miércoles, 4 de septiembre de 2013

¿Qué cambia en la política actual de los Estados Unidos hacia Cuba?

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Por Ramón Sánchez-Parodi Montoto
Para responder esta interrogante debemos definir que la política de los Estados Unidos hacia Cuba significa las formas, métodos mecanismos acciones y objetivos del gobierno de los Estados Unidos con respecto a Cuba; es decir Cuba como país, nación, estado, gobierno y sociedad. Por tanto, tiene un carácter estratégico y de largo alcance, vinculado a los elementos de la seguridad nacional de los Estados Unidos y que trasciende particularidades partidistas o sectoriales al envolver todos los estamentos (poderes) estatales de los Estados Unidos.
Por lo tanto, se trata de la “Política de Estado” de los Estados Unidos hacia Cuba. Aunque este es un término más político que jurídico, en el caso de la política norteamericana hacia Cuba ha tenido siempre un basamento jurídico, más o menos amplio. (Por ejemplo, la teoría de la fruta madura; la doctrina Monroe, la tesis del destino manifiesto; la Resolución Conjunta del Congreso de Estados Unidos de abril de 1898; la Enmienda Platt; el Tratado de Reciprocidad; la proclama del bloqueo a Cuba; las “sanciones” de la OEA contra Cuba; las leyes Toricelli y Helms-Burton; y muchas más. Es, usando el término en inglés, “the law of the land”, reafirmada cuando todas las resoluciones y regulaciones fueron incorporadas al U.S. Code. Es decir, esta política de estado comprende todos los instrumentos legales vigentes en el momento dado que regulan la acción del estado de los Estados Unidos de América con respecto a Cuba.
En el caso que nos ocupa, desde los comienzos de los Estados Unidos como nación independiente esta política ha contado con un objetivo supremo: ejercer la dominación sobre el territorio y los habitantes de Cuba.
Según han transcurrido los años, décadas y siglos, esta política se ha desarrollado en circunstancias, escenarios y momentos históricos diferentes, en las cuales cada presidente de la nación ha debido realizar ajustes para preservar el objetivo estratégico: ejercer la dominación sobre Cuba.
Aceptar esta definición implica que ningún presidente de los Estados Unidos puede por sí solo cambiar el objetivo supremo de esta política, aunque sí cualquiera de ellos  puede modificar la manera de aplicarla, según se transformen las circunstancias.
Podemos distinguir tres etapas principales en esta política: la del acecho (1776-1898); la de la dominación (1899-1958); y la de los intentos de recuperación (1959- hasta la fecha).
Las dos primeras etapas han sido superadas por los acontecimientos históricos. Es esta tercera etapa en la cual los Estados Unidos han fracasado en lograr restaurar su dominación sobre Cuba.
No haremos la larga historia de todo lo transcurrido en más de cincuenta y cuatro años. Basta referirse a las actuales circunstancias.
Los Estados Unidos han fracasado en todas las acciones llevadas a cabo para restablecer su dominación sobre Cuba: aislamiento diplomático y político; bloqueo económico y comercial; lanzamiento de acciones de terrorismo, sabotaje y espionaje contra Cuba; promoción de la subversión interna para provocar un levantamiento armado contrarrevolucionario;  invasión del territorio de Cuba por las fuerzas armadas regulares de los Estados Unidos.
Desde noviembre de 1980, cuando el presidente titular James Carter fue derrotado en su pugna por elegirse para un segundo mandato, se puso fin al único intento realizado por un presidente norteamericano para cambiar de raíz la política de Estados Unidos hacia Cuba.
A partir de ese momento, sin que el gobierno de los Estados Unidos abandonara ninguna de las modalidades adoptadas desde 1959, fue destacándose en la política norteamericana hacia Cuba la promoción de un “cambio de régimen” en Cuba que conllevara la “transición” hacia una sociedad capitalista y, por lo tanto, se crearan las condiciones para una restauración de la dominación norteamericana.
Esta adecuación de la política de los Estados Unidos hacia Cuba se corresponde también con la alborada del siglo XXI que trae aparejada varias circunstancias que de hecho chocan con los propósitos norteamericanos:
- El proceso de actualización del modelo socialistacubanoque es impulsado por los acuerdos del VI Congreso y de la Primera Conferencia Nacional del Partido Comunista de Cuba.
-    Las transformaciones políticas, económicas y sociales en América Latina y el Caribe que van conformando una trayectoria histórica encaminada a desechar la dominación hegemónica de los Estados Unidos en la región.
-       La pérdida de la capacidad de dominación imperialista de los Estados Unidos en el mundo; en los últimos veinte años, los Estados Unidos han pasado de ser la potencia hegemónica unipolar a una situación de omnipresencia pero no de omnipotencia.
En la actualidad, y bajo la presidencia de Barack Obama, los Estados Unidos se encuentran en una encrucijada con respecto a su política hacia Cuba: o mantienen la actual política encaminada a restablecer su dominación sobre Cuba (que por demás, está condenada al fracaso) o cambia su objetivo estratégico, abandona sus intentos de restaurar la dominación y promueve una política de convivencia con Cuba, respetando su independencia, su soberanía y la autodeterminación de sus habitantes.
Durante su primer mandato presidencial y en lo que corre del segundo mandato, Obama ha abrazado y hecho suya  una versión “light” del disparatado proyecto de  “transición” en Cuba patrocinado por George W. Bush, adorándolo con medidas de carácter cosmético para facilitar los viajes de familiares en ambos lados del Estrecho, “intercambios pueblo a pueblo” y relajamiento en las telecomunicaciones, dizque para promover la “democracia” y la “libertad” en Cuba, mostrando claramente que no está en sus propósitos realizar modificación alguna de carácter sustancial en la política hacia Cuba.
El paso más “osado” dado por el gobierno de los Estados Unidos ha sido desvincular la exigencia de que Cuba excarcele al agente subversivo mercenario Alan Phillip  Gross como precondición para continuar conversaciones bilaterales entre ambos países sobre temas particulares de interés mutuo, tales como las cuestiones migratorias y las comunicaciones postales.
El tiempo político que le resta a Obama de su segundo mandato, cuando enfrenta fuerte oposición republicana a sus acciones de gobierno y sus iniciativas legislativas; donde persiste la crisis económica, social y política del país; enfrenta profundos problemas de carácter internacional reclaman su atención, además de las obligaciones que le impone el período electoral de mitad de mandato el próximo año y la responsabilidad de contribuir al triunfo del aún no conocido candidato presidencial demócrata en noviembre de 2016, no le permite emprender ningún cambio esencial en la política hacia Cuba. En resumen, Obama ha dejado pasar irresolutamente los ocho años de sus dos mandatos presidenciales sin aprovechar las circunstancias históricas que reclaman un cambio radical en la actuación de Estados Unidos hacia Cuba. En ese escenario, Obama hará mutis, sin penas ni glorias.

lunes, 2 de septiembre de 2013

La lenta pero implacable destrucción de Siria

por Ángel Guerra Cabrera


Estaba cantado desde que Obama habló de su famosa línea roja. Había que ser muy ingenuo para no darse cuenta entonces que el supuesto uso de armas químicas “por el régimen de Assad” sería el pretexto para atacar a Siria, equivalente a las inexistentes armas de destrucción masiva de Irak. ¡Qué falta de imaginación! Siempre las mismas burdas mentiras. Recuerden el ya lejano incidente del golfo de Tonkin, patraña utilizada por Washington para iniciar la guerra contra el Vietnam heroico.
Obama y sus compinches toparon en más de una ocasión con el veto ruso y chino en el Consejo de Seguridad(CS) de la ONU pues ambas potencias quedaron escarmentadas después de la utilización de su voto para triturar a Libia. Ello y que Siria es un hueso muy duro de roer es lo que ha retardado la intervención directa yanqui. Pero la presión de Israel y de los halcones le ha doblado, otra vez, el brazo al predicador de la Casa Blanca, arrastrándolo a otra agresión de corte nazi, al margen del CS y, por consiguiente, del derecho internacional como ya hizo contra Trípoli e hicieron sus antecesores contra Serbia e Irak.
No hay una sola prueba de que Damasco haya usado armas químicas en el barrio capitalino de Al Ghuta. La “noticia” vino de los escuadrones yanquis de la muerte en Siria, financiados por las democráticas Arabia Saudita, Quatar y demás petromonarquías del Golfo Pérsico. Operan bajo el nombre de Ejército Sirio Libre y están formados por franquicias de Al Quaeda, como los asesinos de Al Nusra y mercenarios jordanos, iraquíes, libios y chechenos, entre otros. Es más, la urgencia del ataque parece responder al temor de que los recién llegados inspectores de la ONU emitan un dictamen contrario al discurso machacado sin parar por la jauría mediática.
¿Quién que no esté en el limbo puede creer que el presidente Bashar al Assad, un político sagaz y curtido cometa la estupidez de usar armas químicas a solo unos kilómetros del hotel donde se alojan los inspectores de la ONU precisamente cuando ha logrado voltear el curso de la guerra civil a su favor?
El servilismo ante Estados Unidos del multimillonario Cameron y el incoloro Hollande contrasta con la independencia de varios líderes de Nuestra América, donde los tenemos de la talla de Evo Morales. Cuando pretendieron doblegarlo en su vuelo de regreso a Bolivia se pudo apreciar cristalinamente su altura de estadista y confirmar la insignificante estofa moral e intelectual  de casi todos los gobernantes europeos.
El secretario John Kerry sermonea sobre la “obscenidad moral” de Assad al usar armas químicas “contra su propio pueblo”. ¿Habrá olvidado Kerry que fue su gobierno el que facilitó la inteligencia y las fotos de satélites a Saddam Hussein para guiar sus proyectiles con armas químicas contra las tropas iraníes? ¿Habrá olvidado el uso masivo de uranio empobrecido en Faluya(2004) por su ejército y en Basora por sus cómplices británicos? En Faluya hoy nacen niños sin cabeza, con un solo ojo, sin brazos, con las vísceras fuera del vientre, con leucemia. Los niños de Faluya sufren más deformaciones al nacer que sus iguales de Hiroshima y Nagasaky, donde, por cierto, Estados Unidos achicharró en segundos a cientos de miles de civiles japoneses sin ninguna justificación militar.  ¿Se inmutó siquiera Obama ante el uso de fósforo blanco por Israel contra los densamente poblados barrios palestinos de Gaza durante la Operación Plomo Fundido?
El señor que ordena personalmente cada objetivo de los drones que casi siempre matan inocentes no puede venirnos con historias de moral y tampoco de democracia cuando el propio ex presidente Carter ha dicho que “Estados Unidos no tiene una democracia funcional”.
Lo que persigue el imperialismo es balcanizar al mundo árabe  para evitar movimientos democráticos, proteger a Israel y quedarse con  los hidrocarburos y el agua de la región. Como en Irak exacerbar el baño de sangre confesional o como en Libia entregarlo a los asesinos de las milicias fundamentalistas. El pecado de Siria es no someterse a Washington, apoyar a la heroica resistencia de Hezbolá y junto a esta e Irán oponerse a los planes de dominación  imperialista en la región. También, sembrar el veneno terrorista en el mundo islámico para desbordarlo a las zonas musulmanas de Rusia y China, sostenes del mundo multipolar detestado por los neoconservadores.
Obama inicia una irresponsable e innecesaria provocación contra Moscú, Teherán y Pekín de consecuencias inimaginables.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2013/08/29/opinion/028a1mun


Resiliencia: un concepto discutible


 por Marcelo Colussi

“El camino del infierno está plagado de buenas intenciones”. ¿Por qué empezar diciendo esto? Pues porque muchas veces, más allá de la “buena voluntad” en juego, los efectos conseguidos con una determinada acción pueden ser cuestionables. O incluso desastrosos. En el campo de la práctica científica ello no es raro en absoluto. El concepto de “resiliencia” nos lo permite ver de forma palmaria.

“Resiliencia” es un término controversial, que tanto puede asociarse con “intervenciones pobres para los pobres” (lo cual recuerda aquello de “atención primaria o ¿primitiva? de la salud”, que cuestionaba el epidemiólogo argentino Mario Testa), hasta la promoción de un conformismo con resonancias conservadoras, de la mano de la ideología adaptacionista que prima en las ciencias sociales de cuño estadounidense, dominadoras del ámbito académico en buena parte del mundo. Por lo pronto, es la versión española de la voz inglesa “resilience”, o “resiliency”, término que proviene del campo de la metalurgia y que hace alusión a la capacidad que tienen los metales de deformarse sin quebrarse, retornando luego a su estado original.

En el ámbito de la psicología, aparece utilizado por primera vez en un artículo de Barbara Scoville en el año 1942. Más tarde, en la década de los 70, el término va adquiriendo mayor prevalencia, aunque la mayoría de los primeros investigadores que hacían referencia a este concepto tomado de la metalurgia, en principio no utilizaron la expresión “resiliencia”, sino que se referían a esta cualidad describiendo a quienes la portaban como “invulnerables” o “invencibles” (Lösel, Bliesener y Koferl, 1989). Para la década de los 90 el término ya es ampliamente utilizado, y así llega a los países latinoamericanos.

¿Qué es, en definitiva, esto de la resiliencia? “La capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas”, según la 23ª edición del Diccionario de la Real Academia Española. La “capacidad del ser humano para hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas e inclusive, ser transformados por ellas”, de acuerdo a la definición de Grotberg (1995). O también el “proceso dinámico, constructivo, de origen interactivo, sociocultural que conduce a la optimización de los recursos humanos y permite sobreponerse a las situaciones adversas”, según María Angélica Kotliarenko e Irma Cáceres (2011). O si se prefiere: “la capacidad que tiene un individuo, una familia, un grupo y hasta una comunidad de soportar crisis y adversidades y recobrarse”, de acuerdo a lo que definen Melillo y Suárez Ojeda (2002). Es decir, tomando lo afirmado por Kotliarenko, la resiliencia consiste en “un conjunto de procesos sociales e intrapsíquicos que posibilitan una vida sana en un medio insano”.

Según todas estas aseveraciones, el concepto hace alusión a una capacidad positiva que tendríamos los seres humanos, o algunos seres humanos al menos. Capacidad, por tanto, que debería ser saludada positivamente y, en la medida de lo posible, expandida. De la mano de esta visión, un pensamiento progresista, de izquierda incluso, podría levantar gustoso la idea de resiliencia y fomentarla como un camino de esperanza, una luz ante tanta adversidad.

Así, entonces, una perspectiva de avanzada de nuestra actual situación lleva a decir a Aldo Melillo, cuando prologa el libro “Descubriendo las propias fortalezas” de María Alchourrón y Edith Grotberg, que “la exclusión y la pobreza se extienden sin freno en los países desfavorecidos por la globalización y la concentración económica, y la mano invisible del mercado no ha dado signos de derramar ninguna riqueza a los pueblos. Si a ello se suman las situaciones de riesgo que conllevan la enfermedad, la cárcel, el deterioro personal, familiar y social sin que se vislumbren soluciones globales desde la economía y la política, el panorama resulta francamente desolador. Sin embargo, hay niños, adolescentes y adultos que son capaces de sobrevivir, superar las adversidades y, más aun, salir fortalecidos de ellas. Esa capacidad es conocida como resiliencia, concepto sumamente fértil a la hora de actuar en el plano social, porque desplaza el enfoque tradicional sobre las carencias y los factores de riesgo para situarlo en las fortalezas y la creatividad del individuo y de su entorno. (…). Con la convicción de que este concepto debe desplegarse e instrumentarse en los programas sociales (…), en tiempos de empobrecimiento y exclusión la construcción de resiliencia comunitaria que se evidencia en la capacidad de ciertos pueblos de enfrentar catástrofes de todo tipo constituye una posibilidad cierta de lucha contra las iniquidades de la sociedad actual”.

Entendida desde esa lógica de la esperanza, la idea de resiliencia podría ser, sin dudas, una cantera donde encontrar la energía necesaria para plantearse transformaciones, para seguir creyendo que las utopías son posibles, en el sentido que nos hacen caminar, como dijo el uruguayo Eduardo Galeano. Y justamente alguien como él, un comprometido con las luchas sociales a quien nadie podría acusar de cómplice del sistema, dijo en el Foso Social Mundial de Porto Alegre en el 2005 refiriéndose a las transformaciones que esa idea de resiliencia puede acompañar, que no son cosas chiquitas. No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no socializan los medios de producción y de cambio, no expropian las cuevas de Alí Baba. Pero quizás desencadenen la alegría de hacer y la traduzcan en actos. Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable”.

En este sentido, el concepto en juego puede tener una carga positiva. Por allí puede leerse de los beneficios que trae aparejados la resiliencia. Buena noticia, por supuesto. ¿Y qué beneficios aporta? “Las personas más resilientes tienen una mejor autoimagen, se critican menos a sí mismas, son más optimistas, afrontan los retos, son más sanas físicamente, tienen más éxito en el trabajo o estudios, están más satisfechas con sus relaciones, están menos predispuestas a la depresión”. Ahora bien: estos supuestos “beneficios” abren interrogantes que cuestionan radicalmente las esperanzas que proponían las visiones arriba expuestas. ¿Es un beneficio “criticarse menos”? ¿En qué sentido entender lo de “más éxito”? ¿Estamos seguros que entronizamos el optimismo, o más cautamente seguimos a Gramsci, quien proponía “el optimismo del corazón junto al pesimismo de la razón”?

Es entonces cuando empieza a hacer agua este dudoso concepto. ¿De qué se trata realmente la resiliencia? ¿Qué elemento positivo nuevo aporta efectivamente? Que mucha gente tiene esa capacidad de rehacerse, de no quebrarse y salir airosa de las peores situaciones, no es ninguna novedad. Si el concepto consiste en describir eso, pues no es un concepto científico en sentido estricto que inaugure un nuevo campo de conocimiento produciendo una ruptura epistemológica, sino que no pasa de la mera descripción. “El patito feo también puede ser lindo”. ¿Podemos llamar a eso un concepto novedoso que aumenta el saber y la capacidad de actuar en el mundo?

Si abrimos una crítica en torno a la idea de resiliencia es por los peligros ideológicos que allí anidan, peligros que pueden pasar inadvertidos en tanto la forma con que aparece el concepto pareciera que ayuda a caminar, en tanto “prueba que la realidad es transformable”. Pero junto a esa cuota de esperanza –para lo cual no es necesario creer que se está ante un nuevo concepto, pues la descripción más obvia nos muestra que siempre “después de la tormenta sale el sol”– no podemos dejar de ver también que hay un transfondo de resignación: no se trata de saber soportar la adversidad (para lo que, incluso, se puede dar un largo catálogo de recetas prácticas… Y así surgen las propuestas de autoayuda y toda la parafernalia de “Usted puede, no sufra, técnicas para ser exitoso”). No se trata de saber adaptarse a la realidad y poder sobrellevarla. ¡Se trata de transformarla!

Más allá de las mejores buenas intenciones que puedan desplegarse –al menos en algunos casos– apelando a esta noción, lo que se transluce es la pasividad y la aceptación de una ya estatuida normalidad, obviando la idea de conflicto como motor perpetuo. El conflicto está, siempre, tanto en lo subjetivo como en los procesos masivos: el sujeto escindido no dueño de sí mismo con que nos confronta el psicoanálisis, el sujeto deseante que no sabe qué desea con precisión, o el sujeto social producto del enfrentamiento a muerte de clases divididas en torno a la tenencia, o no, de los medios productivos, siguen siendo “el fuego eterno” del que hablaba Heráclito hace 2.500 años y que retoma Hegel en el siglo XIX. La dialéctica en tanto lucha perpetua de contrarios, dirá el pensador alemán, no es un método filosófico: ¡es la realidad misma!, es la estructura de lo real. La realidad está constituida por el conflicto, verdad inobjetable. La idea de resiliencia, sabiéndolo o no por parte de quien la usa, apunta a la “suavización” de la crudeza de esa realidad.

Una prótesis, en definitiva, un bálsamo. En otros términos “técnicas de aprendizaje, es decir prácticas correctivas de conductas, sin tomar en cuenta los procesos sociales y psíquicos que bloquean potencialidades”, dirán Ana Berezin y Gilou García Reinoso en su texto “Resiliencia o la selección de los más aptos” (2005) “El ideal de la resiliencia parece ser la funcionalidad, la eficacia de los sujetos y sobre todo del sistema. Así, lo que parece simple –y obvia– descripción de situaciones de hecho implica peligros: bajo un nombre nuevo se retoma el viejo concepto de “desviación”: en el campo de la salud, con el modelo médico; en el de la educación, con el modelo pedagógico; ambos remitiendo al concepto de normalidad y adaptación, con sus consecuencias de orden teórico, ético y político”.

Aunque no se diga en estos términos, la ideología que está a la base es: ¡sea fuerte! Lo cual, irremediablemente recuerda al tango: “fuerza, canejo, sufra y no llore / que un hombre macho no debe llorar”. ¿Hay que estar contra las adversidades o hay que saber sortearlas? ¿Cuál es la sutil línea que separara el afrontamiento de la resignación?

En verdad, más allá de las buenas intenciones (y ahora puede entenderse por qué empezábamos el presente escrito con esa referencia provocativa), es para pensarlo bastante en qué medida este concepto tan problemático, traído desde un campo extraño a la reflexión de las ciencias sociales, aporta teórica y prácticamente. ¿En cuánto, cómo y por qué realmente “constituye una posibilidad cierta de lucha contra las iniquidades de la sociedad actual”? Sabiendo de dónde viene (las ciencias de la conducta estadounidenses, ingeniería humana funcional a los poderes constituidos, anestesia que sirve para domesticar y no como instancia emancipadora), ¿qué nos deja esto de resiliencia para un planteo transformador? Saber que hay quienes pueden resistir infinitamente no nos dice más que eso: que algunos no se quiebran nunca. ¿Qué podemos transformar con eso? ¿Esperar que todos sean igualmente aguantadores?

Con la incorporación de este discutible concepto se corre el riesgo de quedar entrampados en un planteo adaptacionista, reeducativo. ¿Hay que acallar el malestar, o hay que encontrarle su sentido, para poder entenderlo y, eventualmente, modificarlo? ¿Se trata de acallar el sufrimiento acaso, promover el “éxito” personal, tapar el síntoma? ¿No podemos así, sin saberlo, devenir cómplices de una maquinaria trituradora que busca la construcción de normalidades y adaptaciones peligrosas, que obliga a ser “uno más”, fuerte y bien portado, silenciando las voces discordantes? En el medio de la dictadura que asoló Argentina entre 1976 y 1982, cuando se producía la desaparición de 30.000 personas que disentían del régimen, que buscaban un mundo distinto, el gobierno de los militares presentó una propaganda por medio de todos los medios de comunicación donde se veían distintas escenas con ruidos enloquecedores (un taladro, un bebé llorando, etc.), sobre los que aparecía una enfermera indicando que “el silencio es salud”. El silencio ¿es salud? ¿Qué significa en ese contexto ser resiliente? ¿Callarse la boca y aguantar, o luchar contra esa flagrante inequidad? Si es esto último, ¿de qué nos sirve llamarlo “resiliencia”?

Es por todo ello que puede abrirse la crítica contra el concepto, porque su utilización no necesariamente aporta algo y porque, en definitiva, puede ser un lastre ideológico cuestionable. Parafraseando la Tesis XI sobre Feuerbach, de Marx, podría decirse entonces que no se trata de saber soportar el mundo (¿resignarse?, ¿adaptarse?, ¿“saber” como no quebrarse?). ¡Se trata de transformarlo! ¿O acaso las ideologías neoliberal y postmoderna reinantes nos quitaron la idea de utopía? ¿O acaso se trata de aceptar y no cuestionar la normalidad?

Ya que anteriormente citamos un tango argentino, permítasenos cerrar con una cita de otro poeta de esa nacionalidad, más irreverente quizá, o más pertinente para situar esta lectura crítica de la resiliencia: “que muerda y vocifere vengadora ya rodando en el polvo tu cabeza” (Almafuerte).

viernes, 30 de agosto de 2013

Obama: Discurso idealista y práctica realista.


Reagan-Obama

Ataque a Siria. Estados unidos y sus aliados, brotes de paroxismo y lejos de la paz


Por Juan Francisco Coloane
El objetivo del ataque es apuntar al primer blanco que significa destruir el centro estratégico del alto comando Sirio que es el espacio del Presidente Assad y su entorno y erradicar la capacidad de reacción.
El impacto local y global facilitaría la operación siguiente: La entrada de una fuerza de combate. No se descarta que la operación se efectúe con el pretexto de proteger la misión de inspección de la ONU. En efecto, la misión de la ONU es probable que maneje varias opciones y lleve ese doble objetivo de investigar el uso de armas químicas y entregar el pie de apoyo multilateral para la intervención militar.
La inmovilidad del Consejo de Seguridad de la ONU ante la anunciada intervención militar es preocupante. La actual presidencia del Consejo de Seguridad de la ONU la tiene Argentina, que no asegura neutralidad por la pérdida de popularidad de la presidenta Sra. Cristina Fernández. Una gestión de Argentina en la presidencia del Consejo que resulte mínimamente a favor de Siria, generaría más clima anti gobiernista.
Si efectivamente el gobierno de Barack Obama hubiera estado interesado en los DDHH en Siria, habría tenido la voluntad política de negociar anticipadamente con sus aliados y con Rusia un acuerdo de detener el conflicto y evitar lo que hoy día aparece inminente: un bombardeo con el sólo objetivo de derrocar un gobierno. Dos años seis meses de un conflicto que puede acabar de la forma en que siempre se pensó: Con un bombardeo; que tomó más de 100.000 víctimas fatales y demoró 30 meses llevarlo a cabo.
Independiente del resultado de la operación, el vencedor político y militar ha sido el gobierno Sirio. Los grandes derrotados de ocurrir el bombardeo son la Alianza Occidental con la Liga Árabe e Israel y Naciones Unidas por permitir tal desenlace. Todo era evitable por cierto si se hubiera aplicado precisamente un respeto genuino por los Derechos Humanos por parte de los países obstinados en derrocar un gobierno.
Resulta entre sorprendente y contradictorio escuchar a jefes de estado como Obama, Cameron y Holland y algunos de sus funcionarios, hablar de derechos humanos violados por el gobierno sirio y su ejército en una guerra donde ellos han contribuido a inyectar terrorismo hasta que se convirtió en protagonista. Cada vez que arengaron que Bashar al Assad debía renunciar, en el fuero interno lo deseaban liquidar y lo hicieron para instigar más violencia.
Treinta meses ha durado la aberración del lado que no quiere negociar y solo persigue derrocar en un propósito convertido en obsesión. Existe una falla de estatura de estadista en estos líderes, sobre todo cuando argumentan que el conflicto, “es ahora un tema de luchas sectarias complejas en las cuáles es difícil incidir e intervenir”.
Por qué no se hizo el mismo raciocinio 15 meses, 10 meses antes. Ahora se dieron cuenta. Por qué el mal cálculo de que no podrían derrocar un gobierno con el método elegido. Por qué ahora el único método es el bombardeo por la implantación de una falsa evidencia. No son preguntas. Son afirmaciones.
Al haber estado recientemente en Damasco, pude tener una visión cercana a toda esa zona periférica del noreste y al suroeste de la gran ciudad donde se ha combatido y que consiste en la gran batalla por la capital.
Puedo confirmar lo que señala el periodista Timothy Bancroft- Hinchey. “En una zona en la que el ejército árabe sirio (gobierno) ha estado haciendo constantes avances y donde las fuerzas de oposición terrorista han sido duramente golpeadas, no tiene sentido para las fuerzas del gobierno utilizar gas nervioso, y no tiene ningún sentido usarlo contra gran número de civiles, incluidos niños, que parece constituyen la mayoría de las víctimas”. (Siria: El falso y predecible ataque con armas químicas. (21 de Agosto 2013. Traducción de Pravda).
Si la OTAN liderada por Estados Unidos ataca unilateralmente con un puñado de aliados a Siria como en Kosovo y el Consejo de Seguridad de la ONU no actúa en propiedad, Siria con sus aliados pueden replicar. El artículo 51 de la Carta de la ONU es claro. Se respetaba durante el período de la bipolaridad y guerra fría, Estados Unidos y la Alianza Transatlántica la han violado permanentemente desde Irak 2003.
Es la bola de fuego que anunciaba el canciller Iraní. Si ese es el propósito de atacar a Siria para derrocar a Bashar al Assad, la bola de fuego no le conviene a Estados Unidos y a sus aliados.
La nueva situación en Egipto con un gobierno militar de transición, orientado a la secularidad y combatir el terrorismo Takfkirista que porta la ideología de al-Qaeda,está estrechamente ligada a la lucha de Siria para mantener su independencia y el pluralismo cultural.
De suceder el ataque, la Alianza Transatlántica se quedará cada vez más aislada de la política exterior moderna que no está por la supremacía total y se estacionará lejos de la Carta de Naciones Unidas.
El senador republicano John McCain señaló a los medios el viernes pasado que “dejar pasar esto”, por el uso de armas químicas supuestamente del gobierno Sirio, “es entregarle un cheque en blanco a cualquier otro dictador para usar armas químicas”. Es grotesco que un ex militar que contribuyó a masacres en Vietnam como MCain, y que es miembro de una corriente republicana neofascista que invadió América Latina, Asia y África con dictaduras y crímenes en el pasado siglo, se pronuncie en esos términos.
Le planteo el tema al revés a este senador que proponía bombardear Siria desde el año pasado y que es partidario de bombardear Irán desde hace más de una década.
Si Estados Unidos ataca a Siria y logra el objetivo de asesinar al presidente Bashar al Assad, se estaría imponiendo el argumento que con el uso de terrorismo y mercenarios protegidos políticamente, se puede derrocar a gobiernos que se oponen o no forman parte de la Alianza Transatlántica.
Lo que llega al límite del paroxismo, es la propuesta de John McCain, Laurent Fabius el canciller francés, así como del primer ministro Cameron, para bombardear Siria sin la aprobación del Consejo de Seguridad, debido a un supuesto ataque con armas químicas del ejército Sirio, no comprobado. El argumento de las armas químicas cada vez está más desacreditado y no ha servido. Entonces hay que operar unilateralmente.
La desprolijidad de los videos (mostrando víctimas) que se subieron a Internet fuera de Siria el día anterior al supuesto ataque, ha sido el sello de la operación organizada para derrocar al gobierno. La desprolijidad ha sido deliberada porque lo que interesa es el objetivo. “Cuando se comió la salchicha no interesa cómo ha sido fabricada”, es una frase que ilustró operaciones propias de la época de Ronald Reagan.
Barack Obama parece emular a Reagan. Al revisar su política exterior, se observa un Obama funcionando con la dualidad de cualquier presidente aplicando la doctrina de la supremacía: Discurso idealista y práctica realista.

Fuente: Argenpress

Entrevista a Junior Garcia Aguilera