los revolucionarios. En él se instaba a los agentes a intensificar sus interrogatorios de activistas antibélicos y miembros de grupos estudiantiles disidentes.
“Reforzará la paranoia endémica de esos círculos y convencerá aún más a todo el mundo de que hay un agente del FBI detrás de cada buzón”, decía el mensaje del cuartel general del F.B.I. Otro papel, firmado por el propio Hoover, revelaba una extensa operación de vigilancia de grupos estudiantiles negros en los campus universitarios.
Ahora bien, el documento que más habría ayudado a controlar las operaciones de vigilancia interna del FBI era una nota interna, con fecha de 1968, que contenía una palabra misteriosa: Cointelpro.
Ni los ladrones ni los reporteros que recibieron los documentos entendían el significado del término, y hubo que esperar a años más tarde, cuando el periodista de NBC News Carl Stern obtuvo más expedientes del FBI gracias a las obligaciones marcadas por la Ley de Libertad de Información, para que se perfilara qué era Cointelpro, abreviatura de Counterintelligence Program.
Desde 1956, el FBI llevaba a cabo un programa exhaustivo de espionaje de líderes de los derechos civiles, organizadores políticos y presuntos comunistas, y había intentado sembrar la desconfianza entre los distintos grupos de disidentes. Entre la siniestra lista de revelaciones se encontraba una carta con la que los agentes del F.B.I. habían querido chantajear al reverendo Martin Luther King Jr., al que amenazaban con denunciar sus aventuras extramatrimoniales si no se suicidaba.
“No era solo que espiaran a ciudadanos estadounidenses”, dice Loch K. Johnson, catedrático de asuntos públicos e internacionales en la Universidad de Georgia, que entonces era ayudante del senador demócrata por Idaho Frank Church. “El propósito de Cointelpro era destruir vidas y arruinar reputaciones”.
La investigación llevada a cabo por el senador Church a mediados de los setenta puso permitió saber más sobre la extensión de los delitos cometidos por el FBI, y desembocó en una mayor vigilancia por parte del Congreso de las actividades del FBI y otros servicios de inteligencia. El informe final del Comité Church sobre las operaciones de vigilancia interna era muy directo. “Demasiados organismos oficiales han espiado a demasiada gente, y se ha reunido demasiada información”, decía.
Cuando el comité publicó su informe, Hoover ya había muerto y el imperio que había construido en el F.B.I. estaba desmantelándose. Los 200 agentes que había asignado al caso del robo en Media volvieron casi con las manos vacías, y el FBI cerró el caso el 11 de marzo de 1976, tres días después de que prescribiera el delito de robo.
Michael P. Kortan, portavoz del F.B.I., dice que “varios acontecimientos de esa era, incluido el robo en Media, contribuyeron a cambiar los métodos del F.B.I. para identificar y abordar las amenzas internas contra la seguridad y a que el Departamento de Justicia emprendiera una reforma de las políticas y los métodos del F.B.I., y creara unas directrices de investigación”.
Según el libro de Medsger, The Burglary: The Discovery of J. Edgar Hoover’s Secret FBI (El robo: el descubrimiento del FBI secreto de J. Edgar Hoover), solo uno de los ladrones figuraba en la lista definitiva de sospechosos que se manejó antes de dar el caso por cerrado.
Después, huyeron a una casa de campo, cerca de Pottstown, Pensilvania, donde pasaron 10 días clasificación a través de la documents.BETTY Medsger
Después, huyeron a esta casa de campo, cerca de Pottstown, Pensilvania, donde pasaron 10 días clasificando la montaña de documentos. Foto: BETTY Medsger

Una retirada silenciosa

Los ocho asaltantes de la oficina apenas se comunicaron durante la investigación del FBI y no volvieron a verse jamás en grupo.
Davidon murió a finales del año pasado de Parkinson. Tenía pensado hablar públicamente sobre su papel en el robo, pero otros tres ladrones, en cambio, han preferido mantenerse en el anonimato.
Entre los que sí han revelado sus nombres —Forsyth, los Raines y un hombre llamado Bob Williamson—, existe cierta preocupación por cómo se va a valorar su decisión. John y Bonnie Raines dicen que sienten cierta afinidad con Edward Snowden, cuyas revelaciones sobre el espionaje de la NSA. les parecen un final digno de sus propios descubrimientos de hace tanto tiempo.
Saben que algunas personas les criticarán por haber participado en algo así, que, si les hubieran capturado y condenado, habrían podido estar separados de sus hijos durante años. Pero insisten en que nunca se habrían unido al grupo de ladrones si no hubieran estado convencidos de que iban a librarse de la cárcel.
“Parece como si hubiéramos sido increíblemente osados”, dice Raines. “Pero no había ni una sola persona en Washington —senadores, congresistas, ni siquiera el presidente— que se atreviera a pedir cuentas a J. Edgar Hoover”.
“Teníamos muy claro —concluye— que, si no lo hacíamos nosotros, nadie más lo iba a hacer”.
(Traducido por Diario, de México)
Fuente: Cubadebate

lunes, 6 de enero de 2014

¿Existe la cooperación internacional?



Relata cierta historia que alguna vez el presidente de Estados Unidos salió a hacer una gira por países amigos… y a la tarde ya estaba de regreso. ¿Hay amigos en política? No, definitivamente no: sólo intereses.  Si entendemos por política las relaciones de poder, en otros términos, el arte o técnica de gobernar, de mandar, de ejercer ese poder, la solidaridad, el amor y el cariño no entran en su ámbito. Esto último está en el lado de la amistad, de la generosidad, de la entrega desinteresada. El ejercicio del poder no tiene absolutamente nada que ver con eso. Es una pura cuestión de intereses, de cálculo, de dominio de uno sobre otro (dialéctica del Amo y del Esclavo se le llamó).
De ahí, entonces, que la pregunta en torno a si es posible la cooperación entre países nos remite a la dura realidad que intenta ilustrar el chiste con que abrimos el texto: la cooperación internacional es, en definitiva, un mecanismo más de control y sojuzgamiento de las potencias del Norte sobre los empobrecidos y saqueados países del Sur. Si se dan algunas monedas, no es por un sentimiento de culpa; en todo caso eso constituye un mecanismo más al servicio de la dominación (colchones para hacer más tolerable la miseria y que no revienten rebeliones populares, limosnas que sólo sirven para paliar pero que no tocan las verdaderas causas estructurales de las asimetrías). En otros términos: mantenimiento de las injusticias pero con rostro humano.
Desde inicios de la década de los 60 del siglo pasado, algunos pocos países (las potencias capitalistas del Norte) implementan proyectos comúnmente llamados de “cooperación”. No debe olvidarse que en realidad nacieron –y en muy buena medida siguen siendo eso– como “estrategias contrainsurgentes no militares”. ¿Cooperan con los pobres del Sur? En décadas de estar realizando estos procesos, ningún país pobre dejó de ser tal gracias a esas supuestas ayudas. “En el plano político –decía críticamente Luciano Carrino, funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores del gobierno italiano, muy buen conocedor de estas cuestiones– la cooperación representa la voluntad de una parte de las poblaciones de los países ricos de luchar contra racismos, la pobreza, la injusticia social y mejorar la calidad de vida y las relaciones internacionales. Una voluntad que los grupos en el poder tratan de voltear en su provecho [pues] la cooperación para el desarrollo humano persigue objetivos oficialmente declarados pero sistemáticamente traicionados (…) Los datos sobre el uso global de los financiamientos de la cooperación parecen demostrar que menos del 7% total de las sumas disponibles es orientado hacia la ayuda a dominios prioritarios del desarrollo humano. El resto sirve para objetivos comerciales y políticos que van en el sentido contrario.” [1]
El tema, por cierto, es apasionante. Por eso mismo días atrás lo tocábamos en alguna clase con estudiantes de Ciencias Sociales. Y al respecto uno de mis alumnos consiguió un material que me parece de antología. Es un análisis hiper crítico de la cooperación internacional, realizado a través de un caso puntual pero válido para toda la cooperación en su conjunto. Creo que lo mejor es transcribirlo íntegro y dejar que el lector saque sus conclusiones.

Nota
[1] Luciano Carrino. “Salud Mental Comunitaria: nuevos enfoques”. Roma, 1991.

Las drogas y la máquina de guerra de Estados Unidos

Entrevista con Peter Dale Scott

Red Voltaire

El ex diplomático canadiense Peter Dale Scott aprovecha su jubilación para estudiar detalladamente el Sistema de Estados Unidos y sigue describiéndolo en sus libros. En esta entrevista responde a nuestro colaborador Maxime Chaix, traductor de sus trabajos al idioma francés.

Peter Dale Scott es doctor en Ciencias Políticas, profesor emérito de Literatura Inglesa de la Universidad de California (Berkeley), poeta y ex diplomático canadiense. Su primer libro traducido al francés, The Road to 9/11, fue publicado en septiembre de 2010 por Demi-Lune bajo el título La Route vers le Nouveau Désordre Mondial [El Camino hacia el Nuevo Desorden Mundial] y le valió los elogios del general de la fuerza aérea francesa Bernard Norlain en el número 738 de la Revue Défense Nationale (marzo de 2011). Su más reciente libro, La Machine de guerre américaine [la Máquina de Guerra de Estados Unidos], fue publicado en francés por Éditions Demi-Lune en octubre de 2012 y también fue recomendado por el general Norlain en el número 757 de la Revue Défense Nationale (febrero de 2013). Peter Dale Scott publica regularmente artículos en el sitio web de la Red Voltaire.

Maxime Chaix: En su último libro, La Machine de guerre américaine, usted estudia profundamente lo que usted llama la «conexión narcótica global». ¿Puede aclararnos esa noción?

Peter Dale Scott: Permítame, ante todo, definir lo que yo entiendo por «conexión narcótica». Las drogas no entran en Estados Unidos por arte de magia. Importantes cargamentos de droga son enviados a veces a ese país con el consentimiento y/o la complicidad directa de la CIA. Le voy a poner un ejemplo que yo mismo cito en La Machine de guerre américaine. En ese libro yo menciono al general Ramón Guillén Dávila, director de una unidad antidroga creada por la CIA en Venezuela, quien fue inculpado en Miami por haber introducido clandestinamente una tonelada de cocaína en Estados Unidos. Según el New York Times, «la CIA, a pesar de las objeciones de la Drug Enforcement Administration [DEA], aprobó el envío de al menos una tonelada de cocaína pura al aeropuerto internacional de Miami [,] para obtener información sobre los cárteles colombianos de la droga». En total, según el Wall Street Journal, el general Guillén posiblemente envió ilegalmente más de 22 toneladas de droga a Estados Unidos. Sin embargo, las autoridades estadounidenses nunca solicitaron a Venezuela la extradición de Guillén. Incluso, en 2007, cuando [Guillén] fue arrestado en su país por haber planificado un intento de asesinato contra [el presidente] Hugo Chávez, el acta de acusación contra ese individuo todavía estaba sellada en Miami. Lo cual no es sorprendente, sabiendo que se trataba de un aliado de la CIA.

Pero la conexión narcótica de la CIA no se limita a Estados Unidos y Venezuela sino que, desde los tiempos de la postguerra, ha ido extendiéndose progresivamente a través del mundo. En efecto, Estados Unidos ha tratado de ejercer su influencia en ciertas partes del mundo pero, siendo una democracia, no podía enviar el US Army a esas regiones. Así que desarrolló ejércitos de apoyo (proxy armies) financiados por los traficantes de droga locales. Ese modus operandi se convirtió poco a poco en una regla general. Ese es uno de los principales temas de mi libro La Machine de guerre américaine. En ese libro yo estudio específicamente la operación Paper, que comenzó en 1950 con la utilización por parte de la CIA del ejército del KMT en Birmania, [fuerza] que organizaba el tráfico de droga en la región. Cuando resultó que aquel ejército era totalmente ineficaz, la CIA desarrolló su propia fuerza en Tailandia (bajo el nombre de PARU). El oficial de inteligencia a cargo de esa fuerza reconoció que el PARU financiaba sus operaciones con importantes cantidades de droga.

Al restablecer el tráfico de droga en el sudeste asiático, el KMT –como ejército de apoyo– fue el preludio de lo que se convertiría en una costumbre de la CIA: colaborar en secreto con grupos financiados a través de la droga para hacer la guerra, como sucedió en Indochina y en el Mar de China meridional durante los años 1950, 60 y 70, en Afganistán y en Centroamérica en los años 1980, en Colombia en los años 1990, y nuevamente en Afganistán en 2001. Los responsables son nuevamente los mismos sectores de la CIA, o sea los equipos encargados de organizar las operaciones clandestinas. Se puede observar como desde la época de la postguerra sus agentes, financiados con las ganancias que reportan esas operaciones con narcóticos, se mueven de continente en continente repitiendo el mismo esquema. Por eso es que podemos hablar de «conexión narcótica global».

Maxime Chaix: En La Machine de guerre américaine, usted señala además que la producción de droga se desarrolla bruscamente en los lugares donde Estados Unidos interviene con su ejército y/o sus servicios de inteligencia y que esa producción disminuye cuando terminan esas intervenciones. En Afganistán, en momentos en que la OTAN está retirando paulatinamente sus tropas, ¿piensa usted que la producción disminuirá cuando termine la retirada?

Peter Dale Scott: En el caso de Afganistán es interesante ver que durante los años 1970, a medida que el tráfico de droga disminuía en el sudeste asiático, la zona fronteriza pakistano-afgana se convertía poco a poco en punto central del tráfico internacional de opio. Finalmente, en 1980, la CIA se implicó de manera indirecta, pero masiva, contra la URSS en la guerra de Afganistán. Por cierto, Zbigniew Brzezinski se jactó ante Carter de haber organizado el Vietnam de los soviéticos. Pero también desató una epidemia de heroína en Estados Unidos. Antes de 1979 sólo entraban a ese país muy pequeñas cantidades de opio proveniente del Creciente de Oro. Pero en un solo año, el 60% de la heroína que entraba en Estados Unidos provenía de esa región, según las estadísticas oficiales.

Como yo mismo recuerdo en La Machine de guerre américaine, los costos sociales de aquella guerra alimentada por la droga aún siguen afectándonos. Por ejemplo, sólo en Pakistán existen hoy, al parecer, 5 millones de heroinómanos. Sin embargo, en 2001, Estados Unidos reactivó, con ayuda de los traficantes, sus intentos de imponer un proceso de edificación nacional a un cuasi-Estado que cuenta no menos de una docena de grupos étnicos importantes que hablan diferentes lenguas. En esa época, estaba perfectamente claro que la intención de Estados Unidos era utilizar a los traficantes de droga para posicionarse en el terreno en Afganistán. En 2001, la CIA creó su propia coalición para luchar contra los talibanes reclutando –e incluso importando– traficantes de droga que ya había tenido como aliados en los años 1980. Como en Laos –en 1959– y en Afganistán –en 1980–, la intervención estadounidense fue una bendición para los cárteles internacionales de la droga. Con la agravación del caos en las zonas rurales afganas y el aumento del tráfico aéreo, la producción se multiplicó por más de 2 pasando de 3 276 toneladas en el año 2000 (y sobre todo de las 185 toneladas producidas en 2001, año en que los talibanes prohibieron la producción de opio) a 8 200 toneladas en 2007.

Hoy en día es imposible determinar cómo evolucionará la producción de droga en Afganistán. Pero si Estados Unidos y la OTAN se limitan a retirarse dejando el caos tras de sí, todo el mundo sufrirá las consecuencias –con excepción de los traficantes de droga, que se aprovecharían entonces del desorden para [desarrollar] sus actividades ilícitas. Sería por lo tanto indispensable establecer una colaboración entre Afganistán y todos los países vecinos, incluyendo China y Rusia (que puede ser considerada una nación vecina debido a sus fronteras con los Estados del Asia Central). El Consejo Internacional sobre la Seguridad y el Desarrollo (ICOS) ha sugerido comprar y transformar el opio afgano para utilizarlo con fines médicos en los países del Tercer Mundo, que lo necesitan con gran urgencia. Pero Washington se opone a esa medida, difícil de poner en práctica sin un sistema de preservación del orden eficaz y sólido. En todo caso, tenemos que dirigirnos hacia una solución multilateral en la que se incluya Irán, país muy afectado por el tráfico de droga proveniente de Afganistán. Se trata además del país más activo en la lucha contra la exportación de estupefacientes afganos y el que más pérdidas humanas está sufriendo por causa de ese tráfico. Por consiguiente, habría que reconocer a Irán como un aliado fundamental en la lucha contra esa plaga. Pero, por numerosas razones, ese país es considerado como un enemigo en el mundo occidental.

Maxime Chaix: En su último libro, La Machine de guerre américaine, usted demuestra que una parte importante de los ingresos narcóticos [de la droga] alimenta el sistema bancario internacional, incluyendo los bancos de Estados Unidos, creando así una verdadera «narconomía». En ese contexto, ¿qué cree usted del caso HSBC?

Peter Dale Scott: Primeramente, el escándalo de lavado de dinero del HSBC nos lleva a pensar que la manipulación de ingresos narcóticos por parte de ese banco pudo contribuir al financiamiento del terrorismo –como ya había revelado una subcomisión del Senado en julio de 2012. Además, un nuevo informe senatorial ha estimado que «cada año, entre 300 000 millones y un millón de millones de dólares de origen criminal son lavados por los bancos a través del mundo y la mitad de esos fondos transitan por los bandos estadounidenses». En ese contexto, las autoridades gubernamentales nos explican que no se desmantelará HSBC porque es demasiado importante en la arquitectura financiera occidental. Hay que recordar que Antonio María Costa, el director de la Oficina de la ONU contra la Droga y el Crimen (ONUDC), recordó que en 2008 «los miles de millones de narcodólares impidieron el hundimiento del sistema en el peor momento de la crisis [financiera] global».

Así que el HSBC se puso de acuerdo con el Departamento [estadounidense] de Justicia para pagar una multa de unos 1 920 millones de dólares, con lo cual evitará ser objeto de acciones penales. El gobierno de Estados Unidos nos da a entender de esa manera que nadie será condenado por esos crímenes porque, como ya señalé anteriormente, ese banco es parte integrante del sistema. Eso es una confesión fundamental. En realidad, todos los grandes bancos de importancia sistémica –no sólo el HSBC– han reconocido haber creado filiales (los privates banks) concebidas especialmente para el lavado de dinero sucio. Algunos han pagado fuertes multas, habitualmente mucho menos importantes que las ganancias generadas por el lavado de dinero. Y mientras dure esa impunidad, el sistema seguirá funcionando de esa manera.

Es un verdadero escándalo. Piense usted en un individuo cualquiera arrestado con unos cuantos gramos de cocaína en el bolsillo. Lo más probable es que vaya a la cárcel. Pero el banco HSBC puede haber lavado unos 7 000 millones de dólares de ingresos narcóticos a través de su filial mexicana sin que nadie vaya a la cárcel.

En realidad, la droga es uno de los principales factores que sostienen el dólar, lo cual explica el uso de la expresión «narconomía». Los 3 productos que más se intercambian en el comercio internacional son, en primer lugar, el petróleo seguido por las armas y después la droga. Esos 3 elementos están interconectados y alimentan los bancos de la misma manera. Es por eso que el sistema bancario global absorbe la mayoría del dinero de la droga. Así que en La Machine de guerre américaine yo estudio de qué manera una parte de esos ingresos narcóticos financia ciertas operaciones clandestinas estadounidenses. Y analizo además las consecuencias que se derivan.

Maxime Chaix: Hace 10 años, la administración Bush emprendía la guerra contra Irak, sin el aval del Consejo de Seguridad de la ONU. ¿Qué balance hace usted de ese conflicto, sobre todo en relación con sus costos humanos y financieros?

Peter Dale Scott: En mi opinión, ha habido dos grandes desastres en la política exterior reciente de Estados Unidos: la guerra de Vietnam, que no era necesaria, y la guerra de Irak, que lo era menos todavía. El objetivo aparente de esa guerra era instaurar la democracia en ese país, lo cual era una verdadera ilusión. Es el pueblo iraquí quien tiene que determinar si está hoy en mejor situación que antes de esa guerra, pero yo dudo que su respuesta sea afirmativa si se le consulta al respecto.

En cuanto a los costos humanos y financieros, ese conflicto fue un desastre, tanto para Irak como para Estados Unidos. Pero el ex vicepresidente Dick Cheney acaba de declarar en un documental que él haría lo mismo [que antes] «al minuto». Sin embargo, el Financial Times estimó recientemente que los contratistas habían firmado con el gobierno de Estados Unidos contratos por más de 138 000 millones de dólares en el marco de la reconstrucción de Irak. Sólo la empresa KBR, filial de Halliburton –firma que dirigía el propio Dick Cheney antes de convertirse en vicepresidente [de Estados Unidos]– firmó desde 2003 una serie de contratos federales por al menos 39 500 millones de dólares. Recordemos también que a finales del año 2000 –un año antes del 11 de septiembre– Dick Cheney y Donald Rumsfeld firmaron juntos un importante estudio elaborado por el PNAC (el grupo de presión neoconservador conocido como Proyecto para el Nuevo Siglo Americano). Aquel estudio, titulado «Reconstruir las Defensas de América» (Rebuilding America’s Defenses), reclamaba sobre todo un fuerte aumento del presupuesto de Defensa, el derrocamiento de Sadam Husein en Irak y mantener tropas estadounidenses en la región del Golfo Pérsico, incluso después de la caída del dictador iraquí. A pesar de los costos humanos y financieros de esa guerra, ciertas empresas privadas sacaron cuantiosas ganancias de ese conflicto, como yo mismo analizo en mi libro La Machine de guerre américaine. Para terminar, cuando se ven las gravísimas tensiones que hoy existen en el Medio Oriente entre los chiitas, respaldados por Irán, y los sunnitas, que cuentan con el apoyo de Arabia Saudita y Qatar, tenemos que recordar que la guerra contra Irak tuvo un impacto muy desestabilizador en toda esa región…

Maxime Chaix: Precisamente, ¿cuál es su punto de vista sobre la situación en Siria y las posibles soluciones?

Peter Dale Scott: Dado lo complejo de la situación no existe una respuesta simple sobre lo que habría que hacer en Siria, al menos a nivel local. Sin embargo, como ex diplomático, estoy convencido de que necesitamos un consenso entre las grandes potencias. Rusia sigue insistiendo en la necesidad de remitirse a los acuerdos de Ginebra. No es ese el caso de Estados Unidos, que efectivamente fue en Libia más allá del mandato concedido por el Consejo de Seguridad [de la ONU] y que está violando un consenso potencial en Siria. No es ese el camino a seguir ya que, en mi opinión, es necesario un consenso internacional. Si no, es posible que la guerra a través de intermediarios entre chiitas y sunnitas en el Medio Oriente acabe por arrastrar a Arabia Saudita e Irán a participar directamente en el conflicto sirio. Habría entonces un riesgo de guerra entre Estados Unidos y Rusia. Así estalló la Primera Guerra Mundial, desencadenada por un acontecimiento local en Bosnia. Y la Segunda Guerra Mundial comenzó con una guerra por intermediarios en España, donde Rusia y Alemania se enfrentaban indirectamente. Tenemos y podemos evitar que se repita ese tipo de tragedia.

Maxime Chaix: ¿Pero no piensa usted que, por el contrario, Estados Unidos está tratando hoy de ponerse de acuerdo con Rusia, esencialmente a través de la diplomacia de John Kerry?

Peter Dale Scott: Para responder a esa pregunta, permítame hacer una analogía en el Afganistán y en el Asia Central de los años 1990, después de la retirada soviética. El problema recurrente en Estados Unidos es que resulta difícil lograr un consenso en el seno del gobierno porque existe una multitud de agencias que a veces tienen objetivos antagónicos. Lo cual se traduce en la imposibilidad de obtener una política unificada y coherente. Eso es precisamente lo que pudimos observar en Afganistán en 1990. El Departamento de Estado quería llegar obligatoriamente a un acuerdo con Rusia. Pero la CIA seguía trabajando con sus aliados narcóticos y/o yihadistas en Afganistán. En aquella época Strobe Talbott –un amigo muy cercano del presidente Clinton, a quien representaba con mucha influencia dentro del Departamento de Estado– declaró con toda razón que Estados Unidos tenía que llegar a un arreglo con Rusia en Asia Central, en vez de considerar esa región como un «gran tablero» donde manipular los acontecimientos para obtener ventajas (para retomar el concepto de Zbigniew Brzezinski). Pero, al mismo tiempo, la CIA y el Pentágono estaban haciendo acuerdos secretos con Uzbekistán, [acuerdos] que neutralizaron totalmente lo que Strobe Talbott estaba tratando de hacer. Yo dudo que hayan desaparecido hoy en día ese tipo de divisiones internas en el seno del aparato diplomático y de seguridad de Estados Unidos.

En todo caso, desde 1992, la doctrina de Wolfowitz que aplicaron los neoconservadores de la administración Bush a partir de 2001 llama a la dominación global y unilateral de Estados Unidos. Paralelamente, elementos más moderados del Departamento de Estado tratan de negociar soluciones pacificas a los diferentes conflictos en el marco de la ONU. Pero es imposible negociar la paz a la vez que se exhorta a dominar el mundo a través de la fuerza militar. Desgraciadamente, los halcones intransigentes se imponen más a menudo, por la simple razón de que disponen de presupuestos más elevados –los presupuestos que alimentan La Máquina de guerra estadounidense. Así que si usted logra compromisos diplomáticos, esos halcones tendrán menos presupuesto, lo cual explica por qué son las peores soluciones las que tienen tendencia a prevalecer en la política exterior de Estados Unidos. Y eso es precisamente lo que pudiera impedir un consenso diplomático entre Estados Unidos y Rusia en el caso del conflicto sirio.

Fuente: Rebelion

Entrevista a Junior Garcia Aguilera