por Marco A. Gandásegui (hijo)
El problema de las drogas en todas sus manifestaciones tiende a
agudizarse en Panamá, a pesar de las enormes inversiones realizadas para
combatirlo. El número de adictos aumenta, los esfuerzos por educar a la
población están estancados, hay cada vez más violencia e incautaciones
de drogas y el lavado de dinero crece en nuestro centro bancario.
Esta situación genera preocupación en torno a la seguridad ciudadana.
Las asociaciones cívicas, los gremios, los sindicatos, los centros
comunitarios y, sobre todo, la familia son los más afectados. La
violencia y la criminalidad son los problemas que más preocupan a los
panameños. En el centro de esta situación se ubica el problema de las
drogas.
Para tratar este tema la Comisión Nacional para la Prevención de las
Drogas (CONAPRED) convocó a su segundo taller que tiene como objetivo
presentar la situación que prevalece en Panamá. En ese marco, el
Observatorio sobre las Drogas de la Universidad de Panamá presentará hoy
un análisis crítico del problema.
Todos los panameños estamos familiarizados con el problema de las drogas
por medio de una o más experiencias personales. Entre nuestros
conocidos, amigos e, incluso, algún familiar, hay quienes han caído
presos de la adicción. El tratamiento de esta enfermedad es difícil,
doloroso y muy costoso. El Ministerio de Salud aún no ha podido
establecer un programa de tratamiento para las personas que sufren de la
enfermedad. El único programa que tenía fue cerrado hace poco.
La drogadicción no es una enfermedad nueva. En Panamá el problema tiende
a crecer y se plantean diferentes estrategias para combatir el flagelo.
Entre las políticas más mencionadas para mitigar el problema clínico de
las drogas es la educación. Sin embargo, la inversión en los programas
de educación es muy pequeña. El Observatorio sobre las Drogas de la
Universidad de Panamá es testigo de una presencia mínima de las
distintas instancias del sector Educación en lo relacionado con este
problema. Sólo el 5 por ciento del presupuesto global del gobierno
nacional destinado a combatir el flagelo de la droga es destinado al
sector Educación.
Los programas de represión de todas las formas asociadas a la
producción, consumo y distribución de las drogas ilícitas han logrado
atraer la atención de los gobiernos y de los sectores financieros. En el
caso de Panamá, el 90 por ciento de los recursos destinados a combatir
el flagelo de las drogas es dirigido a la represión.
Según informaciones que proporcionan los medios de comunicación, las
fuerzas armadas panameñas y sus aparatos de inteligencia han creado
equipos sofisticados para detectar los movimientos de los traficantes de
drogas ilícitas en el país. En 2013 Panamá tuvo un presupuesto de
seguridad nacional de 975 millones de dólares (6 por ciento del
presupuesto nacional).
Panamá es acusada por EEUU y otros países de ser una plaza especializada
en el lavado de dinero que circula por las redes financieras
internacionales en forma ilegal. A menudo amenaza con tomar medidas
punitivas contra el sector bancario panameño por lo que considera
prácticas ilegales.
Según las agencias norteamericanas que investigan estas irregularidades,
el lavado de dinero está asociado con las actividades de bienes raíces y
la construcción, los establecimientos de juegos de azar y el tráfico de
drogas. Calculan que en 2012, el sistema financiero panameño lavó más
de 2 mil millones de dólares. El gobierno norteamericano se está
moviendo hacia la regulación de las drogas que hoy se consideran
ilegales, comenzando con la marihuana. El Procurador General de ese país
dio los primeros pasos para comenzar a des-criminalizar todo lo
relacionado con el consumo de drogas.
Es probable que más temprano que tarde en Panamá se seguirá por el mismo
camino. Muchas de las drogas que hoy se consideran ilícitas serán
compradas con recetas en las farmacias, reduciendo los niveles de
represión existentes actualmente, controlando mejor la distribución y
poniendo fin al crimen organizado y reduciendo la población
penitenciaria.
Hay que seguir analizando el problema de las drogas y los estragos que
está generando tanto a nivel de la seguridad nacional como también en el
contexto de la seguridad ciudadana. Hay indicios de que hay confusión
entre la protección de las fronteras y la represión de la población.
¿Dónde están los límites? ¿Cómo asegurar que estas políticas se
complementen y no se estrellan haciendo imposible definir una política
coherente en beneficio del país?
11 de septiembre de 2014.
Fuente: M
arco A. Gandásegui (hijo) blog
Por Philip Wallach
El 6 de noviembre de 2012, los electores en los estados de Washington y Colorado tomaron la trascendental y casi totalmente innovadora decisión de legalizar y regular el cannabis para uso recreacional. Aunque en muchos países se ha intentado aplicar formas de descriminalización o de uso médico legalizado del cannabis, ninguno se había aventurado a legalizar la producción, distribución y consumo recreacional de la droga, menos aún a erigir un sistema regulatorio integral y dirigido por el estado para supervisar el mercado. Pese a la falta de experiencia, y no obstante el claro conflicto con la ley federal sobre drogas, sólidas mayorías de votantes en Washington y Colorado decidieron que sus estados serían los pioneros de la experimentación. (En 2013, Uruguay les seguiría los pasos). La apertura de puntos de venta de cannabis legal se hizo realidad en Colorado desde enero de este año, y en Washington desde el 8 de julio pasado.
Mientras que Colorado viene capturando titulares por su rápido (y, en muchos aspectos, impresionante) despliegue de la legalización2, se puede afirmar que Washington está emprendiendo la reforma más radical y amplia. Esta reforma busca, en efecto, cambiar no solamente la manera en que el estado regula el cannabis, sino también desarrollar herramientas mediante las cuales se evalúen las reformas, y mostrar que dichas herramientas pueden ser relevantes en medio del tumultuoso debate político partidario. Washington ha lanzado dos iniciativas. Una de ellas se refiere a políticas sobre drogas; la otra trata del conocimiento. En el mundo de las políticas sobre drogas y, de hecho, en el mundo de la administración pública de modo más general, este enfoque es sumamente novedoso.
Esta segunda reforma, aunque menos pregonada que la legalización que domina los titulares, resulta de muchas maneras tan audaz como la primera. El gobierno del estado de Washington está tomando muy en serio su papel como laboratorio de la democracia, incrementando sus herramientas y dedicando recursos para dar seguimiento a su experimento de una manera inusualmente meticulosa. Varias características innovadoras resultan particularmente dignas de mención:
Este documento describe los experimentos paralelos que tienen lugar en Washington: el experimento sobre el cannabis y el referido al conocimiento. El documento sopesará el potencial y los obstáculos del experimento estatal referido al conocimiento. Y ofrecerá algunas reflexiones sobre cómo aprovechar al máximo las innovaciones planteadas en Washington—tanto por quienes están más interesados en las políticas sobre drogas, como por aquellos que buscan mejorar la manera de realizar reformas de políticas de cualquier tipo.
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