por Claudio Katz
¿En la última década América Latina ganó autonomía o reforzó su
condición dependiente? ¿Amplió o redujo su margen de soberanía? ¿Afronta
la crisis económica global con más protección o más desamparo?
La evolución de Sudamérica brinda muchos argumentos para las tesis de
la autonomía y el curso de Centroamérica para el diagnóstico de la
dependencia. La misma contraposición se verifica si se generaliza el
sendero que transita Venezuela o México. Los nuevos márgenes de
independencia de la región cobran relevancia, cuando se pone el acento
en la dimensión geopolítica y la reinserción periférica salta a la
vista, cuando se prioriza la evaluación económica.
“Pos-liberalismo” y “Consenso de
commodities” son dos
conceptos que sintetizan ambas miradas. La primera noción remarca la
vigencia de una nueva etapa signada por la política exterior
independiente, la multiplicación de gobiernos progresistas y el
retroceso de la derecha
[1].
El segundo término resalta el reforzamiento uniforme de modelos centrados en la exportación de bienes primarios
[2].
¿Cuál es la caracterización acertada? La respuesta exige evaluar las
grandes transformaciones económicas, sociales y políticas registradas en
la región, durante las últimas dos décadas.
AGRO-EXPORTACION Y MINERIA
La reestructuración neoliberal en América Latina afianzó desde los
años 80 un patrón de especialización exportadora que recrea la inserción
internacional de la región como proveedora de productos básicos.
Esta renovada gravitación de las
commodities ha implicado una
profunda transformación en el agro, basada en la promoción de cultivos
de exportación en desmedro del abastecimiento local. En todos los países
se reforzó un empresariado que maneja los negocios rurales con
criterios capitalistas de acumulación intensiva. La vieja oligarquía
encabezó esta reconversión, en estrecha asociación con las grandes
compañías del “agrobusiness”.
Los pequeños productores soportan encarecimiento de los insumos,
mayor presión competitiva y creciente transferencia de riesgos, a través
de contratos amoldados a las reglas de la exportación. Deben adaptar su
actividad a nuevas exigencias de refrigeración, transporte e insumos
agro-químicos, para generar productos amoldados al marketing global.
Frecuentemente se endeudan, venden la tierra y terminan engrosando la
masa de excluidos que emigra a las ciudades.
Esta presión por elevar los rendimientos socava las reminiscencias de
la agricultura no capitalista y diluye las viejas discusiones sobre la
articulación de distintos modos de producción en este sector. Bajo la
disciplina que impone la demanda externa se reducen las fronteras entre
el sector primario y secundario y se amplía la gravitación del trabajo
asalariado con modalidades tayloristas.
La soja es un típico ejemplo de este nuevo esquema agrícola. Se ha
difundido en Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, destruyendo otros
cultivos, mediante un modelo transgénico de siembra directa y
dependencia de Monsanto como proveedor de semillas. Como requiere poca
fuerza laboral para producir aceite o alimentos de animales, genera un
sólo empleo cada 100-500 hectáreas
[3].
Pero la misma mutación se verifica en otras regiones y productos. Las
frutas y vinos de Chile se elaboran con nuevos parámetros de venta
externa, que incrementan la concentración rural y multiplican la
sub-contratación de trabajadores temporarios. Las flores en Ecuador y
Colombia se cultivan con técnicas intensivas de irrigación y elevada
explotación de la mano de obra femenina, desplazando la producción
alimenticia tradicional. Los nuevos vegetales de invierno en las
plantaciones de Centroamérica se exportan a costa de la producción
tradicional y ya han generando un dramático incremento de la importación
de alimentos básicos
[4].
Esta misma especialización en exportaciones primarias se verifica en
la minería con la nueva modalidad de explotaciones a cielo abierto. Para
extraer mineral se dinamitan montañas y las rocas son disueltas por
medio de compuestos químicos (fracking). Como estas técnicas reemplazan
al viejo socavón y necesitan mayor inversión se ha potenciado la
presencia de compañías extranjeras, que obtienen cuantiosas ganancias
tributando bajos gravámenes. Las empresas de Canadá -mixturadas con
australianos, belgas, suecos y estadounidenses- controlan la mayor parte
de esos emprendimientos.
Chile es un paraíso de esta actividad. El cobre ya no es extraído
sólo por la estatal CODELCO. También participan otras compañías que
pagan bajos impuestos (7,8%) y obtienen elevadísimas rentabilidades
(50%). Lo mismo ocurre en Perú, que desarrolló un proyecto de alcance
extractivo gigantesco en la región de Conga
[5].
Esta minería utiliza enormes volúmenes de agua que afectan a los
emprendimientos agrícolas y amplían la contaminación. Se refuerzan así
las calamidades ambientales que soporta la región, ante la desaparición
de los glaciares andinos, la sabanización de la cuenca amazónica y las
inundaciones costeras. El extractivismo exportador acentúa todos los
efectos del cambio climático
[6].
RETROCESO INDUSTRIAL
El declive industrial es la otra cara del auge agro-minero. El peso
del sector secundario en el PBI latinoamericano descendió del 12,7%
(1970-74) al 6,4% (2002-06) y la brecha con la industria asiática se ha
ensanchado en producción, productividad, tecnología, registro de
patentes y gastos en Inversión y Desarrollo
[7].
Este retroceso es frecuentemente identificado con la
“reprimarización” de la economía latinoamericana. Pero la industria no
desaparece y más acertado es señalar su readaptación a un nuevo ciclo
reproductivo dependiente. El repliegue es muy evidente en Brasil y
Argentina, las dos economías más representativas de la industrialización
de posguerra.
En el primer país la productividad decrece, los costos aumentan y el
déficit industrial externo se expande, en un marco de inversiones
estancadas e infraestructuras de energía y transporte muy deterioradas.
Algunos analistas estiman que el aparato industrial brasileño ha quedado
reducido a la mitad de la dimensión que alcanzó en los años 80
[8].
La misma regresión se verifica en la industria argentina, a pesar de
la recuperación registrada en la última década. Este sector ocupa un
lugar menor que en los 80 (del 23% al 17% del PBI) y se encuentra
altamente concentrado en cinco sectores, con predominio extranjero,
importaciones crecientes y baja integración de componentes nacionales.
En México, la industria tradicional -erigida durante la sustitución
de importaciones para abastecer al mercado local- ha sido reemplazada
por el auge de las maquilas, en las zonas francas. Este tipo de fábricas
jerarquizan la exportación y operan a través de redes adaptadas a las
normas de la acumulación flexible. Comenzaron con la indumentaria y la
electrónica, se expandieron a la rama automotriz y ya representan el 20%
del PBI mexicano. En la frontera de Estados Unidos se ubica la
localización emblemática de este modelo. Las 50 plantas iniciales (1965)
se multiplicaron a 3000 fábricas mellizas (2004), asentadas a ambos
lados de la zona limítrofe.
Al desenvolverse como ensambladoras con reducida calificación
laboral, estas fábricas contienen muchos rasgos de la especialización
básica que afecta a toda la economía latinoamericana. Su principal
insumo es la baratura de la fuerza de trabajo.
Las empresas lucran con el reclutamiento de trabajadores provenientes
de las zonas rurales y criminalizan la sindicalización. Mientras que la
productividad se asemeja a los niveles vigentes en las casas matrices,
los salarios son varias veces inferiores a la media estadounidense y se
ubican por debajo del sector agremiado mexicano.
Este cimiento del modelo en la explotación laboral es más visible en
la nueva generación de empresas localizadas en República Dominicana,
Guatemala u Honduras. Allí contratan jóvenes sometidos a una disciplina
agobiante. La presión por aumentar la productividad es permanentemente
recreada por la competencia asiática.
REMESAS Y TURISMO
El modelo de especialización en exportaciones básicas crea poco
empleo, acentúa la emigración y ha generado en los pequeños países de la
región un nuevo tipo de dependencia en torno a las remesas.
América Latina es la mayor receptora de estos fondos, que constituyen
el principal ingreso de República Dominicana, El Salvador, Guatemala,
Guyana, Haití, Honduras, Jamaica y Nicaragua. Estas transferencias son
la segunda fuente de divisas para Belice, Bolivia, Colombia, Ecuador,
Paraguay y Surinam. Han sustituido la primacía del café en El Salvador y
de las bananas en Honduras
[9].
Con las remesas se estabiliza una inédita situación dual de ingresos
producidos en un país y consumidos en otro. La fuerza de trabajo
remunerada en un punto solventa la reproducción de sus semejantes de
otra zona. La comunicación global y el abaratamiento del transporte han
creado un espacio multinacional estable de personas que viven al mismo
tiempo en dos mundos, puesto que la conexión del inmigrante con su
localidad de origen se mantiene, forjando un doble patrón de vida en
ciertas comunidades
[10].
Este proceso potencia la fractura entre países que exportan población
sobrante y economías que absorben selectivamente ese flujo. Los
movimientos son multidireccionales, pero las regiones abandonadas y los
destinos ambicionados son siempre los mismos, como lo prueban los 30
millones de latinos actualmente afincados en Estados Unidos.
También el turismo se ha tornado esencial para la supervivencia de
los pequeños países de la región. Este servicio ya desplazó a las
bananas como principal exportación de Costa Rica y es la segunda
actividad de Honduras, Guatemala y el Caribe. A partir de la
estandarización de las prestaciones, América Latina se ha tornado
atractiva por su disponibilidad de fuerza de trabajo barata, sus
ambientes naturales propicios y su valorado patrimonio cultural.
El capitalismo neoliberal reemplazó las viejas reglas del turismo
social por criterios individualistas, que naturalizan la división entre
ricos (con derecho a descansar) y pobres (con obligación de servir). Los
medios de comunicación realzan la atracción de lo exótico, homogenizan
la cultura y han convertido al Tercer Mundo en una “periferia del
placer”.
La clase media accede a estas nuevas experiencias internalizando los
mitos del libre-comercio, sin registrar la creciente desigualdad que
rodea a este negocio. Al reavivar el racismo y el elitismo, el turismo
global tiene un impacto ideológico muy significativo.
PERSISTENCIA DEL MODELO
La mundialización neoliberal ha reconvertido a Latinoamérica en una
economía con alta centralidad de la agro-exportación, la minería y los
servicios, a costa del desarrollo industrial. Pero lo más llamativo es
la continuidad de tendencias en el reciente período de crisis global.
Esta persistencia obedece al efecto intermedio del temblor financiero
mundial sobre la región. Tanto en el período previo a la crisis
(2003-2008) como en la fase posterior (2008-2013), la tasa de
crecimiento latinoamericana se ha ubicado por encima de la media
internacional. Ese promedio ha declinado en los últimos años sin
tornarse irrisorio. Rondaría el 3,2% en el 2013 frente al 3% del año
anterior
[11].
En comparación a los devastadores colapsos sufridos entre 1980 y
2003, la crisis tuvo hasta ahora un efecto limitado sobre América
Latina. No se produjeron quiebras de bancos, ni explosiones de la deuda
externa. Esta neutralización fue más significativa en el sur que en el
centro de la región, pero distingue a la región de la fuerte recesión
registrada en los países centrales.
El contraste con la depresión del 30 es ilustrativo. Durante ese
colapso las exportaciones de América Latina declinaron un 65% y las
importaciones un 37%, mientras que el grueso de los países sufrió un
desmoronamiento financiero, que los obligó a suspender el pago de la
deuda externa. Esa caída se revirtió con el encarecimiento de las
exportaciones y la acumulación de reservas que acompañó a la Segunda
Guerra Mundial
[12].
La continuidad del patrón de especialización exportadora ha sido
también facilitada por el alto nivel de precios que mantienen las
commodities.
Estas cotizaciones cayeron en el 2008, pero se recuperaron rápidamente.
La mejora de los términos de intercambio ha subsistido, con la
triplicación de los precios de las materias primas registrada en la
última década. El petróleo duplicó su cotización, el cobre se
quintuplicó y la soja subió dos veces y media. Esta apreciación
incentivó a su vez un incremento del 55% del volumen exportado
[13].
Existen interpretaciones divergentes sobre las causas de este repunte
de las materias primas. Algunas explicaciones remarcan la incidencia de
los movimientos especulativo-financieros, otras caracterizaciones
destacan la expansión de los agro-combustibles y un tercer enfoque
considera que la demanda china ha establecido un nuevo piso de
cotizaciones. Pero cualquiera sea la duración de este proceso ha
incentivado la profundización de las transformaciones neoliberales
precedentes.
Finalmente, la afluencia de inversiones extranjeras ha operado como
determinante de la continuidad de tendencias. Esos ingresos totalizaron
173.000 millones de dólares en el 2012, superando en un 6% los
porcentuales del año anterior y duplicando los montos de principio de la
década. Los capitales ingresados y la valorización de las exportaciones
facilitaron el incremento de las reservas y una reducción del ratio del
endeudamiento
[14].
El retrato de las últimas décadas y de la crisis reciente corrobora el diagnóstico que resalta la centralidad de las
commodities en
las economías latinoamericanas. Por esta gravitación la región luce
menos vulnerable en la coyuntura (balance de pagos, reservas, deuda),
pero ha incrementado su fragilidad estructural.
LOS CAMBIOS POR ARRIBA
La consolidación de la región como exportadora de productos básicos
ha impactado también sobre el perfil de las clases dominantes,
reforzando la conversión de la vieja burguesía nacional en burguesía
local. El primer molde
correspondía a los industriales
que fabricaban para el mercado interno, con protección aduanera y
subsidios que privilegiaban la expansión de la demanda. El segundo
perfil es propio de un sector que ya no restringe su actividad a la
manufactura, ni pregona desarrollos auto-centrados. Promueve más la
exportación que el mercado interno y prefiere la reducción de costos a
la ampliación del consumo.
Esta transformación acentuó el enriquecimiento de una elite de
millonarios. Algunos apellidos emblemáticos de este ascenso son Slim
(México), Cisneros (Venezuela), Noboa (Ecuador), Santo Domingo
(Colombia), Andrónico Lucski (Chile), Bulgheroni, Rocca, (Argentina),
Lemann, Safra, Moraer (Brasil). Sus fortunas se remontan al pasado, pero
registraron un gran incremento con los negocios de exportación de las
últimas décadas.
En su conjunto los capitalistas latinoamericanos constituyen un
sector minoritario de la población. Existe un enorme divorcio entre su
poder y el número de sus integrantes. Los propietarios y receptores de
utilidades de las empresas no superan el 1-2% de la población económica
activa. Este porcentaje se incrementa al 10%, si se incluye a los
ejecutivos y profesionales que administran y controlan la fuerza de
trabajo o ejercen algún rol estratégico en las compañías. A través de
esas funciones participan en la confiscación del trabajo ajeno
[15].
La reconversión de las últimas décadas aumentó la concentración e
internacionalización de los principales grupos capitalistas, que se
afianzaron como conglomerados regionalizados. Surgieron las nuevas
empresas Multilatinas, a partir de familias adineradas que expandieron
sus compañías, con gerenciamiento global y prioridades regionales. Los
conglomerados de Brasil y México encabezan esta tendencia, secundados
por Argentina y Chile.
La tradicional diversidad entre fracciones agro-mineras, industriales
y bancarias no ha desaparecido, pero el entrelazamiento aumentó como
consecuencia de la gran presión competitiva que introdujo la
mundialización neoliberal. Esa rivalidad modificó la composición de las
principales 500 empresas latinoamericanas. Entre 1991y 2001 decayó la
participación de empresas estatales (de 20% al 9%) y se incrementó el
peso de las extranjeras (27% a 39%)
[16].
Los grupos locales reorganizaron su actividad con mayor financiación
externa y capitalización bursátil. Este ingreso a los mercados de
valores coincidió con el incremento de acciones circulantes en los
denominados “países en desarrollo” (de 80.000 millones de dólares en
1981 a 5 billones en el 2005). Por esa vía aumentó la penetración del
capital internacional en la estructura propietaria de las empresas
latinoamericanas.
Las compañías actuales son más poderosas, pero la clase capitalista
de la región no remontó su papel global secundario y perdió posiciones
frente a los nuevos competidores de Oriente. Ese resultado ha sido
congruente con su especialización en ramas básicas y su distanciamiento
de las actividades más elaboradas. Por esa razón la brecha industrial
con el Sudeste Asiático se transformó en una fractura irreductible.
La burguesía local ha estrechado vínculos con el capital extranjero,
pero no desaparece como un segmento diferenciado. Mantiene pretensiones
de acumulación propia que desbordan el marco nacional y se proyectan al
escenario regional. Se han forjado burguesías más asociadas con
empresas foráneas, afianzando un proceso que comenzó en los 60 en
Brasil, continuó en los 80 en Argentina y se consolidó en los 90 en
México. Este sector dejó atrás su debut industrial y se extendió a la
agro-minería y los servicios
[17].
La reciente incorporación de México, Brasil y Argentina al G 20 marca
otro salto en la relación de las burguesías actuales con el capital
extranjero. Pero entre ambos sectores existe una relación de cooperación
antagónica, que combina el estrechamiento de las conexiones con el
mantenimiento de las diferencias entre el socio mayor del Norte y el
empresariado menor del Sur
[18].
Aunque los negocios con el capital foráneo se han multiplicado, el
país de origen persiste como base de operaciones, fuente privilegiada de
las ganancias y centro de las decisiones de las burguesías locales. La
internacionalización de los créditos, los mercados, y la propiedad
accionaria, no anula el carácter localmente territorializado de los
principales grupos capitalistas.
CLASIFICACIONES ERRÓNEAS
Las burguesías locales y asociadas que encabezan la especialización
exportadora compartiendo beneficios con las empresas foráneas, no
conforman una “nueva oligarquía”. Los rasgos pre-capitalistas que
caracterizaban a ese sector se extinguen, junto al avance de los
procesos de capitalización. Las viejas elites latinoamericanas -que
recurrían a modalidades arcaicas de explotación y dominación para
usufructuar de sus propiedades agro-mineras- pierden peso.
Algunos enfoques subrayan el carácter transnacionalizado de los grupos dominantes que optaron por globalizar sus negocios
[19].
Pero aquí se confunde la asociación con la fusión, olvidando que la
internacionalización en curso se desenvuelve a partir de clases y
estados existentes. La mundialización neoliberal no anula esas
estructuras, ni tampoco elimina el entrelazamiento prioritario entre los
capitalistas del mismo origen nacional.
La transnacionalización plena se encuentra por el momento limitada a
sectores cosmopolitas gerenciales o fracciones de la alta burocracia de
los organismos mundializados. La propiedad de las empresas se mantiene,
en cambio, enraizada en zonas geográficas diferenciadas y los estados
nacionales persisten como el único instrumento con cierta legitimidad
para disciplinar a los trabajadores.
Las burguesías locales latinoamericanas no son satélites manipuladas
por las metrópolis. Actúan como clases capitalistas, que combinan el
usufructo de la renta agro-minera con la plusvalía extraída a los
trabajadores. Se comportan como clases dominantes y no como capas
parasitarias, compradoras o tributarias del capital foráneo. Su
incapacidad para desarrollar la región no implica desinterés por ese
objetivo.
La economía latinoamericana está regida por patrones de competencia,
inversión y explotación. Como esas normas difieren significativamente
del pillaje es una simplificación utilizar el mote de “lumpen-burguesía”
para retratar a la burguesía
[20].
Esa denominación sólo corresponde a sectores que acumulan capital en
los márgenes del circuito legal. El narcotráfico, por ejemplo, obtiene
fortunas en la criminalidad y blanquea parcialmente esos ingresos en
actividades financieras o productivas. Pero conforma un segmento
marginal y no integrado al club estable de los dominadores.
También es erróneo generalizar situaciones propias de los pequeños
enclaves. América Latina constituye una unidad analítica, pero las
caracterizaciones referidas a Honduras o Panamá no valen para Brasil.
Sólo en los primeros casos prevalecen “burguesías neo-coloniales”
teledirigidas por Washington.
El giro hacia las
commoditie torna más nítido el perfil de los
opresores latinoamericanos. Son capitalistas que explotan
económicamente a los asalariados, burgueses que someten políticamente a
los trabajadores y dominadores que subordinan ideológicamente a los
dominados. Desenvuelven las mismas funciones que sus pares de otros
puntos del planeta.
Pero cargan también con la débil autoridad de un sector que no lideró
luchas nacionales, no cooptó personal significativo a su dominación y
no facilitó la movilidad de las clases medias. También estas flaquezas
se han potenciado bajo el nuevo patrón de acumulación de especialización
exportadora.
LOS CAMBIOS POR ABAJO
Las transformaciones de la estructura social latinoamericana han
alterado también la configuración de las clases dominadas. Como un eje
de este cambio se localiza en el agro se verifica una pérdida de
cohesión del viejo campesinado, afectado por el creciente éxodo hacia
los centros urbanos. Por esta razón
las tensiones en el agro presentan otro cariz.
El viejo latifundio que recreaba la miseria campesina obstruyendo la
gestación de una burguesía agraria, decae frente a las empresas
capitalistas que despojan al agricultor de sus tierras, contratan
asalariados precarios y fuerzan el tránsito hacia las ciudades.
Este desplazamiento engrosa la masa de excluidos urbanos con poco
trabajo e ínfimos ingresos, en un marco de pocas salidas laborales para
la población excedente de América Latina. Por eso la informalidad se
afirma como norma, tanto en la recesión como en la prosperidad de las
economías extractivistas.
La emigración -que fue la válvula de escape para los desequilibrios
de la acumulación europea en varios momentos del siglo XIX y XX- solo
aporta pequeños desahogos en la actualidad. Los jóvenes de la región no
encuentran empleo en sus países, ni el exterior. Tienen simultáneamente
vedado el arraigo y la emigración.
Una consecuencia directa de esta exclusión es el incremento
exponencial de la criminalidad. La narco-economía se ha convertido en un
refugio de supervivencia para los sectores empujados a la marginalidad.
En la región se registra la tasa de homicidios más alta del mundo. La
delincuencia crece junto a la fractura social y la obscena promoción de
los consumos y placeres que disfrutan los enriquecidos.
Como el modelo extractivo crea empleos de baja calidad, la
precarización laboral supera en América Latina los promedios de los
países centrales. Esa informalidad ya no se recrea en los circuitos
agrarios pre-capitalistas, ni en la reproducción familiar de la fuerza
de trabajo. Se extiende junto a la penetración del capitalismo en todas
las esferas de la vida social. Algunas investigaciones estiman
que el sector precarizado reúne al 46% de los trabajadores
latinoamericanos
[21].
Otro dato clave es la extensión de la pobreza, que en América Latina
desborda al sector informal. Afecta también a un amplio segmento de los
trabajadores estables. A diferencia del grueso de las economías
desarrolladas, el universo de los individuos con ingresos inferiores a
la satisfacción de las necesidades básicas no se limita aquí a los
excluidos. Se extiende a los trabajadores explotados de las empresas
modernas. El porcentual de niños pobres (45% del total) es ilustrativo
de la magnitud de este flagelo
[22].
La extensión de la informalidad es también consecuencia de las
maquilas y la regresión industrial. En el escenario manufacturero
regional, la aceleración del cambio tecnológico incrementa la
segmentación entre trabajadores especializados y descalificados. Los
cargos estables con protección social decrecen, en comparación a los
puestos de contratados sin ningún resguardo.
La magnitud de esta fractura es el rasgo descollante del mercado
laboral. El típico operario masculino y sindicalizado de posguerra
tiende a ser sustituido por trabajadoras femeninas más flexibilizadas.
Este declive de los sectores formales es mayúsculo en las maquilas. La
propia ampliación de la clase obrera industrial ha perdido el ímpetu
precedente. El proletariado fabril no se extingue, pero su incidencia ha
disminuido.
En el modelo actual de exportaciones primarias persiste la
tradicional estrechez de la clase media latinoamericana en comparación a
los países avanzados. Este segmento continúa aportando un colchón muy
exiguo, al abismo que separa a los acaudalados de los empobrecidos.
Además, perdura la vieja clase media frente a los nuevos segmentos de
esa categoría. Subsisten muchas franjas de pequeños comerciantes y
cuentapropistas y crecen poco los profesionales o técnicos altamente
calificados. Este infradesarrollo es acorde a la estrechez de la
industria.
Ciertamente los sectores medios amplían su consumo con la ampliación del crédito, la publicidad y el arribo de las grandes
cadenas
comerciales. Pero en economías tan atadas la exportación de productos
básicos, los cimientos productivos del poder adquisitivo son muy
frágiles.
Muchos analistas igualmente destacan la reducción de la pobreza, el
desempleo y la desigualdad durante la última década, sin registrar el
estrecho alcance de una mejoría derivada del repunte cíclico del nivel
de actividad.
Lo más novedoso ha sido la generalización de la asistencia social
para atemperar la pobreza. Pero los auxilios oficiales sólo han
protegido transitoriamente a los desamparados, sin alterar las causas
del problema. Estos planes coexisten con la precarización y convalidan
la segmentación laboral.
Por otra parte, la leve disminución de la desigualdad no modifica el
lugar que ocupa la región al tope de los indicadores globales de
inequidad. El coeficiente de Gini que mide esta polarización supera en
la zona (51,6) a la media mundial (39,5), duplica los promedios de las
economías avanzadas e incluye a los cuatro países que encabezan el
barómetro mundial (Colombia, Bolivia, Honduras, Brasil). El ingreso del
20% más rico de la población latinoamericana supera en casi 20 veces al
20% más pobre
[23].
EXPLICACIONES CON PROBLEMAS
El diagnóstico pos-liberal no condice con el contexto económico
actual de Latinoamérica. En toda la región prevalece un esquema de
especialización productiva, basado en la agro-exportación, la minería de
cielo abierto, el declive de la industria tradicional, las remesas y el
turismo. Este molde implica una generalizada reinserción periférica o
semiperiférica en la división internacional del trabajo.
En consonancia con estas tendencias gestadas durante el
neoliberalismo se ha reforzado la transformación de las burguesías
nacionales en burguesías locales, más internacionalizadas y asociadas
con el capital extranjero. El mismo cambio ha potenciado el éxodo
campesino, la precarización laboral, la marginalidad urbana y la
endeblez de la clase media.
Este escenario es más acorde a la visión contrapuesta de una “economía de
commodities” en
toda América Latina. Pero esta segunda caracterización no es puramente
descriptiva, puesto que postula la existencia de un “consenso” en torno
al extractivismo. Desborda, por lo tanto, el retrato de la economía y
tiene implicancias políticas, que exigen evaluar que ha ocurrido en
esfera geopolítica y gubernamental. Desarrollamos este análisis en la
segunda parte del texto.
25-1-2013
RESUMEN:
La validez de los conceptos Pos-liberalismo y Consenso de commodities
se dilucida analizando las transformaciones de la región. El
capitalismo se ha extendido en el agro y la mega-minería se amplía,
acentuando la preeminencia de las exportaciones básicas. La industria
abastecedora del mercado interno retrocede frente a las maquilas, las
remesas son un recurso de supervivencia y el turismo es un ingreso clave
para los pequeños países. Estas tendencias económicas han sido
reforzadas por desde el inicio de la crisis global.
La burguesía nacional que privilegia la demanda ha sido reemplazada
por la burguesía local, que jerarquiza el abaratamiento de los salarios.
Su carácter minoritario se consolida junto a la asociación con empresas
extranjeras. Se extinguen sus rasgos pre-capitalistas y no conforman
nuevas oligarquías. Mantiene sus bases de acumulación sin convertirse en
un grupo transnacionalizado. Sólo fracciones marginales aglutinan una
lumpen-burguesía y no se extiende a los países medianos la dependencia
neo-colonial.
La expansión de la informalidad, el éxodo campesino y el
estancamiento de la nueva clase media reconfiguran a las clases
dominadas, en un marco de pobreza, desempleo y desigualdad. El escenario
económico no corrobora el diagnóstico pos-liberal, pero la tesis
opuesta debe ser evaluada incorporando la dimensión política.
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Fuente: Forum Mundial de Alternativas