por Marcelo Colussi
mmcolussi@gmail.com
https://www.facebook.com/marcelo.m.colussi
Algunos años atrás, luego de los atentados
contra las torres del Centro Mundial de Comercio en Nueva York en el
año 2001, el gobierno estadounidense lanzó el Acta Patriótica como
inicio de lo que en ese momento la administración Bush llamó "guerra
total contra el terrorismo". Así se pusieron en marcha: 1) las
llamadas guerras preventivas, y 2) el control –por cierto anticonstitucional–
de su propia población.
En nombre de la "defensa de la patria"
se pisoteó la soberanía de todos los países del mundo, pasando por
encima de la Organización de Naciones Unidas, comenzándose una serie
de invasiones a países supuestamente "focos de terroristas"
(en realidad: grandes reservas de petróleo, de gas, de agua dulce o
de campos de amapola, con la que se elabora la heroína –de la que
la DEA es el principal cartel traficante–). Y en lo interno, siempre
con esa arrogante política de corte fascista, se conculcaron derechos
históricos de la población estadounidense, haciendo de cada ciudadano
un posible objeto de espionaje sujeto eternamente a control.
En esa lógica, convirtiendo a la humanidad
completa en "sospechosa", se desarrolló la iniciativa
TIA:
Total Information
Awareness, en inglés (traducida como "Conocimiento total
de la información"), también conocida como
Terrorism Information Awareness (Conocimiento de la información
sobre el terrorismo). El programa formó parte de la Ley de Seguridad
Nacional y, tras su creación en enero de 2003, fue gestionado por la
Defense Advanced
Research Projects Agency (DARPA). Para ello, la DARPA inició
la adjudicación de contratos para el diseño y desarrollo de los componentes
del sistema TIA en agosto del 2002, por medio de muchas empresas contratistas
(por ejemplo: Booz Allen Hamilton, donde luego trabajaría Edward Snowden,
el controversial técnico que recientemente develó algunos secretos
del ciberespionaje). Al hacerse público el proyecto, muchas organizaciones
de derechos humanos y defensa del ciudadano alzaron la voz, protestando
ante esa grosera intromisión del Estado en la privacidad de cada estadounidense.
Ello trajo como consecuencia que el Congreso se viera forzado a detener
el programa, dejándolo de financiar. Pero poco tiempo más tarde, hacia
el 2006, diversas filtraciones a la prensa informaron que el software
desarrollado se había desplazado a otras agencias de espionaje, en
particular la Agencia de Seguridad Nacional (NSA). En otros términos,
ahora no existe el proyecto TIA, pero sí sus elementos fundamentales,
que son utilizados a diario por las agencias federales de control.
Unos años atrás, no muchos, todo esto parecía
una loca idea de ciencia-ficción, propia de un drama orwelliano; hoy
día ese panóptico universal es una realidad: sistemas de control absoluto
de la población planetaria. Ese control, debe aclararse, tiene dos
vías: por un lado, las empresas disponen de toda la información necesaria
para afinar sus estrategias de mercadeo (¿qué le gusta a cada persona?,
¿qué necesita?, ¿cuáles son sus debilidades?, ¿qué compra habitualmente?,
¿qué ofrecerle?). Por otro lado, las agencias gubernamentales de espionaje
pueden examinar todos los datos de la vida de cada ciudadano, estableciendo
el grado de "peligrosidad" que representa para el sistema.
El engendro surgido con la administración
Bush se concreta hoy día, con otro nombre pero con similares objetivos.
El mismo complementa –y supera con creces– la Red Echelon (compleja
trama de espionaje mantenida igualmente por los Estados Unidos y algunos
de sus socios, consistente en un tejido de antenas, estaciones de escucha,
radares y satélites, apoyados por submarinos y aviones espía, unidos
todos a través de bases terrestres, y cuyo objetivo es controlar todo
tipo de comunicaciones mundiales, entre las que se encuentran correos
electrónicos, envíos de fax, comunicaciones por cable, por satélite,
transmisiones radiales, conversaciones telefónicas).
El dispositivo en cuestión permite a la
potencia hegemónica mantener un espionaje total, continuo y avasallador
no sólo de las comunicaciones –parte medular de lo que desean controlar,
y que de hecho ya está haciendo– sino también de las transacciones
financieras, los registros de vuelo, las declaraciones de impuestos,
la venta de paquetes accionarios, los movimientos de tarjetas de crédito,
los archivos médicos de la población mundial. En definitiva: una forma
de control absoluto de cada ser humano sobre la faz del planeta; control
que se ejerce no sólo sobre sus comunicaciones sino –esto es lo aterradoramente
novedoso que comenzó a desarrollarse con TIA– sobre sus características
biométricas (el tramado del iris, las huellas dactilares, la voz, sus
hábitos motores como la forma de caminar), todo lo cual permitirá
un monumental banco de datos universales que posibilitará a los agentes
de inteligencia buscar y hallar por satélite a una persona en cualquier
lugar del mundo y con una velocidad pasmosa.
En otras palabras: estamos ante el fin de
la vida privada de la humanidad, ante un dios omnipotente que –sin
ningún lugar a dudas– lo sabrá todo. A partir de este super cerebro
omniabarcativo, todos pasamos a ser un número más de una lista; nuestras
vidas quedan en sus manos.
Rápidamente explicado, estos sistemas del
que TIA fue el precursor –desarrollado en ese entonces por el Comando
de Inteligencia Naval de los Estados Unidos– consisten en una combinación
de tecnologías de punta del campo de la informática (entre las que
se cuenta una monumental base de datos que permite almacenar información
personal de los más de 7.000 millones de habitantes actuales del planeta,
incluyendo vídeos, fotos y parámetros biométricos de cada ingresado
al programa), con la capacidad de localización por satélite e identificación
de seres humanos a distancia por medio de las características biométricas
almacenadas. En otros términos: un espía global del que nadie, absolutamente
nadie se puede escapar.
Apoyan y complementan la iniciativa un traductor
universal, que puede convertir instantáneamente en texto una grabación
de voz, capaz de intervenir conversaciones telefónicas en cualquier
parte del mundo, así como un sistema para "interpretar" las
relaciones entre distintos sucesos aislados o que, aparentemente no
tienen conexión. Éste detecta patrones comunes en la actividad de
diversas personas, grupos, empresas, movimientos financieros, viajes,
compras; es decir: cualquier movimiento que se quiera investigar.
Sumados todos estos elementos, el complejo
mecanismo de espionaje –en palabras de Steven Wallach, antiguo ejecutivo
de la empresa Hewlett-Packard y que fuera consejero del presidente Bush
cuando nació la idea algunos años atrás–
"podrá asociar una foto de Malasia tomada por un satélite con
una llamada realizada en Francfort y con un depósito bancario en Pakistán,
para luego relacionar todos esos elementos con algo que pasará en Chicago".
Y obviamente, permitiendo actuar en consecuencia.
Lo que acaba de revelar el técnico Edward
Snowden (¿ataque de conciencia y remordimiento personal?, ¿jugada
preparada con agenda oculta?, ¿distractor?) es parte de un largo proceso
de control que el gobierno de Washington viene realizando. El proyecto
TIA, amparado en el Acta Patriótica que aprobaron los republicanos
luego de los atentados del 11 de septiembre, no prosperó tal como fue
concebido en su momento; pero los mecanismos de control sí. No importa
con qué nombre actúan; lo importante es que actúan. El ciberespionaje
es un hecho.
PRISM: una herencia de TIA
Las explosivas declaraciones que hiciera recientemente Snowden permiten
ver que los programas diseñados hace una década atrás en la administración
Bush, hoy día son una realidad, no importando qué partido gobierne
en la Casa Blanca. Según aseguró el ahora ex agente, el programa de
la NSA no se limita a la recolección de datos sobre la inteligencia
extranjera, sino que también actúa sobre todas las comunicaciones
que transitan dentro de Estados Unidos. En ese sentido, el programa
PRISM es la más brillante creación del espionaje de Washington. Todos,
absolutamente todos estamos controlados, vigilados, espiados.
El centro de operaciones principal para la vigilancia
digital está en el Estado de Utah, cerca de la pequeña ciudad
de Bluffdale, en el condado de Salt Lake. Allí se alza un complejo
de hormigón que, en apariencia, no tiene nada de especial. Pero está
fuertemente custodiado. Una línea de alambre de púas lo aísla del
exterior. Y ahí comienzan las interrogantes. En Google Earth no aparece ninguna obra en ese sitio, sólo un
campo vacío marcado por huellas de neumáticos. Alguien, de todos modos,
ha calificado el lugar con el sugestivo nombre de "Centro de Datos
de Utah". ¿Qué hay ahí realmente?
En un artículo publicado por James Bradford en el
Wired Magazine
en marzo de 2012, se reveló que la obra, de 2.000 millones de dólares
de costo, funcionará como mega-almacén de información digital de
la Agencia de Seguridad Nacional. Bradford sostiene que el centro cuenta
con la capacidad más grande concebida para almacenar datos de vigilancia
electrónica de todas partes del mundo: la unidad de capacidad para
guardar esa información se mide en cientos de exabytes (cada uno equivalente
a más de mil millones de gigabytes). El centro de espionaje utilizará
la energía eléctrica de la pequeña ciudad vecina para tener los servidores
en marcha y millones de litros de agua para mantenerlos frescos. Alrededor
del perímetro de la construcción una serie de sensores de detección
de intrusos dará la seguridad necesaria para trabajar tranquilos, apoyados
por guardias armados. La NSA no lo niega; por el contrario, llamándolo
Centro de Datos de la Comunidad de Seguridad Cibernética Iniciativa
Nacional Integral, afirma que ayudará a proteger las redes civiles
de los ataques cibernéticos. Sin embargo, esto no es competencia de
la Agencia de Seguridad Nacional. De hecho, en su investigación Bradford
afirma que el centro se utilizará para albergar una increíble cantidad
de datos interceptados, tomados dentro y fuera de los Estados Unidos.
En ello, las llamadas redes sociales (Facebook, Twitter) son pieza especialmente
importante.
Con las recientes revelaciones de Edward Snowden,
el tamaño y la monumental capacidad del centro de datos de Utah toman
sentido. Los documentos filtrados por el ex agente detallan, entre otras
cosas, un programa integral denominado PRISM, que absorbe grandes cantidades
de información personal de las empresas de telecomunicaciones y de
internet como Google, Apple y Verizon, combinándolos en una base de
datos única. Snowden afirmó, en una entrevista con el diario británico
The Guardian,
que la base de datos PRISM permite vigilar y espiar a quienquiera en
cualquier parte del mundo. La privacidad personal desaparece así: todos
somos sospechosos potenciales, todos estamos observados. El panóptico
ya no es algo de ciencia ficción: está aquí, vigilándonos.
No hay dudas que la imaginación queda corta
ante tamaña parafernalia; el poder de la tecnología es subyugante,
pero al mismo tiempo ofende a la condición humana: tanta inteligencia
puesta al servicio de la delación policial es simplemente una vergüenza
en términos éticos. Lo más probable es que este modesto artículo
también sea chequeado por estos fenomenales poderes. No sé qué grado
de "peligrosidad" tendrá. Al menos, es mi deseo, ya que escribimos
en contra de todo esto, que se nos considere con una buena nota. ¡Es
lo menos que pedimos! De todos modos, esto lleva a preguntas de fondo:
con tamaños poderes que nos controlan a diario, ¿cómo es posible
plantearse cambios contra el sistema dominante? Pensemos, sólo como
ejemplo, en la operación de exterminio del comandante Raúl Reyes,
de las FARC, en marzo del 2008 en plena selva y por la noche: con precisión
milimétrica se pueda matar a alguien desde el aire, no importando dónde
se esconda. El poder que parecieran detentar quienes contralan el mundo
se muestra infinito. ¿Lo será?
¿Qué hacer ante todo esto? Esconderse no,
porque no es posible. Podría parecer absurdo querer enfrentarse a tanto
poder. Indudablemente las condiciones en que quedamos los mortales de
a pie ante esta nueva deidad no son muy alentadoras: el super poder
todo lo ve, todo lo oye, todo lo sabe. Por tanto, siempre se nos adelantará.
¿Resignarse entonces?
La historia no ha terminado, aunque cada vez más se escriba con las
directivas del ganador. El nuevo dios que se está pergeñando,
en definitiva es un dios humano; y como tal, falible. Aunque lo sepa
todo, también tiene puntos débiles: los hackers por ejemplo.
Pero la conflictividad de base ahí está, aunque se la espíe, se la
trate de maniatar, de condicionar, de eliminar. Es cierto que hoy no
hay grandes esperanzas, porque se desbarataron con la caída del campo
socialista. Pero si hay conflictos (¡y los hay, por cierto!), la reacción
de los seres humanos siempre está ahí presente, lista para saltar,
para movilizarse. ¡Eso es la esperanza! La idea que la utopía sigue
siendo posible. Hoy día padecemos una gran parálisis en estos temas
de rebelarse. Los actuales mecanismos de hiper control nos la refuerzan;
pero en tal caso es oportuno recordar las palabras de la dirigente boliviana
Domitila Barrios de Chungara:
"Nuestro enemigo principal no es el imperialismo, ni la burguesía
ni la burocracia. Nuestro enemigo principal es el miedo, y lo llevamos
adentro".
Cerramos con la Carta que Edward Snowden escribiera
relatando su actuar con relación al ciberespionaje:
Hola. Me llamo Ed Snowden. Hace
poco más de un mes tenía familia, un hogar en el paraíso y vivía
con gran comodidad. También tenía la capacidad de buscar, capturar
y leer las comunicaciones de ustedes sin necesidad de orden judicial
alguna. Las comunicaciones de cualquier persona, en cualquier momento.
Es decir, el poder de cambiar el destino de las personas.
Es también una grave violación
a la ley. La Cuarta y Quinta Enmiendas a la Constitución de mi país,
el artículo 12 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos
y numerosos estatutos y tratados prohíben tales sistemas invasivos
de vigilancia en masa. Aunque la Constitución de Estados Unidos marca
como ilegales tales actos, mi gobierno afirma que veredictos judiciales
secretos, que el mundo no tiene permitido ver, legalizan de alguna manera
un acto ilícito. Esos fallos simplemente corrompen la noción más
elemental de justicia: que los actos deben estar sujetos a escrutinio.
Lo inmoral no puede volverse inmoral mediante el uso de una ley secreta.
Creo en el principio declarado
en Nuremberg en 1945: Los individuos tienen deberes internacionales que
trascienden las obligaciones nacionales de obediencia. Por lo tanto,
los ciudadanos individuales tienen el deber de violar las leyes nacionales
para prevenir que ocurran crímenes contra la paz y la humanidad.
Por consiguiente, hice lo que
creí correcto y emprendí una campaña para corregir esos ilícitos.
No busqué enriquecerme. No busqué vender secretos de Estados Unidos.
No me asocié con ningún gobierno extranjero para garantizar mi seguridad.
Lo que hice fue llevar lo que sabía al público, para que algo que
nos afecta a todos pudiera ser discutido por todos a la luz del día,
y pedí justicia al mundo.
Esa decisión
moral de revelar al público un espionaje que nos afecta a todos ha
sido costosa, pero fue lo correcto y no me arrepiento de ella.
Desde ese momento el gobierno y los servicios de
inteligencia de Estados Unidos han intentado ponerme de ejemplo, de
advertencia a otros que pudieran hablar como yo lo he hecho. Me han
convertido en un apátrida y un perseguido a causa de mi acto de expresión
política. El gobierno de Estados Unidos me ha colocado en una lista
de personas que no pueden abordar un avión. Exigió al gobierno de
Hong Kong que me repatriara dentro del marco de sus leyes, en violación
directa al principio de no represión: la Ley de las Naciones. Ha amenazado
con sanciones a los países que respalden mis derechos humanos y el
sistema de asilo de Naciones Unidas. Incluso ha dado el paso sin precedente
de ordenar a sus aliados militares detener en tierra el avión de un
presidente latinoamericano, en su búsqueda de un refugiado político.
Estas peligrosas escaladas representan una amenaza no sólo a la dignidad
de América Latina, sino a los derechos fundamentales que comparten
todas las personas, todas las naciones, de vivir libres de persecución,
y de buscar y gozar de asilo.
Sin embargo, aun a la vista de
esta agresión históricamente desproporcionada, naciones de todo el
mundo han ofrecido apoyo y asilo. Estas naciones, entre ellas Rusia,
Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador, tienen mi gratitud y respeto
por ser las primeras en oponerse a las violaciones a los derechos humanos
perpetradas por los poderosos, más que por los carentes de poder. Al
negarse a transigir en sus principios ante la intimidación, se han
ganado el respeto del mundo. Es mi intención viajar a cada uno de esos
países para expresar en persona mi gratitud a su pueblo y sus líderes.
Hoy anuncio mi aceptación formal
de todas las ofertas de apoyo y asilo que me han extendido y todas las
demás que se me hagan en el futuro. Con, por ejemplo, la garantía
de asilo ofrecida por el presidente Maduro de Venezuela, mi estatus
de asilado ya es formal, y ningún Estado tiene fundamento para limitar
o interferir con mi derecho a disfrutar de ese asilo. Sin embargo, como
hemos visto, algunos gobiernos de los estados de Europa occidental y
Norteamérica han demostrado disposición a actuar fuera de la ley,
y esa conducta persiste hoy. Esta amenaza ilegal me hace imposible viajar
a América Latina y disfrutar del asilo que me ha sido concedido allá
de conformidad con nuestros derechos compartidos.
Esta intención de estados poderosos
de actuar en forma extralegal representa una amenaza para todos nosotros,
y no se debe permitir que la lleven a cabo. En consecuencia, solicito
la ayuda de ustedes para exigir garantías de salvoconducto a las naciones
relevantes para asegurar mi traslado a América Latina, así como solicito
asilo en Rusia hasta el tiempo en que esas naciones accedan a cumplir
la ley y permitan mi traslado legal. Presentaré hoy mi solicitud a
Rusia, y espero que la respuesta sea favorable.
Si tienen alguna pregunta, contestaré
lo que pueda.
Gracias.
Publicado originalmente por Reader
Supported News (http://readersupportednews.org/opinion2/
277-75/18387-it-was-the-right-thing-to-do)
Traducción: Jorge Anaya