martes, 14 de enero de 2014

El imperio global


por Autor: Geidar Dzhemal

Fragmento del libro Daud vs. Djalut (David contra Goliat), Moscú, 2010
www.dzhemal.com
Traducido del ruso por Arturo Marián Llanos

La civilización actual ha entrado en la fase de la contradicción fundamental entre sus posibilidades económico-políticas y los objetivos estratégicos civilizatorios. Hasta un determinado momento el crecimiento económico y tecnológico de la civilización mundial aseguraba la reproducción del dominio político de las élites tradicionales, que se habían consolidado definitivamente hace algo más de cien años.
Las instituciones de la democracia representativa, relacionadas con la educación obligatoria y la igualdad (convencional-jurídica) de las oportunidades vitales, aseguraban la inclusión en el crecimiento económico de la absoluta mayoría de la población mundial, aunque de manera desigual.
Sin embargo el principal problema de la civilización occidental en el siglo veinte fue el hecho de que la crisis política y, particularmente, la crisis del orden mundial, adelantaba a las posibilidades del crecimiento de la economía real. Esta diferencia se fue compensando cada vez más por el crecimiento de la economía virtual que, a su vez, agudizaba la crisis política. A finales del siglo XX el establishment mundial se había encontrado con la necesidad de la reestructuración del orden político-económico planetario. Esta reestructuración debe estar acompañada, por un lado, por el triunfo definitivo de la economía virtual sobre la real, y por otro lado, por la supresión de los tradicionales institutos de la democracia burguesa, cuya formación constituyó el contenido de todo el período de la así llamada Historia Moderna.
La combinación de estos dos elementos es la que caracteriza el comienzo de la época de la tan cacareada sociedad de la información.
En esta sociedad el objeto de la alienación ya no es una parte del tiempo vital del individuo trabajador – el así llamado tiempo “del trabajo”, – sino todo el tiempo individual, sin distinción entre el dedicado a la esfera del trabajo y el tiempo personal.
De la producción de las mercancías a través de la producción de los servicios la economía pasa a incluir a toda la esfera de la vida cotidiana como la forma de bioproducción, que se transforma en la cantidad, en el objeto medido y valorado cuantitativamente.
La enajenación del tiempo vital del individuo en las condiciones de la economía intelectual o informacional se realiza a través de su conversión en una determinada cantidad de información valorada, que se convierte en parte del flujo total de la información. En realidad, la bioproducción social (producción de la vida) consiste en la inclusión de todos los participantes económicos en el flujo informativo.
Es cuando precisamente surge el principal problema político del nuevo orden: las 4/5 partes de la población de la Tierra  por distintas causas no están preparadas para participar en semejante producción económica. El destacamento más preparado del contingente mundial de los “trabajadores” resulta ser la población de las megápolis occidentales, y no toda: en primer lugar, se trata de la clase media, relacionada con la organización de la producción.
Historia conoce la práctica de las inversiones en la transformación social de gigantescas masas humanas. El ejemplo más claro fue la conversión en tan solo 20 años (1921-1941) de Rusia analfabeta y agraria en la URSS industrializada y totalitaria.
Hoy las clases gobernantes no piensan invertir los medios proporcionales en la transformación social de aproximadamente 5 mil millones de habitantes de la Tierra y están dispuestas a impedir con firmeza la aparición en el escenario político de las fuerzas alternativas, capaces, siguiendo el ejemplo de los bolcheviques, de encontrar estos medios en los recursos que pertenecen a los actuales propietarios.
De modo, que como mínimo 5 mil millones de los habitantes del planeta se convierten en un lastre para la nueva sociedad de la información, o en otras palabras, no pueden participar en la creación del producto informacional siguiendo las nuevas reglas económico-políticas. La democracia burguesa, que antes aseguraba la inclusión masiva de la población agraria de Occidente en la sociedad industrial y la fase inicial de la sociedad posindustrial, hoy se convierte en inútil en el papel del instrumento de desarrollo social y, en consecuencia, será desechada por anticuada. Cosa que ya está ocurriendo ante nuestros propios ojos.
La humanidad se encuentra ante la perspectiva de la implantación de la dictadura oligárquica planetaria en forma del imperio global.
El imperio global es la futura forma de la dictadura burocrático-militar que abarcará a todo el mundo. Es el instrumento que necesitarán las élites gobernantes para llevar a cabo la expulsión del 90% de la población de la Tierra del espacio de la Historia. Semejante operación global únicamente podrá realizarse en forma de una guerra despiadada contra la mayor parte de la humanidad.
Es muy importante comprender el contenido técnico de la expresión “echar fuera de la Historia”. La permanencia en la Historia tradicionalmente está relacionada con la interpretación de la actuación de cualquier ser humano o grupo de seres humanos como algo que influye sobre la trama del desarrollo del conjunto del proceso histórico. La historia escrita refleja como actuación “histórica” la acción de tan solo una pequeña parte de los hombres que han vivido en el planeta. Es aquella actuación que tuvo un significado de importancia simbólica y que ha jalonado el transcurso colectivo del tiempo, dejando huellas fijas.
Sin embargo, hasta ahora se daba por sobreentendido que no solo los protagonistas de los manuales de historia y enciclopedias, sino cada hombre nacido en general participa en el proceso histórico, cuyas acciones tienen la conexión inversa con el transcurso argumental de la Historia, entendida como proyecto. Dicha presunción se reflejaba en la visión del papel de las masas en la Historia.
Esta visión humanista aplicada a toda la humanidad sobre la importancia de cada ser humano dentro del balance general del tiempo-sentido colectivo, da por supuesto que cada acción y cada autor de la acción son absolutos y existen de manera necesaria. Dicha visión se refleja en la popular frase: “Historia desconoce el modo subjuntivo”.
En otras palabras, hasta ahora la humanidad estaba sumergida en la esfera de la llamada posibilidad primaria, la más densa y concreta dentro de las posibilidades del ser. En esta esfera cualquier fenómeno existe porque hace falta exactamente este fenómeno en este tiempo concreto y en este lugar, sin que existan alternativas a este fenómeno.
Sin embargo el nuevo proyecto global de las élites mundiales prevé la expulsión del 90% de la humanidad a la segunda y la tercera esferas de las posibilidades, donde cualquier fenómeno tiene variantes alternativas ilimitadas o podría no suceder siquiera.
Es evidente que el hombre que podría no haber nacido, y las acciones que podrían ser tales u otras no importa cuales, se convierten en fantasmales y no ejercen ninguna influencia sobre el desarrollo argumental del tiempo histórico. Semejante situación se convierte en la “muerte histórica” para la humanidad expulsada de este modo del proceso histórico. Lo cual se diferencia poco de la muerte en todos los demás aspectos, y es por lo que hoy en medio de los así llamados “científicos” se levantan voces que hablan de la necesidad de eliminar a estos 90% de seres humanos “sobrantes” (o “no realizados”). (Recordemos que hace años el heredero británico, príncipe Carlos, presidente de la ecologista World Wildlife Fundation, declaró que “en la próxima vida le gustaría volver convertido en un virus mortal para resolver de una vez por todas el problema del equilibrio ecológico”, o sea para acabar con la “sobrepoblación” del planeta – N. del T.).
El puente entre la muerte histórica, digamos en el plano espiritual, y la muerte física de la inmensa masa de seres desgraciados es precisamente el imperio global, llamado a ejercer la violencia permanente contra la biomasa.
Esa violencia tiene que cumplir tres objetivos:
- el exterminio físico de los representantes más activos de la humanidad expulsada, que no se resignan con su colocación fuera de la Historia y del significado;
- la violencia unilateral organizada por sí misma coloca a su objeto en la situación de los animales exterminados, es decir que se convierte en el proceso operativo para quitarle el sentido a la existencia de aquellos que se convierten en las víctimas pasivas de la violencia;
- por último, la propia presión violenta sobre la biomasa representa una forma de enajenación y apropiación del recurso energético interno del tiempo biológico, que sigue transcurriendo para la humanidad reprimida, que formalmente conserva los parámetros existenciales de seres humanos que piensan y sufren.
Tampoco es casual que últimamente entre los prehistoriadores y antropólogos se ha vuelto popular la teoría de la convivencia en una lejana época de los hombres de Cro-Magnon y de Neandertal, que constituían dos versiones desiguales de la humanidad posible. Según esta visión, los cromañones (homo sapiens) se aseguraron la entrada en la Historia gracias al exterminio de los neandertales (homo faber), que representaban la forma vacía, sin perspectivas de la humanidad posible.
La única alternativa a la violencia unilateral del imperio global es la guerrilla universal – la guerra partisana en todos los niveles, que en la perspectiva ideal es capaz de provocar la crisis y el derrumbe del oligárquico Nuevo Orden Mundial.
Geidar Dzhemal (n.1947, Moscú) es teólogo del Islam revolucionario, filósofo, presidente del Comité Islámico de Rusia (Islamkom.org), activista político y social. Cofundador de Unión Internacional – Intersoyuz (interunion.org), miembro de la coordinadora del Frente de Izquierda – Levi Front (Leftfront.ru).
 http://www.dzhemal.com/files/daud-vs-dzhalut.pdf
Fuente: Forum Mundial de Alternativas

Otros textos de: Geidar Dzhemal


“El mundo se ha vuelto “ceropolar””
“Obama no quiere la guerra en Siria, lo van arrastrando de la cuerda”
“Irán no puede reunir a su alrededor a nadie…”
“Estados Unidos sacan fuera de juego el Oriente Medio, para tener las manos desatadas contra China y Rusia”
La sociedad de la información – túnel sin ninguna luz al final

“Obama no quiere la guerra en Siria, lo van arrastrando de la cuerda”



Traducido del ruso por Arturo Marián Llanos

EE.UU., Gran Bretaña y Francia han rodeado a Siria con sus portaviones y submarinos. Mientras tanto los políticos siguen hablando de la solución política para la cuestión siria. El presidente del Comité Islámico de Rusia, hombre público y político Geidar Dzhemal comparte su opinión acerca del posible desarrollo de los acontecimientos en Siria con el canal de televisión “MIR”.
- ¿Habrá guerra de Occidente con Siria? ¿Si es que se puede llamarlo guerra ya que las fuerzas son muy desiguales?
- El objetivo principal de la Unión Europea, o más exactamente de la burocracia internacional, que se apoya en el Fondo Monetario Internacional (FMI) consiste en arrastrar a los Estados Unidos a la guerra. Obama se resiste con todas sus fuerzas. Porque comprende que si decide atacar Siria será el fin de su carrera política.
Detrás de los bastidores del conflicto sirio (convertido en el show para todo el planeta) se esconde un conflicto muy serio entre, por un lado, la diplomacia internacional y el FMI, y, por el otro lado, Obama. El caso es que Obama echó al representante del FMI del puesto de director del Sistema de la Reserva Federal (SRF) y puso en su lugar a Bernanke, mientras que el FMI quiere colocar en este puesto a su hombre Larry Summers para obtener el control sobre la máquina impresora de dólares. En realidad se trata de la guerra entre dos clanes para los cuales Siria no es más que una moneda de cambio.
- ¿Es decir que también la noticia difundida ayer por los medios estadounidenses de que ciertos congresistas republicanos le han enviado a Obama una carta-aviso, en la que pedían no llevar a cabo el ataque a Siria,  – tan solo forma parte del show?
- Obama está movilizando todos los recursos para negarse a atacar a Siria. Hace referencias a Rusia, a que todavía no se sabe exactamente quién había utilizado las armas químicas, a la carta de los congresistas etc. Repito: Obama no quiere atacar a Siria, le están arrastrando de la cuerda.
- ¿Y si la invasión militar se produce de todas maneras, habrá una guerra en toda regla?
- Sí que la habrá. No olvidemos que al lado está “Israel” que espera este momento para organizar su propia campaña militar. Se podría pensar que Irán se limitará a emitir terribles advertencias, pero “Israel” no le permitirá quedarse ahí. “Israel” utilizará la situación en Siria para llevar a cabo acciones contra Irán, aprovechando el jaleo montado.
“Israel” sueña con iniciar la guerra en Siria con manos ajenas. Para ellos sería ideal que lo hicieran los EE.UU., teniendo en cuenta además que el primer ministro de “Israel” Netanyahu no le guarda mucho cariño a Obama. Netanyahu comprende que si Obama quema detrás de sí todos los puentes, significará su final político y, probablemente, el fin de los demócratas en la Casa Blanca.
- ¿O sea que los misiles están desplegados, pero es dudoso que Israel dispare primero?
- Si Obama aguanta y no desata la guerra entonces, sospecho, que tampoco los franceses con los ingleses se van a meter.
- ¿Entonces tal vez no va a haber guerra?
- Existen probabilidades bastante altas para que sea así. Todo depende de la consistencia psicológica del actual presidente estadounidense.
Fuente: Forum Mundial de Alternativas

Henry Kissinger: ¿ángel o demonio?

porVicky Peláez  "si yo tengo que elegir entre la justicia y el desorden, en un lado y la injusticia y el orden, en el otro lado, yo elegiría lo último"

El ambiente político internacional en esta primera década del Siglo XXI está lleno de controversias.
El veterano estadista norteamericano Henry Alfred Kissinger, llamado en el siglo pasado “criminal de guerra” pero laureado al mismo tiempo con un controvertido Premio Nobel de la Paz en 1973, ha sido declarado por la revista 'Forbes' como el primero en la lista de los 100 más prestigiosos intelectuales del planeta.
El hombre, que durante ocho años de 1969 a 1977 ejerció como asesor de seguridad nacional y secretario de Estado norteamericano durante los mandatos presidenciales de Richard Nixon y Gerald Ford, tenía la obsesión de contener a la Unión Soviética a toda costa y hacer todo lo posible para borrar el socialismo de la faz de la tierra.
Sin embargo, Kissinger ahora es recibido frecuentemente por el presidente de Rusia, Vladimir Putin para disfrutar de opiniones y reflexiones de este “hombre sabio”.
Hace poco la Academia Diplomática de Rusia reconociendo sus méritos como un intelectual con gran influencia en el mundo, le otorgó el título de Doctor Honoris Causa en una ceremonia solemne.
Mientras tanto a unos 1.600 kilómetros de Moscú, en Berlín, el Comité General de Estudiantes y el Parlamento de los Estudiantes rechazaron la idea de la creación de un profesorado en homenaje de Henry Kissinger. Ellos consideran como un “chiste macabro” la creación de la cátedra dotada para “Relaciones Exteriores y Derecho Internacional”. Los estudiantes dudan que “Kissinger, quien nació en Alemania, sea una persona adecuada como ejemplo para la ciencia y la enseñanza del Derecho Internacional” por ser “responsable de crímenes de guerra y graves violaciones de derechos humanos durante la década de 1970 en el sureste de Asia y en América del Sur”.
El prestigioso intelectual norteamericano Noam Chomsky, autor del libro “Making the Future”, afirmó que en Vietnam, Laos y Camboya los soldados norteamericanos seguían las indicaciones de Kissinger para “destruir todo lo que vuela y todo lo que se mueve”. Aquel que sería Premio Nobel de la Paz fue arquitecto y supervisor de los bombardeos secretos contra Laos y Camboya en 1969, según el libro del periodista norteamericano Christopher Hitchens “The Trials of Henry Kissinger”. Como resultado de estos bombardeos, 350.000 personas fueron asesinadas en Laos y 600.000 en Camboya. En aquel año fueron lanzados sobre tres millones de habitantes de Laos 3 millones toneladas del Agente Naranja, es decir, una tonelada por persona.
En su libro, Hitchens presentó pruebas contra Kissinger por ser el autor de la prolongación de la guerra en Vietnam tras descalificar las conversaciones de Paz en Paris en 1968; por haber estado involucrado en el asesinato de 500.000 personas en Bangladesh en 1971 tras el golpe de Estado del general Yahya Khan, armado y bendecido por los Estados Unidos y por sancionar la intervención del ejército de Indonesia en Timor Oriental que resultó en la masacre de más de 200.000 personas.
Teniendo en cuenta todo este historial es difícil de imaginar las razones de los norteamericanos que consideraron a Henry Kissinger como la persona más admirada en Norteamérica en 1973, según la encuesta Gallup.
Pero allí no terminan las acusaciones. Llamado por el periódico británico 'The Guardian', “el coloso de la diplomacia” había sido considerado en América Latina como ideólogo del sangriento Plan Cóndor y el autor del golpe de Estado en Chile contra el presidente legítimamente elegido Salvador Allende en 1973.
Fue precisamente Kissinger quien supervisaba el Plan Track I para que los partidos de oposición lograsen la mayoría en el congreso chileno y el Track II que consistía en el golpe de Estado contra el presidente Allende. El escritor estadounidense Walter Isaacson en su libro “Kissinger” cuenta la razón de porqué el secretario de Estado quería sacar al doctor Allende del poder: “no veo por qué tenemos que esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”.
Sin embargo, el doctor Kissinger en 1971 dio su palabra de honor al embajador chileno en Washington, Orlando Letelier, a quien consideraba su amigo, que Washington no participaría en la campaña contra Salvador Allende o intervendría en Chile.
Posteriormente en 1976 dio su palabra personal al primer ministro de Jamaica, Michael Manley que Estados Unidos no estaría involucrada en una campaña desestabilizadora contra Jamaica por sus contactos con Cuba y Angola aunque Norteamérica no estuviera de acuerdo con tal acercamiento.
Mintió en ambos casos y además de promover el golpe de Estado en Chile, su “amigo” Letelier fue asesinado en 1976 en Washington. En Jamaica, como declaró Michael Manley dos semanas después de la promesa de Kissinger, “toda la ayuda al país cesó abruptamente, el petróleo dejó de llegar y la cooperación económica se redujo drásticamente mientras la embajada norteamericana aumentó su tamaño dramáticamente”. Aún vive en los recuerdos la puesta en marcha por la CIA de la operación Werewolf que dejó miles de jamaiquinos muertos como resultado de desórdenes.
Como declaró alguna vez uno de los famosos intelectuales de Estados Unidos y exembajador ante las Naciones Unidas, Daniel Patrick Moynihan: “Henry no miente siguiendo sus intereses. El miente porque la mentira está en su naturaleza”.
El poder es otra debilidad de este “hombre sabio”, al que considera “el último afrodisíaco”. El poder en la percepción de Kissinger ofrece la estabilidad sin la cual la democracia no puede funcionar. El sistema democrático que el exsecretario de Estado quiso imponer en América Latina y en el resto del mundo en los años 1970 estaba basado en una frase de Goethe que rezaba: “si yo tengo que elegir entre la justicia y el desorden, en un lado y la injusticia y el orden, en el otro lado, yo elegiría lo último”. La democracia por si sola, en la percepción de este estadista, siempre está relacionada con la inestabilidad.
Para el autor de la biografía de Kissinger, Walter Isaakson, esta permanente búsqueda del poder tiene sus raíces en la infancia del niño judío Heinz Alfred Kissinger, nacido en Alemania en 1923. El sintió la discriminación y el antisemitismo basado en la combinación de prejuicios de tipo religioso, cultural, racial y étnico. Recién al emigrar a Estados Unidos en 1938 se sintió más aliviado al “poder caminar con la cabeza en alto por las calles de Nueva York". Entró en la Universidad de Harvard donde aprendió los mecanismos del poder político y se acercó al FBI que lo consideró como “como una fuente confidencial de su división en Boston”, según el libro de Isaakson (page 71).
En 1943 sus estudios en Harvard fueron interrumpidos cuando fue reclutado al ejército y donde fue nacionalizado estadounidense. Allí cambió su primer nombre Heinz por Henry. Sirvió en la Inteligencia Militar de la 84 División de Infantería. Uno de sus mentores, Fritz Kraemer, le dio la siguiente característica: “Henry estaba desesperado por ser aceptado por sus colegas, inclusive tratando de complacer a las personas que él consideraba sus inferiores”. Estas ansias de aceptación y al mismo tiempo desconfianza de sus colegas, su carácter conspirativo y aversión a todo lo que considera revolucionario, le habían guiado a los círculos del poder donde adoptó la estrategia de manipulación del antagonismo de las fuerzas rivales, tanto a nivel interno del gobierno como a nivel internacional.
Después de su retiro del gobierno esperó cinco años para crear su compañía, Kissinger Associates Inc., que asesora a clientes en relación con gobiernos en el mundo entero. Carlos Menem, Augusto Pinochet, Alberto Fujimori, Boris Yeltsin fueron asesorados por este “hombre sabio” a cambio de una buena remuneración, que en los años 1990 se traducía en unos 120.000 dólares la hora. Algunos expertos consideran sus méritos en la política internacional durante su estadía en el poder entre 1968 a 1977 como “extraordinarios”.
Impulsó el reconocimiento de la Unión Soviética como partícipe de la hegemonía mundial y acercó a los EE.UU. a China. Lo que no dicen estos expertos es que aquella “inclusión” de la URSS en el “poder mundial” había creado falsas expectativas entre los dirigentes soviéticos y había facilitado las condiciones para la desintegración del país en 1991.
Por supuesto que las condiciones internacionales en el mundo están en permanente evolución y Estados Unidos en este momento está atravesando una difícil situación económica sin ser afectado su poder global militar. En estas condiciones necesita cierta ayuda de Rusia y China a nivel internacional para tener un respiro en su política de expansión de su hegemonía. Por eso no es de extrañar su afán de utilizar a los “hombres sabios” de tipo Kissinger, aunque es el único de esta especie, superando en su habilidad de proveer información “confidencial” inclusive al otro “wise man”, Zbigniew Brzezinski. Ambos al unísono están declarando que el “Nuevo Orden Mundial está en manos de Rusia, China y Estados Unidos”.
En los años 1980 se proclamaba que el Nuevo Orden Mundial estaría compartido por Japón y Estados Unidos. Sin embargo, Japón colapsó financieramente y hasta ahora no puede recuperarse. Ahora llegó la hora de tratar de seducir a China y Rusia creando falsas expectativas sobre su participación en la hegemonía mundial. Por algo “hombres sabios” comparan a Estados Unidos con un experto francotirador que provoca a los principiantes a elegir el arma y después dispara cuando el principiante aún no está listo para actuar.
Fuente: Forum Mundial de Alternativas

Servicios secretos yankis planean derrocar a Correa


Con el objeto de deshacerse de tales políticos, Washington emplea un nutrido arsenal de recursos tales como interferencia en los procesos electorales y hasta la eliminación física. Después de la extraña muerte de Hugo Chávez, quien encabezó la resistencia en América Latina contra el Imperio, es Correa a quien se le percibe de manera creciente como su sucesor, el líder de las “fuerzas populares” del continente.
Al centro de las actividades de política exterior de Correa, está el fortalecimiento de las organizaciones regionales de América Latina –dentro de las cuales no hay representantes norteamericanos—la comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe, CELAC; la Unión de Naciones Suramericanas, UNASUR; la Alianza Bolivariana de América, ALBA y otras.
Correa siempre apoyó las iniciativas de Chávez las cuales lograron reducir la dependencia de la región del Imperio, la anulación de la Doctrina Monroe en el Hemisferio Occidental y desarrollar las relaciones de los países latinoamericanos con otros centros de poder. A este respecto, Ecuador está dando el ejemplo al establecer una colaboración de carácter general con China y Rusia en las áreas políticas, económicas y militares. La presencia norteamericana en el país está disminuyendo y el gobierno de Obama está tratando de quebrar esta tendencia. El Presidente Correa ha sido señalado como el primer culpable por el deterioro de las relaciones Ecuador-Estados Unidos.
Fue Correa quien inició la campaña internacional contra la corporación Chevron. La Corte Internacional de La Haya eximió a la compañía del pago de multas multimillonarias en dólares por la contaminación de la cuenca del Río Amazonas en territorio ecuatoriano. El Presidente Correa no estuvo de acuerdo con semejante injustificada y humillante decisión. El Presidente visitó la zona del desastre ecológico y mostró a los periodistas de la televisión sus manos cubiertas de petróleo que fue dejado en el sitio de anterior extracción, señalando “Este es el resultado de una compañía que utiliza tecnología obsoleta.” Correa instó a los consumidores no adquirir productos Chevron. Un tribunal ecuatoriano acogió una demanda presentada por una comunidad indígena que vive en el área del desastre ecológico para procesar y obligar a la compañía a pagar 19 mil millones de dólares por concepto de daños y perjuicios causados al ambiente y a la salud de la población. Haciendo uso de su amplia experiencia luchando contra este tipo de demandas, Chevron consiguió un dictamen a su favor de parte de la Corte Internacional de Arbitraje de La Haya. No obstante, Correa no se ha rendido y aseguró el apoyo de UNASUR y del ALBA y ha apelado a la comunidad internacional para que brinde su solidaridad con Ecuador. Actualmente Chevron no cuenta con bienes en Ecuador pero la demanda de Ecuador podría ser atendida en Argentina, Brasil y Canadá lo cual significa graves consecuencias financieras para la compañía.
El gobierno de Obama ha decidido proteger los intereses de Chevron a cualquier costo y ese es uno de los factores que está movilizando al espionaje norteamericano hacia una solución radical del “problema Correa.”
Por otra parte, el Presidente de Ecuador está dificultando el desarrollo de la Alianza del Pacífico, uno de los proyectos geopolíticos neoliberales de Washington que incluye a México, Colombia, Perú y Chile.
La alianza fue creada con objeto de neutralizar al bloque del ALBA y la condición de miembro de Ecuador en esta última no compagina de ningún modo con los intereses de Estados Unidos en la región Asia Pacífico.
El espionaje al presidente de Ecuador por parte de Estados Unidos se ha incrementado notoriamente.
La intervención de las conversaciones telefónicas de Correa y de las comunicaciones de su círculo interno, de sus agentes de seguridad y de su anillo de seguridad permite a los norteamericanos seguir la pista de los movimientos del presidente y lugares de eventos, listas de participantes y esquemas de seguridad. El monitoreo constante suministra abundante material para la identificación de puntos vulnerables en la organización de su seguridad. Hace poco, durante su acostumbrado discurso de los sábados, Correa le mencionó a los ecuatorianos la sospechosa concentración de personal militar en la embajada de Estados Unidos en Quito. “Todas las embajadas cuentan con sus agregados militares”, dijo Correa, “pero por lo general no más de uno.”
¡Pero aquí tienen más de cincuenta! Correa ordenó a su Ministro de Relaciones Exteriores, Ricardo Patiño, “verifique esta información.” Semejante situación no puede ser (la gran cantidad de personal militar). “Esto debe restituirse a su nivel normal.”
El Presidente también exigió que se investigue un incidente que se dio en la frontera de Ecuador y Colombia cuando un helicóptero ecuatoriano con varios militares norteamericanos a bordo fue tiroteado.
La preocupación de Correa es comprensible. La base militar norteamericana de Manta fue cerrada el año 2009 pero los asesores militares del Pentágono y los agentes de inteligencia norteamericanos realizan operaciones en territorio ecuatoriano sin ninguna limitación.
La intensificación del espionaje y las actividades subversivas de la inteligencia norteamericana en Ecuador resultan obvias. De acuerdo con informaciones obtenidas por expertos cubanos publicadas en el portal Contrainjerencia.com solo el personal de la CIA se duplicó durante el período 2012-2013 en la estación de Ecuador. Docenas de nuevos agentes llegaron al país. Ellos operan no solo a partir del territorio de la embajada de Estados Unidos en Quito ¡Lugar que cuenta por lo menos con cien diplomáticos! Pero también emplean el Consulado en la ciudad de Guayaquil. Con el objeto de hacer más espacio para el aumento del ya numeroso personal de inteligencia en esta estratégicamente importante ciudad puerto, el Departamento de Estado tuvo que construir un nuevo edificio consular que según una agencia de inteligencia amiga de Ecuador alberga el equipo electrónico de la NSA. El consulado está encabezado por David Lindwall, quien llegó al país luego de una gira por Irak como Consejero de Asuntos Político Militares. Lindwall también se ha desempeñado como Consejero Político en las embajadas en Bogotá, Managua, Tegucigalpa, Asunción y otras capitales latinoamericanas. Un somero análisis de los telegramas que llevan su firma lleva a la conclusión que Lindwall es un experimentado funcionario de carrera de la CIA bien versado en asuntos latinoamericanos y que ha sido enviado al Ecuador para resolver problemas sumamente delicados.
El Presidente Correa a menudo ha catalogado a Estados Unidos como una “potencia arrogante” que trata de imponerle al mundo su visión de “los valores democráticos universales” y darle a otros “lecciones de moral y buen comportamiento”. El presidente constantemente señala que Estados Unidos tiene uno de los sistemas electorales más imperfectos del mundo lo cual permite que los perdedores ganen. Correa considera que los intentos de la Agencia para el Desarrollo Internacional USAID de imponer a la fuerza patrones norteamericanos de democracia en Ecuador y otros países, como si se tratara de colonias que hay que regañar. Hace poco, comentando sobre el fin del financiamiento por parte de la USAID de varios proyectos en el país por la cantidad de 32 millones de dólares, Correa ofreció a Washington, de manera sarcástica, la misma cantidad para contribuir al mejoramiento de la democracia norteamericana.
La USAID se va de Ecuador pero las operaciones de la inteligencia norteamericana para desestabilizar el país continúan. Según todos los indicios, se producirán nuevos ataques en relación con los planes de Correa para reducir el tamaño de las fuerzas armadas y trasladar parte del personal militar a las instituciones policiales. Disidentes del ejército de manera anónima ya están haciendo declaraciones hostiles respecto de Correa y sus intentos de “tomar el puesto de Chávez en el continente.” Este texto directamente indica qué fuerzas se encuentran detrás de la campaña que se está orquestando contra Correa.
Durante la rebelión policial de septiembre del 2010 el presidente de Ecuador fue cogido en el fuego cruzado de franco tiradores y por muy poco escapó a la muerte. ¿No estará la inteligencia norteamericana preparando algo similar para el futuro cercano? Después de todo, luego de las bombas de las Torres Gemelas en Nueva York el 2001 a las agencias de inteligencia les han dado carta blanca para eliminar a aquellos que consideran enemigos de Estados Unidos. Nadie se ha opuesto a esa decisión.

Fuente: Forum Mundial de Alternativas

lunes, 13 de enero de 2014

Anahuac85: “Sembrando utopía. Crisis del capitalismo y refundación de la Humanidad”

Anahuac85: “Sembrando utopía. Crisis del capitalismo y refundación de la Humanidad”

“Sembrando utopía. Crisis del capitalismo y refundación de la Humanidad”

Varios autores Cuba, #Francia, #España, #Madrid, #Bélgica, #Bruselas, #Lusemburgo, #Argentina, #Bolivia, #Brasil, #Ecuador, #México, #Venezuela, #Centroamérica, #Miami, #EE.UU


Ya está disponible el libro que lleva por título “¿Fin del capitalismo? Nuevas formas de explotación, nuevas ideas para la lucha. Sembrando utopía”. 

Se trata de un conjunto de 14 ensayos de 10 autores diversos, de distintos países (Cuba, Venezuela, Argentina, España, Costa Rica, México, Estados Unidos), los cuales tienen un hilo conductor: son preguntas sobre la situación actual del capitalismo (¿está en crisis, agoniza, o está más fuerte que nunca?) y reflexiones sobre las nuevas ideas que se plantean para la lucha revolucionaria, haciendo un análisis crítico de lo que ha sido el socialismo hasta la fecha.

A modo de adelanto, presentamos aquí su Introducción y sus Conclusiones.
Introducción
Algunos años atrás, no muchos, parecía -o, al menos, muchos queríamos creerlo así- que el triunfo de la revolución socialista era inexorable. El mundo vivía un clima de ebullición social, política y cultural que permitía pensar en grandes transformaciones.
Entre las décadas del 60 y del 70 del siglo pasado, más allá de diferencias en sus proyectos a largo plazo, en sus aspiraciones e incluso en sus metodologías de acción, un amplio arco de protestas ante lo conocido y de ideas innovadoras y contestatarias barría en buena medida la sociedad global: radicalización de las luchas sindicales, profundización de las luchas anticoloniales y del movimiento tercermundista, estudiantes radicalizados por distintos lugares con el Mayo Francés de 1968 como bandera, aparición y radicalización de propuestas revolucionarias de vía armada, movimiento hippie anticonsumismo y antibélico, incluso dentro de la iglesia católica una Teología de la Liberación consustanciada con las causas de los oprimidos. Es decir, reivindicaciones de distinta índole y calibre (por los derechos de las mujeres, por la liberación sexual, por las minorías históricamente postergadas, por la defensa del medioambiente, etc.) que permitían entrever un panorama de profundas transformaciones a la vista.
Para los años 80 del siglo pasado, al menos un 25% de la población mundial vivía en sistemas que, salvando las diferencias históricas y culturales existentes entre sí, podían ser catalogados como socialistas. La esperanza en un nuevo mundo, en un despertar de mayor justicia, no era quimérico: se estaba comenzando a realizar.
Hoy, tres o cuatro décadas después, el mundo presenta un panorama radicalmente distinto: la utopía de una sociedad más justa es denigrada por los poderes dominantes y presentada como rémora de un pasado que ya no podrá volver jamás. “El Socialismo solo funciona en dos lugares: en el Cielo, donde no lo necesitan, y en el Infierno donde ya lo tienen”, es la expresión triunfante de ese capitalismo que, en estos momentos, pareciera sentirse intocable. Lo que se pensaba como un triunfo inminente algunos años atrás, parece que deberá seguir esperando por ahora. El sistema capitalista no está moribundo. Para decirlo con una frase más que pertinente en este contexto: “los muertos que vos matáis gozan de buena salud”, anónimo equivocadamente atribuido a José Zorrilla.
Las represiones brutales que siguieron a aquellos años de crecimiento de las propuestas contestatarias, los miles y miles de muertos, desaparecidos y torturados que se sucedieron en cataratas durante las últimas décadas del siglo XX en los países del Sur con la declaración de la emblemática Margaret Tatcher “no hay alternativas” como telón de fondo cuando se imponían los planes de capitalismo salvaje eufemísticamente conocido como neoliberalismo, el miedo que todo ello dejó impregnado, son los elementos que configuran nuestro actual estado de cosas, que sin ninguna duda es de desmovilización, de parálisis, de desorganización en términos de lucha de clases. Lo cual no quiere decir que la historia está terminada. La historia continúa, y la reacción ante el estado de injusticia de base (que por cierto no ha cambiado) sigue presente.
Ahí están nuevas protestas y movilizaciones sociales recorriendo el mundo, quizá no con idénticos referentes a los que se levantaban décadas atrás, pero siempre en pie de lucha reaccionando a las mismas injusticias históricas, con la aparición incluso de nuevos frentes y nuevos sujetos: las reivindicaciones étnicas, de género, de identidad sexual, las luchas por territorios ancestrales de los pueblos originarios, el movimiento ecologista, los empobrecidos del sistema de toda laya (el “pobretariado”, como lo llamara Frei Betto). Hoy día, según estimaciones fidedignas, aproximadamente el 60% de la población económicamente activa del mundo labora en condiciones de informalidad, en la calle, por su cuenta (que no es lo mismo que “microempresario”, para utilizar ese engañoso eufemismo actualmente a la moda), sin protecciones, sin sindicalización, sin seguro de salud, sin aporte jubilatorio, peor de lo que se estaba décadas atrás, ganando menos y dedicando más tiempo y/o esfuerzo a su jornada laboral.
“El amo tiembla aterrorizado delante del esclavo porque sabe que, inexorablemente, tiene sus días contados”, podría decirse con una frase de cuño hegeliano. Eso es cierto, al menos en términos teóricos: el sistema sabe que conlleva en sus entrañas el germen de su propia destrucción. La lucha de clases está ahí, y la posibilidad que las masas oprimidas alguna vez despierten, abran los ojos y revolucionen todo (¡como ya lo han hecho varias veces en la historia!), está presente día a día, minuto a minuto. Por eso y no por otra cosa los mecanismos de control del sistema están perpetuamente activados, mejorándose de continuo. Pero hay que reconocer que hoy, en este momento, este combate (combate que es sólo un momento de una larga guerra) no lo viene ganando el campo popular. Hoy, caído el muro de Berlín y tras él el sueño de un mundo más justo, el gran capital sale fortalecido. El capitalismo como sistema, aunque le tenga terror a la posibilidad de estas “explosiones” de los desposeídos, sabe cada vez más cómo controlar. ¡Y sin lugar a dudas, controla muy bien! La esencia misma del capitalismo actual (al menos el por así decir “tradicional”: el estadounidense, el europeo, el japonés, el capitalismo pobre del Tercer Mundo; algo distinto quizá es el caso chino) se inclina cada vez más a controlar lo logrado, a prever y evitar posibles desestabilizaciones. En otros términos: es cada vez más sumamente conservador. De ahí que buena parte de su energía la dedica al mantenimiento del orden establecido, al control social. El neoliberalismo, que es una estrategia económica sin dudas, puede entenderse en ese sentido como una gran jugada política, que retrotrae las cosas a décadas atrás y sienta bases para varias generaciones: hoy día aterroriza tanto la posibilidad de ser desaparecido y torturado como la de perder el trabajo. La cultura light dominante es la expresión de esa re-ideologización: “no piense y sea feliz”.
No otra cosa que control social es todo el inmenso aparataje superestructural que cada vez más viene perfilándose en el sistema: un sistema-mundo basado en forma creciente en la industria militar, en las tecnologías de avanzada ligadas a las comunicaciones -sutil forma de control; de hecho hoy día transitamos lo que los estrategas de la primera potencia mundial llaman “guerra de cuarta generación” (Lind, 1989)-; control basado en el manejo planetario de las masas, en las industrias de la muerte (los principales rubros del quehacer humano actual están ligados a las mafias del ámbito financiero-especulativo (¿por qué no llamarlo usura?), a la producción y venta de armas así como de los narcóticos, al control social en su más amplio sentido.
El capitalismo actual, si bien en su raíz continúa siendo el mismo que estudiaron los clásicos de la economía política en la Inglaterra del siglo XVIII o XIX (Adam Smith, David Ricardo, Thomas Maltus, John Stuart Mill), así como también Marx, es decir: un sistema basado exclusivamente en la obtención de lucro, ha ido sufriendo importantes mutaciones en su dinámica. El actual modelo tampoco es el que pudo estudiar Lenin a principios del siglo XX, cuando ya se perfilaba la importancia creciente del capital financiero, pero aún con potencias imperiales enfrentadas mortalmente entre sí. El capitalismo actual se basa crecientemente en la especulación (mundo de las finanzas como nunca antes en la historia), en el primado absoluto de capitales de orden global que ya han dejado atrás el Estado-nación moderno, en la destrucción como negocio (industria de la guerra, consumismo voraz que lleva a la incontenible catástrofe medioambiental, sistema que excluye cada vez más población en vez de integrarla), en la concentración de riquezas en forma inversamente proporcional al volumen de lo producido y del crecimiento poblacional. Si hoy alguien dijera que los grandes capitales pueden tener hipótesis de mediano plazo en donde se elimina buena parte de las grandes masas planetarias, donde el trabajo va siendo casi totalmente automatizado, y donde el planeta Tierra puede comenzar a ser prescindible (con vida en islas interplanetarias para grupos “escogidos”), ello no parecería de vuelo especulativo, pura ciencia-ficción. Por el contrario, los escenarios que se van dibujando en el sistema-mundo, más que pensar en un acercamiento de los beneficios del desarrollo científico-técnico para el grueso de la población mundial dejan ver un retroceso ético fenomenal: vale más la propiedad privada que la vida humana, vale más el lucro que cualquier valor “espiritual”. ¿Cómo, si no, entre los negocios más dinámicos de la actualidad podrían encontrarse las guerras y las drogas ilegales?
El capitalismo chino, segunda economía a escala planetaria y siempre en ascenso, aún en plena crisis financiera de los grandes centros capitalistas históricos, de momento no muestra abiertamente estas características mafiosas. No abiertamente, valga aclarar, pero sí las tiene también. Hay diversos grupos mafiosos que desde las reformas de Deng Xiaoping, con el oxígeno capitalista gozan de buena salud, como: las triadas chinas (de gran importancia en los talleres de textil de las Zonas Económicas Especiales, donde hacen tratos con los capitalistas no chinos y tienden a meter su negocio mediante ellos en Europa, por ejemplo). Seríamos quizá algo ilusos si pensamos que ello se debe a una ética socialista que aún perduraría en el dominante Partido Comunista que sigue manejando los hilos políticos del país. En todo caso responde a momentos históricos: la revolución industrial inglesa de los siglos XVIII y XIX, China recién ahora la está pasando, al modo chino por supuesto, con sus peculiaridades tan propias (la sabiduría y la prudencia ante todo). Queda entonces el interrogante de hacia dónde se dirigirá ese proyecto. Pero lo que es descarnadamente evidente es que el capitalismo ya envejecido se mueve cada vez más como un capo mafioso, como un “viejo mañoso”, pleno de ardides y tretas sucias. Las guerras y las drogas ilegales son hoy una savia vital, y los dineros que todo eso genera alimentan las respetables bolsas de comercio que marcan el rumbo de la economía mundial al tiempo que se esconden en mafiosos paraísos fiscales intocables. En ese sentido, la enfermedad estructural define al capitalismo actual y no hay diferencias con el de siempre.
Si el negocio de la muerte se ha entronizado de esa manera, si lo que duplica fortunas inconmensurables a velocidad de nanotecnología es la constante en los circuitos financieros internacionales, si en una simple operación bursátil se fabrican cantidades astronómicas de dinero que no tienen luego un sustento material real, si el capitalismo en su fase de hiper-desarrollo del siglo XXI se representa con paraísos fiscales donde lo único que cuenta son números en una cuenta de banco sin correspondencia con una producción tangible, si destruir países para posteriormente reconstruirlos está pasando a ser uno de los grandes negocios, si lo que más se encuentra a la vuelta de cada esquina son drogas ilegales como un nuevo producto de consumo masivo mercadeado con los mismos criterios y tecnologías con que se ofrece cualquier otra mercadería legal, todo esto demuestra que como sistema el capitalismo no tiene salida.
Pero el capitalismo no está en crisis terminal. Convive estructuralmente con crisis de superproducción, desde siempre, y hasta ahora ha podido sortearlas todas; así surgió el keynesianismo (hoy, quizá, con un keynesianismo latinoamericano, como los diversos proyectos de “capitalismo con rostro humano” de la región); o incluso ahí están las guerras como válvulas de escape, siempre listas para servir a la estabilidad del sistema. Estos nuevos negocios de la muerte son una buena salida para darle más aire fresco. Lo trágico, lo terriblemente patético es que el sistema cada vez más se independiza de la gente y cobra vida propia, terminando por premiar el que las cuentas cierren, sin importar para ello la vida de millones y millones de “prescindibles”, de “población sobrante”, población “no viable”. Ello es lo que autoriza, una vez más, a ver en el capitalismo el principal problema para la humanidad. Esto es definitorio: si un sistema puede llegar a eliminar gente porque “no son negocio”, porque consumen demasiados recursos naturales (comida y agua dulce, por ejemplo) y no así bienes industriales (es lo que sucede con toda la población del Sur), si es concebible que se haya inventado el virus de inmunodeficiencia humana VIH -tal como se ha denunciado insistentemente- como un modo de “limpiar” el continente africano para dejar el campo expedito a las grandes compañías que necesitan los recursos naturales allí existentes (minerales estratégicos, petróleo, biodiversidad, agua dulce), si un sistema puede necesitar siempre una cantidad de guerras y de consumidores cautivos de tóxicos innecesarios, ello no hace sino reforzar la lucha contra ese sistema mismo, por injusto, por atroz y sanguinario. Porque, lisa y llanamente, ese sistema es el gran problema de la humanidad, pues no permite solucionar cuestiones básicas que hoy día sí son posibles de solucionar con la tecnología que disponemos, tales como el hambre, la salud, la educación básica.
Quizá podría pensarse que el sistema actual se volvió “loco”…, pero es ése el sistema con el que tenemos que vérnosla. Y en realidad, sopesadamente vistas las cosas, no hay ninguna “locura” en juego. Hay, eso sí, límites infranqueables. El sistema se retroalimenta a sí mismo de su mismo combustible: lo que lo pone en marcha y alienta es el afán de lucro, y eso puede terminar siendo su tumba; pero no puede cambiar. Si se modifica, deja de ser capitalista. Un capitalismo de rostro humano, atemperado en su voracidad y en su frenética busca de ganancia a toda costa, es posible limitadamente, sólo en algunas islas perdidas, suponiendo siempre la explotación inmisericorde de los más. El sistema, en tanto sistema-mundo de alcance planetario y absolutamente interconectado, no admite cambios reales sino sólo parches cosméticos (la socialdemocracia, por ejemplo). Por eso, en tanto sistema -estando más allá de voluntades subjetivas- no puede detenerse, y como máquina desbocada sigue tragando seres humanos y destrozando la naturaleza para optimizar su tasa de ganancia, aunque eso elimine en forma creciente seres humanos y se enfrente en forma autodestructiva a la casa común de todos, el mismo planeta.
Por eso mismo, también, se hace imprescindible conocerlo en su más mínimo detalle, analizarlo, desmenuzarlo. Eso es lo que pretenden los materiales que conforman el presente texto: un análisis profundo de las actuales características del sistema como un todo.
Los textos aquí presentados no son -ni lo pretenden, en modo alguno- análisis económicos en sentido estricto; por supuesto, presuponen una lectura del fenómeno económico como trasfondo (léase: lucha de clases como motor de la historia, ley del valor, plusvalía), pero pretenden ser, ante todo, análisis políticos. En otros términos: ¿cómo se mueve el sistema capitalista actual? ¿Cuáles son sus notas distintivas? ¿Se alteró algo de lo denunciado en El Capital decimonónico? ¿Cómo y en qué sentido cambió? ¿Por qué el actual capitalismo se apoya en el parasitismo de los monumentales capitales financieros globales que se desplazan por toda la faz de la Tierra con velocidad vertiginosa? ¿Por qué la producción y tráfico de drogas ilegales, por ejemplo, ocupa un lugar de tanta preeminencia actualmente? El “imperio”, como categoría aislada (Hardt, Negri, 2001), no termina de explicar, y mucho menos de otorgar herramientas válidas, para plantear vías reales de acción en pos de la transformación. ¿Hay imperios o hay capitales globales? ¿Es posible hoy una nueva guerra de proporciones mundiales, quizá con armamento nuclear? ¿Está el mundo globalizado por los capitales supranacionales, o sigue habiendo rivalidades inter-imperialistas? ¿Cómo pararse ante los escenarios de nuevas guerras planetarias desde el campo popular?
Todo esto, retomando las primeras experiencias socialistas del siglo XX, e incluso el llamado “socialismo del Siglo XXI” -concepto muy discutible, por cierto- nos debe llevar a plantear críticamente la posibilidad (o imposibilidad) de socialismo en un solo país.
En definitiva, preguntas todas que nos apuntan a la cuestión de fondo: ante estas nuevas caras de la explotación, ¿cómo proponer alternativas? Ante el dominio fenomenal de los capitales globales, las bombas inteligentes, los mecanismos de detección satelital y las neurociencias al servicio de los poderes, ¿cómo es posible seguir pensando en la utopía de un mundo de mayor justicia? En ese caso, entonces: -pregunta fundamental de lo que pretende ser nuestro aporte- ¿qué hacer?
Hace ya más de un siglo, en 1902, Vladimir Lenin se preguntaba cómo enfocar la lucha revolucionaria; de esa manera, parafraseando el título de la novela del ruso Nikolai Chernishevski, de 1862, igualmente se interrogaba ¿qué hacer? La pregunta quedó como título de la que sería una de las más connotadas obras del conductor de la revolución bolchevique. Hoy, 110 años después, la misma pregunta sigue vigente: ¿qué hacer? Es decir: qué hacer para cambiar el actual estado de cosas.
Si vemos el mundo desde el 20% de los que comen todos los días, tienen seguridad social y una cierta perspectiva de futuro, las cosas no van tan mal. Si lo miramos desde el otro lado, no el de los “ganadores”, la situación es patética. Un mundo en el que se produce aproximadamente un 40% de comida más de la necesaria para alimentar a toda la humanidad sigue teniendo al hambre como una de sus principales causas de muerte; mundo en el que el negocio más redituable es la fabricación y venta de armamentos y donde un perrito hogareño de cualquier casa de ese 20% de la humanidad que mencionábamos come más carne roja al año que un habitante de los países del Sur. Mundo en el que es más importante seguir acumulando ese fetiche llamado dinero, aunque el planeta se torne inhabitable por la contaminación ambiental que esa misma acumulación conlleva. Mundo, entonces, que sin ningún lugar a dudas debe ser cambiado, transformado, porque así, no va más.
Entonces, una vez más surge la pregunta: ¿qué se hace para cambiarlo? ¿Por dónde comenzar? Las propuestas que empezaron a tomar forma desde mediados del siglo XIX con las primeras reacciones al sistema capitalista dieron como resultado, ya en el siglo XX, algunas interesantes experiencias socialistas. Si las miramos históricamente, fueron experiencias balbuceantes, primeros pasos. No podemos decir que fracasaron; fueron primeros pasos, no más que eso. Nadie dijo que la historia del socialismo quedó sepultada, más allá del aire triunfalista con que la derecha actual, post Guerra Fría, presenta las cosas. Quizá habría que considerarlas como la Liga Hanseática, allá por los siglos XII y XIII en el norte de Europa, en relación al capitalismo: primeras semillas que germinarían siglos después. Los procesos históricos son insufriblemente lentos. Alguna vez, en plena revolución china, se le preguntó al líder Lin Piao sobre el significado de la Revolución Francesa, y el dirigente revolucionario contestó que… aún era muy prematuro para opinar. Fuera de la posible humorada, que seguramente sólo un chino con 5.000 años de historia a sus espaldas puede hacer, hay ahí una verdad incontrastable: los procesos sociales van lento, exasperantemente lentos. De la Liga Hanseática al capitalismo globalizado del presente pasaron varias, muchas centurias; hoy, terminada la Guerra Fría, se puede decir que el capitalismo ha ganado en todo el mundo, dando la sensación de no tener rival. Para eso fue necesaria una acumulación de fuerzas fabulosas. Las primeras experiencias socialistas -la rusa, la china, la cubana- son apenas pequeños movimientos en la historia. No ha pasado aún un siglo de la Revolución Bolchevique, pero la semilla plantada no ha muerto. Y si hoy nos podemos seguir planteando ¿qué hacer? ante el capitalismo, ello significa que la historia continúa aún.
El mundo, como decíamos, para la amplia mayoría no sólo no va bien sino que resulta agobiante. Pero el sistema global tiene demasiado poder, demasiada experiencia, demasiada riqueza acumulada, y hacerle mella es muy difícil. La prueba está con lo que acaba de suceder estas últimas décadas: caída la experiencia de socialismo soviético y revertida la revolución china con su tránsito al capitalismo (o “socialismo de mercado” al menos), los referentes para una transformación de las sociedades faltan, se han esfumado. Movimientos armados que levantaban banderas de lucha y cambios drásticos algunos años atrás ahora se han amansado, y la participación en comicios “democráticos” pareciera todo a cuanto se puede aspirar. Lo “políticamente correcto” vino a invadir el espacio cultural y la idea de lucha de clases fue reemplazándose por nuevos idearios “no violentos”: de Marx (el fundador del socialismo científico) pasamos a Marc’s (métodos alternativos de resolución de conflictos).
La idea de transformación radical, de revolución político-social, no pareciera estar entre los conceptos actuales. Pero las condiciones reales de vida no mejoran para las grandes mayorías. Aunque cada vez hay más ingenios tecnológicos pululando por el mundo que supuestamente deberían hacer la vida más agradable, las relaciones sociales se tornan más dificultosas, más agresivas. Las guerras, contrariamente a lo que podía parecer cuando terminó la Guerra Fría -quizá una esperanza ingenua-, siguen siendo el pan nuestro de cada día desde la lógica de los grandes poderes que manejan el mundo. La miseria, en vez de disminuir, crece.
Una vez más entonces: ¿qué hacer? Hoy, después de la brutal paliza recibida por el campo popular con la caída del muro de Berlín, símbolo de una caída mucho más grande, y el retroceso sufrido en las condiciones laborales (pérdidas de conquistas históricas, desaparición de los sindicatos como arma reivindicativa, condiciones cada vez más leoninas, sobre-explotación disfrazada de cuentapropismo) las grandes mayorías, en vez de reaccionar, siguen anestesiadas. Una vez más también: el sistema capitalista es sabio, muy poderoso, dispone de infinitos recursos. Varios siglos de acumulación no se revierten tan fácilmente. Las ideas de transformación que surgen a partir del pensamiento labrado por Marx, puntal infaltable en el pensamiento revolucionario, hoy día parecieran “fuera de moda”. Por supuesto que no lo son, pero la ideología dominante así lo presenta.
Hoy, producto de ese sofisticado trabajo superestructural del sistema, es más fácil movilizar a grandes masas por un telepredicador o por un partido de fútbol que por reivindicaciones sociales. ¡Pero no todo está perdido! Los mil y un elementos que el sistema tiene para mantener el statu quo no son infalibles. Continuamente surgen reacciones, protestas, movimientos contestatarios. Lo que sí pareciera faltar es una línea conductora, un referente que pueda aglutinar toda esa disconformidad y concentrarla en una fuerza que efectivamente impacte certeramente en el sistema. ¿Por dónde golpear a ese gran monstruo que es el capitalismo? ¿Cómo lograr desbalancearlo, ponerlo en jaque, ya no digamos colapsarlo? Los caminos de la transformación se ven cerrados. Quizá el presente es un período de búsqueda, de revisiones, de acumulación de fuerzas. Hoy por hoy no se ve nada que ponga realmente en peligro la globalidad del sistema-mundo capitalista. Las luchas siguen, sin dudas, y el planeta está atravesado de cabo a rabo por diversas expresiones de protesta social. Lo que no se percibe es la posibilidad real de un colapso del capitalismo a partir de fuerzas que lo adversen, que lo acorralen. El proletariado industrial urbano, que se creyó el germen transformador por excelencia -de acuerdo a la apreciación absolutamente lógica de mediados del siglo XIX- hoy está en retirada. Los nuevos sujetos contestatarios -movimientos sociales varios, campesinos, luchas étnicas, reivindicaciones puntuales por aquí y por allá- no terminan de hacer mella en el sistema. Y las guerrillas de corte socialista parecen destinadas hoy a ser piezas de museo, salvo excepciones puntuales, como el movimiento naxalita en la India. ¿Quién levantaría la lucha armada en la actualidad como vía para el cambio social cuando la tendencia es buscar salidas negociadas y deponer las armas?
Sin embargo, en el medio de esa nebulosa siguen surgiendo protestas, voces críticas. Es decir: sigue habiendo esperanzas. La historia no ha terminado, definitivamente. Si eso quiso anunciar el grito victorioso apenas caído el muro de Berlín con aquellas famosas frases pomposas de “fin de la historia” y “fin de las ideologías”, el estado actual del mundo nos recuerda que no es así. Ahora bien: ¿qué hacer para que colapse este sistema y pueda surgir algo alternativo, más justo, menos pernicioso para nuestra especie?
El solo hecho de seguir planteándonos todo esto muestra que la utopía no está muerta. Puede estar golpeada, maltrecha, aturdida. Pero no muerta. Los materiales que aquí ofrecemos intentan ser un llamado a mantener viva esa esperanza. Si “sembramos utopía”, tal como quisimos ponerle de sub-título al presente libro, es porque esperamos que la misma madure, florezca, fructifique y dé como resultado algo menos injusto que el actual sistema que, aunque quisiera -y por supuesto no quiere- no puede superar su asimetría estructural.
Es por eso que, aún pasando este mal momento, el socialismo sigue siendo una esperanza abierta. La utopía nos sigue esperando.
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 A modo de conclusión
Dicho todo lo anterior (trece exposiciones con lujo de detalles) resultaría ocioso repetir que el sistema capitalista no ofrece solución a los grandes problemas históricos de la humanidad. Esto ya es más que sabido. La cuestión básica estriba en cómo nos planteamos su transformación.
Ya ha habido varios intentos para llevar adelante esa monumental empresa en el transcurso del siglo XX. No se puede decir que los mismos fracasaron estrepitosamente; no, de ningún modo. Con dificultades, con muchos más problemas de los que hubiera sido deseable, se consiguieron resultados encomiables. Si se miden con el rasero capitalista basado en la acumulación del fetiche mercancía y la teoría del valor, por supuesto que esas sociedades no se “desarrollaron”; pero está claro que los socialismos realmente existentes se encaminaron a otra cosa y no a repetir el modelo del capitalismo. Si de medirlas se trata, definitivamente hay que apelar a otras categorías. Lo que se buscó en esas experiencias tiene que ver básicamente con la dignificación del ser humano, con desarrollar sus potencialidades, con la promoción de valores más ricos que la acumulación de objetos apuntando, por el contrario, hacia la solidaridad, al espíritu colectivo, al darle vuelo a la creatividad y la inventiva.
Quizá esas primeras experiencias, de las que sin dudas podemos y debemos formular una sana crítica constructiva, son un primer paso: con las dificultades del caso quedó demostrado que sí se puede ir más allá de una sociedad basada en la exclusiva búsqueda de lucro personal/empresarial. Los logros en ese sentido están a la vista: en esas sociedades, más allá de la artera publicidad capitalista, no se pasa hambre, la población se educa, no existe la violencia demencial de los modelos de libre mercado, existe una nueva idea de la dignidad. Si hoy muchas de esas experiencias se revirtieron o se pervirtieron, eso debe llamar a una serena reflexión sobre qué significa hacer una revolución. Pero no hay nada más demostrativo de los logros obtenidos como el hecho que, por inmensa mayoría, en los países donde existieron modelos socialistas, al día de hoy, con la llegada del capitalismo salvaje y luego de pasado el furor de la novedad de las “cuentas de colores” de los fascinantes shopping centers, las poblaciones añoran los tiempos idos. Ahora, al igual que en cualquier país capitalista, allí comer, educarse, tener salud y seguridad social es un lujo; el socialismo, aún con sus errores, enseñó que la dignidad no tiene precio.
La titánica tarea de revolucionar el sistema conocido implica un cambio fenomenal: es la construcción de un parteaguas en la historia, es el inicio de una sociedad que, alcanzado un nivel de productividad mucho más alto que otros estados históricos de desarrollo anteriores, puede empezar a pensar realmente en el bien común, en el colectivo, en la especie humana como un todo. Eso es el socialismo. Obviamente, un proyecto fenomenal. Haciendo nuestras las palabras de Marx que poníamos en el epígrafe del libro: “No se trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva.”
Establecer una nueva sociedad: ahí está la clave. No es reformar, maquillar, disimular algo viejo dando la sensación de un superficial cambio cosmético. Estamos hablando de una transformación profunda, enorme. Por supuesto, eso es algo monumentalmente difícil. Es refundar la humanidad. Y eso, la experiencia lo mostró, no es algo que se logra por decreto, en poco tiempo, sólo con buena voluntad a partir de ideas renovadoras, con una vanguardia que intenta dinamizar un proceso y empuja. Cambiar el curso de la historia implica transformar de raíz el sujeto que somos. Para el caso: transformar a millones y millones de seres humanos. Eso no es imposible, pero sí sumamente complejo. Unas pocas generaciones, tal como efectivamente sucedió en esas primeras experiencias, sólo pueden servir para comenzar a dimensionar la magnitud de la empresa con la que nos enfrentamos. ¡Es un reto fenomenal!
Ahora bien: estas reflexiones nos llevan hacia consideraciones que van más allá de la intención original de esta obra; nos obligan a repensar el sentido último de lo que significa la revolución socialista. ¿Por qué no funcionaron como se esperaba las primeras revoluciones socialistas del silgo XX? ¿Por qué, después de varias décadas, cayeron, o se revirtieron? ¿Acaso no es posible entonces tomarse en serio lo de transformar la historia, crear un “hombre nuevo”, dejar atrás la prehistoria apegada a las luchas en torno a la propiedad privada? Reflexiones, por cierto, que son imprescindibles para acometer la construcción del cambio en ciernes. La idea de base es que sí es posible; si no, ni siquiera nos lo estaríamos planteando. La pasión que nos alienta es que la utopía es posible. De lo que se trata ahora es cómo darle forma, cómo sembrarla para que germine.
Pero lo que pretendemos con esta colección de ensayos que aquí presentamos no apunta a reflexionar sobre esto precisamente: busca, en todo caso, plantear cómo está el capitalismo actual, y qué podemos hacer para lograr su transformación. Es decir: cómo colapsar el actual sistema, cómo impactar, cómo vencerle.
Dicho así, pareciera que aquí se dan recetas, guías de acción, un “manual” para hacer la revolución. ¡Ojalá se pudiera disponer de eso! Sin embargo, ello es absolutamente imposible; es más: está reñido con la ética socialista misma, con la idea de una verdadera transformación. Más allá de poder pensar dificultades comunes e intentar sacar conclusiones de los errores cometidos y de las luchas libradas, si algo define la experiencia humana es su complejidad, su alto grado de imprevisibilidad (pese a que exista una ciencia social -de derecha- que intenta anticiparse y controlarla), su dosis de irracionalidad incluso. Vista en sentido histórico, más allá de saber que las guerras son disputas a muerte por el poder: ¿es racional la guerra en términos de especie humana, o justamente atenta contra ella? Todos sabemos que fumar puede producir cáncer, pero seguimos fumando. ¿Cómo entender la racionalidad entonces? Se abre ahí una imperiosa necesidad de reformularnos cuestiones básicas, desde el materialismo histórico y desde las ciencias sociales que fueron apareciendo en el transcurso del siglo XX, luego que Marx formulara las líneas fundamentales de este andamiaje conceptual.
Por ejemplo, la cuestión del poder como eje que dinamiza buena parte de las relaciones interhumanas (las conocidas al menos, las que se basan y presuponen la propiedad privada), es un tema que desde la izquierda tradicionalmente no se ha considerado en toda su complejidad, lo cual no deja de ser una agenda pendiente de gran importancia. ¿Por qué vemos que se repiten muchas veces similares errores en la construcción de alternativas anticapitalistas? ¿Estamos en la izquierda inmunizados ante los juegos del poder, o ello debería replantearse con mayor altura crítica? ¿Por qué un camarada dirigente de ayer puede transformarse tan fácilmente en un magnate?
Así sea sólo un ejemplo este tema del poder -no pequeño, por cierto- son muchas las tareas de revisión crítica que nos esperan para potenciar las estrategias revolucionarias, hoy por hoy bastante alicaídas. Los materiales aquí ofrecidos no son “manuales”; son preguntas críticas. No más. Pero tampoco: nada menos. ¿Cómo nos planteamos el tema del poder? ¿Qué hay de las actuales mezquindades y flaquezas que nos constituyen? (Dicho en otros términos: ¿por qué es posible revertir revoluciones socialistas victoriosas?) ¿Cómo se construye el “hombre nuevo” del socialismo? Sólo decir esto y ya vemos la necesidad de la autocrítica: ¿“hombre” como sinónimo de humanidad? ¿No se nos filtra ahí un arrogante prejuicio machista? Dicho sea de paso: en el presente libro sólo varones publican; ¿arrogante prejuicio machista de quien seleccionó los textos? De eso se trata entonces: “no de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva.” La autocrítica permanente debe ser una clave vital. Pero en lo humano no se puede establecer aquello de “borrón y cuenta nueva”: construimos el socialismo con la materia prima que somos. Ahí estriba una dificultad enorme, y por tanto, el reto es mayúsculo. De todos modos “dificultad”, nunca, en ningún momento histórico y en ninguna lengua significa “imposibilidad”.
Sin dudas es mucho más fácil preguntar críticamente y desarmar lo establecido que proponer cosas nuevas. Esa es una dialéctica humana: es más fácil destruir que construir. En ese sentido, resulta más simple constituirnos en críticos implacables del capitalismo (pues obviamente hay muchísimo por demoler ahí) que proponerle alternativas válidas, posibles, efectivas, que realmente sirvan para edificar algo nuevo. Si fuera tan fácil aportar soluciones, el mundo sería distinto. Pero siendo auténticamente socráticos en nuestro proceder, podríamos decir que en el hecho de preguntar/criticar lo conocido anida ya el germen de la respuesta, o sea, la solución al problema planteado. Por tanto, vale (¡y mucho!) preguntarnos acerca de los límites del capitalismo, del actual y de sus raíces históricas, porque a partir de ese interrogante se podrán ir construyendo las respuestas, los caminos alternativos.
Está claro que el libro en su conjunto, que es eminentemente una colección de reflexiones políticas, es un ejercicio académico-intelectual y no una propuesta de acción concreta. En verdad, nunca pretendimos esto último; y por supuesto no creemos haber contribuido mucho en ese sentido. Pero sí podemos dejar algunas preguntas en el nivel de lo que los autores aquí reunidos pueden aportar: consideraciones críticas sobre aspectos teóricos que ojalá permitan iluminar un poco más la práctica concreta. Sin tenerle miedo a la teoría, podemos repetir con Einstein que “no hay nada más práctico que una buena teoría en el momento oportuno”.
¿Cómo hacer la revolución socialista entonces? La publicación, en todo caso, dice más lo que no se debe hacer que los pasos concretos a seguir. Quizá es poco, pero no deja de ser importante considerarlo: hablar de los límites y los errores nos da ya un primer marco. Presentémoslo en forma de preguntas:
  • ¿Es posible construir el socialismo en un solo país hoy día? Quizá podría ser factible tomar el poder a nivel nacional, desplazar al gobierno de turno en forma revolucionaria y establecerse como nuevo grupo gobernante con un planteo de izquierda, pero eso no significa necesariamente una transformación en términos de relaciones de fuerza como clase de los trabajadores y oprimidos. Además, dado el grado de complejidad en el proceso de globalización y la interdependencia de todo el planeta, es imposible construir una isla de socialismo con posibilidades reales de sostenimiento a largo plazo. En ese sentido los planteos revolucionarios deben apuntar a pensar en bloques, espacios regionales. La idea de Estado-nación entró en crisis y hay que revisarla críticamente desde las propuestas de izquierda. El ejemplo de los distintos socialismos que se intentaron construir en el transcurso del siglo XX, o el socialismo bolivariano actual, nos da alguna pista al respecto: se pueden comenzar procesos muy interesantes, fecundos, imprescindibles incluso; pero eso es un preámbulo del socialismo. De todos modos, todo ello no debe inmovilizarnos y hacernos pensar en que hay que abandonar las luchas nacionales. De momento nuestra unidad de acción son espacios nacionales, y ahí debemos trabajar, planteándonos todos estos problemas como los nuevos retos.
  • ¿Cómo dar luchas globales desde lo micro? No hay más alternativa que esa: las luchas son siempre en el espacio local, pequeño: en la comunidad, en el sindicato, en las reivindicaciones sectoriales. Pero toda lucha debe tener como perspectiva final un nivel más amplio, entendiendo que lo local es articula, en definitiva, con lo planetario. Hoy día hay que buscar sumar descontentos, acumular fuerzas de los numerosísimos golpeados/explotados/excluidos del sistema. Ese trabajo de hormiga de juntar descontentos se hace en el nivel micro; aprovechando la globalización que impera, el desafío es sumar esos descontentos puntuales y locales en esfuerzos globales, macros. El Foro Social Mundial fue (es) un intento en ese sentido. quizá no prosperó como herramienta real de lucha, pero a partir de ello hay que estudiar el fenómeno y ver cómo impulsar alternativas realmente viables que consideren el estado actual del mundo como aldea global.
  • ¿Es necesaria una vanguardia? Viejo problema en la izquierda, no resuelto, y probablemente que no admite “una” solución única. Vanguardia no debe ser partido único. Sin lugar a dudas que el puro espontaneísmo tiene límites muy cercanos: es, en todo caso, pura reacción visceral, más propia de los procesos colectivos de muchedumbres desarticuladas (pensemos en un linchamiento por ejemplo) que de acciones planificadas, con direccionalidad política, que buscan motorizar proyectos claros. Por supuesto que la reacción espontánea existe, y puede jugar un papel muy importante en la historia; pero la historia tiene líneas maestras que alguien traza, que no son casuales. Es más: hoy día existe toda una parafernalia de ciencias (¿éticamente las podremos seguir llamando así?) que tienen como objetivo manejar, controlar, trazas escenarios a futuro y lograr que grandes masas de población actúen conforme a lo planificado. Por supuesto, están siempre al servicio de los poderes de turno. Desde la izquierda no planteamos “manejar” las masas, pero sí trazar líneas para que se den cambios en el sistema. Eso, en definitiva, es la política revolucionaria: tener proyectos a futuro en el que las grandes mayorías jueguen el papel protagónico para transformar el actual estado de explotación e injusticia. Dejando librado todo al puro voluntarismo, al espontaneísmo popular, no se irá muy lejos: es preciso tener claro un proyecto. Esa claridad es la que debe aportar la vanguardia. Ahora bien: es difícil establecer quién juega ese papel. Los partidos de izquierda tradicionales con su estructura vertical, militar en algunos casos, son cuestionables. El liderazgo de una sola persona, más allá de su carisma, puede dar como resultado el nada deseable culto a la personalidad que ya hemos conocido en más de una ocasión, quitándole real protagonismo a las clases explotadas. En todo caso hay que pensar en vanguardias con dirección colegiada, siempre en diálogo permanente con las masas.
  • ¿Quién es hoy el sujeto de la revolución? Las nuevas modalidades del capitalismo globalizado presentan nuevos paisajes sociales; el proletariado industrial urbano, considerado como el núcleo revolucionario por excelencia para la revolución socialista, está hoy diezmado. O vendido por sindicatos corruptos cooptados por la clase dominante, o desmovilizado por contrataciones laborales en absoluta precariedad que lo dejan en situación de indefensión, la clase obrera como tal ha retrocedido en su papel histórico, acorralándosela y anestesiándola (para eso, además, están las nuevas tecnologías de control: medios de comunicación masivos, nuevas religiones fundamentalistas, deporte profesional que inunda la vida cotidiana). Por supuesto sigue siendo la principal creadora de plusvalor a partir de su trabajo, pero hoy día la arquitectura del sistema, sin cambiar en su sustancia, ha tenido modificaciones importantes. Numéricamente, incluso, no está en crecimiento; la desocupación o subocupación -derivados naturales del capitalismo, más aún en esta fase de hiper robotización y automatización de los procesos productivos, de deslocalización y de primado del capital financiero-especulativo- han hecho del proletariado industrial una minoría entre la masa de explotados. Los explotados/excluidos del sistema, globalmente considerado, crecen: campesinos sin tierra que en muchos casos marchan a las ciudades, subocupados y desocupados, poblaciones originarias cada vez más marginadas o excluidas por un modelo de desarrollo que no las incluye, migrantes del Sur hacia el Norte, empobrecidos por la crisis estructural, jóvenes sin futuro, constituyen los sectores más golpeados por el capitalismo. Los obreros industriales, tanto en el capitalismo central como en el periférico, en ese mar de desesperación pueden considerarse afortunados, pues tienen salario fijo (eso, hoy día, ya se presenta como un lujo). Todo ello, por tanto, cambia el panorama social y político: hoy día el fermento revolucionario se nutre en muy buena medida de todo ese subproletariado de trabajadores precarizados e informales, de población “sobrante” en la lógica del sistema. Y además entran en escena con fuerza creciente otros actores (otros descontentos, diríamos) como las mujeres, históricamente marginadas y que ahora levantan reivindicaciones específicas, los pueblos originarios, las juventudes, que pasan a ser igualmente fermentos de cambio. Por todo ello, el motor de la revolución socialista hoy ya no es sólo el proletariado industrial: es la masa de trabajadores y golpeados por el sistema. Los grupos más beligerantes de estas últimas décadas han sido, justamente, grupos indígenas, campesinos sin tierra, desocupados urbanos, “marginales” del sistema, en sentido amplio. Es preciso redefinir con precisión el actual sujeto revolucionario, pero sin dudas hay ahí otro desafío que debemos asumir con ética revolucionaria.
  • ¿Cuáles deben ser en la actualidad las formas de lucha? Las que se pueda, simplemente. Insistamos mucho en esto: ¡no hay manual para hacer la revolución! La Comuna de París, allá por el lejano 1871, fue una fuente inspiradora, y de allí Marx y Engels tomaron importantísimas enseñanzas. Es a partir de esa experiencia que surge la idea de “dictadura del proletariado”, en tanto gobierno revolucionario de los trabajadores como constructores de un nuevo orden. Después de los socialismos realmente existentes y de todas las luchas del pasado siglo se abren interrogantes para plantearnos esa noble y titánica tarea de hacer parir una nueva sociedad: ¿cómo hacerlo en concreto? Pregunta válida no sólo para ver cómo empezar a construir esa sociedad nueva a partir del día en que se toma la casa de gobierno sino también para ver cómo llegar a esa toma, punto de arranque primario. Ya hemos dicho que la tarea de construir la sociedad nueva es complejísima y necesita de la autocrítica como una herramienta toral. Ahora bien: la pregunta -quizá más pedestre, más limitada y puntual- que se pretende el hilo conductor del presente libro es ¿qué hacer para estar en condiciones de comenzar esa construcción? Dicho en otros términos: ¿cómo se desaloja a la actual clase dominante y se toma su Estado (el Estado nunca es de todos, es el mecanismo de dominación de la clase dominante) para comenzar a construir algo nuevo? ¿Se puede repetir hoy -metafóricamente hablando- la toma del Palacio de Invierno de la Rusia de 1917? ¿O hay que pensar en una movilización popular con palos y machetes que, acompañando a su vanguardia armada, pueda desalojar al gobernante de turno como sucedió en la Nicaragua de 1979? ¿Constituyen los procesos democráticos -dentro de los límites infranqueables de las democracias burguesas- de Chile con Allende, o la actual Revolución Bolivariana en Venezuela, con Chávez a la cabeza, modelos de transiciones al socialismo? ¿Cuáles son sus límites? ¿Se puede apostar hoy por movimientos armados, cuando vemos, por ejemplo, que todas las guerrillas en Latinoamérica o ya han depuesto las armas, o están próximas a hacerlo? ¿Se puede revolucionar la sociedad y construir el socialismo con el “mandar desobedeciendo”, como pretende el movimiento zapatista? ¿Hay que participar en los marcos de la democracia representativa para ganar espacios desde allí? Dado que no hay manual para esto, la respuesta debería ser amplia y ver como válidas todas esas alternativas. “Válidas” no significa ni infalibles ni seguras; son, en todo caso, pasos a seguir. ¿Hoy es pertinente levantar la lucha armada? Pertinente, quizá sí, como de hecho puede suceder en algunos puntos del planeta (el movimiento naxalita en la India, por ejemplo), pero no está clara su real posibilidad de triunfo, dadas las tecnologías militares sofisticadas con que el sistema cuenta para defenderse. En definitiva, golpeado como está hoy el campo popular, desarticulado y sin propuestas claras, muchos pueden ser los caminos para comenzar a construir alternativas. Queda claro que no hay “una” vía; distintas formas pueden ser pertinentes. Quizá los movimientos populares amplios, los frentes, la unión de descontentos y la potenciación de rebeldías comunes pueden ser útiles en un momento. La presunta pureza doctrinaria de las vanguardias quizá hoy no nos sirva.
En realidad estas no son conclusiones en sentido estricto. Todo el libro, a través de sus diferentes textos, es una invitación a profundizar estos debates, a enriquecerlos y darles vida. Si algún valor puede tener todo este esfuerzo es aportar un modesto grano de arena más en una búsqueda interminable. De lo que sí podemos estar absolutamente seguros es que esa utopía vale la pena. El mundo de ninguna manera puede ser una suma de “triunfadores” y “desechables”, por lo que esa búsqueda está abierta, invitándonos a zambullirnos en ella. Cerremos con una frase del poeta Antonio Machado totalmente oportuna para el caso: “Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar”.
*Colectivo de autores: 1) Amado, Oscar, 2) Borges, Edgar, 3) Colussi, Marcelo, 4) Corbière, Emilio, 5) Cuevas Molina, Rafael, 6) Fontes, Anthony, 7) Illescas Martínez, Jon E. (Jon Juanma), 8) López y Rivas, Gilberto, 9) Mora Ramírez, Andrés y 10) Perdomo Aguilera, Alejandro L.

Dejamos aquí una obra inédita, colección de varios artículos y ensayos de distintos autores que se plantean los nuevos caminos del socialismo.
Son ellos: Oscar Amado (Argentina), Edgar Borges (Venezuela), Marcelo Colussi (Guatemala), Emilio Corbière (Argentina), Rafael Cuevas Molina (Costa Rica), Anthony Fontes (Estados Unidos), Jon E. (Jon Juanma) Illescas Martínez (España), Gilberto López y Rivas (México), Andrés Mora Ramírez (Costa Rica) y Alejandro Perdomo Aguilera (Cuba).
La recopilación y edición estuvo a cargo de Marcelo Colussi.
¡Feliz lectura!
Descargar libro desde aquí (formato pdf)
descargar también en: http://www.rebelion.org/docs/179147.pdf   

Entrevista a Junior Garcia Aguilera