miércoles, 24 de julio de 2013

Simón Bolívar, El Libertador

Por: Dr. Rafael Caldera
Pocas veces llega un hombre a identificarse en tal grado con un pueblo como Simón Bolívar con la nación venezolana. Bolívar es signo de unidad y grandeza para toda la América Latina, pero para Venezuela es uno de los símbolos de la patria, como la bandera, el escudo y el himno nacional. Su nombre está estampado en la Constitución: Andrés Eloy Blanco propuso que se lo incluyera en la Declaración Preliminar de la Carta de 1947 y nosotros, en el mismo sentido, rubricamos con él el Preámbulo de la Constitución vigente, que concluye con este propósito: (conservar y acrecer el patrimonio moral e histórico de la Nación, forjado por el pueblo en sus luchas por la libertad y la justicia y por el pensamiento y la acción de los grandes servidores de la Patria, cuya expresión más alta es Simón Bolívar, "El Libertador".
Ese hombre - símbolo, ese adalid inigualado de nuestra independencia, de cuyo nacimiento están para cumplirse dos siglos, vivió solamente 47 años. Los primeros 27 fueron, sin duda, necesarios para la forja de su personalidad, pero su vida pública empieza en 1810. Treinta años tenía cuando los pueblos, en impresionantes ceremonias, le dieron el título de Libertador; no había llegado a los cincuenta cuando expiraba, dejando tras de sí cinco repúblicas - hoy seis - que lo reconocen, cada una, como Padre de la Patria.
Sobre su vida se ha escrito mucho. En todos los tonos: desde la diatriba despiadada o la calumnia artera hasta el endiosamiento sin límites. Pero el signo mejor para apreciar la dimensión colosal de su imagen y la proyección de su mensaje lo dejó José Martí, al decir que de Bolívar no se puede hablar sino "con una montaña por tribuna, o entre relámpagos y rayos, o con un manojo de pueblos libres en el puño y la tiranía descabezada a los pies".
Nació el 24 de julio de 1783, cuando el precursor Francisco de Miranda tenía 2 años y 2 escasos el maestro de América, Andrés Bello, hijos de la misma ciudad de Caracas, para entonces pequeña y modesta. La unión a la primitiva provincia de Venezuela de las de Cumaná, Margarita, Guayana, Barinas y Mérida - Maracaibo, con Caracas como capital, apenas se había consumado en el decenio anterior. A menos de trescientos años del Descubrimiento y a poco más de doscientos de la fundación de la ciudad, estaba culminando el proceso de formación de la nacionalidad venezolana, con una economía agrícola medianamente próspera (fomentada durante medio siglo de actividad por la Real Compañía Guipuzcoana), una sociedad en proceso de fusión, pero todavía estratificada en sectores diferenciados por el origen étnico (a lo que historiografía posterior llamaría erróneamente "castas") y con una cepa criolla que obtuvo, no sólo fuerza y entrenamiento del cultivo de la tierra, sino formación intelectual de la Universidad Real y Pontificia fundada en 1725.
Reinaba para entonces en España Carlos III, considerado hoy como el más progresista de los Borbones, llegados a España con Felipe V, a la sombra de Luis XIV ("le Roí Solei") a inicios del siglo XV Cuando nació Bolívar, llevaba dos años de inaugurada la Puerta de Alcalá, entonces en el límite y ahora en el centro de Madrid, testimonio de un esplendor que concluiría en naufragio por la manifiesta incapacidad de Carlos IV y Fernando VII.
Ya para 1783 un acontecimiento trascendental, la independencia de los Estados Unidos, había renovado las ideas sobre la organización del poder público y sobre los derechos fundamentales de los ciudadanos y establecido la primera organización republicana de los tiempos modernos. Niño era Bolívar cuando estalló la Revolución Francesa y promulgó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. A un momento mundial de intensa reflexión sobre las bases de la sociedad, sucedía una intensa agitación, que echó por tierra instituciones seculares y exigía una nueva postura, a tono con los tiempos. Para el momento en que Bolívar ve la primera luz en Caracas, vive en Córcega un muchacho de 14 años, Napoleón Bonaparte, que comenzará a llenar los anales de Europa cuando el joven indiano haga su primer viaje trasatlántico y se encontrará en la cúspide del poder absoluto cuando, traumatizado por la muerte de su joven esposa, vuelva a Europa y recorra, acompañado por don Simón Rodríguez, caminos de Francia e Italia por donde habían andado y andaban grandes hacedores de historia.
La niñez de Bolívar, como todo lo que le concierne, ha sido objeto de abundantes investigaciones. En el relato de sus ocurrencias se entremezclan hallazgos documentales y anécdotas que labios anónimos recogen y trasmiten. Se dice que fue en el momento del bautismo cuando su padrino Aristiguieta, que administraba el sacramento, le dio el nombre de Simón, para señalar que sería "el Simón Macabeo de la América". Se cuentan historias según las cuales la precocidad de su genio afloraría en agudas respuestas a su tutor, el licenciado Miguel José Sanz. De hecho, era un huérfano de familia mantuana, titular de una herencia suficiente para estimular conflictos familiares. Dos años y medio tenía cuando murió su padre, don Juan Vicente Bolívar y Ponte, descendiente de vascos, castellanos, canarios y gente de otras regiones españolas; iba a cumplir nueve cuando perdió a su madre, doña Concepción Palacios y Sojo. Era el menor de cinco hermanos: la cuarta vivió poco; dos hermanas mayores, María Antonia y Juana, le sobrevivieron, y el otro varón, Juan Vicente, murió en 1810. El abuelo paterno había fallecido antes, y el abuelo materno apenas sobrevivió un año a la orfandad de los hermanos Bolívar Palacios. La guarda y tutela del menor fue objeto de controversias y ocasión para que recibiera la primera influencia de don Simón Rodríguez, el maestro de personalidad extraordinaria a quien desde la cúspide de su poder rindiera el más emocionado de los homenajes.
Los años de su primera formación corresponden también a su primer encuentro con Andrés Bello, su contemporáneo, ligeramente mayor que él y ya en patente dedicación a las letras. En carta al vicepresidente Santander (Arequipa, 20 de mayo de 1825) Bolívar se refiere a su educación, a propósito de un artículo publicado en Europa: No es cierto que mi educación fue muy descuidada, puesto que mi madre y mis tutores hicieron cuanto era posible por que yo aprendiese: me buscaron maestros de primer orden en mi país. Robinson, que Vd. conoce (Samuel Robinson era un seudónimo de don Simón Rodríguez), fue mi maestro de primeras letras y gramática; de bellas letras y geografía, nuestro famoso Bello; se puso una academia de matemáticas sólo para mí por el padre Andújar, que estimó mucho el barón de Humboldt. Después me mandaron a Europa a continuar mis matemáticas en la Academia de San Fernando; y aprendía los idiomas extranjeros, con maestros selectos de Madrid; todo bajo la dirección del sabio marqués de Uztaris, en cuya casa vivía. Todavía muy niño, quizá sin poder aprender, se me dieron lecciones de esgrima, de baile y de equitación. Ciertamente que no aprendí ni la filosofía de Aristóteles, ni los códigos del crimen y del error; pero puede ser que Mr. de Mollien no haya estudiado tanto como yo a Locke, Condillac, Buffon, Dalambert, Helvetius, Montesquieu, Mably, Filangieri, Lalande, Rousseau, Voltaire, Rollin, Berthoy y todos los clásicos de la antiguedad, así filósofos, historiadores, oradores y poetas; y todos los clásicos modernos de España, Francia, Italia y gran parte de los ingleses. Todo esto lo digo muy confidencialmente a Vd. para que no crea que su pobre presidente ha recibido tan mala educación como dice Mr. de Mollien; aunque, por otra parte, yo no sé nada, no he dejado, sin embargo, de ser educado como un niño de distinción pudo serlo en América bajo el poder español .
De menos de 14 años se inicia el adolescente caraqueño en el Batallón de Milicias de los Valles de Aragua. No ha cumplido 16 cuando viaja a España. Visita a México en la travesía. Se había olvidado en Venezuela el intento revolucionario de Gual y España, reprimido con dureza implacable; nada revelaba todavía la estructura que en Bolívar se iría forjando y que lo haría el conductor indiscutible del movimiento de independencia. Pero, sin duda, su personalidad ya se acusa: va mostrando una inteligencia despierta, un magnetismo personal nada corriente y una rara combinación de arrojo y de firmeza, que en los grandes momentos pondrá las más audaces decisiones al servicio de los más tenaces propósitos y de los más meditados proyectos.
Tres años y medio dura este primer viaje. En él se libera del complejo indiano, al hombrearse con gente encumbrada de la corte española. Adquiere en Madrid, según acabamos de ver, conocimientos que van desde matemáticas e idiomas extranjeros hasta usos indispensables en la alta sociedad de entonces, como la esgrima y el baile y la equitación, que le será tan útil en sus futuras campañas. Observa la decadencia de la monarquía borbónica y comienza a germinar en su mente la idea de la independencia de Hispanoamérica. Conoce París, centro de la mayor movilización cultural y política del universo. Pero el romance de un puro amor, vivido con pasión de adolescente, es lo que prevalece entonces en su vida. María Teresa del Toro y Alayza, su prima madrileña, descendiente por Toro de las islas Canarias y de origen vasco por Alayza, lo ha prendado de manera total. En pos de ella va a Bilbao, tierra de sus antepasados "Bolíbar" y toma contacto con el recio temple de esa estirpe. La boda se celebra en Madrid el 26 de mayo de 1802, en la iglesia de San José, que entonces no se hallaba en la calle de Alcalá, donde fue posteriormente reconstruida, sino cerca de allí, en la esquina de las calles Libertad y Gravina. Teresita, muy amable, muy dulce (carta de 13 abril de 1802) lo acompaña sin vacilación: está dispuesta, como tantos parientes suyos antes, a cruzar el Atlántico, atraída por el Nuevo Mundo; va con él a Caracas, luego a la posesión familiar de San Mateo, en Aragua; pero el trópico avaro cobrará el precio de la romántica aventura y unos meses más tarde, en enero de 1803, la fiebre arrancará al joven oficial el amor de su vida.
Empieza entonces el proceso más hondo de su drama vital. El dolor que no logra dominar lo empuja de nuevo hacia otros horizontes. Vuelve a Francia, donde encuentra a don Simón Rodríguez; van juntos a Italia y caminan sobre las huellas de una antiguedad rediviva observando la marcha arrolladora de los ejércitos napoleónicos, que subyugan a Europa buscando unificarla con puño de hierro, a los acordes. de la Marsellesa, el himno de la Revolución. Su espíritu se sume en contradictorias reflexiones, pero la conclusión es clara: en el Monte Sacro, a la vista de la Roma eterna, jura consagrar su vida a la independencia de su patria.
Dura casi cuatro años este segundo viaje. Al regreso, visita los Estados Unidos. Tiene ahora una visión cabal del mundo moderno. Vuelve a Venezuela en 1807, dominado por una idea obsesiva: la de la independencia. Es, definitivamente, un revolucionario. Pero no de aquéllos cuya única preocupación es la de destruir el orden viejo: en el revolucionario que es Bolívar, junto al propósito de abolir el dominio extranjero en América está presente la preocupación de construir un nuevo orden jurídico y político, basado sobre la libertad y la justicia e inspirado en la realidad del nuevo mundo, "no olvidando jamás que la excelencia de un Gobierno no consiste en su teoría, en su forma, ni en su mecanismo, sino en ser apropiado a la naturaleza y al carácter de la Nación para quien se instituye. !He aquí el código que debemos consultar, y no el de Washington! " (Discurso de Angostura).
Conspira con otros jóvenes, ilumina dos por el mismo propósito revolucionario. Infolios de la época acreditan que las autoridades coloniales descubrieron en la "Cuadra Bolívar" - la casa de campo familiar en las afueras de Caracas - reuniones festivas que eran pantalla para cosas más serias. Pero no les prestaron la atención merecida. Los acontecimientos se precipitaron cuando llegaron tardías noticias de la ocupación napoleónica de España y de la resistencia al invasor, que sacudieron definitivamente los ánimos y unieron a los que sólo deseaban afirmar lo hispánico frente a la ocupación extranjera, con aquellos como Bolívar, que buscaban definitivamente la plena afirmación de la propia soberanía en el continente colombiano.
El 19 de abril de 1810 no estaba él en Caracas, pero pronto se incorporó a la acción. Era un personaje prominente; a pesar de sus escasos 27 años, había que tomarlo en cuenta para tareas de gran responsabilidad. La Junta de Gobierno de Caracas (conservadora de los derechos de Fernando VII) decide enviar misiones diplomáticas para allanar camino hacia el objetivo ulterior: la independencia. Los hermanos Bolívar Palacios, por su cultura y su prestancia, son indicados para los más importantes destinos: Juan Vicente, el hermano mayor, irá a los Estados Unidos, pero naufragará al regresar; Simón encabezará la embajada que, con Luis López Méndez y Andrés Bello, se dirigirá a la Corte de St. James. !Cuánto no hablarían el futuro Padre de la Patria y su antiguo maestro a bordo de la fragata Wellington sobre el destino futuro de América! !Cuánto no tratarían ellos y el ilustre López Méndez con el egregio precursor Miranda, en la casa londinense de éste, sobre los problemas y posibilidades de nuestros pueblos!
La misión no alcanzó el objetivo máximo de alinear a la poderosa Albión al lado de los patriotas venezolanos, pues tenía a España por aliado contra Napoleón; pero abrió caminos por los que después se cosecharía un franco apoyo para nuestra lucha. Bolívar no puede permanecer mucho en Europa en este tercer viaje, pero tiene tiempo para mirar de cerca el funcionamiento de las instituciones inglesas, por las que va a guardar admiración perdurable. Lo llama la urgencia del proceso venezolano. A los dos meses y once días de llegar, emprende la vuelta, no sin dejar comprometido a Miranda, a quien había insistido con vehemencia en la necesidad de acompañarlo a su regreso a Venezuela, según dice a Lord Wellesley el mismo Precursor.
No es diputado al Congreso, pero sí figura de primer plano en la Sociedad Patriótica, una especie de club revolucionario a la manera de los que veinte años antes habían conmovido, desde París, al mundo. Es factor decisivo en el pronunciamiento por la Declaración de Independencia que se adopta el 5 de julio de 1811. Vacilar es perdernos, dice Bolívar. Su voz resuena desde la barra en la vieja capilla de Santa Rosa, convertida en sala de sesiones de la representación nacional. Se perfila ya la figura del que habrá de ser líder indiscutido de la Emancipación.
La suerte es adversa en el fatídico 1812. El terrible terremoto de 26 de marzo cubre de escombros a Caracas, destruye a San Felipe el Fuerte y golpea duramente a otras ciudades del país. Como ocurre en un Jueves Santo, se hace fácil la conseja de que Dios ha querido castigar la acción tomada por los ediles de Caracas el 19 de abril de 1810, que era Jueves Santo también. Frente a su casa solariega, en la plaza de San Jacinto, Bolívar se yergue ante un clérigo realista que sustenta apasionado aquella tesis. !Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca! Intuitivo genial, plantea la lucha constante del hombre por el señorío sobre las cosas creadas.
Pero no es sólo la naturaleza la que se opone a la revolución. Es también la audacia de un marino, Domingo Monteverde, ayudada por la vieja adhesión de mucha gente a la colonia secular. Monteverde avanza. Miranda es proclamado dictador. A Bolívar se le encomienda la custodia de Puerto Cabello y una traición le hace perder la plaza. Apenas le queda tiempo para moverse. Miranda no puede dominar la situación; confiando en la palabra de Monteverde y en el honor del poder tradicional que éste representa, el Generalísimo firma en La Victoria una capitulación; pero la clara visión de que será violada lo hace buscar por La Guaira una salida al exterior, con el propósito de volver a intentar más tarde la liberación nacional. Bolívar, que ha llegado también a La Guaira, reunido con otros jóvenes revolucionarios, estima que Miranda falta a su deber de permanecer como garante de los términos acordados, y lo detienen para impedirle que se marche. La intención que los mueve es comprensible y la razón la sostendrá después, siempre que se considera el caso. Pero el jefe realista no se para en el camino de la represión y en vez de retener a Miranda lo manda prisionero a la Península. El trágico resultado está muy lejos de lo que pretendieron los actores. El cautiverio de Miranda transcurrirá en el Arsenal de La Carraca, cerca de Cádiz. Los últimos documentos de su archivo, encontrados en Londres, demuestran que no dejaron de hacerse diligencias para asegurar su fuga y para facilitar la reanudación de sus patrióticos empeños; pero una enfermedad le ocasionó la muerte, ocurrida en la enfermería del Arsenal el 14 de julio de 1816.
Bolívar logra, entre tanto, por generosa intervención de un amigo español, Francisco Iturbe, pasaporte para salir de Venezuela. No busca refugio ni descanso. Se dirige a la Nueva Granada (hoy Colombia), donde la revolución está activa. De esta permanencia en suelo granadino, llena de incidentes y dificultades, quedarán sobresaliendo un documento y una idea: el Manifiesto de Cartagena, el primero de sus documentos fundamentales, que contiene agudo y valiente análisis de la pérdida de la Primera República, y la idea - que habrá de acompañarlo hasta la muerte - de unir a Venezuela y la Nueva Granada en una gran República, que llevaría el nombre de Colombia en memoria del Descubridor.
Con el apoyo de un gran patriota, Camilo Torres, organiza en territorio de la Confederación granadina un ejército expedicionario para invadir a Venezuela. 1813 es el año en que se revela a plenitud su genio militar: invade por el Táchira en marzo, y el 6 de agosto, tras impresionantes victorias de una serie conocida por la historia como la Campaña Admirable, entra triunfante en Caracas. Es también el año en que se le da, primero en Mérida (23 de mayo) y luego en Caracas (14 de octubre), el título de Libertador, sobre el cual le escribirá más tarde su hermana María Antonia: "Ese es tu verdadero título, el que te ha elevado sobre los hombres grandes y el que te conservará las glorias que has adquirido a costa de tantos sacrificios" .
1813 es también el año del Decreto de Guerra a Muerte. Momento trágico de inexorable dilema. La sangre corría a raudales y el concepto de patria surgía del holocausto, interpretado por su verbo. En Trujillo firmó la terrible proclama; allí también, en 1820, se firmarían los tratados de Armisticio y Regularización de la Guerra, que harán brillar, según palabras del mismo Bolívar, "el amor a la paz, tan propio de los que defienden la causa de la justicia".
Después empiezan nuevamente las calamidades. En 1814 se pierde la Segunda República, y ni siquiera en manos de un Monteverde, sino de Boves, el más cruel personero de la revancha sanguinaria. Bolívar dirige la dramática Emigración a Oriente de las familias de Caracas. En Carúpano (7 de septiembre) expide un nuevo Manifiesto, que es otro de sus documentos importantes. Pero la fatalidad lo acosa. En adelante habrá de mostrarse más que nunca el hombre de las dificultades . Tras de cada fracaso, una nueva acción.  Bolívar derrotado es más temible que vencedor, dijo Morillo. No descansa ni renuncia a su lucha: ello explica por qué, cuando venga a Caracas, en 1827, por última vez, y le of rezcan un homenaje en que le rodean estandartes con los nombres de todas las virtudes que se le atribuyen, al comenzar a repartirlos entre las más destacadas personalidades presentes, reserva sólo para sí el que decía: Constancia.
Vuelve a Nueva Granada, a dar cuenta al Congreso. Camilo Torres le responde: Vuestra Patria no ha perecido mientras exista vuestra espada. Pero lo vencen disensiones internas. Sale para Kingston, y allí publica otro formidable documento, en que analiza las causas de la revolución hispanoamericana y traza de mano maestra el destino de nuestras patrias: la Carta de Jamaica (6 de septiembre de 1815). Escapa de un atentado personal; viaja a Haití, y con el apoyo del presidente Petion organiza la expedición de Los Cayos. Quiere actuar en suelo venezolano. Boves ha muerto de un lanzazo en Urica, combatiendo con Pedro Zaraza; ahora le corresponderá al Libertador enfrentarse, no con un nuevo caudillo de montoneras sino con un experimentado general, de aquellos vencedores de las guerras napoleónicas, el pacificador Pablo Morillo. La expedición de Los Cayos termina en el desastre en Ocumare, de donde parte súbitamente tratando de alcanzar a los corsarios que lo acompañaban y lo han abandonado. Vuelve a Haití, y nuevamente invade a Venezuela, ya para quedarse definitivamente en tierra firme.
Comienza la fase definitiva de la epopeya libertadora. Fue un gran acierto suyo moverse de la costa nor-oriental hacia las prósperas riberas del Orinoco, y fijar en la ciudad de Angostura (hoy Ciudad Bolívar) el centro de su actividad política y militar. Prominentes personajes de la Independencia no acataban todavía su autoridad y pretendieron reunir un congreso que retomara el ejercicio de la soberanía nacional y les diera título para disputar a Bolívar la conducción de la guerra; pero la historia-pese a la alta figuración de quienes lo integraron- recuerda aquella reunión con el nombre peyorativo de congresillo de Cariaco. Mientras tanto, el Libertador convoca y reúne un congreso, al que rodea de toda la majestad posible, y frente al cual pronuncia su célebre Discurso de Angostura (15 de febrero de 1819), que es uno de los textos más densos de la literatura política, no sólo de América Latina, sino del mundo. Es allí donde proclama que el sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política. El escenario material es pobre, aunque lo magnifica la majestuosa cercanía del río Orinoco; pero el presidente del congreso, el prócer neogranadino Francisco Antonio Zea acotará: No era en el Capitolio, no en los palacios de Agripa y de Trajano; era en una humilde choza, bajo un techo pajizo, que Rómulo, sencillamente vestido, trazaba la capital del mundo y ponía los fundamentos de su inmenso imperio. Nada brillaba allí sino su genio; nada había de grande sino él mismo. No es por el aparato, ni la magnificencia de nuestra instalación, sino por los inmensos medios que la naturaleza nos ha proporcionado y por los inmensos planes que vosotros concibiérais para aprovecharlos, que deberá calcularse la grandeza y el poder futuro de nuestra República. Organizador del Estado, Bolívar funda un periódico, el Correo del Orinoco para informar sobre la vida nacional y defender sus objetivos. Su fama atraviesa el océano; pasan de diez mil el número de jóvenes irlandeses e ingleses, como un O'Leary o un Farriar, y de otras nacionalidades europeas, que vinieron a combatir en favor de la independencia sudamericana atraídos por el brillo magnético de sus proezas.
Un ano antes ha logrado un éxito de proyecciones trascendentes: en el Hato de Cañafístola obtiene la adhesión de José Antonio Páez, el caudillo legendario qué habría aunado en torno suyo formidables caballerías llaneras, muchos de cuyos integrantes habían acompañado a Boves. Mas ha tenido también contratiempos. Se encuentra con uno de los dolores mayores de su vida al autorizar la ejecución de su brillante lugarteniente Manuel Piar, vencedor de San Félix, condenado por consejo de guerra como culpable de rebeldía. La campaña del centro tiene que detenerse por reveses. Pero él se sobrepone. En Casacoima, devorado por la fiebre y agotado por tantos obstáculos, anuncia los éxitos futuros que, según sueña ya, habrán de culminar en la liberación del Perú. En 1819 realiza su mayor hazaña militar: el paso de los Andes. A través del infranqueable páramo de Pisba y a un costo inmenso, sorprende a las tropas españolas; vence en Gámeza y Pantano de Vargas, y la victoria de Boyacá (7 de agosto) le abre las puertas de Bogotá, con todos los recursos del virreinato. Ya no puede ser visto sólo como un guerrero afortunado: es el jefe de estado de una nación en marcha. El 17 de diciembre (coincidencialmente, 11 años antes de su muerte) el Congreso sanciona la Ley Fundamental de Colombia. Morillo se convence de que la independencia no puede detenerse. De ahí los tratados de Trujillo y la admiración personal por Bolívar, que lo mueve a invitarlo para una histórica entrevista, celebrada en la población trujillana de Santa Ana (27 de noviembre de 1820), donde, como lo expresa el soneto laureado de Alejandro Carías, juntos desagraviaron los gueweros, al declinar su indómita bravura con los de Cristo, los hidalgos fueros, y nos legaron como herencia pura de españoles de Indias y de iberos, timbre de unión que en las edades madura.
En adelante avanza sin cesar, de triunfo en triunfo. El 24 de junio, en la llanura de Carabobo, sella la liberación de Venezuela. El 2 de octubre presta juramento como presidente de Colombia ante el Congreso Constituyente reunido en la villa del Rosario de Cúcuta. El 7 de abril de 1822 gana la batalla de Bomboná y el 24 de mayo, obtenida en Pichincha la victoria por su más brillante oficial, el joven general Antonio José de Sucre, o asegura la independencia del reino de Quito-a cuya capital entra el 16 de junio-y aquél viene a formar parte de la Gran Colombia. El 13 de julio decreta la incorporación de Guayaquil y el 27 se entrevista en aquella ciudad con el gran libertador del sur, José de San Martín. Envía refuerzos para la campaña del Perú, a donde es luego llamado formalmente: llega al puerto de El Callao el 1o de septiembre de 1823 y, después de sobrepasar innumerables obstáculos, obtiene la victoria de Junín el 6 de agosto de 1824. Entre tanto, nuestra marina de guerra, al mando del almirante José Padilla, ganaba el 24 de julio de 1823 (día en que cumplía Bolívar 40 años) la Batalla Naval de Maracaibo, que aseguraba la supremacía patriota en aguas del Caribe.
Una de las situaciones personales que el Libertador debió superar en la campaña del Perú fue una grave enfermedad que lo afectó en Pativilca. El episodio es uno de los más demostrativos de su temple. Relata don Joaquín Mosquera cómo, después de analizar la situación política, la insufio ciencia de recursos y su delicado estado, al preguntarle qué piensa Ud. hacer?, dio como inequívoca respuesta una sola palabra que ha quedado grabada con caracteres indelebles:  !Triunfarl )
El 9 de diciembre de 1824, en la pampa de La Quinua, cerca de Ayacucho, Sucre obtiene la victoria final, en que el virrey La Serna rinde con su espada la soberanía española en América. Dos días antes, el Libertador ha expedido desde Lima la invitación a los gobiernos de la América Española para el Congreso de Panamá, con la aspiración de sellar en un pacto anfictiónico la unión política de los nuevos Estados y constituir, según su feliz expresión en una carta a O'Higgins (8 de enero de 1822), "una nación de repúblicas".
Después de la victoria de Ayacucho, por voluntad de los pueblos del Alto Perú se constituye una nueva República, que toma el nombre de Bolivia. Es el más alto y permanente de todos los homenajes que se le hacen en la cúspide de la gloria. Sucre es elegido presidente de la nueva nación, aunque sólo acepta por dos años. El Libertador, en su discurso al constituyente boliviano, expresa su angustia por la organización institucional y diseña las estructuras que juzga más adecuadas para hacer frente a la anarquía: un presidente vitalicio, compensado por un senado hereditario; una cámara popular y una cámara de censores, para velar por la rectitud de las costumbres y de los procedimientos. Pero ello no pasa de ser una ilusión: las fuerzas desencadenadas confluirán sobre las nuevas repblicas y faltará todavía mucho tiempo para que puedan enrumbarse satisfactoriamente.
Estos son los años en que Bolívar recibe los máximos honores y sufre las más terribles decepciones. En el Perú, las honras que decreta para él el Congreso recuerdan a las que el senado romano tributaba a los guerreros victoriosos; en todas las ciudades de las cinco repúblicas se le hacen verdaderas apoteosis. Rechaza las recompensas materiales, consciente de la superioridad de la gloria.
Simultáneamente, el sentimiento localista toma cuerpo contra sus aspiraciones integracionistas. El Congreso de Panamá queda en nada, a pesar del sacrificio de Pedro Gual, que deja el Ministerio de Relaciones Exteriores de la Gran Colombia para irse al istmo y después a Tacubaya (México) donde continuó la reunión. La visión de grandeza de Bolívar es senalada por sus adversarios como ambición cesárea. La maniobra de los aspirantes a jefaturas parroquiales cuenta con la predisposición de los ciudadanos contra el precedente universal de héroes convertidos en usurpadores y con el apego de los pueblos a sus estrechos ámbitos naturales, aislados entre sí por la dificultad de comunicaciones.
Tiene que dejar el Perú para atender a los problemas de Colombia. En Venezuela, Páez, que ha venido siendo prácticamente el jefe del país desde la batalla de Carabobo, en la que fue ascendido por Bolívar a la máxima jerarquía militar, se hace portavoz de los resentimientos y a través de un pronunciamiento de las municipalidades decreta la separación de Colombia. Es "La Cosiata", la secesión, que se minimiza y esfuma al llegar a la patria su hijo máximo. Su última visita a Caracas podría tal vez considerarse como el momento más feliz de su vida. Pero tiene que regresar a la capital grancolombiana, y desde su partida comienza nuevamente en Venezuela el proceso de disolución que se hará definitivo en 1830. Mientras tanto, el Libertador convoca a una convención para renovar las bases del estado, la Convención de Ocaña, que concluye en disenso, lo que lo fuerza a asumir una inevitable dictadura. Los opositores lo llaman tirano, y el magnicidio llega muy cerca de su objeto en la noche oscura del 25 de septiembre de 1828. Además de algunos ideólogos como Florentino González y aventureros audaces como Pedro Carujo, aparece comprometido nada menos que Francisco de Paula Santander, su gran colaborador en la campaña de Boyacá y en el ejercicio del gobierno. La represión es dura. Pero Bolívar conmuta por expulsión del país la pena de muerte a que condenara el consejo de guerra a quien más tarde fuera ilustre presidente de la República de la Nueva Granada.
Los malentendidos entre Colombia y el Perú conducen a una guerra, concluida felizmente, después de la batalla de Tarqui, con la afirmación de Sucre de que la justicia de su causa era la misma antes que después de la victoria. Se convoca a un nuevo congreso, que se reúne en Boyacá en la apoteósica entrada en Caracas enero de 1830 y que la elegante precisión del verbo bolivariano denomina infructuosamente "Admirable"). Lo preside Sucre, quien realiza los mayores esfuerzos por lograr la reunificación con Venezuela. Todo resulta inútil. El destino ha marcado su signo. El proceso es fatal. Sucre es asesinado el 4 de junio en la montaña de Berruecos, cuando regresaba a su hogar rumiando amargas preocupaciones. Por otra parte, el Congreso de Venezuela, temeroso de que la presencia del Libertador volviera a disipar los proyectos separatistas, pone como condición a todo diálogo su exclusión del territorio nacional: es el más duro de los ultrajes y el más triste de los hechos históricos de nuestra República. El congreso colombiano, a su vez, le acepta la renuncia; designa un nuevo presidente que no asume por lo pronto el poder; el general Rafael Urdaneta, se hace cargo del gobierno el 5 de septiembre, instando al Libertador a volver. Este, que se halla en ruta a la costa atlántica con el propósito de pasar a Europa, encuentra en el deterioro de su quebrantada salud el desenlace de su ciclo vital. Le da hospitalidad en la quinta de San Pedro Alejandrino, cerca de Santa Marta, un hidalgo espanol, Joaquín de Mier; y lo atiende en su última enfermedad un médico francés, Alejandro Próspero Reverend, que ganó con su afecto por el noble paciente la gloria de la inmortalidad. Historiadores médicos discuten hoy acerca del tratamiento que indicó Reverend: lo cierto es que ya la inmensidad de la figura y de la obra de Bolívar no cabían en el escenario de su vida. Sabía que iba a morir, se preparó dejando un mensaje inolvidable en el que sus últimos deseos los expresaba y el sacrificio de su existencia lo of recía, para recomendar el mantenimiento de la unión grancolombiana. El obispo José María Esteves, de Santa Marta, y el cura de Mamatoco, Hermenegildo Barranco, le dieron los últimos auxilios religiosos. Falleció el 17 de diciembre de 1830. Tenía solamente 47 años: pero ya resonaba la frase del elocuente Choquehuanca, quien desde el Perú había pronosticado: "con el tiempo crecerá vuestra gloria como crece la sombra cuando el sol declina". Sus restos, inhumados solemnemente en la catedral de Santa Marta, fueron trasladados a la catedral de Caracas en 1842, en apoteosis presidida por el general Páez y narrada en párrafos neoclásicos por Fermín Toro. De la catedral pasaron, en el gobierno de Guzmán Blanco, al Panteón Nacional, un templo donde predomina la afirmación de su grandeza. En medio de su increíble actividad, la soledad de su espíritu se resentía de la falta de un verdadero amor. El recuerdo de la esposa muerta lo acompañaba siempre. Comprendía que, tal vez, si ella hubiera vivido, su destino heroico no se habría cumplido (se le atribuye la expresión de que no habría pasado de ser "alcalde de San Mateo"); pero el vacío que ella había dejado en su existencia no pudo llenarlo con las aventuras galantes, con encuentros furtivos, ni siquiera con manifestaciones de afecto, entremezclado con veneración, por más que provinieran de mujeres hermosas, inteligentes o sensibles.
Solamente una quiteña, Manuela Sáenz, de espíritu atrevido, pasando por encima de las normas sociales y provocando inevitables reacciones, al entregarse a él con irrefrenable vehemencia, llegó muy cerca de su corazón. No fue una mera relación carnal la que existió entre ellos: aquélla a la que llamó "sublime loca") le dio aliento de vida, y vino a convertirse en "libertadora del Libertador" cuando salvó su vida en el atentado septembrino, distrayendo a los conjurados mientras el Libertador se ponía a salvo. Los años finales de Manuela después de la partida y muerte dei amado, fueron un triste epílogo de su participación en la tragedia bolivariana.
No logró el Libertador consolidar en los nuevos estados la vida institucional. En su último año llegó a exclamar, en mensaje al Congreso: Me ruborizo al decirlo: la independencia es el único bien que hemos adquirido, a costa de los demás . Y ya para concluir su periplo, imaginó que todo había terminado en un fracaso: "hemos arado en el mar.
Pero no. No había arado en el mar. Su figura continúa agigantándose, por encima de todos sus contemporáneos en el ámbito de su acción. El estudio de su pensamiento lo califica como uno de los más geniales visionarios del acontecer político y uno de los más brillantes cultores de la filosofía del estado, a la vez que uno de los más profundos conocedores de las realidades de los pueblos. Para las naciones que libertó-Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Panamá-es y será Padre de la Patria. Para toda Latinoamérica, su voz es mensaje y su figura es prototipo de las aspiraciones generosas. En bronce o mármol, se encuentra en las principales plazas de las ciudades y pueblos de las repúblicas hijas de su espada. Su figura heroica campea en muchas capitales del mundo. Lima, CaracasBogotá, Quito, La Paz y Panamá no son las únicas: también, entre otras, Buenos Aires, México, Río de Janeiro, Santo Domingo, San Juan de Puerto Rico, Tegucigalpa, Guatemala; le hallamos en Puerto España y Kingston, en Nueva York y Washington, en Roma y París, Londres y Madrid, además de muchas otras ciudades como Cádiz, Garachico (Canarias), Trujillo (Perú), Arequipa, etc. Su nombre distingue una nación (Bolivia), un estado de Venezuela, numerosos distritos jurisdiccionales y diversas ciudades (en Venezuela, en la Argentina, en los Estados Unidos); es epónimo de universidades y liceos, así como de numerosas sociedades e instituciones. El adjetivo "bolivariano" ha entrado, por él, al diccionario. Son incontables los libros que recogen su pensamiento o que se ocupan de su vida y de su obra; ha servido de inspiración a historiadores y poetas, a escultores y músicos, y hasta una ópera, estrenada en París, ha sido compuesta con su figura como tema. Maestro de maestros, su pensamiento ha servido de inspiración a pensadores y estadistas.
Y está vigente la hipérbole del insigne uruguayo José Enrique Rodo: " (...) si el sentimiento colectivo de la América libre y una no ha perdido esencialmente su virtualidad, esos hombres, que verán como nosotros en la nevada cumbre del Sorata la más excelsa altura de los Andes, verán, como nosotros también, que en la extensión de sus recuerdos de gloria nada hay más grande que Bolívar".

Extraído del libro "Maravillosa Venezuela", Circulo de Lectores Caracas Cortesía de la página de Johnny De Wekker Vegas;
 

Entrevista a Junior Garcia Aguilera