Colas y cámaras en el primer día de comercialización de vehículos en divisas
Con la primera luz del amanecer empiezan a verse los rostros cansados y bostezos de quienes han ido formando una cola desde la madrugada. El inicio de la venta de autos de segunda mano en divisas ha atraído esta mañana a más curiosos que compradores a la tienda ubicada en la calle 20, entre 1ª y 3ª, en el municipio habanero de Playa.
"Creí que había llegado temprano, pero a las cinco ya había más de diez personas, que imagino que fueron llegando desde anoche", comenta el que es ahora primero en la fila esperando a que vuelvan a llamar a los próximos clientes. El siguiente asegura que "las mejores ofertas se acabarán en los primeros días, por eso es el desespero de la gente".
La ancha explanada donde están parqueados los carros cuenta con una oficina climatizada para atender a los clientes, donde se exhibe una lista con los precios de cada vehículo. El dato que no aparece en el listado es el año, ni el kilometraje o millaje del auto. "Si quiere conocer esos detalles, debe hacer la cola y empezar el proceso", dice a través de una rendija de la puerta un empleado.
La prensa independiente y extranjera se ha aglomerado también en el lugar. Luces, cámaras... y carros por toda la escena. Algunos se ríen de la excesiva cobertura. "Esto no es noticia en ningún lugar del mundo nada más que en Cuba", se burla un transeúnte que pasa con su hijo rumbo a la escuela.
Para entrar es indispensable mostrar la tarjeta magnética habilitada con moneda "realmente" convertible. Alguien pregunta si además es necesario que la tarjeta tenga ya la cantidad requerida para la compra y eso genera una confusión y una posterior consulta. A los pocos minutos una voz de hombre confirma. "Si va comprar de verdad, claro que tiene que tener el dinero, pero para ser atendido por el personal basta con que tenga la tarjeta".
Entre los curiosos abundan los que compiten en sabiduría automovilística mirando desde lejos y a través de la cerca. "Ninguno de esos carros parece tener más de diez años, el problema es averiguar cuántos kilómetros llevan recorridos", dice uno de los supuestos expertos, a lo que otro añade. "Y eso será difícil de saber porque el tacómetro puede manipularse y hasta dejarlo en cero kilómetros".
Casi todos los modelos que se ven son de color gris. Los hay más pequeños y otros más cercanos a la camioneta o el microbus. Algunos están cubiertos de una fina capa de polvo y ninguno lleva matrícula.
Unos señalan los modelos más baratos, que rondan los 34.000 dólares como los que probablemente se acaben más rápido, mientras otros consideran que es mejor "pagar más pero comprar un carro más fuerte". En la fila casi todos son hombres, aunque hay algunas mujeres que han venido acompañando a sus esposos y una vendedora de chucherías que pregona su mercancía.
"Cuando dieron la noticia yo pensé que iban a dejar a la gente que importara directamente", comenta un joven que aclara haber venido "solo para mirar". Su hermano, residente en Miami, tiene un auto de hace unos cinco años que ha querido mandarle "pero no hay ninguna manera de traerlo hasta aquí", añade.
La importación de los vehículos está controlada por las empresas estatales, especialmente la Corporación Cimex, un brazo comercial de los militares. "Por eso es que tienen esos precios, porque son ellos los que hacen toda la movida", opina uno de los clientes, que se suma a la conversación sobre las ventajas y desventajas de cada modelo.
La mayoría de los que aguardan parecen pertenecer a lo que ya muchos llaman "los nuevos ricos", conocidos como "macetas". El estatus social se nota en la ropa, el tipo de zapato, la manera en que alardean de sus conocimientos de autos y, claro está, en tener una tarjeta magnética con miles de dólares depositados en un país donde el salario promedio mensual no supera los 50 dólares.
A media mañana todavía no había salido un solo comprador con su auto. El trámite de revisión, prueba y entrega es largo y tedioso. "Hay que revisar hasta las bujías, porque cuando se salga de aquí quién va a poder reclamar", asegura un hombre que se ufana de ser mecánico de carros y acompaña a un amigo interesado en los Peugeots.
Aunque los autos Geely, de factura china, son más baratos algunos los rechazan por su mala reputación, ya que se han distribuido por años a precios subsidiados a militares, funcionarios y dirigentes del Partido, además de a la policía y miembros de la Seguridad del Estado.
Carlos, un joven que marcó en la cola cerca de las cuatro de la madrugada, lo explica a la perfección. "Creo que me voy a ir por un Kia de 40.000 porque aunque el Geely vale 5.000 dólares menos es un carro que da muchos dolores de cabeza para repararlo y además después voy a coger tremenda reputación de seguroso en el barrio", ironiza.
Carlos, un joven que marcó en la cola cerca de las cuatro de la madrugada, lo explica a la perfección. "Creo que me voy a ir por un Kia de 40.000 porque aunque el Geely vale 5.000 dólares menos es un carro que da muchos dolores de cabeza para repararlo y además después voy a coger tremenda reputación de seguroso en el barrio", ironiza.
Fuente: 14 y medio
In an interview given to New Yorker editor David Remnick earlier this year, President Obama reflected on his place in history, saying “I think we are born into this world and inherit all the grudges and rivalries and hatreds and sins of the past.”
One measure of any presidency might well be how readily they reevaluate these historic antipathies, dissolve senseless antagonisms whenever possible, and construct more productive international relations for and on behalf of their citizens. This is, of course, easier said than done. Most foreign policy challenges—such as wars in the Middle East, terrorism, and the ongoing crisis in Ukraine—have continued to confound the President and his advisers, and understandably so. They are intractable; pose myriad threats; and require a great deal of time, energy, resources, and political maneuvering to address.
Other foreign policy issues are more straightforward; our interests are clear, and there is widespread domestic and worldwide support for the proposed course of action. U.S. policy toward Cuba is one such issue, and by the measure mentioned above, President Obama is unwittingly falling short.
On September 5, the anachronistic nature of the U.S. embargo against Cuba came into jarring relief as past and present collided. On a sleepy summer Friday afternoon, the White House announced that President Obama had signed a continuation for Cuba falling under the Trading with the Enemy Act, meaning that Cuba will remain on America’s enemies list and be subject to the U.S. embargo for yet another year. The Act, which was originally created to give the president control over trade during wartime, is one of the six statutes on which the embargo rests. By itself, the presidential declaration is unremarkable; it is more likely the result of policy inertia overwhelming an overextended White House than serious policy consideration. What is remarkable—bizarre, even—is the irony of what was unfolding at the very moment that the White House was making the announcement.
It turns out that as the president re-designated Cuba an American enemy, our military was closely cooperating with the Cuban military to monitor an unresponsive aircraft that cruised into Cuban airspace. (The timing of the declaration was so well-designed to go unnoticed that no reporters made mention of this curious case of incongruity in U.S. foreign policy; in fact, the only coverage the presidential determination received this year was in the Costa Rica News.)
Apparently unfazed by the enemy declaration, Cuba allowed the United States to fly a C-130 cargo plane and two F-15 fighter jets in its airspace to investigate the incident and made its own search and rescue resources available in case they were needed.
It is hard to imagine that ISIS or any other genuine enemy of the United States would coordinate so closely with the U.S. military and allow U.S. military aircraft into their airspace. The incident is just another manifestation of the absurdity of extending an old rivalry into an era when simple cooperation is in both countries’ interest.
In fact, for the first time perhaps in decades, this year the Obama administration actually had the domestic political space it needs to take Cuba off the enemies list. In June, former Secretary of State Hillary Clinton aired her recommendation to end the embargo. For months now, increasing numbers of foreign policy thinkers are making public their views that the embargo is outmoded and unworkable.
The political downside to not renewing Cuba’s ignominious designation has all but entirely disappeared. Poll after poll has shown that the American people no longer support travel and trade restrictions on Cuba and would prefer they no longer exist.
There is also a cost to inaction on improving relations with Cuba in the foreign policy sphere. In 2015, for the first time, Cuba will finally be invited to the Summit of the Americas. As policy expert Richard Feinberg assesses in his Americas Quarterly article Cuba and the Summit of the Americas, “In coming months, the United States is going to face a tough choice: either alter its policy toward Cuba or face the virtual collapse of its diplomacy toward Latin America.”
Clearly, not renewing Cuba’s listing would have been good policy and good politics. It would seem that it’s high time for President Obama to reappraise this particular inherited grudge and make a mark in history as a president willing to bury a hatred that belongs in the past.
Marc Hanson is WOLA's Senior Associate for Cuba.