Entrevista con Peter Dale Scott
Red Voltaire
El
ex diplomático canadiense Peter Dale Scott aprovecha su jubilación para
estudiar detalladamente el Sistema de Estados Unidos y sigue
describiéndolo en sus libros. En esta entrevista responde a nuestro
colaborador Maxime Chaix, traductor de sus trabajos al idioma francés. |
Peter Dale Scott es
doctor en Ciencias Políticas, profesor emérito de Literatura Inglesa de
la Universidad de California (Berkeley), poeta y ex diplomático
canadiense. Su primer libro traducido al francés, The Road to 9/11, fue
publicado en septiembre de 2010 por Demi-Lune bajo el título La Route
vers le Nouveau Désordre Mondial [El Camino hacia el Nuevo Desorden
Mundial] y le valió los elogios del general de la fuerza aérea francesa
Bernard Norlain en el número 738 de la Revue Défense Nationale (marzo de
2011). Su más reciente libro, La Machine de guerre américaine [la
Máquina de Guerra de Estados Unidos], fue publicado en francés por
Éditions Demi-Lune en octubre de 2012 y también fue recomendado por el
general Norlain en el número 757 de la Revue Défense Nationale (febrero
de 2013). Peter Dale Scott publica regularmente artículos en el sitio
web de la Red Voltaire.
Maxime Chaix: En su último libro,
La Machine de guerre américaine, usted estudia profundamente lo que
usted llama la «conexión narcótica global». ¿Puede aclararnos esa
noción?
Peter Dale Scott: Permítame, ante todo, definir lo
que yo entiendo por «conexión narcótica». Las drogas no entran en
Estados Unidos por arte de magia. Importantes cargamentos de droga son
enviados a veces a ese país con el consentimiento y/o la complicidad
directa de la CIA. Le voy a poner un ejemplo que yo mismo cito en La
Machine de guerre américaine. En ese libro yo menciono al general Ramón
Guillén Dávila, director de una unidad antidroga creada por la CIA en
Venezuela, quien fue inculpado en Miami por haber introducido
clandestinamente una tonelada de cocaína en Estados Unidos. Según el New
York Times, «la CIA, a pesar de las objeciones de la Drug Enforcement
Administration [DEA], aprobó el envío de al menos una tonelada de
cocaína pura al aeropuerto internacional de Miami [,] para obtener
información sobre los cárteles colombianos de la droga». En total, según
el Wall Street Journal, el general Guillén posiblemente envió
ilegalmente más de 22 toneladas de droga a Estados Unidos. Sin embargo,
las autoridades estadounidenses nunca solicitaron a Venezuela la
extradición de Guillén. Incluso, en 2007, cuando [Guillén] fue arrestado
en su país por haber planificado un intento de asesinato contra [el
presidente] Hugo Chávez, el acta de acusación contra ese individuo
todavía estaba sellada en Miami. Lo cual no es sorprendente, sabiendo
que se trataba de un aliado de la CIA.
Pero la conexión narcótica
de la CIA no se limita a Estados Unidos y Venezuela sino que, desde los
tiempos de la postguerra, ha ido extendiéndose progresivamente a través
del mundo. En efecto, Estados Unidos ha tratado de ejercer su
influencia en ciertas partes del mundo pero, siendo una democracia, no
podía enviar el US Army a esas regiones. Así que desarrolló ejércitos de
apoyo (proxy armies) financiados por los traficantes de droga locales.
Ese modus operandi se convirtió poco a poco en una regla general. Ese es
uno de los principales temas de mi libro La Machine de guerre
américaine. En ese libro yo estudio específicamente la operación Paper,
que comenzó en 1950 con la utilización por parte de la CIA del ejército
del KMT en Birmania, [fuerza] que organizaba el tráfico de droga en la
región. Cuando resultó que aquel ejército era totalmente ineficaz, la
CIA desarrolló su propia fuerza en Tailandia (bajo el nombre de PARU).
El oficial de inteligencia a cargo de esa fuerza reconoció que el PARU
financiaba sus operaciones con importantes cantidades de droga.
Al
restablecer el tráfico de droga en el sudeste asiático, el KMT –como
ejército de apoyo– fue el preludio de lo que se convertiría en una
costumbre de la CIA: colaborar en secreto con grupos financiados a
través de la droga para hacer la guerra, como sucedió en Indochina y en
el Mar de China meridional durante los años 1950, 60 y 70, en Afganistán
y en Centroamérica en los años 1980, en Colombia en los años 1990, y
nuevamente en Afganistán en 2001. Los responsables son nuevamente los
mismos sectores de la CIA, o sea los equipos encargados de organizar las
operaciones clandestinas. Se puede observar como desde la época de la
postguerra sus agentes, financiados con las ganancias que reportan esas
operaciones con narcóticos, se mueven de continente en continente
repitiendo el mismo esquema. Por eso es que podemos hablar de «conexión
narcótica global».
Maxime Chaix: En La Machine de guerre
américaine, usted señala además que la producción de droga se desarrolla
bruscamente en los lugares donde Estados Unidos interviene con su
ejército y/o sus servicios de inteligencia y que esa producción
disminuye cuando terminan esas intervenciones. En Afganistán, en
momentos en que la OTAN está retirando paulatinamente sus tropas,
¿piensa usted que la producción disminuirá cuando termine la retirada?
Peter Dale Scott:
En el caso de Afganistán es interesante ver que durante los años 1970, a
medida que el tráfico de droga disminuía en el sudeste asiático, la
zona fronteriza pakistano-afgana se convertía poco a poco en punto
central del tráfico internacional de opio. Finalmente, en 1980, la CIA
se implicó de manera indirecta, pero masiva, contra la URSS en la guerra
de Afganistán. Por cierto, Zbigniew Brzezinski se jactó ante Carter de
haber organizado el Vietnam de los soviéticos. Pero también desató una
epidemia de heroína en Estados Unidos. Antes de 1979 sólo entraban a ese
país muy pequeñas cantidades de opio proveniente del Creciente de Oro.
Pero en un solo año, el 60% de la heroína que entraba en Estados Unidos
provenía de esa región, según las estadísticas oficiales.
Como yo
mismo recuerdo en La Machine de guerre américaine, los costos sociales
de aquella guerra alimentada por la droga aún siguen afectándonos. Por
ejemplo, sólo en Pakistán existen hoy, al parecer, 5 millones de
heroinómanos. Sin embargo, en 2001, Estados Unidos reactivó, con ayuda
de los traficantes, sus intentos de imponer un proceso de edificación
nacional a un cuasi-Estado que cuenta no menos de una docena de grupos
étnicos importantes que hablan diferentes lenguas. En esa época, estaba
perfectamente claro que la intención de Estados Unidos era utilizar a
los traficantes de droga para posicionarse en el terreno en Afganistán.
En 2001, la CIA creó su propia coalición para luchar contra los
talibanes reclutando –e incluso importando– traficantes de droga que ya
había tenido como aliados en los años 1980. Como en Laos –en 1959– y en
Afganistán –en 1980–, la intervención estadounidense fue una bendición
para los cárteles internacionales de la droga. Con la agravación del
caos en las zonas rurales afganas y el aumento del tráfico aéreo, la
producción se multiplicó por más de 2 pasando de 3 276 toneladas en el
año 2000 (y sobre todo de las 185 toneladas producidas en 2001, año en
que los talibanes prohibieron la producción de opio) a 8 200 toneladas
en 2007.
Hoy en día es imposible determinar cómo evolucionará la
producción de droga en Afganistán. Pero si Estados Unidos y la OTAN se
limitan a retirarse dejando el caos tras de sí, todo el mundo sufrirá
las consecuencias –con excepción de los traficantes de droga, que se
aprovecharían entonces del desorden para [desarrollar] sus actividades
ilícitas. Sería por lo tanto indispensable establecer una colaboración
entre Afganistán y todos los países vecinos, incluyendo China y Rusia
(que puede ser considerada una nación vecina debido a sus fronteras con
los Estados del Asia Central). El Consejo Internacional sobre la
Seguridad y el Desarrollo (ICOS) ha sugerido comprar y transformar el
opio afgano para utilizarlo con fines médicos en los países del Tercer
Mundo, que lo necesitan con gran urgencia. Pero Washington se opone a
esa medida, difícil de poner en práctica sin un sistema de preservación
del orden eficaz y sólido. En todo caso, tenemos que dirigirnos hacia
una solución multilateral en la que se incluya Irán, país muy afectado
por el tráfico de droga proveniente de Afganistán. Se trata además del
país más activo en la lucha contra la exportación de estupefacientes
afganos y el que más pérdidas humanas está sufriendo por causa de ese
tráfico. Por consiguiente, habría que reconocer a Irán como un aliado
fundamental en la lucha contra esa plaga. Pero, por numerosas razones,
ese país es considerado como un enemigo en el mundo occidental.
Maxime Chaix:
En su último libro, La Machine de guerre américaine, usted demuestra
que una parte importante de los ingresos narcóticos [de la droga]
alimenta el sistema bancario internacional, incluyendo los bancos de
Estados Unidos, creando así una verdadera «narconomía». En ese contexto,
¿qué cree usted del caso HSBC?
Peter Dale Scott:
Primeramente, el escándalo de lavado de dinero del HSBC nos lleva a
pensar que la manipulación de ingresos narcóticos por parte de ese banco
pudo contribuir al financiamiento del terrorismo –como ya había
revelado una subcomisión del Senado en julio de 2012. Además, un nuevo
informe senatorial ha estimado que «cada año, entre 300 000 millones y
un millón de millones de dólares de origen criminal son lavados por los
bancos a través del mundo y la mitad de esos fondos transitan por los
bandos estadounidenses». En ese contexto, las autoridades
gubernamentales nos explican que no se desmantelará HSBC porque es
demasiado importante en la arquitectura financiera occidental. Hay que
recordar que Antonio María Costa, el director de la Oficina de la ONU
contra la Droga y el Crimen (ONUDC), recordó que en 2008 «los miles de
millones de narcodólares impidieron el hundimiento del sistema en el
peor momento de la crisis [financiera] global».
Así que el HSBC
se puso de acuerdo con el Departamento [estadounidense] de Justicia para
pagar una multa de unos 1 920 millones de dólares, con lo cual evitará
ser objeto de acciones penales. El gobierno de Estados Unidos nos da a
entender de esa manera que nadie será condenado por esos crímenes
porque, como ya señalé anteriormente, ese banco es parte integrante del
sistema. Eso es una confesión fundamental. En realidad, todos los
grandes bancos de importancia sistémica –no sólo el HSBC– han reconocido
haber creado filiales (los privates banks) concebidas especialmente
para el lavado de dinero sucio. Algunos han pagado fuertes multas,
habitualmente mucho menos importantes que las ganancias generadas por el
lavado de dinero. Y mientras dure esa impunidad, el sistema seguirá
funcionando de esa manera.
Es un verdadero escándalo. Piense
usted en un individuo cualquiera arrestado con unos cuantos gramos de
cocaína en el bolsillo. Lo más probable es que vaya a la cárcel. Pero el
banco HSBC puede haber lavado unos 7 000 millones de dólares de
ingresos narcóticos a través de su filial mexicana sin que nadie vaya a
la cárcel.
En realidad, la droga es uno de los principales
factores que sostienen el dólar, lo cual explica el uso de la expresión
«narconomía». Los 3 productos que más se intercambian en el comercio
internacional son, en primer lugar, el petróleo seguido por las armas y
después la droga. Esos 3 elementos están interconectados y alimentan los
bancos de la misma manera. Es por eso que el sistema bancario global
absorbe la mayoría del dinero de la droga. Así que en La Machine de
guerre américaine yo estudio de qué manera una parte de esos ingresos
narcóticos financia ciertas operaciones clandestinas estadounidenses. Y
analizo además las consecuencias que se derivan.
Maxime Chaix:
Hace 10 años, la administración Bush emprendía la guerra contra Irak,
sin el aval del Consejo de Seguridad de la ONU. ¿Qué balance hace usted
de ese conflicto, sobre todo en relación con sus costos humanos y
financieros?
Peter Dale Scott: En mi opinión, ha habido
dos grandes desastres en la política exterior reciente de Estados
Unidos: la guerra de Vietnam, que no era necesaria, y la guerra de Irak,
que lo era menos todavía. El objetivo aparente de esa guerra era
instaurar la democracia en ese país, lo cual era una verdadera ilusión.
Es el pueblo iraquí quien tiene que determinar si está hoy en mejor
situación que antes de esa guerra, pero yo dudo que su respuesta sea
afirmativa si se le consulta al respecto.
En cuanto a los costos
humanos y financieros, ese conflicto fue un desastre, tanto para Irak
como para Estados Unidos. Pero el ex vicepresidente Dick Cheney acaba de
declarar en un documental que él haría lo mismo [que antes] «al
minuto». Sin embargo, el Financial Times estimó recientemente que los
contratistas habían firmado con el gobierno de Estados Unidos contratos
por más de 138 000 millones de dólares en el marco de la reconstrucción
de Irak. Sólo la empresa KBR, filial de Halliburton –firma que dirigía
el propio Dick Cheney antes de convertirse en vicepresidente [de Estados
Unidos]– firmó desde 2003 una serie de contratos federales por al menos
39 500 millones de dólares. Recordemos también que a finales del año
2000 –un año antes del 11 de septiembre– Dick Cheney y Donald Rumsfeld
firmaron juntos un importante estudio elaborado por el PNAC (el grupo de
presión neoconservador conocido como Proyecto para el Nuevo Siglo
Americano). Aquel estudio, titulado «Reconstruir las Defensas de
América» (Rebuilding America’s Defenses), reclamaba sobre todo un fuerte
aumento del presupuesto de Defensa, el derrocamiento de Sadam Husein en
Irak y mantener tropas estadounidenses en la región del Golfo Pérsico,
incluso después de la caída del dictador iraquí. A pesar de los costos
humanos y financieros de esa guerra, ciertas empresas privadas sacaron
cuantiosas ganancias de ese conflicto, como yo mismo analizo en mi libro
La Machine de guerre américaine. Para terminar, cuando se ven las
gravísimas tensiones que hoy existen en el Medio Oriente entre los
chiitas, respaldados por Irán, y los sunnitas, que cuentan con el apoyo
de Arabia Saudita y Qatar, tenemos que recordar que la guerra contra
Irak tuvo un impacto muy desestabilizador en toda esa región…
Maxime Chaix: Precisamente, ¿cuál es su punto de vista sobre la situación en Siria y las posibles soluciones?
Peter Dale Scott:
Dado lo complejo de la situación no existe una respuesta simple sobre
lo que habría que hacer en Siria, al menos a nivel local. Sin embargo,
como ex diplomático, estoy convencido de que necesitamos un consenso
entre las grandes potencias. Rusia sigue insistiendo en la necesidad de
remitirse a los acuerdos de Ginebra. No es ese el caso de Estados
Unidos, que efectivamente fue en Libia más allá del mandato concedido
por el Consejo de Seguridad [de la ONU] y que está violando un consenso
potencial en Siria. No es ese el camino a seguir ya que, en mi opinión,
es necesario un consenso internacional. Si no, es posible que la guerra a
través de intermediarios entre chiitas y sunnitas en el Medio Oriente
acabe por arrastrar a Arabia Saudita e Irán a participar directamente en
el conflicto sirio. Habría entonces un riesgo de guerra entre Estados
Unidos y Rusia. Así estalló la Primera Guerra Mundial, desencadenada por
un acontecimiento local en Bosnia. Y la Segunda Guerra Mundial comenzó
con una guerra por intermediarios en España, donde Rusia y Alemania se
enfrentaban indirectamente. Tenemos y podemos evitar que se repita ese
tipo de tragedia.
Maxime Chaix: ¿Pero no piensa usted que,
por el contrario, Estados Unidos está tratando hoy de ponerse de
acuerdo con Rusia, esencialmente a través de la diplomacia de John
Kerry?
Peter Dale Scott: Para responder a esa pregunta,
permítame hacer una analogía en el Afganistán y en el Asia Central de
los años 1990, después de la retirada soviética. El problema recurrente
en Estados Unidos es que resulta difícil lograr un consenso en el seno
del gobierno porque existe una multitud de agencias que a veces tienen
objetivos antagónicos. Lo cual se traduce en la imposibilidad de obtener
una política unificada y coherente. Eso es precisamente lo que pudimos
observar en Afganistán en 1990. El Departamento de Estado quería llegar
obligatoriamente a un acuerdo con Rusia. Pero la CIA seguía trabajando
con sus aliados narcóticos y/o yihadistas en Afganistán. En aquella
época Strobe Talbott –un amigo muy cercano del presidente Clinton, a
quien representaba con mucha influencia dentro del Departamento de
Estado– declaró con toda razón que Estados Unidos tenía que llegar a un
arreglo con Rusia en Asia Central, en vez de considerar esa región como
un «gran tablero» donde manipular los acontecimientos para obtener
ventajas (para retomar el concepto de Zbigniew Brzezinski). Pero, al
mismo tiempo, la CIA y el Pentágono estaban haciendo acuerdos secretos
con Uzbekistán, [acuerdos] que neutralizaron totalmente lo que Strobe
Talbott estaba tratando de hacer. Yo dudo que hayan desaparecido hoy en
día ese tipo de divisiones internas en el seno del aparato diplomático y
de seguridad de Estados Unidos.
En todo caso, desde 1992, la
doctrina de Wolfowitz que aplicaron los neoconservadores de la
administración Bush a partir de 2001 llama a la dominación global y
unilateral de Estados Unidos. Paralelamente, elementos más moderados del
Departamento de Estado tratan de negociar soluciones pacificas a los
diferentes conflictos en el marco de la ONU. Pero es imposible negociar
la paz a la vez que se exhorta a dominar el mundo a través de la fuerza
militar. Desgraciadamente, los halcones intransigentes se imponen más a
menudo, por la simple razón de que disponen de presupuestos más elevados
–los presupuestos que alimentan La Máquina de guerra estadounidense.
Así que si usted logra compromisos diplomáticos, esos halcones tendrán
menos presupuesto, lo cual explica por qué son las peores soluciones las
que tienen tendencia a prevalecer en la política exterior de Estados
Unidos. Y eso es precisamente lo que pudiera impedir un consenso
diplomático entre Estados Unidos y Rusia en el caso del conflicto sirio.
Fuente: Rebelion