El panorama latinoamericano para la política exterior de los EE.UU.
Alejandro L. Perdomo Aguilera
En este trabajo se presentan algunas
reflexiones acerca de las condiciones que presenta la región
latinoamericana en la actualidad para la conformación de la política
exterior y de seguridad de los Estados Unidos. Para ello se aprecian los
elementos de cambio y continuidad en el panorama latinoamericano,
contrastándolo con la crisis del sistema-mundo, la emergencia de los
BRICS y los efectos de la crisis para EE.UU. y la UE.Palabras claves: Latinoamérica, Estados Unidos, hegemonía, liderazgo, sistema-mundo.
Los instrumentos claves de la hegemonía y
el poderío nacional de los Estados Unidos resultan básicos para el
re-acoplamiento del liderazgo mundial de ese país en el sistema-mundo,
acorde con los cambios que se producen tanto al interior de esa sociedad
como en la arena internacional. Para este objetivo central, se trazan
prioridades estratégicas a nivel internacional, que consoliden el
carácter hegemónico de su política exterior. En este interés se
articulan los instrumentos políticos, diplomáticos, ideológicos,
culturales, económicos e informacionales del poderío nacional
estadounidense.
La política exterior de ese país,
matizada por la diplomacia transformacional, afronta la necesidad de
transformar la visión de los EE.UU. ante el mundo. Para el caso
latinoamericano, acoge un complejo contexto con una correlación de
fuerzas que resulta contestataria a los intereses imperiales en los
foros regionales.
En ese panorama, el gobierno
estadounidense ha debido perfeccionar la proyección
político-diplomática, mediante el poder inteligente (smart power) y la
diplomacia y el desarrollo como complemento de la defensa (las tres D).
Desde estos presupuestos, se perfeccionan las bases esenciales de la
política exterior de los Estados Unidos, para el efectivo cumplimiento
de los objetivos estratégicos en la esfera internacional.
La política exterior de los Estados
Unidos en el nuevo escenario global, se halla en un proceso de reacomodo
y adaptación ante la emergencia de nuevas potencias económicas como
China y Rusia en primera escala y en un segundo orden la India, Brasil y
Sudáfrica, completando el eje de los BRICS.
El caso brasileño merece una especial
atención por el rol que desempeña en el escenario latinoamericano y los
espacios de cooperación que se abren con EE.UU. en la lucha contra el
narcotráfico, contra el cambio climático y para alcanzar la seguridad en
temas energéticos. En esta relación, se destacan zonas de interés
geoestratégicos como la Amazonía y la Triple Frontera, donde las
dinámicas político-diplomáticas adquieren relevancia.
El instrumento económico, financiero y
comercial juega también un rol importante, en la inversión y el
ejercicio de influencia a partir de las transnacionales, las ONGs, y
otros grupos ad hoc en la región, que han formado bases de trabajo en
territorios claves. En esta proyección el empresariado estadounidense
tiene grandes cuotas de poder.
Los intereses geoestratégicos de EE.UU.
deben comprenderse desde la formación imperial del Estado-Nación. Por
ello el Dr. Néstor García Iturbe considera: “Dentro de los mecanismos de
dominación utilizados por Estados Unidos, es importante tomar en cuenta
el comercio, fundamentado en el intercambio desigual y preferencial en
lo que respecta a la nueva metrópoli.”
Otro elemento de imprescindible
consideración en la proyección de EE.UU. hacia el hemisferio, radica en
el impacto de la crisis del sistema-mundo, donde el hegemón ha
reconocido la necesidad de realizar cambios a nivel doctrinal, para el
ejercicio de una política exterior más efectiva. En este sentido, ya no
basta con la recuperación económica y la demostración de la supremacía
militar, sino que para la consolidación hegemónica es necesaria también,
la preservación de su liderazgo en el orden político, diplomático,
ideológico, cultural e informacional.
En este afán se emprenden reformas en la
proyección de la política exterior y de seguridad, guiadas por el Smart
power y las tres D. Desde estos presupuestos, se desarrolla una
diplomacia en correspondencia con la necesidad de recuperar credibilidad
y adecuar la agenda internacional a los nuevos tiempos. Para ello, los
Departamentos y Agencias del gobierno estadounidense han llevado a cabo
varias reformas, de donde se destacan las implementadas por el
Departamento de Estado y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo
Internacional (USAID).
La actualización de los documentos
rectores de la política exterior y de seguridad, arrojan algunas pistas.
Tanto la Estrategia de Seguridad Nacional de 2010, la Revisión
Cuadrienal de Diplomacia y Desarrollo (QDDR) de 2010, cómo los
lineamientos de la USAID, dejan claro la necesidad de implementar
modificaciones a las formas de proyección internacional de los EE.UU.
En este interés destaca la relevancia al
tema de la seguridad y el poder civil, realzado en la QDDR como un
soporte para promover los intereses nacionales y atraer socios. El tema
del liderazgo, visto desde la mediación del poder civil significa un
trabajo de liderazgo y coordinación sobre los recursos de todos los
organismos civiles estadounidenses, puestos en función de “prever” y
“solucionar” conflictos. Asimismo, se entiende al poder civil como un
elemento básico para la promoción de sus valores e intereses
estadounidenses al resto del mundo. Estos se potabilizan por medio de la
“cooperación” contra la pobreza, el tráfico ilícito de drogas y los
desastres naturales.
En los últimos meses, donde los medios
fueron copados con el show electoral, ha existido un interesante
despliegue de funcionarios militares y diplomáticos hacia la región.
Entre ellos se destacan las “(…) visitas de coordinación del
representante del Pentágono, Frank Mora, a distintos países
suramericanos para organizar seminarios especiales para los funcionarios
de los ministerios de defensa y preparar nuevos acuerdos de instalación
de bases norteamericanas en estos territorios.”
Por otra parte, la relación de EE.UU. con
los latinos se complejiza, incluso al interior de esa sociedad. Los
efectos de la crisis económica sobre el empleo y su particular
afectación para los inmigrantes latinos, tienen un impacto electoral. La
reelección de Obama con el apoyo de la mayoría de este sector deja en
claro la importancia del voto latino, como principal minoría de ese
país.
“Un país con 50,5 millones de personas de
origen latino que representan el 16% de la población y casi el 12% del
electorado. Se convirtieron en la principal minoría del país y son
mayoría en 28 ciudades, con un crecimiento de casi la mitad (43 %) en la
última década.”
Esta realidad unida al peculiar sistema
de votación de ese país, hace que en Estados pendulares como Colorado,
Ohio, Nevada, Carolina del Norte y La Florida, resulte estratégica la
atracción del voto latino. Estas transformaciones permiten comprender la
ascendencia de los latinos en la política estadounidense, con figuras
como Joaquín Castro y cubano-americanos como los senadores Marco Rubio,
Robert Menéndez y Ted Cruz, así como los congresistas David Rivera y Joe
García.
Estas trasformaciones calan en la opinión
pública estadounidense, con efectos socioculturales de imprescindible
valoración para un diagnóstico lógico. Sobre este elemento el académico
Inmanuel Wallerstein consideró:
“El antagonismo hacia México debido a los
migrantes indocumentados ha llegado a jugar un papel importante en la
política estadunidense y ha estado socavando los supuestos lazos
económicos cercanos con México. Y en cuanto al resto de América Latina,
el crecimiento de su postura geopolítica independiente es fuente de
frustración para el gobierno estadunidense y de impaciencia para el
público en ese país.”
Por otra parte, la relación con los
gobiernos contestatarios de la región se dificulta, con la desfavorable
relación político-diplomática con el núcleo fuerte del ALBA (Venezuela,
Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Cuba); los problemas de inseguridad y la
violencia, derivados de la guerra contra las drogas en México y
Centroamérica, y el ascenso de Brasil como potencia emergente. Esta
situación, deja un difícil escenario para la consolidación hegemónica
estadounidense.
La continuidad de los golpes de Estado o
sus intentos, desde las amenazas desestabilizadoras contra los gobiernos
de Venezuela, Bolivia y Ecuador, el golpe de Estado en Honduras y la
destitución del presidente Fernando Lugo en Paraguay, muestran el
interés del gobierno estadounidense por cambiar la correlación de
fuerzas de la región.
El golpe en Paraguay refleja un nuevo
periodo de las relaciones entre EE.UU. Latinoamérica, donde Brasil juega
un papel más importante en el ajedrez regional. Desde la acción de ese
país en el MERCOSUR, desfavorable para Paraguay y favorable para la
entrada de Venezuela, parece haber ocurrido un efecto boomerang para los
intereses estadounidenses en Sudamérica. Por si fuera poco, la
reelección del presidente Chávez y el mejoramiento de las relaciones con
Colombia dificulta el trabajo de divide y vencerás de la política
exterior estadounidense.
El avance del proceso de paz entre el
gobierno colombiano y la guerrilla, actuando Cuba como mediador junto a
Noruega, denota un nuevo contexto. En tales circunstancias, el
aislamiento de Cuba en los foros regionales resulta un fracaso. En la
OEA se posicionó el regreso de Cuba y para la Cumbre de las Américas en
Colombia, fue reclamada la participación de la Isla.
En el plano de la seguridad, la
legalización de las drogas ha aumentado el debate, de lo que fue eco la
pasada Cumbre de las Américas. El auge de este tema dificultaría los
intereses de EE.UU. en la región, al proponerse políticas de
debilitarían los fundamentos que justifican sus efectivos de seguridad
en el hemisferio. El impulso de los países latinoamericanos del Consejo
de Defensa Sudamericano y la expulsión de la USAID y la DEA por los
gobiernos latinoamericanos más radicales, ofrece señales de alerta
contra la ansiada conquista de los corazones y las mentes latinas, a
través del american dream.
En el área informacional, la utilización
de las redes sociales en Internet y los medios alternativos, por
movimientos y gobiernos contestatarios, ha mostrado otras visiones sobre
la proyección de EE.UU. en Nuestra América. Un ejemplo claro de ello es
la extensión de su uso por presidentes latinoamericanos como Chávez,
Correa y Dilma, así como por movimientos sociales emancipadores.
Los escándalos provocados por la
Operación Rápido y Furioso y la Naufragio, las cuales permitieron armar a
los carteles de la droga, incrementan la visión desfavorable hacia la
política exterior y de seguridad de los EE.UU. hacia la región. Si a
esto se suma el incremento de muertes a causa de la guerra contra el
narcotráfico, puede percibirse el difícil panorama para la consolidación
hegemónica en la región.
Estas circunstancias han modificado la
matriz de opinión de los países latinoamericanos y, también, al interior
de los Estados Unidos; evidenciándose la necesidad de una reformulación
de los instrumentos claves de la política exterior y de seguridad de
Washington en Latinoamérica, a partir de métodos más convincentes. Según
las últimas encuestas, y a consideración de Inmanuel Wallertestin: “En
la opinión pública el elemento más importante relacionado con la
política exterior estadounidense es la incertidumbre y la falta de
claridad.”
El contexto internacional no ayuda. La
crisis económica en la UE, y las relaciones de estos países con
Latinoamérica, aumentan los cuestionamientos sobre el liderazgo
estadounidense, ante la crisis que atraviesa el sistema-mundo. El
ascenso de China y el incremento de sus relaciones económicas,
comerciales y financieras con Latinoamérica, es otro de los elementos
donde cede espacios el hegemón, si bien preserva su predominio en la
región.
En esta atmósfera, el gobierno
estadounidense rearticula los instrumentos del poderío nacional para
perfeccionar la penetración imperial. En este sentido, se validan
conceptos como la responsabilidad de proteger, para temas sensibles como
la seguridad humana, la gobernabilidad, la convivencia democrática, el
estado de derecho y la violencia y la criminalidad, que posibilitan el
trabajo de influencia con sectores señalados como “vulnerables” en los
documentos rectores de la política exterior y de seguridad
estadounidense.
Ante estas circunstancias, en la
percepción de la opinión pública crece el estado de frustración e
incertidumbre, y muchos se preguntan qué será de la política
internacional de los EE.UU. en la aldea global de las próximas décadas.
Al respecto, el politólogo Inmanuel Wallerstein consideró: “Es probable
que para 2020 y para 2030 la política exterior comience a digerir la
realidad de que Estados Unidos no es la única superpotencia todo
poderosa, sino simplemente uno de los cuantos loci de poder
geopolítico.”
por Alejandro L. Perdomo Aguilera