por
Arlene B. Tickner*
Fuerzas especiales colombianas
La ayuda de Estados Unidos a
Colombia
ha disminuido considerablemente desde 2008. Las actividades
antinarcóticos y de contrainsurgencia, en las que Washington ha estado
muy involucrado desde el inicio del Plan Colombia en el año 2000, han
sido constantemente "colombianizadas". Ahora, Colombia está
intensificando sus esfuerzos para exportar su experiencia a países de
Centroamérica, el Caribe, y más allá del hemisferio occidental, afectado
por la criminalidad y la violencia relacionada con las drogas, en gran
parte a través de la cooperación Sur-Sur y los esfuerzos triangulados
con el apoyo de Estados Unidos. Este informe explora lo que parece ser
un emergente modelo de cooperación en seguridad internacional en el que
tanto Colombia como Estados Unidos desempeñan papeles clave.
Aunque el entrenamiento colombiano del personal de seguridad es una
práctica establecida y en crecimiento en terceros países, se sabe poco
acerca de quién está siendo entrenado, por quién, qué se está enseñando,
y quién está proporcionando la financiación. La falta de información
disponible al público plantea una serie de cuestiones importantes:
- ¿Este modelo de cooperación de seguridad en realidad está replicando
los éxitos de Colombia, sin copiar también sus fracasos, especialmente
en el ámbito de la corrupción, los derechos humanos, y la impunidad?
- ¿Por qué es tan difícil obtener información sobre actividades
específicas de Colombia -mucho más que en el caso de la asistencia
regular de seguridad de Estados Unidos– más allá del optimista, pero
vago lenguaje de los comunicados de prensa oficiales?
- ¿Qué
tan fuerte es el control civil y la supervisión de estos programas,
incluyendo la investigación de los derechos humanos, tanto de
instructores como de alumnos?
- ¿Hasta
qué punto está basada la formación colombiana en una anticuada y
desacreditada "guerra contra las droga" que da prioridad al número de
detenidos, hectáreas erradicadas, y toneladas interceptadas por encima
de un buen gobierno y una prosperidad económica?
Este artículo fue publicado originalmente por la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA, por sus siglas en inglés). Lea el original aquí.
Exportando la seguridad colombiana: ¿Cómo llegamos hasta aquí?
A medida que el siglo XX llegaba a su fin, la crónica debilidad del
Estado colombiano había llevado al país a lo que muchos analistas temían
fuese el borde del colapso. El presidente Andrés Pastrana (1998-2002) y
Álvaro Uribe (2002-2010) cortejaron activamente a sus homólogos
estadounidenses, animándoles a ir más allá de un estrecho enfoque en la
lucha contra el narcotráfico para involucrarse más en el conflicto
interno. Esta estrategia de "
intervención por invitación"
implicaba aceptar la agenda antidrogas de Estados Unidos, a cambio del
necesario apoyo militar, técnico y socioeconómico de Washington. La
ayuda exterior buscó ampliar, profesionalizar y modernizar las fuerzas
armadas, combatir los insurgentes armados, aumentar el control
territorial, y más tarde, durante la fase de consolidación del Plan
Colombia (2007-2013), extender el Estado de derecho y perseguir el
desarrollo económico y social.
Entre 2000 y 2008, la ayuda económica y militar de Estados Unidos a
Colombia superó los US$ 6 mil millones, siendo así el mayor receptor de
ayuda estadounidense en Latinoamérica, y uno de los diez primeros en
todo el mundo. En lo que se ha descrito siempre como una "transformación
extraordinaria" la situación de seguridad en Colombia mejoró durante el
segundo período de gobierno del presidente Álvaro Uribe (2006-2010), y
lo ha seguido haciendo durante el de Juan Manuel Santos (2010-2014). El
estado ha logrado un mayor control sobre el terreno, miles de
combatientes paramilitares se han desmovilizado, la guerrilla ha sufrido
importantes derrotas, y un gran número de guerrilleros se ha entregado
voluntariamente. Los indicadores clave de la violencia, incluidos los
secuestros, homicidios, desapariciones y desplazamientos forzados,
también han disminuido. Podría decirse que la "guerra contra las drogas"
también ha resultado en ganancias relativas, medida por la superficie
de cultivos ilícitos y la producción total de cocaína en Colombia,
aunque estos son compensados en gran medida por la migración del
cultivo, la producción, el tráfico y la violencia en el resto de la
región, principalmente en
Perú,
México, Centroamérica y el Caribe.
Estas tendencias son la materia prima para una "historia exitosa" a
la que el gobierno de Santos le ha dado un uso estratégico, para
reposicionar a Colombia, tanto a nivel regional como internacional. Uno
de los principales activos exportables del país son sus fuerzas de
seguridad, abiertamente consideradas como unas de las más experimentadas
del mundo en cuanto a lucha contra el narcotráfico y contrainsurgencia,
en gran medida debido a la prolongada capacitación de Estados Unidos.
Desde
mediados del año 2000, Colombia ha recibido un creciente número de
solicitudes para la cooperación en seguridad por parte de gobiernos con
distinta ideología en entrenamiento de seguridad en toda Latinoamérica y
más allá. La Oficina de Asuntos Internacionales de la Policía Nacional
de Colombia (PNC) reporta que entre 2009 y 2013, proporcionó
entrenamiento militar y policial a 21.949 personas de 47 países
diferentes en habilidades tales como la interdicción terrestre, aérea,
marítima, y en ríos, testimonio policial, explosivos, operaciones de
inteligencia, operaciones psicológicas, y
Comando JUNGLA,
el programa élite de policía antinarcóticos diseñado con el aval de
Estados Unidos. El 87 por ciento de esta capacitación fue proporcionada
por el CNP. A pesar de la variedad de nacionalidades entrenadas,
Colombia se ha centrado en gran parte en un grupo de países donde los
distintos problemas relacionados con las drogas han emigrado, entre
ellos México (que representa casi la mitad del número total de alumnos),
Panamá, Honduras,
Guatemala, Perú,
El Salvador
y Costa Rica (Ver Tabla 1). Parte de esta capacitación fue financiada
por Estados Unidos, aunque Colombia llevó a cabo muchas actividades con
sus propios recursos, o la de otros donantes, como Canadá.
En su afán por asegurar que la disminución de la asistencia de
Estados Unidos no se tradujera en la reducción de las relaciones
bilaterales y menos aún de la ayuda, el gobierno de Colombia se propuso
convencer a Washington de profundizar su compromiso con los esfuerzos de
cooperación en terceros países. La capacitación de la policía en
Afganistán proporcionó en 2007 un campo de prueba inicial, pero no fue
considerado de mucho éxito dada la limitada aplicabilidad del caso
colombiano, entre otros factores. En 2009, sin embargo, la participación
de Colombia en el paquete de ayuda de la Iniciativa Mérida para México,
en actividades relacionadas con los cuerpos de seguridad y el
fortalecimiento judicial, cambió las perspectivas en los círculos
políticos. El papel de Colombia parece ser, todo a la vez, una forma
efectiva para abordar las necesidades de seguridad de México, para
satisfacer el deseo de Colombia de ampliar su portafolio de
capacitación, y para mitigar las limitaciones fiscales en Estados
Unidos. En este punto Colombia, con el respaldo de Estados Unidos,
podría proporcionar cooperación en seguridad a otros países a un costo
económico muy reducido, y sin los costos políticos asociados con un
agrandamiento de la presencia militar estadounidense. Esta nueva lectura
de la relación bilateral refleja la filosofía de que "a medida que
ayudamos a Colombia, Colombia nos ayudará a ayudar a los demás", y los
cambios en gran parte paralelos en la seguridad estadounidense y la
política de defensa, en el que "dirigir desde atrás" se convirtió en un
elemento clave.
Dirigir desde atrás
En la crisis post-Irak, post-Afganistán, la era post-crisis
financiera, la importancia de los enfoques de "intervención moderada" ha
crecido a la par con la adversidad de la opinión pública estadounidense
hacia la costosa participación militar directa en contextos que no son
percibidos como una amenaza directa a los intereses vitales de
seguridad. En un
artículo de 2010 de Foreign Affairs,
el exsecretario de Defensa, Robert M. Gates, expuso el plan inicial de
esta estrategia al llamar a Estados Unidos a "ayudar a otros a ayudarse"
a través de la construcción de capacidad institucional y humana, y por
medio de asistencia para la seguridad constante y a largo plazo.
De forma creciente, Colombia se presenta como un caso emblemático de esta "intervención moderada" (
pdf). Sin embargo, igualmente importante desde el punto de vista de la actual política de seguridad y defensa de Estados Unidos (
pdf), Colombia es única debido a su prolongada y madura colaboración militar bilateral, sobre todo con las
Fuerzas de Operaciones Especiales, cuya presencia en el país se ha extendido por medio siglo.
Como veterano periodista y autor,
Robert D. Kaplan observa
de forma premonitoria, cómo Colombia se convirtió en un caso de prueba
para las tácticas que Estados Unidos emplearía para gestionar complejos
problemas globales. Según un general retirado del ejército entrevistado
por Kaplan, con el fin de vigilar el mundo "usted produce un producto y
lo suelta". Lo que surgió de Colombia era exactamente esto: un modelo de
cooperación en seguridad diseñado no sólo para mejorar la propia
seguridad interna de ese país, sino también aplicable a cambios en los
objetivos de seguridad de Estados Unidos en el Hemisferio Occidental y
en otras partes.
Los ocios indígenas son el "eje estratégico" de este modelo de
"intervención moderada". Trabajar "por, con y a través de" ellos (un
dicho frecuentemente repetido por funcionarios estadounidenses y
analistas militares) permite obtener resultados a un menor costo
material y político. Por otra parte, el uso de terceros "representantes"
crea una "negación plausible": la negación del conocimiento o
responsabilidad sobre actividades impopulares o ilegales. La cooperación
por medio de representantes se basa en un espíritu de cuerpo cultivado a
través de un prolongado y reiterado compromiso con sus homólogos
extranjeros; la existencia de relaciones personales de primer nombre; la
creación de elementos de enlace para garantizar la conectividad y el
apoyo a los objetivos del país de acogida con el fin de desarrollar un
propósito común. Mientras continúa la construcción de capacidad, madura
"lo mejor de lo mejor" de los militares locales, y los policías se
gradúan de funciones internas para ser proveedores de regionales o
mundiales.
Según los
analistas de seguridad Jim Thomas y Christopher Dougherty,
“Colombia es...un 'nido exportador de seguridad', capacitando los
antinarcóticos de numerosos países de Latinoamérica, el Caribe y África
Occidental", y por lo tanto un nodo clave de una emergente red global de
Fuerzas de Operaciones Especiales. Esta opinión es
compartida por el ex comandante militar y director de la CIA, David Petraeus,
quien considera a Colombia como uno de los más firmes aliados de
Washington en el mundo; uno con mejor disposición que Estados Unidos
para ayudar a regiones como Centroamérica.
Colombia ayudando a otros
Hasta mediados de 2000, las solicitudes externas de cooperación para la seguridad de Colombia fueron tratadas de manera
ad-hoc
y poco sistemática. Aunque los últimos años del gobierno de Uribe
vieron los intentos para hacer un uso más sistemático del conocimiento (
know-how)
sobre seguridad de las fuerzas armadas, pocos gobiernos querían ser
vistos trabajando abiertamente con el presidente de Colombia, dado su
discurso de línea dura antiterrorista. La elección de Juan Manuel Santos
en 2010 proporcionó una oportunidad única para avanzar en este
esfuerzo. Santos se dispuso a cambiar las narrativas predominantes sobre
Colombia como un Estado fallido, con un débil historial de derechos
humanos y unas instituciones democráticas deficientes. Paralelamente a
este cambio, en el discurso oficial Santos colocó la cooperación en
seguridad en el centro de la política exterior.
El gobierno de Santos bautizó a este programa la "Estrategia de
Cooperación Internacional en Seguridad Integral", y encargó al
Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia (MRE) como portavoz
civil, responsable de interactuar con los gobiernos extranjeros y
coordinar los esfuerzos específicos de cooperación con el Ministerio de
Defensa, el CNP, y la Agencia Presidencial de Cooperación Internacional
(APC). Según el folleto del MRE, el programa ofrece un portafolio de
servicios a la carta en siete áreas: desarrollo organizacional, lucha
contra el narcotráfico, crimen organizado, seguridad ciudadana, lucha
contra la corrupción, derechos humanos y derecho internacional
humanitario, y capacidades operativas. Adapta la cooperación a las
necesidades de cada país a través de un proceso de cuatro etapas, que
consiste en un diagnóstico inicial en seguridad y capacidad
institucional; planificación y recaudación de fondos; ejecución; y
seguimiento y evaluación. La información específica sobre las
iniciativas de cooperación individual no está disponible públicamente.
Con el inicio de las negociaciones de paz entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las
FARC en noviembre de 2012, la "diplomacia de seguridad" del país, como lo llama el Ministerio de Defensa (
pdf),
adquirió una urgencia adicional. Debido a que Colombia tiene la segunda
fuerza militar y policial más grande de Latinoamérica (después de
Brasil), con más de 450.000 miembros, un cierto recorte de personal es
inevitable en la mayoría de los escenarios post-conflicto. El informe de
2013 del Ministerio de Defensa al Congreso expuso el plan de juego del
gobierno de Santos de poner esta capacidad excedente en uso en el
extranjero. Además de la creciente cooperación en seguridad
internacional, en junio de 2013 Colombia firmó un acuerdo con la OTAN,
la primera de su tipo con un país de Latinoamérica, con miras a aumentar
su participación en las operaciones de mantenimiento de la paz.
Paralelo a los propios esfuerzos de Colombia para convertirse en un
exportador de seguridad, en febrero de 2012 inició un Diálogo de Alto
Nivel de Seguridad Estratégica (HLSSD) con Estados Unidos. Varios meses
después, en la Cumbre de las Américas en Cartagena, los presidentes
Santos y Obama anunciaron un Plan de Acción de Cooperación en Seguridad
Regional para apoyar la construcción de capacidad en Centroamérica, el
Caribe, y, finalmente, en África Occidental. El Grupo de Coordinación
para la Cooperación en Seguridad (SCCG) posteriormente tuvo la tarea de
desarrollar determinados aspectos del Plan de Acción.
La reciente creación de una División de Cooperación Internacional en
la Embajada de Estados Unidos en Bogotá, una parte de US$15 millones del
presupuesto en la Sección de Asuntos Narcóticos (NAS) de 2014, sugiere
que la cooperación en seguridad triangulada no es una moda pasajera.
Esta División está cargada del vínculo entre las misiones diplomáticas
estadounidenses en terceros países, los representantes estatales de
terceros países (civiles y militares), y los actores colombianos,
principalmente el Ministerio de Defensa y el CNP. El hecho de que su
personal incluya a un coronel de la policía colombiano retirado, a un
sargento de la policía colombiana activo y dos civiles colombianos,
también apunta a un grado sin precedentes de arraigo y confianza
bilateral.
Funcionarios de ambos países sostienen que los esfuerzos de seguridad
conjuntos en el extranjero juegan un papel clave en lograr sus
respectivos objetivos: para Colombia, con una proyección de liderazgo
regional y mundial, y la planificación para el post-conflicto, y para
Estados Unidos, interrumpiendo el flujo de drogas ilegales a través de
sus fronteras y combatiendo la violencia y la debilidad del Estado en
Centroamérica y el Caribe. Sin embargo, también reconocen el valor
político y estratégico de Colombia como un delegado de Estados Unidos, y
que el uso de las instalaciones y entrenadores colombianos puede ser
hasta cuatro veces más barato que el uso de los activos estadounidenses.
Más preguntas que respuestas
A pesar del entusiasmo de ambos gobiernos, que incluye la
visualización de la cooperación en seguridad internacional entre
Colombia y Estados Unidos como algo que puede ser implementado en otros
lugares, este modelo plantea más preguntas que respuestas.
a. ¿Colombia es realmente una historia exitosa?
Las cifras del Ministerio de Defensa de Colombia (
pdf)
indican que entre 2000 y 2013, los homicidios en Colombia se redujeron
en un 43 por ciento, los secuestros en un 95 por ciento, y los ataques
terroristas en un 47 por ciento. No menos impresionante, el desempleo se
redujo a la mitad y los niveles de pobreza bajaron del 50 por ciento al
34 por ciento. A pesar de estas mejoras, el jurado todavía está fuera
en términos de cómo ponderar el éxito y los fracasos de Colombia. Como
lo advirtió Adam Isacson de WOLA en 2010, los avances en seguridad son
"parciales...y agobiados por 'daños colaterales'".
Si bien el progreso de Colombia es alentador, su tasa de homicidios
se mantiene por encima de 30 por cada 100.000 habitantes, peor que
México y casi igual que Guatemala. Otros indicadores de la violencia,
incluyendo los miembros de las fuerzas de seguridad muertos en combate,
la extorsión de las empresas y los ataques a la infraestructura,
permanecen obstinadamente altos, o han incluso aumentado. Y tanto la
guerrilla como los "nuevos" grupos paramilitares, aunque más débiles que
hace una década, siguen siendo algunos de los más grandes insurgentes y
grupos ilegales en la historia de Latinoamérica.
Según el Centro Nacional de Memoria Histórica (2013), el número de
personas desplazadas en Colombia es de una horrible cifra de 5´700.000,
lo que equivale al 15 por ciento de la población nacional. El informe de
2013 del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos
Humanos elogia las políticas del gobierno, como la Ley de Víctimas y
Restitución de Tierras de 2011, pero pone de relieve importantes
deficiencias en su aplicación, mientras que identifica otros problemas
graves en términos de derechos humanos. Entre estos, los continuos
asesinatos y amenazas contra activistas de derechos humanos, periodistas
y líderes comunitarios, y los bajos índices de condena por violaciones a
los derechos humanos cometidos por las fuerzas de seguridad, en
particular el escándalo de "falsos positivos", que involucra más de
3.000 asesinatos extrajudiciales por parte de las fuerzas armadas. La
lentitud judicial al investigar y condenar a unos 700 funcionarios
públicos electos y designados acusados de connivencia con los grupos
paramilitares, apunta de manera más general al problema de la impunidad
en Colombia.
Si bien la pobreza ha disminuido, los datos del Departamento
Administrativo Nacional de Estadística (DANE) indican que en el campo
llegó a 46,8 por ciento en 2012, lo que sugiere un aumento de la brecha
entre las zonas urbanas y rurales. La desigualdad también se ha
mantenido obstinadamente alta en la última década; Colombia sigue siendo
uno de los países más desiguales del mundo, con el 12avo mayor
coeficiente de GINI de ingresos entre los 101 países evaluados por el
Programa de Desarrollo de Naciones Unidas (PNUD 2013: 152-5). No menos
importante, en todo el territorio nacional, la capacidad burocrática y
la infraestructura, indispensables para el buen funcionamiento de las
instituciones del Estado, siguen siendo muy escasas (
pdf).
b . ¿Qué se está exportando, por quién, a quién y con qué efecto?
La falta de conocimiento del público sobre la cooperación en
seguridad, tanto de la cooperación en seguridad unilateral de Colombia y
la triangulada entre Colombia y Estados Unidos en terceros países,
limita severamente la posibilidad de una supervisión ciudadana
independiente. Más allá de los anuncios oficiales de la estrategia, y
los ocasionales y anecdóticos reportes de prensa, hay poca información
disponible sobre el alcance y la naturaleza de la capacitación de
Colombia. Si bien la ley de ayuda exterior requiere que Estados Unidos
informe al Congreso con cierto detalle sobre su propia formación en el
extranjero, estos informes no incluyen ninguna mención de las
actividades financiadas por Estados Unidos llevadas a cabo por las
fuerzas colombianas. Esto distorsiona el reportaje de Estados Unidos a
los supervisores del Congreso. Cuando el entrenamiento realizado por los
colombianos es retirado del cuadro, la capacitación de miles de
personas dentro de la Iniciativa Mérida y los marcos de la Iniciativa de
Seguridad Regional Centroamericana se vuelven invisibles para el
público.
Durante 2013, el Plan de Acción de Estados Unidos y Colombia sobre la
Cooperación en Seguridad Regional identificó un conjunto de prioridades
de capacitación en Honduras, El Salvador, Guatemala y Panamá, entre
ellas: delitos financieros y activos de decomiso, actividades de
inteligencia, laboratorios antidrogas, protección judicial y fiscal,
operaciones básicas ribereñas, operaciones en pequeñas lanchas,
respuestas tácticas, aplicación del polígrafo, interdicción terrestre,
pilotos fijos y rotativos, manejo de informantes, asalto aéreo,
testimonio de la policía, seguridad ciudadana, y operaciones de asuntos
civiles. Sin embargo, los nombres de las unidades de la policía (y
militares) que porporcionan y reciben capacitación en cada país, el
título y el contenido de los diferentes cursos de formación, las fuentes
de financiación de alumnos, y el costo total de la formación siguen
siendo desconocidos.
Además, los mecanismos de evaluación para medir el impacto de esta
cooperación en seguridad son débiles. Las autoridades colombianas
reconocen que pocos indicadores concretos están en el lugar para evaluar
su éxito o fracaso. La eficacia de la cooperación en seguridad de
Estados Unidos también ha sido objeto de un intenso debate durante los
últimos años (
pdf).
Con el fin de aumentar su eficiencia y sostenibilidad, los funcionarios
responsables han puesto énfasis en mejorar la coordinación entre los
donantes y receptores; alinear la cooperación con los objetivos y las
capacidades de los países receptores; mejorar la construcción de
capacidad local; involucrar a los ciudadanos en los esfuerzos de
cooperación; y mejorar los mecanismos de evaluación.
Aunque el éxito se mide normalmente a través de indicadores
cuantitativos, como el precio/pureza de los narcóticos, la cantidad de
arrestos por drogas e incautación de drogas, número de personal
capacitado y tasas de homicidio, estas estadísticas son cada vez más
reconocidas como pobres indicadores del impacto de la cooperación en
seguridad. Peor aún, ciertos indicadores, como las bajas "enemigas", han
llevado a prácticas ilegales como los "falsos positivos" en Colombia
(y, en cierta medida, Honduras).
c. El control civil es débil
Aunque catalogado como un programa lanzado de cooperación para la
seguridad civil, en la práctica, el Ministerio de Defensa de Colombia,
la Policía Nacional de Colombia, y en menor medida, otras ramas de las
fuerzas armadas, claramente se encuentran a la cabeza. Más allá de su
función oficial de enlace entre el gobierno colombiano y otros
gobiernos, incluyendo a Estados Unidos, el Ministerio de Relaciones
Exteriores no tiene la capacidad necesaria para participar directamente
en la planificación y operación día a día de las iniciativas
específicas. Aunque su asesor clave es un exjefe de la policía, el
general (retirado) Rosso José Serrano, los lazos tradicionales, directos
y cercanos, de este funcionario con numerosas agencias de seguridad de
Latinoamérica y Estados Unidos, hacen que sea razonable suponer que la
propia voz institucional del ministerio sea bastante pequeña. De hecho,
los CNP y el Ministerio de Defensa, no el de Relaciones Exteriores, son
los principales interlocutores del programa en NAS, al igual que la
Embajada de Estados Unidos en Bogotá.
En cuanto a los derechos humanos, las autoridades colombianas afirman
que la totalidad de sus programas internacionales de formación
utilizan los mismos protocolos empleados dentro de las fuerzas armadas
colombianas. Colombia carece de los medios necesarios para investigar
los derechos humanos, identificando los potenciales beneficiarios de la
ayuda, para asegurarse de que conocidos abusadores no se beneficiarán.
Estados Unidos alega que llevar esto a cabo para todas las solicitudes
de cooperación recibidas, a pesar de la falta de transparencia que rodea
el programa, ha hecho que esto sea imposible de verificar. Aunque los
funcionarios estadounidenses entrevistados afirman que los potenciales
beneficiarios de la capacitación colombiana, financiada ya sea por
Estados Unidos u otros, sean examinados, es menos claro si los propios
entrenadores colombianos están sujetos a investigación o no. Además,
pocos mecanismos distintos de investigación de los derechos humanos
parecen estar en su lugar para garantizar que las "peores" prácticas,
como la corrupción y la impunidad, no sean transferidas por instructores
colombianos junto con las "mejores".
d. Se están reproduciendo los principios básicos de la "guerra contra las drogas"
Los llamados a repensar la inclinación prohibicionista y militarista
de la política actual de drogas han surgido de innumerables rincones del
Hemisferio Occidental, incluyendo Estados Unidos (
pdf).
No es poca ironía que Juan Manuel Santos, el primer presidente en
ejercicio en el mundo en hacer una petición pública para un debate
informado y sincero sobre las ventajas y las deficiencias de las
estrategias existentes, también esté exportando, de la mano con Estados
Unidos, algunos de los elementos básicos de las políticas que según él
merecen un examen más detenido. Queda por discutir si los programas de
entrenamiento antinarcóticos existentes se pueden acomodar a las
necesidades de seguridad ciudadana de los países que reciben la
cooperación colombo-estadounidense, sin reproducir la desacreditada, y a
menudo destructiva, lógica de la "guerra contra las drogas".
Para la elaboración de este informe los siguientes funcionarios y
exfuncionarios de Colombia y Estados Unidos, concedieron entrevistas
con la condición de que sus opiniones específicas permanecieran en
anonimato: María Ángela Holguín, ministra de Relaciones Exteriores de
Colombia; Paty Londoño, viceministra de Relaciones Exteriores de
Colombia; Michael McKinley, exembajador de Estados Unidos en Colombia;
William Brownfield, subsecretario de Estado para Asuntos de Narcotráfico
Internacional; James Story, Director de la Sección de Asuntos
Narcóticos en la Embajada de Estados Unidos en Bogotá; Carl Gettinger,
exdirector de la División de Coordinación Internacional, Sección de
Asuntos de Narcóticos en la Embajada de Estados Unidos en Bogotá;
Gabriel Silva Luján, exembajador de Colombia en Estados Unidos,
exministro de Defensa, Vicente Echandía, exministro Consejero en la
Embajada de Colombia en Washington, D.C; el general (r) Oscar Naranjo,
exdirector de la Policía Nacional de Colombia; Coronel Joaquín Buitrago,
jefe de Asuntos Internacionales de la Policía Nacional de Colombia; el
general (r) Rosso José Serrano, exdirector de la Policía Nacional de
Colombia y asesor de seguridad del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Otra docena de funcionarios a quienes entrevisté pidieron que sus
nombres no fueran incluidos.
*Arlene B. Tickner es profesora de Relaciones Internacionales del
Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes,
Bogotá. También es miembro de la Junta Directiva de InSight Crime.
Este artículo fue publicado originalmente por la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA, por sus siglas en inglés). Lea el original aquí.
Fuente: Insight Crime