El poderío nacional de los EE.UU y la diplomacia contra las drogas en Latinoamérica
Alejandro L. Perdomo Aguilera
Resumen
Se
aborda cómo los EE.UU. se valen de los instrumentos del poderío
nacional para implementar de forma más consensuada, los intereses de su
política exterior y de seguridad en Latinoamérica. En este empeño se
analizan los objetivos prioritarios a lograr, viendo como se articulan
los instrumentos económicos, políticos, diplomáticos, militares e
informacionales, a partir de la diplomacia contra las drogas. Para este
análisis se consideran elementos de la diplomacia transformacional, el
smart power y las tres D (Desarrollo, y Diplomacia como complemento de
la Defensa) como instrumentos claves de su política exterior y de
seguridad para la región.
Palabras claves: drogas, diplomacia, Estados Unidos, Latinoamérica, dominación, hegemonía.
Los instrumentos fundamentales del
poderío nacional de los EE.UU. se articulan en lo fundamental, por los
instrumentos militares, políticos, económicos, diplomáticos,
ideológicos, culturales e informacionales. Estos se desarrollan a partir
de las prioridades que establece el Estado-Nación para lograr sus
objetivos estratégicos a nivel internacional. Mediante su combinación
efectiva se logra ejercer influencia no sólo con el uso de la fuerza
(militar) o la amenaza de la misma, sino también a través del empleo a
fondo de los instrumentos económicos, diplomáticos, políticos e
informacionales. En este sentido se conforma la política exterior y de
seguridad de los EE.UU. para lograr sus objetivos estratégicos.
El uso o combinación de estos
instrumentos suele estar condicionado por la coyuntura política,
económica o militar que afronte el país, así como por los instrumentos
que hayan delineados como preponderantes por cada Administración. No
obstante, siempre existe una continuidad entre un gobierno y otro,
independientemente de que el partido que este al frente sea demócrata o
republicano. A fin de cuentas la clase dominante, la elite de poder[1]
es la que impone sus intereses prioritarios y en función de ello es que
se articulan los instrumentos del poderío nacional.
Por otra parte, cada administración debe
trabajar en base al legado dejado por su antecesor, de modo que al
término del gobierno de W. Bush, Obama debió esforzarse por emplear
instrumentos políticos, diplomáticos e informacionales que mejoraran la
credibilidad y la imagen exterior de ese país, sin prescindir por ello
de la fuerza militar. Los instrumentos del poderío nacional se combinan y
complementan como un complejo de herramientas a utilizar en cada
momento, atendiendo a las circunstancias específicas que se afrontan.
Valorando las situaciones, los objetivos e intereses de la elite de
poder, así como el contexto interno y las circunstancias
internacionales, se aplican los instrumentos, atendiendo a las
prioridades que se establecen en la conformación de la política
exterior.
El proceso de conformación de la política
exterior se comprende, según puntualiza la Dra. Soraya Castro como “(…)
el complejo patrón de interacciones entre organizaciones, mecanismos e
instituciones del sistema político, que dan origen a decisiones y líneas
de acción específicas, tomando en cuenta las orientaciones y objetivos
del Estado. Este proceso refleja la esencia y naturaleza del Estado, en
el cual se evidencian las ideas y concepciones de las clases que
ostentan el poder político del país en cuestión y la interrelación
existente con otras clases de la sociedad.”[2]
Debe precisarse que el uso de un
instrumento no discrimina a otro, de modo que lo que más se aprecia en
la actualidad es la combinación de los instrumentos claves del poderío
nacional para hacer posible el liderazgo internacional, buscando la
consolidación hegemónica. La hegemonía vista como reto y objetivo, se
comprende como una necesidad para alcanzar un mayor poderío nacional.
Esta se entiende como la “(…) capacidad de la clase dominante de obtener
y mantener su poder sobre la sociedad, no sólo por su control de los
medios de producción económicos y de los instrumentos represivos, sino
sobre todo porque es capaz de producir y organizar el consenso y la
dirección política, intelectual y moral de la misma”.[3]
En el empleo de instrumentos que
posibiliten lograr el consenso sin la necesidad del uso de la fuerza, se
crean un conjunto de valores y condicionamientos morales y
socioculturales, impuestos directa o indirectamente por la clase
dominante. Esta clase cuenta con un poder cultural que le posibilita
influenciar ideas y matrices de opinión, para lo cual se vale no sólo de
un control sobre las instituciones y órganos represivos sino también de
los centros de pensamiento y los grandes medios de comunicación. El
alcance de los patrones políticos-ideológico y morales de esa élite de
poder resulta inmedible, en una era donde la revolución
científico-tecnológica hace llegar la información a cualquier lugar del
mundo en fracciones de segundos. Con este poder informacional, el
ejercicio de influencia rebasa las fronteras nacionales, pretendiendo
internacionalizar patrones político ideológicos que faciliten el
consenso.
En esta dinámica se aprecia como el soft
power y su interrelación con la ideología y la cultura dentro del
sistema de dominación estadounidense, busca consolidar y mantener el
liderazgo y hegemonía de los EE.UU. a nivel global. Para ello establecen
una interrelación entre organizaciones, mecanismos e instituciones del
sistema político estadounidense.
El sistema político de los EE.UU. debe
ser entendido como un conjunto de instituciones, organizaciones,
mecanismos y normas de clase, constituido por elementos organizativos
del sistema, así como de Instituciones políticas. El mismo, se concibe
como un aparato de poder político de las clases dominantes; como un
sistema de coerción, de cooptación y clientelismo.
El sistema político también puede
concebirse como el estudio de las relaciones de poder. El objeto de
estudio son las relaciones políticas y el estudio de los sistemas. Para
el caso de EE.UU. resulta necesario el conocimiento de los instrumentos
claves del sistema político no como un ente aislado sino como un país
que se entiende como primera potencia mundial. Desde este presupuesto,
el sistema político no sólo concibe la necesaria estabilidad política al
interior del país, sino también en los lugares de interés allende a sus
fronteras. Desde esta perspectiva, es que se analizan las herramientas
mediante las cuales se construye su hegemonía.
El soft power, según J. Nye, pretende
cambiar el rostro militarista de dominación de los EE.UU. por otro que
busca un mayor consenso y participación, que le conceda diplomáticamente
la cortina del multilateralismo. De esta forma su participación
pretende el liderazgo pero no bajo la imposición declarada sino en
coordinación –al menos formal- con otros países.
El soft power puede entenderse como el
dominio de los espacios en construcción y reproducción de las ideas,
cuyo objetivo se centra en lograr el respaldo de los intereses de la
clase dominante. Con ello se ansia el apoyo de la sociedad civil a nivel
internacional. En el actual contexto internacional, donde los EE.UU.
atraviesan una se sus más graves crisis, que parte de la economía pero
se extiende a la política, la cultura y los valores; el desarrollo de
otras formas de influencia resulta imprescindible.
La clase dominante entiende la necesidad
de aplicar efectivamente instrumentos del poderío nacional como
multiplicador de sus intereses y, por tanto; le brindan su apoyo a
partir del control que poseen sobre las transnacionales, las ONGs, las
fundaciones, los centros de pensamiento, la instituciones
internacionales, los grandes medios de comunicación y las Tecnologías de
la Informática y las Comunicaciones (TICs).
Un ejemplo de estos programas
multiplicadores de ideologías fue el Proyecto Democracia de Reagan en
1983, cuando se centraliza en la Casa Blanca la Dirección de la
Diplomacia Pública. Dentro de los temas priorizados en los instrumentos
del poderío nacional se destacan: los derechos humanos, la democracia,
la gobernabilidad, la seguridad (narcotráfico, el terrorismo
internacional, el medio ambiente etc.) Estos temas se ubican en la
opinión pública global, impulsada por el uso de los instrumentos
informacionales, política y diplomática, que condicionan las matrices de
opinión.
Con el propósito de darle seguimiento a
varios de estos temas, surgen instituciones como la USAID, que le de un
respaldo político diplomático al verdadero rostro imperial. Los
instrumentos del poderío nacional tienen como encargo vincular la
ideología, los valores, la cultura e información de la sociedad con la
diplomacia y el poderío militar, para lograr los objetivos de de la
elite del poder. En este sentido, en la actualidad pudieran incluirse a
las Empresas Privadas de Contratación como otros elementos del poderío
nacional, en tanto su utilización les arroja menor compromiso
político-diplomático.
El instrumento diplomático ha sido tan
efectivo que el Departamento de Estado -a partir de la asesoría de
eminentes ideólogos- incorporó el concepto de Diplomacia
Transformacional, como una necesidad de los nuevos tiempos. En esta
“nueva” forma de hacer diplomacia se prepondera el instrumento
informacional, a conciencia de su efectividad para llegar a sectores
poblacionales que comúnmente no tienen una alta participación política.
Con este objetivo se utiliza las TICs como complemento de los medios de
comunicación convencionales, para una efectiva propaganda de la
diplomacia pública y la ayuda al exterior.
Teniendo en cuenta que los intereses del
poderío nacional pretenden preservar el liderazgo y hegemonía de los
EE.UU. a nivel global, se refuerzan instrumentos claves como el
económico, el diplomático, la fortaleza del Complejo de Seguridad
Industrial[4], el poder cultural[5] y el informacional.
El poder informacional tiene un gran
impacto en las guerras culturales y en la dominación ideológica por
parte de los EE.UU., particularmente hacia Latinoamérica y el Caribe. La
evidente asimetría tecnológica, posibilita que el control y las formas
de transmitir la información por los grandes medios, faciliten la
demonización de los procesos políticos contestatarios que se viven en
Latinoamérica.
Dentro de los instrumentos diplomáticos
pueden incluirse aspectos de seguridad y economía que adquieren un matiz
diplomático. Un ejemplo claro de esta instrumentación se evidencia en
la llamada diplomacia contra las drogas, donde se encausan proyectos de
dominación tomando por justificación este flagelo. Belén Boville Luca
(2007) define que: “La Diplomacia contra las drogas constituye una
doctrina político y diplomática que se ajusta perfectamente a los
cometidos y las necesidades de los Estados Unidos en su especial
relación política, social con América Latina, y sustituye la percepción
ideologizada de los presupuestos de la guerra fría.”[6]
Ciertamente la complementación de los
instrumentos posibilita la construcción de fachadas
político-diplomáticas que intentan encubrir el verdadero rostro imperial
del poderío nacional de los EE.UU.
El Poder Nacional de acuerdo a la teoría
realista desarrollada por Hans Morgenthau en “Política entre las
Naciones. La lucha por el poder y la paz”[7] es el conjunto de elementos
que determinan la capacidad de influenciar los acontecimientos que
tiene una nación. Asimismo el poder nacional, que constituye la fuerza
de un Estado-Nación, se compone según Hartman por siete elementos: el
geográfico, el demográfico, el económico, el científico-tecnológico, el
histórico sociológico y el organizativo administrativo.
Para el caso estadounidense el Complejo
Militar Industrial, pudiera ampliarse al complejo de Seguridad
Industrial, pues dentro de los aspectos de seguridad se incluyen otros
instrumentos no militares que comprenden el entramado de la seguridad
informacional, donde se incluyen las TICs y los medios de comunicación
convencionales, enfatizando la compleja interdependencia entre los
instrumentos del poderío nacional.
Matías Marini precisa que los “(…) países
pueden valerse de sus recursos de soft power (comunicación,
información, cultura, medios) para intentar modelar la agenda
informativa y orientar las preferencias de otros actores.”[8] J Nye por
su parte, define entre los medios: la coerción con al amenaza o uso de
la fuerza (militar), los instrumentos económicos y la atracción a partir
del soft power.
El soft power intenta re-articular las
fortalezas del poderío nacional estadounidense, para el cumplimiento de
sus intereses estratégicos. En este afán se emplean los instrumentos que
ejerzan una hegemonía simbólica, intelectual y culturalmente, sobre la
llamada aldea global, en un intento de internacionalizar los valores
estadounidenses.
En esta “suerte” de globalización de los
estereotipos estadounidenses, debe considerarse la evolución de los
instrumentos del poderío nacional a tono con los cambios que se producen
en la arena internacional. La complejidad de las relaciones demanda de
una interdependencia compleja -al decir de Keohane- y, por ello, los
instrumentos políticos, diplomáticos, culturales e informacionales
juegan un rol crucial en la construcción de matrices de opinión, que
generen consensos y obtengan el apoyo de terceros países.
Entre los motivos que han generado esta
evolución en los usos de los instrumentos del poderío nacional debe
señalarse como fundamental, la revolución de las comunicaciones, que ha
generado nuevas formas de hacer la diplomacia, producto de la
importancia que la opinión pública gana, y las disímiles vías que se
crean para su condicionamiento. Bajo las actuales circunstancias, el
liderazgo internacional no se resume al predominio militar, político o
económico; sino que es preciso condicionar la mente de los hombres y es
en este espacio donde juega un rol esencial el instrumento
informacional.
Esta situación hace más compleja la
emisión de consensos y la falacia de la democracia se complejiza, en las
enrevesadas proyecciones de los instrumentos del poderío nacional.
Mediante su combinación se construyen enemigos imaginarios, se
sobredimensionan peligros foráneos y se acentúan otros latentes, que
posibiliten continuar acelerando los gastos militares y la canalización
de fondos hacia programas como los de USAID.
A partir de estos instrumentos se
hilvanan ideologías como el Smart power, para la consolidación de la
política exterior y de seguridad del Hegemón, a partir aspectos claves
como la diplomacia y el desarrollo como complemento de la defensa (las
tres D). La posibilidad que tienen los medios de incluir temas en la
agenda internacional, a partir de las mediaciones y la construcción de
consensos los convierten en un actor de peso en las dinámicas
político-diplomáticas, al punto tratarse de una diplomacia de los
medios.[9]
En este contexto histórico, los usos de
los instrumentos del poderío nacional recuerdan las premisas de Hans
Morgenthau, al definir la diplomacia como el arte de combinar los
distintos elementos del poderío nacional de mayor impacto en el interés
nacional.[10] Lo tristemente célebre, es que este interés, instrumentado
por el poderío de los EE.UU. suele atentar contra la soberanía, la
integridad territorial y la autodeterminación de otros pueblos.
“La intervención a Afganistán primero y
la intervención y ocupación de Irak para marzo de 2003 demostró que la
fuerza militar y su variable tecnológica como dispositivo cardinal del
poderío nacional estadounidense, renace como el instrumento de poder más
notable en la política exterior y de seguridad contra aquellos que,
unilateralmente, el gobierno de los Estados Unidos define como ´estados
villanos´.”[11]
La diplomacia contra las drogas: estrategia de dominación de los EE.UU. en Latinoamérica
El problema contra las drogas debe
analizarse desde sus antecedentes históricos, para percibir los cambios
que se han producido en el en torno al flagelo de las drogas. “En los
últimos cien años la política sobre drogas, que debiera ser una
preocupación genuina de los aspectos socio sanitarios ligados a su
consumo, se ha ido entremezclando con aspectos geopolíticos, económicos,
diplomáticos y militares.”[12]
De esta perspectiva, deben comprenderse
los intereses de Estados Unidos en el mantenimiento del negocio de
ilícito de estupefacientes. Para ello se articulan los instrumentos de
la política exterior y de seguridad de los Estados Unidos, que durante
la Administración Obama han tenido un predominio del smart power y las
tres D como instrumentos claves para la proyección de sus intereses de
geoestratégicos. Para su justificación se valen del poderío
informacional por el control hegemónico sobre los medios de comunicación
y su alto despliegue en las redes sociales en Internet.
La diplomacia contra las drogas[13] surge
como expresión de la articulación de los instrumentos del poderío
nacional de los EE.UU. en aras de consolidar sus intereses hegemónicos.
Para la política exterior y de seguridad con respecto a Latinoamérica,
se han perfeccionado las políticas de las drogas con el curso de los
años. Evidentemente las agencias del gobierno estadounidense más
relacionadas con este tema, se han visto implicadas en diferentes
negociaciones con cárteles de la droga, políticos corruptos y tráfico de
armas en aras de, por un lado continuar la guerra contra el llamado
narcotráfico y, por otro, consolidar sus intereses económicos,
políticos, diplomáticos y militares en la región.
Sin embargo, el hecho de ser los Estados
Unidos el primer mercado de estupefacientes a nivel mundial y, por ende,
el máximo consumidor, conlleva a un análisis estructural, sobre las
bases que alientan la llamada guerra contra las drogas. Cuando el centro
del capitalismo mundial vive una de las mayores crisis económicas de su
historia, y hasta la propia Wall Street tiene sus ocupas; cuando el
desempleo, las hipotecas y la violencia llaman a la irracionalidad; el
Complejo de Seguridad Industrial continúa desarrollándose.
En ese ínterin, la diplomacia se exalta
para solapar la crueldad de las guerras, intentando otorgar una imagen
de credibilidad al gobierno estadounidense. El problema de las drogas no
debe limitarse a elementos de seguridad. Los multimillonarios gastos
económicas que generan, tanto para criminales como para las agencias
estatales y privadas que se dedican a su enfrentamiento; conforman una
serie de intereses económicos, políticos y diplomáticos, que conducen a
una lectura más exitosa, para los objetivos geoestratégicos de los
EE.UU. en Latinoamérica.
Los momentos de crisis en la periferia,
por lo general, generan ganancias para la potencia inmiscuida, y así
como detrás de los conflictos en el Medio Oriente y Asia Central, está
también la droga; para el caso latinoamericano, el control
geoestratégico de zonas de interés (la Amazonía, la triple Frontera y
otros) resulta crucial para el gobierno de EE.UU. En ese sentido, la
diplomacia contra las drogas ha logrado más éxitos que los que se suelen
reportar. Si se aprecian los intereses estadounidenses en
correspondencia con la aplicación de sus instrumentos política exterior y
de seguridad en la región, podrá considerarse como el beneficio no
siempre radica en vencer la guerra; sino que el simple hecho de
mantenerla puede generar mayores ganancias.
Obviamente que esta política no obedece a
un gobierno u otro, sino que detrás de los políticos, están los
objetivos estratégicos de la élite del poder, que no es más que la clase
dominante que realmente gobierna el Estado de la Unión. Existen en
torno a esta temática, elementos conceptuales que deben considerarse
para un análisis de las relaciones internacionales, como es el de
política exterior, entendido según Roberto González como: “(…) la
actividad de un estado en sus relaciones con otros estados, buscando la
realización de los objetivos exteriores que determinan los intereses de
la clase dominante en un momento o periodo determinado.”[14]
Si en algún problema de alcance global se
aprecia con mayor claridad la combinación de los instrumentos del
poderío nacional estadounidense es en el flagelo de las drogas. En el se
interconectan los intereses económicos, políticos, diplomáticos,
militares e informacionales del hegemón, en aras de consolidar a los
EE.UU. como el garante de la seguridad mundial. La política contra el
tráfico ilícito de estupefacientes ha manifestado un carácter sistémico,
puesto que independientemente del partido que dirija la Administración,
se mantienen las bases que hacen de la llamada lucha contra las drogas
una estrategia de dominación.
Haciendo un compendio de las
posibilidades económicas, políticas, militares y diplomáticas de los
Estados Unidos en Latinoamérica, la guerra contra las drogas le ha
facilitado el aumento de su poderío militar en la región, logrando un
mayor control geoestratégico. Tanto es así que las políticas antidrogas
de EE.UU., en vez de contener el narcotráfico de la subregión andina
–mediante el Plan Colombia- han permitido la generalización del problema
hacia toda la Latinoamérica, con particular énfasis en México y
Centroamérica.
Sobre esta situación Noam Chomsky
consideró: “No creo que la guerra contra las drogas es un fracaso, tiene
un propósito diferente al anunciado (…). El problema de las drogas en
América Latina está aquí en Estados Unidos. Nosotros suplimos la
demanda, las armas, y ellos (en América Latina) sufren.”[15]
El problema tiene como base un importante
trasfondo económico. Primeramente porque el negocio de las drogas es
uno de los más rentables a nivel global, no sólo por las ganancias que
arroja sino también por las que genera colateralmente el sustento de
este negocio. A través del tráfico ilícito de drogas[16] a nivel
internacional se ganan más de 320 000 millones[17] de dólares,
convirtiéndolo en la segunda actividad económica mundial, con un mercado
de unos 200 millones de consumidores a nivel global.[18]
El carácter ilegal del mismo y las
políticas militaristas que el gobierno estadounidense receta como
“mejor” enfrentamiento; alientan la compra de armamentos y otros insumos
de seguridad para otorgar una matiz más beligerante a los cárteles.
Esta situación unido al fomento de conflictos entre los cárteles, y de
estos contra los gobiernos latinoamericanos que lo enfrentan; resultan
un excelente incentivo para el Complejo de Seguridad Industrial de los
EE.UU.
La generación de empleos que provoca el
problema de las drogas, unido a las penetraciones político-diplomáticas
que posibilita la lucha contra el narco constituye para EE.UU. un
excelente objetivo; de allí que sea la diplomacia contra las drogas una
de las más eficientes expresiones de los instrumentos de la política
exterior y de seguridad de los EE.UU.
La ubicación de bases militares en zonas
geoestratégicas y la activación de la IV Flota manifiestan pretensiones
más amplias que la lucha antinarcóticos. Los intereses económicos han
tenido expresiones evidentes como fue el desvío de “(…) los recursos
inicialmente antinarcóticos contenidos en el Plan Colombia y la
Iniciativa Regional Andina (que) también están siendo utilizados para
la protección militar del oleoducto colombiano de Caño Limón-Coveñas de
propiedad mixta colombiana-norteamericana.”[19]
Sin embargo, la atención a los sectores
más pobres de las sociedades latinoamericanas con alternativas que
frenen los incentivos del negocio de las drogas, resultan limitadas. “Al
desdeñarse los aspectos del desarrollo priorizándose los de la
seguridad se perpetúa una situación que favorece la extensión de los
cultivos de hoja de coca y la constante provisión de materia prima para
la elaboración de la cocaína.”[20]
Definitivamente en la política exterior
de los EE.UU. repercuten las problemáticas internas, y en un contexto de
crisis, el dinero va canalizado hacia aquellos sectores que puedan
generar mayores demandas. Este fenómeno de dependencia de las decisiones
en política exterior de las situaciones internas, se debe a que “(…) el
papel relativamente autónomo del sistema político interno, es a veces
decisivo, en la elaboración de una política exterior determinada, y en
todo análisis medianamente serio debe ser tenido en cuenta.”[21] Por
estas razones si bien no es objeto de este trabajo la crisis económica
que continúa afectando a los Estados Unidos; debe considerarse en todo
momento para comprender el trasfondo de muchas decisiones que se toman
en política exterior, y la política contra las drogas no es una
excepción.
Una manifestación del doble rasero de la
diplomacia contra las drogas emprendida por los EE.UU. lo constituyó la
escandalosa Operación Rápido y Furioso, mediante la cual ese gobierno
suministró armamento a los narcotraficantes. Esta operación mostró como
mediante la cruzada antidroga estadounidense, se alienta la venta de
armas, a la vez que se aumenta el carácter beligerante de los cárteles
con efectos incalculables para la violencia y la inseguridad ciudadana
de Latinoamérica. “Una investigación del Departamento de Justicia de
EE.UU. determinó hoy (19 de septiembre de 2012) que hubo “graves fallos”
en la operación encubierta “Rápido y Furioso” que permitió el
contrabando de unas 2.000 armas a México en 2009, pero exculpó al fiscal
general, Eric Holder.”[22]
A pesar del desprestigio internacional
que significó el descubrimiento de tal operación a la opinión pública,
el Congreso y en el Departamento de Justicia han reconocido la Operación
Rápido y Furioso como un fallo y no como un error, concluyendo el
proceso judicial con penas disciplinaras y no penales (criminales). ”El
esperado análisis del inspector general del Departamento de Justicia,
Michael Horowitz, recomienda acciones disciplinarias -pero no cargos
penales- contra 14 empleados de la Oficina para el Control del Alcohol,
Tabaco y Armas de Fuego (ATF, en inglés)”[23]
El destino y las muertes que provoquen
las armas de la Operación Rápido y Furioso y la Náufrago resultan
impredecibles. Para la transacción no se le dieron todos los elementos
al gobierno de México ni se tuvieron en cuenta los altos peligros que
ello ocasionaba a la sociedad civil. Definitivamente los métodos de la
guerra antinarcóticos están muy lejos de proveer la paz y la seguridad
en Latinoamérica.
La estrategia militarizada de la guerra contra los cárteles
La estrategia militarizada de la guerra
contra los cárteles ha conllevado a resultados perjudiciales para la
seguridad ciudadana, la corrupción político-institucional y la
gobernabilidad. En el Informe sobre las drogas 2011 emitido por el
Departamento de Estado de los EE.UU. se calificó a Argentina, como el
segundo mercado de las drogas de Sudamérica. Este auge ha coincidido con
el aumento de las exportaciones hacia Europa Occidental y Central a
través de los países de África Occidental, que fungen como corredores
(rutas) de la cocaína. Sin negar la proliferación del negocio de las
drogas en el Cono Sur en los últimos años, resulta un tanto
sobredimensionada la visión de Estados Unidos respecto al problema, lo
que muestra una alerta hacia donde pudieran extenderse las estrategias
políticas y militares estadounidenses en el futuro.
En el contexto actual de las relaciones
internacionales, EE.UU. ha abogado por una militarización general de su
proyección exterior. En esa dirección, el enfrentamiento a las drogas se
militariza. Las consecuencias de esa militarización en el
enfrentamiento a los cárteles de la droga en América Latina, han
derivado en la agudización de los conflictos sociales de los países
afectados. Las dinámicas político-diplomáticas de los países más
afectados por el flagelo de las drogas, se ven influenciadas por
elementos de seguridad que deben priorizar, debido a las funestas
consecuencias de la guerra contra los cárteles.
Por el momento, no se observan
intenciones políticas ni económicas en los sectores dirigentes en EE.UU.
que se vinculen a la necesidad de reducir la los incentivo del negocio
de las drogas en la región, lo que se refleja en la carencia de
modificaciones sustanciales a e los objetivos y estrategias ya
definidos. En realidad, existen factores políticos y económicos que no
permiten una solución definitiva al problema. Hay sobradas pruebas de la
creciente implicación de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), y su
responsabilidad en el tráfico ilegal de drogas, especialmente en las
zonas donde se despliegan fuerzas militares estadounidenses (sean
estatales o privadas).
Para empresas como Chase Manhatan Bank
(propietarios de la cadena de televisión ABC); General Electric
(propietario de la NBC); o Brown Brothers Harrimen (de la CBS); tener
unos diez millones de euros de beneficios netos adicionales derivados
del negocio de las drogas, le supondría un incremento en el valor de sus
acciones bursátiles de hasta 300 millones de euros; lo que problematiza
la situación debido a que estas empresas poseen el control de las
principales cadenas de televisión de EE.UU. En este sentido, resulta
difícil creer que fueran a presentar noticias que perjudicaran su
cotización en la bolsa.[24]
Los graves peligros que entraña a nivel
global y para la región de América Latina en particular, denotan la
apremiante necesidad de vincular y sensibilizar a los sectores más
afectados de la sociedad sobre sus graves consecuencias. El incremento
de los efectivos militares y la penetración de fuerzas armadas foráneas y
de espionaje bajo el pretexto de lucha contra el “narcotráfico” en
estos países, resulta un elemento crucial para la comprensión de esta
problemática.
Un ejemplo claro de creciente
militarización y expansión de las demandas al Complejo de Seguridad
Industrial fue la noticia revelada por The New York Times, que afirmaba:
“La agencia antidroga estadounidense tiene cinco comandos[25]
operativos que llevan a cabo misiones secretas en países de
Centroamérica, Sudamérica y el Caribe. (…) Ese pequeño ejército de
operaciones especiales creado hace seis años para combatir el cultivo de
opio, por parte de los talibanes, en Afganistán, fue transferido con
autorización de la Casa Blanca.”[26]
Esta situación revela una visión mucho
más amplia y peligrosa, sobre los verdaderos que se trazan la política
exterior y de seguridad de los EE.UU. para la consolidación de su
hegemonía a nivel global.
Conclusiones
El gobierno de los EE.UU. ha tenido que
ir reestructurando su política en el Departamento de Estado y de
Defensa, debido a un contexto histórico-concreto que ha demandado la
adecuación de las diferentes vicesecretarías y agencias gubernamentales a
los intereses actuales de los Estados Unidos.
El uso del smart power, surge como el
arte de combinar el poder suave y el duro, para la consolidación de sus
intereses a nivel global. En este sentido, se trabaja en áreas que
mejoren la credibilidad y legitimidad del gobierno estadounidense, en un
período lacerado por la crisis económica global, y la agudización de la
inseguridad ciudadana. Para ello, no sólo basta con el uso de aparatos
estatales, sino que tiene una creciente participación las Compañías
Contratistas y las ONGs, en busca de una mayor credibilidad de los
programas implementados.
La necesidad del afianzamiento de la
hegemonía y del liderazgo internacional, en un momento donde la crisis
multidimensional del sistema mundo, al decir de Wallerstein, ha llegado a
planos donde no sólo la periferia, sino que el centro se ve afectado
por esta situación; el gobierno de los Estados Unidos ha debido efectuar
cambios en sus políticas, en aras de asegurar y en algunos recuperar
los espacios perdidos.
Esta reestructuración se ha expresado en
los cambios realizados, no sólo de figuras que dirigían los hilos
político-diplomáticos y militares del gobierno, sino también en las
estructuras Departamentales que antes existían. Además, se ha realizado
un serio trabajo con el poder informacional, donde se desarrollan las
áreas de innovación y las nuevas tecnologías de la informática y las
comunicaciones (TICs), puestas en función de la llamada Diplomacia
Transformacional.
En este sentido agencias como la USAID
han sido objeto de reformas importantes, en busca de lograr un mayor
impacto en las áreas de interés. Para ello se han enfocado en el trabajo
con sectores vulnerables de la sociedad en aras de aumentar las
diferencias y ponderar nuevos aliados para, conscientes o no, apoyar el
sostenimiento de su hegemonía en regiones claves como América Latina.
En estas políticas, existen elementos
conceptuales a reconsiderar por su factibilidad para la manipulación
mediática, a partir de estrategias que suelen centrar como tema de
interés de la agenda de seguridad nacional, problemas que se desatan en
otras regiones del mundo. Siguiendo estos propósitos no basta con la
validación de intereses económicos, sino que amerita una difusión e
influencia de los valores democráticos, políticos e institucionales, que
esgrime Washington como patrones de la gobernanza global, amén de las
otredades existentes de las diferentes latitudes.
En este aspecto, se reconsideran aquellos
problemas globales que se focalizan como amenazas a la seguridad y la
paz internacionales y que tienen una incidencia en las estrategias
trazadas por el Departamento de Estado y el de Defensa, para la política
exterior y de seguridad.
Amenazas como el terrorismo, el tráfico
ilícito de drogas, la ciberguerra, la inseguridad informática, las
violaciones a los Derechos Humanos, entre otras, suelen ser atraídas a
la agenda nacional, como objetivos de seguridad nacional, para la
dominación de las zonas de interés geoestratégico.
Todo ello ha demandado de cambios a nivel
doctrinal y estructural en la conformación de la política exterior
estadounidense, que ha conllevado a reformas importantes en el gobierno,
que se ajustan a las circunstancias internacionales y domésticas y a lo
que prevén que puede suceder en el escenario internacional. Estas
reformas repercuten en los objetivos nacionales de ese país, en interés
de mantener el liderazgo a nivel global.
La política exterior y de seguridad de
los EE.UU. ha continuado promoviendo la instalación de bases militares,
seguidas por la reactivación de la IV Flota y el fortalecimiento del
Comando Sur. En el orden informacional, se han perfeccionado las
campañas de dominación mediática, incentivadolos planes
desestabilizadores contra gobiernos contestatarios como los de
Venezuela, Bolivia y Ecuador.
Asimismo, agencias como la USAID y la NED
han incrementado sus acciones de influencia y desestabilización en la
región. El Golpe de Estado en Honduras, el intento golpista contra
Rafael Correa y las campañas contra la Revolución Bolivariana y el
ALBA-TCP, son expresión de ello. Por otra parte, continúan las políticas
separatistas, para debilitar los procesos de integración, con acciones
que pretenden incrementar las contradicciones histórico-políticas.
Evidentemente la permanencia de procesos
contestatarios al régimen imperial y la emergencia de Brasil como
potencia emergente han sido temas de preocupación, que unido a los
recursos energéticos con que cuenta la región, son incluidas entre los
intereses de la política exterior norteamericana hacia el Hemisferio
Occidental.
En estos proyectos, la figura de Obama se
ha visto apoya por importantes sectores de las élites de poder como la
Comisión Trilateral; la Fundación Ford; el Consejo de Relaciones
Internacionales; el Centro de Estudios Estratégicos Internacionales; la
Comunidad de Inteligencia; el Complejo de Seguridad Industrial. Además
Obama se ha visto beneficiado por el apoyo del figuras de los centros de
pensamiento, como Zbigniew Brzezinski; Joseph Nye; George Soros; Henry
Kissinger ; Madelaine Albright; Carla Hill; Sam Nunn, entre otros.
En fecha tan temprana como noviembre de
2007 el señor Obama anunció: “(…) Si yo llego a ser el rostro visible de
la política exterior y el poder en EE.UU. Tomaré las decisiones
estratégicas con prudencia y manejaré la crisis, emergencias y
oportunidades en el mundo, de manera sobria e inteligente.”[27]
Tiempo después la estrategia de Seguridad
nacional de EE.UU. aseguraba:“Nosotros trabajaremos, en una alianza
entre iguales, para hacer avanzar la democracia y la inclusión social,
garantizar la tranquilidad ciudadana y la seguridad, promover la energía
limpia y defender los valores universales de las personas del
hemisferio”.[28]
Asimismo, detallaba para la
región“Estados Unidos continuará trabajando para alcanzar un Hemisferio
Occidental seguro y democrático, mediante el desarrollo de la defensa
regional y la colaboración contra las amenazas domésticas y
transnacionales, como son las organizaciones narcoterroristas, el
tráfico ilícito y la pobreza social.”[29].
En este sentido el smart power ha tenido
un gran aliado para la promoción de ideas y valores en TICs, espacio
donde Obama se ha desempeñado con gran éxito; reconociendo el impacto de
estas en las relaciones políticas internacionales, y su factibilidad
para la manipulación de las matrices de opinión pública y la atracción
de sectores tradicionalmente “apáticos” a la participación política.
En el actual contexto internacional, se
aprovecha la interactividad de las plataformas digitales para
interactuar desde nuevos códigos de comunicación, con actores
internacionales que emergen con fuerza como Brasil, haciendo un trabajo
pormenorizado con la sociedad civil de la región, concentrándose en los
sectores más vulnerables. En este sentido se potencia la mediatización
de los procesos políticos más progresistas de Latinoamérica, a través de
los grandes medios de comunicación y de las TICs.
No obstante, no se descarta la
utilización del poder duro, siempre con la combinación las herramientas
político-diplomáticas e informacionales, para justificar las políticas
imperiales, convocando para estas empresas a otras potencias centrales,
en aras de colectivizar los intereses de política exterior y de
seguridad.
En documentos rectores como las
Estrategia de Seguridad nacional de 2010, El Informe Cuadrienal de
Diplomacia y Desarrollo, los Lineamientos de USAID 2011-2015 y el PPD 16
se corrobora el trabajo con el poder civil, implementado a partir del
smart power y las tres D. En el Reporte de Revisión Cuadrienal de
Defensa 2010 se señala: “Nuestra postura defensiva en el Hemisferio se
apoyará en las capacidades inter-agencias dirigidas a combatir aspectos
críticos, que incluyen el control del tráfico ilícito (…)”[30]
Además, continúan las estrategias de
antaño destinadas al fortalecimiento de: estado de derecho, la
convivencia democrática, el fortalecimiento de los Estados fallidos, la
institucionalidad, la gobernabilidad, la libertad de asociación y
expresión, los Derechos Humanos y la seguridad ciudadana y humana; está
última recientemente ampliada al término de seguridad civil, para lo
cual se ha creado una vicesecretaría en el Departamento de Estado.
La Diplomacia, prioriza el trabajo con
agencias gubernamentales y nuevos actores, corporaciones, ONGs, grupos
religiosos y otros sectores privados de influencia internacional, donde
desempeñan una participación creciente las Compañías Privadas de
Seguridad y otros servicios internacionales.
En esta dinámica, se adecua la diplomacia
a los nuevos tiempos, identificándose oportunidades de influencia
económica, política, diplomática y militar, para atender los problemas
de seguridad, desarrollo económico y estabilidad política. Entre los
retos que se destacan a su hegemonía, tienen un carácter central en
Latinoamérica: la seguridad ciudadana, los derechos humanos y el tráfico
ilícito de drogas (TID) y otros delitos conexos.
Respecto al desarrollo se apoyan los
nexos con los empresarios y las trasnacionales, promoviendo las
relaciones de mercado, las inversiones de las corporaciones
trasnacionales afines y los TLC. Asimismo, se incentiva el desarrollo de
la innovación en las esferas científicas y tecnológicas (economía del
conocimiento). Otro elemento de particular interés para los EE.UU. en la
región es el control de los recursos naturales. Para ello se priorizan
territorios como la Amazonía, para controlar recursos estratégicos.
Como parte de la consolidación de su
liderazgo en la región, se alientan las contradicciones internas que
debiliten los proyectos integracionistas regionales, en aras fortalecer
la dependencia financiera y comercial, buscando mitigar la consolidación
de los actores extra-regionales de importancia (China y la UE).
Finalmente, puede considerarse que los
EE.UU. se valen del smart power y las tres D para implementar de forma
más consensuada, políticas de dominación ideológica, económica,
diplomática y militares, que consoliden su liderazgo y perpetúen su
hegemonía en Latinoamérica. Como parte de esa estrategia de dominación
se utiliza el flagelo de tráfico ilícito de drogas en la región, como
justificación para la penetración político-diplomática y militar, bajo
la cortina de humo de la llamada guerra contra las drogas.
Alejandro L. Perdomo Aguilera
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Estrategia de seguridad nacional estados unidos 2010
Reporte de Revisión Cuadrienal de Defensa 2010
[1] “El camino para comprender el poder
de la minoría norteamericana no está únicamente en reconocer la escala
histórica de los acontecimientos ni en aceptar la opinión personal
expuesta por individuos indudablemente decisivos. Detrás de estos
hombres y detrás de los acontecimientos de la historia, enlazando ambas
cosas, están las grandes instituciones de la sociedad moderna. Esas
jerarquías del Estado, de las empresas económicas y del ejército
constituyen los medios del poder; como tales, tienen actualmente una
importancia nunca igualada antes en la historia humana, y en sus cimas
se encuentran ahora los puestos de mando de la sociedad moderna que nos
ofrecen la clave sociológica para comprender el papel de los círculos
sociales más elevados en los Estados Unidos.” Véase en: Charles Wright
Mills. La elite del poder. Fondo de Cultura Económica, México, (e.o.,
1956/1987), p.12.
[3] Jorge Luis Acanda. 2002. Sociedad
Civil y Hegemonía. La Habana: Centro de Investigación y Desarrollo de la
Cultura Cuba “Juan Marinello”. pp.251
[4] Se asume este concepto
comprendiéndolo más abarcador que el Complejo Militar Industrial, que
los educe a aspectos estrictamente militares y la industria de la
seguridad resulta más abarcador.
[5] Véase: Michel Foucault. Microfísica
del poder. Madrid, 2ª edición de las Ediciones de la Piqueta, 1979. Y
Foucault, Michel. Un diálogo sobre el poder. España, Madrid, Editorial
Alianza (Alianza Editorial, s.a.) 1995.
[6] Belén Boville Luca de Tena: La
Diplomacia de las drogas en las relaciones Estados Unidos- América
Latina. En Diálogo. 2007, No.10 Center for Latino Research, p.28.
[7] Hans Morgenthau. “POLÍTICA ENTRE LAS
NACIONES”. La lucha por el poder y la paz. Grupo Editor Latinoamericano,
GEL, Sexta edición revisada por Kenneth W.Thompson, Buenos Aires, 1992.
[9]El italiano Alberto Bruzzone (2005),
comprende a la diplomacia pública tanto para actividades culturales,
como de información y de propaganda internacional. “La política pública
coordinada desde un gobierno que diversifica su rol de transmisor a
través de los actores privados. Se promueve el interés nacional del país
mejorando su percepción exterior; su destinatario es la opinión pública
de naciones extranjeras que formen parte de un selecto grupo para los
intereses del Estado emisor. Asimismo, esta diplomacia propende a
establecer y mejorar el diálogo entre los ciudadanos de dos o más
países.”
[10] Hans Morgenthau. Política entre las
naciones. La lucha por el poder y la paz. Grupo Editor Latinoamericano,
GEL, Sexta edición revisada por Kenneth W.Thompson, Buenos Aires, 1992.
[11] Soraya Castro Mariño. Las relaciones
entre Cuba y los Estados Unidos después de la invasión a Iraq. En: Los
EE.UU. a la luz del siglo XXI. La Habana, Editorial de Ciencias
Sociales, 2008, p.435.
[12] Belén Boville Luca de Tena: La
Diplomacia de las drogas en las relaciones Estados Unidos- América
Latina. En Diálogo. 2007, No.10 Center for Latino Research, p.24.
[13] Droga: Se asume el concepto de la
Organización Mundial de la Salud (OMS), que la define como toda
sustancia que, introducida en el organismo por cualquier vía de
administración, produce, de algún modo, cualquier alteración del
funcionamiento del sistema nervioso central del individuo, y es además
susceptible de crear dependencia psicológica, física o ambas. Véase en:
http://www.drogas.cl/drogas_detail.htm
[14] Roberto González Gómez. Teoría de la
política Internacional (1ª Parte). Folleto, Universidad de La Habana,
Facultad de Filosofía e Historia, sf, p.22.
[16] El tráfico ilícito de drogas es una
industria ilegal mundial que consiste en el cultivo, manufactura,
distribución y venta de drogas ilegales que opera de manera similar a
otros mercados subterráneos y se produce a escala global. El producto
final alcanza un gran valor en el mercado negro. La drogadicción acarrea
importantes consecuencias sociales: crimen, violencia, corrupción,
marginación. Por ello, la mayoría de los países del mundo prohíben la
producción, distribución y venta de esas sustancias.
[19] Belén Boville Luca de Tena: La
Diplomacia de las drogas en las relaciones Estados Unidos- América
Latina. En Diálogo. 2007, No.10 Center for Latino Research, p.28.
[20] Belén Boville Luca de Tena: La
Diplomacia de las drogas en las relaciones Estados Unidos- América
Latina. En Diálogo. 2007, No.10 Center for Latino Research, p.29.
[21] González Gómez, Roberto. Ob;cit, p.25.
[23]Ídem
[25]Fue el expresidente George W. Bush
quien creó los cinco comandos secretos bajo el nombre de Equipo de Apoyo
y Asesoramiento de Despliegue Extranjero (FAST, por sus siglas en
inglés). Cada escuadrón cuenta con 10 soldados (…) el actual presidente
Barack Obama quien autorizó, después de su llegada al poder en 2009, el
despliegue de esos cinco escuadrones de la DEA en Latinoamérica, más
allá de las zonas de cultivo de opio en Afganistán. La Casa Blanca no ha
admitido abiertamente ese cambio en operaciones. El entrenamiento y el
material de los soldados está a cargo del Pentágono.
[27] Barack Obama. New York Times, 4 de noviembre de 2007.
[28] Estrategia de seguridad nacional estados unidos 2010
[29] Reporte de Revisión Cuadrienal de Defensa 2010
[30] Reporte de Revisión Cuadrienal de Defensa 2010