Por: Dr. Rafael Caldera Pocas veces llega un hombre a identificarse en tal grado con un pueblo como Simón
Bolívar con la nación venezolana. Bolívar es signo de unidad y grandeza para toda la
América Latina, pero para Venezuela es uno de los símbolos de la patria, como la bandera, el
escudo y el himno nacional. Su nombre está estampado en la Constitución: Andrés Eloy
Blanco propuso que se lo incluyera en la Declaración Preliminar de la Carta de 1947 y nosotros, en el
mismo sentido, rubricamos con él el Preámbulo de la Constitución vigente, que
concluye con este propósito: (conservar y acrecer el patrimonio moral e histórico de la Nación,
forjado por el pueblo en sus luchas por la libertad y la justicia y por el pensamiento y la acción de los
grandes servidores de la Patria, cuya expresión más alta es Simón Bolívar,
"El Libertador".
Ese hombre - símbolo, ese adalid inigualado de nuestra independencia, de cuyo nacimiento están
para cumplirse dos siglos, vivió solamente 47 años. Los primeros 27 fueron, sin duda, necesarios para
la forja de su personalidad, pero su vida pública empieza en 1810.
Treinta años tenía cuando los pueblos, en impresionantes ceremonias, le dieron el título
de Libertador; no había llegado a los cincuenta cuando expiraba, dejando tras de sí cinco
repúblicas - hoy seis - que lo reconocen, cada una, como Padre de la Patria.
Sobre su vida se ha escrito mucho. En todos los tonos: desde la
diatriba despiadada o la calumnia artera
hasta el endiosamiento sin límites. Pero el signo mejor para apreciar la
dimensión colosal de su imagen y la proyección de su mensaje
lo dejó José Martí, al decir que de Bolívar no se puede hablar sino "con
una montaña por tribuna, o entre relámpagos
y rayos, o con un manojo de pueblos libres en el puño y la tiranía
descabezada a los pies".
Nació el 24 de julio de 1783,
cuando el precursor Francisco de Miranda tenía 2
años y 2 escasos el maestro de América, Andrés Bello, hijos de la misma
ciudad de Caracas,
para entonces pequeña y modesta. La unión a la primitiva provincia de
Venezuela de las de Cumaná,
Margarita, Guayana, Barinas y Mérida - Maracaibo, con Caracas como
capital, apenas se había consumado en el decenio anterior. A menos
de trescientos años del Descubrimiento y a poco más de doscientos de la
fundación de la
ciudad, estaba culminando el proceso de formación de la nacionalidad
venezolana, con una economía agrícola
medianamente próspera (fomentada durante medio siglo de actividad por la
Real Compañía Guipuzcoana), una sociedad en proceso
de fusión, pero todavía estratificada en sectores diferenciados por el
origen étnico (a lo que historiografía posterior llamaría
erróneamente "castas") y con una cepa criolla que obtuvo, no sólo fuerza
y entrenamiento del cultivo de la tierra, sino formación
intelectual de la Universidad Real y Pontificia fundada en 1725.
Reinaba para entonces en España Carlos III, considerado hoy como el más progresista
de los Borbones, llegados a España con Felipe V, a la sombra de Luis XIV ("le Roí Solei") a inicios del siglo XV Cuando nació
Bolívar, llevaba dos años de inaugurada la Puerta de Alcalá, entonces en el límite y ahora en el centro de Madrid, testimonio
de un esplendor que concluiría en naufragio por la manifiesta incapacidad de Carlos IV y Fernando VII.
Ya para 1783
un acontecimiento trascendental, la independencia de los Estados
Unidos, había renovado
las ideas sobre la organización del poder público y sobre los derechos
fundamentales de los ciudadanos y establecido la primera organización
republicana de los tiempos modernos. Niño era Bolívar cuando estalló la
Revolución Francesa y promulgó la Declaración
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. A un momento mundial de
intensa reflexión sobre las bases de la sociedad, sucedía una intensa
agitación, que echó por tierra instituciones seculares y exigía una
nueva postura, a tono con los tiempos. Para el momento
en que Bolívar ve la primera luz en Caracas, vive en Córcega un muchacho
de 14 años, Napoleón Bonaparte, que comenzará
a llenar los anales de Europa cuando el joven indiano haga su primer
viaje trasatlántico y se encontrará en la cúspide del poder
absoluto cuando, traumatizado por la muerte de su joven esposa, vuelva a
Europa y recorra, acompañado por don Simón Rodríguez,
caminos de Francia e Italia por donde habían andado y andaban grandes
hacedores de historia.
La niñez de Bolívar, como todo lo que le concierne, ha sido
objeto de abundantes investigaciones.
En el relato de sus ocurrencias se entremezclan hallazgos documentales y
anécdotas que labios anónimos recogen y trasmiten. Se dice
que fue en el momento del bautismo cuando su padrino Aristiguieta, que
administraba el sacramento, le dio el nombre de Simón, para señalar
que sería "el Simón Macabeo de la América". Se cuentan historias según
las cuales la precocidad de su genio afloraría
en agudas respuestas a su tutor, el licenciado Miguel José Sanz. De
hecho, era un huérfano de familia mantuana, titular de una herencia
suficiente para estimular conflictos familiares. Dos años y medio tenía
cuando murió su padre, don Juan Vicente Bolívar
y Ponte, descendiente de vascos, castellanos, canarios y gente de otras
regiones españolas; iba a cumplir nueve cuando perdió a su
madre, doña Concepción Palacios y Sojo. Era el menor de cinco hermanos:
la cuarta vivió poco; dos hermanas mayores, María
Antonia y Juana, le sobrevivieron, y el otro varón, Juan Vicente, murió
en 1810. El abuelo paterno había fallecido antes, y
el abuelo materno apenas sobrevivió un año a la orfandad de los hermanos Bolívar Palacios. La guarda y tutela del menor fue
objeto de controversias y ocasión para que recibiera la primera influencia de don Simón Rodríguez, el maestro de personalidad
extraordinaria a quien desde la cúspide de su poder rindiera el más emocionado de los homenajes.
Los años de su primera formación corresponden también a su primer encuentro
con Andrés Bello, su contemporáneo, ligeramente mayor que él y ya en patente dedicación a las letras. En carta al vicepresidente
Santander (Arequipa, 20 de mayo de 1825)
Bolívar se refiere a su
educación, a propósito de un artículo publicado en Europa: No es cierto
que mi educación fue muy descuidada, puesto
que mi madre y mis tutores hicieron cuanto era posible por que yo
aprendiese: me buscaron maestros de primer orden en mi país. Robinson,
que Vd.
conoce (Samuel Robinson era un seudónimo de don Simón Rodríguez),
fue mi maestro de primeras letras y gramática; de bellas letras y
geografía, nuestro famoso Bello; se puso una academia de matemáticas
sólo para mí por el padre Andújar, que estimó mucho el barón de
Humboldt. Después me mandaron a Europa
a continuar mis matemáticas en la Academia de San Fernando; y aprendía
los idiomas extranjeros, con maestros selectos de Madrid; todo bajo la
dirección del sabio marqués de Uztaris, en cuya casa vivía.
Todavía muy niño, quizá sin poder aprender, se me dieron lecciones de
esgrima, de baile y de equitación. Ciertamente
que no aprendí ni la filosofía de Aristóteles, ni los códigos del crimen
y del error; pero puede ser que Mr. de Mollien
no haya estudiado tanto como yo a Locke, Condillac, Buffon, Dalambert,
Helvetius, Montesquieu, Mably, Filangieri, Lalande, Rousseau, Voltaire,
Rollin, Berthoy y todos los clásicos de la antiguedad, así filósofos,
historiadores, oradores y poetas; y todos los clásicos
modernos de España, Francia, Italia y gran parte de los ingleses.
Todo esto lo digo muy confidencialmente a Vd. para que no crea que su
pobre presidente ha recibido tan mala educación como dice Mr. de
Mollien;
aunque, por otra parte, yo no sé nada, no he dejado, sin embargo, de ser
educado como un niño de distinción pudo serlo en América
bajo el poder español .
De menos de 14 años se inicia el adolescente caraqueño en el
Batallón de Milicias
de los Valles de Aragua. No ha cumplido 16 cuando viaja a España. Visita
a México en la travesía. Se había olvidado
en Venezuela el intento revolucionario de Gual y España, reprimido con
dureza implacable; nada revelaba todavía la estructura que en
Bolívar se iría forjando y que lo haría el conductor indiscutible del
movimiento de independencia. Pero, sin duda, su personalidad
ya se acusa: va mostrando una inteligencia despierta, un magnetismo
personal nada corriente y una rara combinación de arrojo y de firmeza,
que
en los grandes momentos pondrá las más audaces decisiones al servicio de
los más tenaces propósitos y de los más
meditados proyectos.
Tres años y medio dura este primer viaje. En él se libera del
complejo indiano, al
hombrearse con gente encumbrada de la corte española. Adquiere en
Madrid, según acabamos de ver, conocimientos que van desde matemáticas
e idiomas extranjeros hasta usos indispensables en la alta sociedad de
entonces, como la esgrima y el baile y la equitación, que le será
tan útil en sus futuras campañas. Observa la decadencia de la monarquía
borbónica y comienza a germinar en su mente
la idea de la independencia de Hispanoamérica. Conoce París, centro de
la mayor movilización cultural y política del universo.
Pero el romance de un puro amor, vivido con pasión de adolescente, es lo
que prevalece entonces en su vida. María Teresa del Toro y
Alayza, su prima madrileña, descendiente por Toro de las islas Canarias y
de origen vasco por Alayza, lo ha prendado de manera total. En pos de
ella va a Bilbao, tierra de sus antepasados "Bolíbar" y toma contacto
con el recio temple de esa estirpe. La boda se celebra en Madrid el 26
de mayo de 1802,
en la iglesia de San José, que entonces no se hallaba en la calle de
Alcalá, donde fue posteriormente reconstruida, sino
cerca de allí, en la esquina de las calles Libertad y Gravina. Teresita,
muy amable, muy dulce (carta de 13 abril de 1802) lo acompaña sin
vacilación: está dispuesta, como tantos parientes suyos antes, a cruzar
el Atlántico, atraída por el Nuevo Mundo; va con
él a Caracas, luego a la posesión familiar de San Mateo, en Aragua; pero
el trópico avaro cobrará el precio de la
romántica aventura y unos meses más tarde, en enero de 1803, la fiebre arrancará al joven oficial el amor de su vida.
Empieza entonces el proceso más hondo de su drama vital. El dolor
que no logra dominar lo empuja
de nuevo hacia otros horizontes. Vuelve a Francia, donde encuentra a don
Simón Rodríguez; van juntos a Italia y caminan sobre las
huellas de una antiguedad rediviva observando la marcha arrolladora de
los ejércitos napoleónicos, que subyugan a Europa buscando
unificarla con puño de hierro, a los acordes. de la Marsellesa, el himno
de la Revolución. Su espíritu se sume en contradictorias
reflexiones, pero la conclusión es clara: en el Monte Sacro, a la vista
de la Roma eterna, jura consagrar su vida a la independencia de su
patria.
Dura casi cuatro años este segundo viaje. Al regreso, visita los Estados Unidos. Tiene ahora
una visión cabal del mundo moderno. Vuelve a Venezuela en 1807,
dominado por una idea obsesiva: la de la independencia. Es,
definitivamente,
un revolucionario. Pero no de aquéllos cuya única preocupación es la de
destruir el orden viejo: en el revolucionario que es Bolívar,
junto al propósito de abolir el dominio extranjero en América está
presente la preocupación de construir un nuevo orden
jurídico y político, basado sobre la libertad y la justicia e inspirado
en la realidad del nuevo mundo, "no olvidando jamás
que la excelencia de un Gobierno no consiste en su teoría, en su forma,
ni en su mecanismo, sino en ser apropiado a la naturaleza y al carácter
de la Nación para quien se instituye. !He aquí el código que debemos
consultar, y no el de Washington! " (Discurso de Angostura).
Conspira con otros jóvenes, ilumina dos por el mismo propósito
revolucionario. Infolios de la
época acreditan que las autoridades coloniales descubrieron en la
"Cuadra Bolívar" - la casa de campo familiar en las afueras de Caracas
- reuniones festivas que eran pantalla para cosas más serias. Pero no
les prestaron la atención merecida. Los acontecimientos se precipitaron
cuando llegaron tardías noticias de la ocupación napoleónica de España y
de la resistencia al invasor, que sacudieron definitivamente
los ánimos y unieron a los que sólo deseaban afirmar lo hispánico frente
a la ocupación extranjera, con aquellos como Bolívar,
que buscaban definitivamente la plena afirmación de la propia soberanía
en el continente colombiano.
El 19 de abril de 1810
no estaba él en Caracas, pero pronto se incorporó a la acción.
Era un personaje prominente; a pesar de sus escasos 27 años, había que
tomarlo en cuenta para tareas de gran responsabilidad. La Junta de
Gobierno de Caracas (conservadora de los derechos de Fernando VII)
decide enviar misiones diplomáticas para allanar camino hacia el
objetivo
ulterior: la independencia. Los hermanos Bolívar Palacios, por su
cultura y su prestancia, son indicados para los más importantes
destinos: Juan Vicente, el hermano mayor, irá a los Estados Unidos, pero
naufragará al regresar; Simón encabezará la embajada
que, con Luis López Méndez y Andrés Bello, se dirigirá a la Corte de St.
James. !Cuánto no hablarían el futuro Padre
de la Patria y su antiguo maestro a bordo de la fragata Wellington sobre
el destino futuro de América! !Cuánto no tratarían
ellos y el ilustre López Méndez con el egregio precursor Miranda, en la
casa londinense de éste, sobre los problemas y posibilidades
de nuestros pueblos!
La misión no alcanzó el objetivo máximo de alinear a la poderosa
Albión al lado
de los patriotas venezolanos, pues tenía a España por aliado contra
Napoleón; pero abrió caminos por los que después
se cosecharía un franco apoyo para nuestra lucha. Bolívar no puede
permanecer mucho en Europa en este tercer viaje, pero tiene tiempo
para mirar de cerca el funcionamiento de las instituciones inglesas, por
las que va a guardar admiración perdurable. Lo llama la urgencia
del proceso venezolano. A los dos meses y once días de llegar, emprende
la vuelta, no sin dejar comprometido a Miranda, a quien había
insistido con vehemencia en la necesidad de acompañarlo a su regreso a
Venezuela, según dice a Lord Wellesley el mismo Precursor.
No es diputado al Congreso, pero sí figura de primer plano en la Sociedad Patriótica,
una especie de club revolucionario a la manera de los que veinte años antes habían conmovido, desde París, al mundo. Es factor
decisivo en el pronunciamiento por la Declaración de Independencia que se adopta el 5 de julio de 1811.
Vacilar es perdernos, dice Bolívar.
Su voz resuena desde la barra en la vieja capilla de Santa Rosa,
convertida en sala de sesiones de la representación nacional. Se perfila
ya
la figura del que habrá de ser líder indiscutido de la Emancipación.
La suerte es adversa en el fatídico 1812. El terrible terremoto de 26 de marzo cubre de escombros a Caracas, destruye a San Felipe el Fuerte y golpea duramente
a otras ciudades del país. Como ocurre en un Jueves Santo, se hace fácil la conseja de que Dios ha querido castigar la acción
tomada por los ediles de Caracas el 19 de abril de 1810,
que era Jueves Santo también. Frente a su casa solariega, en la plaza
de San Jacinto,
Bolívar se yergue ante un clérigo realista que sustenta apasionado
aquella tesis. !Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y
haremos
que nos obedezca! Intuitivo genial, plantea la lucha constante del
hombre por el señorío sobre las cosas creadas.
Pero no es sólo la naturaleza la que se opone a la revolución. Es
también la audacia de un marino, Domingo Monteverde, ayudada por la
vieja adhesión
de mucha gente a la colonia secular. Monteverde avanza. Miranda es
proclamado dictador. A Bolívar se le encomienda la custodia de Puerto
Cabello
y una traición le hace perder la plaza. Apenas le queda tiempo para
moverse. Miranda no puede dominar la situación; confiando en la
palabra de Monteverde y en el honor del poder tradicional que éste
representa, el Generalísimo firma en La Victoria una capitulación;
pero la clara visión de que será violada lo hace buscar por La Guaira
una salida al exterior, con el propósito de volver a intentar
más tarde la liberación nacional. Bolívar, que ha llegado también a La
Guaira, reunido con otros jóvenes revolucionarios,
estima que Miranda falta a su deber de permanecer como garante de los
términos acordados, y lo detienen para impedirle que se marche. La
intención
que los mueve es comprensible y la razón la sostendrá después, siempre
que se considera el caso. Pero el jefe realista no se para en el
camino de la represión y en vez de retener a Miranda lo manda prisionero
a la Península. El trágico resultado está muy lejos
de lo que pretendieron los actores. El cautiverio de Miranda
transcurrirá en el Arsenal de La Carraca, cerca de Cádiz. Los últimos
documentos de su archivo, encontrados en Londres, demuestran que no
dejaron de hacerse diligencias para asegurar su fuga y para facilitar la
reanudación
de sus patrióticos empeños; pero una enfermedad le ocasionó la muerte,
ocurrida en la enfermería del Arsenal el 14 de julio
de 1816.
Bolívar logra, entre tanto, por generosa intervención de un amigo
español,
Francisco Iturbe, pasaporte para salir de Venezuela. No busca refugio ni
descanso. Se dirige a la Nueva Granada (hoy Colombia), donde la
revolución
está activa. De esta permanencia en suelo granadino, llena de incidentes
y dificultades, quedarán sobresaliendo un documento y una idea:
el Manifiesto de Cartagena, el primero de sus documentos fundamentales,
que contiene agudo y valiente análisis de la pérdida de la
Primera República, y la idea - que habrá de acompañarlo hasta la muerte -
de unir a Venezuela y la Nueva Granada en una gran República,
que llevaría el nombre de Colombia en memoria del Descubridor.
Con el apoyo de un gran patriota, Camilo Torres, organiza en territorio de la Confederación
granadina un ejército expedicionario para invadir a Venezuela. 1813
es el año en que se revela a plenitud su genio militar: invade por
el Táchira en marzo, y el 6 de agosto, tras impresionantes victorias de
una serie conocida por la historia como la Campaña Admirable,
entra triunfante en Caracas. Es también el año en que se le da, primero
en Mérida (23 de mayo) y luego en Caracas (14 de
octubre), el título de Libertador, sobre el cual le escribirá más tarde
su hermana María Antonia: "Ese es tu verdadero
título, el que te ha elevado sobre los hombres grandes y el que te
conservará las glorias que has adquirido a costa de tantos sacrificios" .
1813
es también el año del Decreto de Guerra a Muerte. Momento trágico de
inexorable dilema. La sangre corría a raudales y el concepto de patria
surgía del holocausto, interpretado por su verbo. En Trujillo
firmó la terrible proclama; allí también, en 1820, se firmarían los tratados de Armisticio y Regularización
de la Guerra, que harán brillar, según palabras del mismo Bolívar, "el amor a la paz, tan propio de los que defienden la causa
de la justicia".
Después empiezan nuevamente las calamidades. En 1814
se pierde la Segunda República,
y ni siquiera en manos de un Monteverde, sino de Boves, el más cruel
personero de la revancha sanguinaria. Bolívar dirige la dramática
Emigración a Oriente de las familias de Caracas. En Carúpano (7 de
septiembre) expide un nuevo Manifiesto, que es otro de sus documentos
importantes. Pero la fatalidad lo acosa. En adelante habrá de mostrarse
más que nunca el hombre de las dificultades . Tras de cada fracaso,
una nueva acción. Bolívar derrotado es más temible que vencedor, dijo
Morillo. No descansa ni renuncia a su lucha: ello explica
por qué, cuando venga a Caracas, en 1827,
por última vez, y le of rezcan un homenaje en que le rodean estandartes
con los nombres
de todas las virtudes que se le atribuyen, al comenzar a repartirlos
entre las más destacadas personalidades presentes, reserva sólo
para sí el que decía: Constancia.
Vuelve a Nueva Granada, a dar cuenta al Congreso. Camilo Torres
le responde: Vuestra Patria no
ha perecido mientras exista vuestra espada. Pero lo vencen disensiones
internas. Sale para Kingston, y allí publica otro formidable documento,
en que analiza las causas de la revolución hispanoamericana y traza de
mano maestra el destino de nuestras patrias: la Carta de Jamaica (6
de septiembre de 1815).
Escapa de un atentado personal; viaja a Haití,
y con el apoyo del presidente Petion organiza la expedición de Los
Cayos. Quiere actuar en suelo venezolano. Boves ha muerto de un lanzazo
en Urica, combatiendo con Pedro Zaraza; ahora le corresponderá al
Libertador enfrentarse, no con un nuevo caudillo de montoneras sino con
un experimentado general, de aquellos vencedores de las guerras
napoleónicas,
el pacificador Pablo Morillo. La expedición de Los Cayos termina en el
desastre en Ocumare, de donde parte súbitamente tratando de
alcanzar a los corsarios que lo acompañaban y lo han abandonado. Vuelve a
Haití, y nuevamente invade a Venezuela, ya para quedarse
definitivamente en tierra firme.
Comienza la fase definitiva de la epopeya libertadora. Fue un
gran acierto suyo moverse de la costa
nor-oriental hacia las prósperas riberas del Orinoco, y fijar en la
ciudad de Angostura (hoy Ciudad Bolívar) el centro de su actividad
política y militar. Prominentes personajes de la Independencia no
acataban todavía su autoridad y pretendieron reunir un congreso
que retomara el ejercicio de la soberanía nacional y les diera título
para disputar a Bolívar la conducción de la guerra; pero
la historia-pese a la alta figuración de quienes lo integraron- recuerda
aquella reunión con el nombre peyorativo de congresillo
de Cariaco. Mientras tanto, el Libertador convoca y reúne un congreso,
al que rodea de toda la majestad posible, y frente al cual pronuncia su
célebre Discurso de Angostura (15 de febrero de 1819),
que es uno de los textos más densos de la literatura política, no sólo
de América Latina, sino del mundo. Es allí donde proclama que el sistema
de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor
suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma
de estabilidad política. El escenario material es pobre, aunque
lo magnifica la majestuosa cercanía del río Orinoco; pero el presidente
del congreso, el prócer neogranadino Francisco Antonio
Zea acotará: No era en el Capitolio, no en los palacios de Agripa y de
Trajano; era en una humilde choza, bajo un techo pajizo, que Rómulo,
sencillamente vestido, trazaba la capital del mundo y ponía los
fundamentos de su inmenso imperio. Nada brillaba allí sino su genio;
nada había de grande sino él mismo. No es por el aparato, ni la
magnificencia de nuestra instalación, sino por los inmensos
medios que la naturaleza nos ha proporcionado y por los inmensos planes
que vosotros concibiérais para aprovecharlos, que deberá
calcularse la grandeza y el poder futuro de nuestra República.
Organizador del Estado, Bolívar funda un periódico, el Correo del
Orinoco
para informar sobre la vida nacional y defender sus objetivos. Su fama
atraviesa el océano; pasan de diez mil el número de jóvenes
irlandeses e ingleses, como un O'Leary o un Farriar, y de otras
nacionalidades europeas, que vinieron a combatir en favor de la
independencia sudamericana
atraídos por el brillo magnético de sus proezas.
Un ano antes ha logrado un éxito de proyecciones trascendentes:
en el Hato de Cañafístola
obtiene la adhesión de José Antonio Páez, el caudillo legendario qué
habría aunado en torno suyo formidables caballerías
llaneras, muchos de cuyos integrantes habían acompañado a Boves. Mas ha
tenido también contratiempos. Se encuentra con uno
de los dolores mayores de su vida al autorizar la ejecución de su
brillante lugarteniente Manuel Piar, vencedor de San Félix, condenado
por consejo de guerra como culpable de rebeldía. La campaña del centro
tiene que detenerse por reveses. Pero él se sobrepone.
En Casacoima, devorado por la fiebre y agotado por tantos obstáculos,
anuncia los éxitos futuros que, según sueña ya, habrán
de culminar en la liberación del Perú. En 1819
realiza su mayor hazaña militar: el paso de los Andes. A través del
infranqueable páramo de Pisba y a un costo inmenso, sorprende a las
tropas españolas; vence en Gámeza y Pantano de Vargas,
y la victoria de Boyacá (7 de agosto) le abre las puertas de Bogotá, con
todos los recursos del virreinato. Ya no puede ser visto sólo
como un guerrero afortunado: es el jefe de estado de una nación en
marcha. El 17 de diciembre (coincidencialmente, 11 años antes
de su muerte) el Congreso sanciona la Ley Fundamental de Colombia.
Morillo se convence de que la independencia no puede detenerse. De ahí
los
tratados de Trujillo y la admiración personal por Bolívar, que lo mueve a
invitarlo para una histórica entrevista, celebrada
en la población trujillana de Santa Ana (27 de noviembre de 1820),
donde, como lo expresa el soneto laureado de Alejandro Carías, juntos
desagraviaron los gueweros, al declinar su indómita bravura con los de
Cristo, los hidalgos fueros, y nos legaron como herencia pura de
españoles de Indias y de iberos, timbre de unión que en las edades
madura.
En adelante avanza sin cesar, de triunfo en triunfo. El 24 de
junio, en la llanura de Carabobo,
sella la liberación de Venezuela. El 2 de octubre presta juramento como
presidente de Colombia ante el Congreso Constituyente reunido en la
villa del Rosario de Cúcuta. El 7 de abril de 1822
gana la batalla de Bomboná y el 24 de mayo, obtenida en Pichincha la
victoria por
su más brillante oficial, el joven general Antonio José de Sucre, o
asegura la independencia del reino de Quito-a cuya capital entra
el 16 de junio-y aquél viene a formar parte de la Gran Colombia. El 13
de julio decreta la incorporación de Guayaquil y el 27 se
entrevista en aquella ciudad con el gran libertador del sur, José de San
Martín. Envía refuerzos para la campaña del
Perú, a donde es luego llamado formalmente: llega al puerto de El Callao
el 1o de septiembre de 1823 y, después de sobrepasar innumerables
obstáculos, obtiene la victoria de Junín el 6 de agosto de 1824. Entre tanto, nuestra marina de guerra, al mando del almirante José
Padilla, ganaba el 24 de julio de 1823 (día en que cumplía Bolívar 40 años) la Batalla Naval de Maracaibo, que aseguraba
la supremacía patriota en aguas del Caribe.
Una de las situaciones personales que el Libertador debió superar
en la campaña
del Perú fue una grave enfermedad que lo afectó en Pativilca. El
episodio es uno de los más demostrativos de su temple. Relata
don Joaquín Mosquera cómo, después de analizar la situación política, la
insufio ciencia de recursos y su delicado
estado, al preguntarle qué piensa Ud. hacer?, dio como inequívoca
respuesta una sola palabra que ha quedado grabada con caracteres
indelebles:
!Triunfarl )
El 9 de diciembre de 1824, en la pampa de La Quinua, cerca de Ayacucho, Sucre obtiene la victoria
final, en que el virrey La Serna rinde con su espada la soberanía española en América. Dos días antes, el Libertador
ha expedido desde Lima la invitación a los gobiernos de la América Española para el Congreso de Panamá, con la aspiración
de sellar en un pacto anfictiónico la unión política de los nuevos Estados y constituir, según su feliz expresión
en una carta a O'Higgins (8 de enero de 1822), "una nación de repúblicas".
Después de la victoria de Ayacucho, por voluntad de los pueblos
del Alto Perú se constituye
una nueva República, que toma el nombre de Bolivia. Es el más alto y
permanente de todos los homenajes que se le hacen en la cúspide
de la gloria. Sucre es elegido presidente de la nueva nación, aunque
sólo acepta por dos años. El Libertador, en su discurso al
constituyente boliviano, expresa su angustia por la organización
institucional y diseña las estructuras que juzga más adecuadas
para hacer frente a la anarquía: un presidente vitalicio, compensado por
un senado hereditario; una cámara popular y una cámara
de censores, para velar por la rectitud de las costumbres y de los
procedimientos.
Pero ello no pasa de ser una ilusión: las fuerzas desencadenadas
confluirán sobre las nuevas repblicas y faltará todavía
mucho tiempo para que puedan enrumbarse satisfactoriamente.
Estos son los años en que Bolívar recibe los máximos honores y
sufre las más
terribles decepciones. En el Perú, las honras que decreta para él el
Congreso recuerdan a las que el senado romano tributaba a los guerreros
victoriosos; en todas las ciudades de las cinco repúblicas se le hacen
verdaderas apoteosis. Rechaza las recompensas materiales, consciente
de la superioridad de la gloria.
Simultáneamente, el sentimiento localista toma cuerpo contra sus
aspiraciones integracionistas.
El Congreso de Panamá queda en nada, a pesar del sacrificio de Pedro
Gual, que deja el Ministerio de Relaciones Exteriores de la Gran
Colombia
para irse al istmo y después a Tacubaya (México) donde continuó la
reunión. La visión de grandeza de Bolívar es senalada
por sus adversarios como ambición cesárea. La maniobra de los aspirantes
a jefaturas parroquiales cuenta con la predisposición
de los ciudadanos contra el precedente universal de héroes convertidos
en usurpadores y con el apego de los pueblos a sus estrechos ámbitos
naturales, aislados entre sí por la dificultad de comunicaciones.
Tiene que dejar el Perú para atender a los problemas de Colombia.
En Venezuela, Páez, que
ha venido siendo prácticamente el jefe del país desde la batalla de
Carabobo, en la que fue ascendido por Bolívar a la máxima
jerarquía militar, se hace portavoz de los resentimientos y a través de
un pronunciamiento de las municipalidades decreta la separación
de Colombia. Es "La Cosiata", la secesión, que se minimiza y esfuma al
llegar a la patria su hijo máximo. Su última visita a
Caracas podría tal vez considerarse como el momento más feliz de su
vida. Pero tiene que regresar a la capital grancolombiana, y desde
su partida comienza nuevamente en Venezuela el proceso de disolución
que se hará definitivo en 1830. Mientras tanto, el Libertador convoca
a una convención para renovar las bases del estado, la Convención
de Ocaña, que concluye en disenso, lo que lo fuerza a asumir una
inevitable dictadura. Los opositores lo llaman tirano, y el magnicidio
llega muy cerca de su objeto en la noche oscura del 25 de septiembre de
1828. Además de algunos ideólogos como Florentino González
y aventureros audaces como Pedro Carujo, aparece comprometido nada menos
que Francisco de Paula Santander, su gran colaborador en la campaña
de Boyacá y en el ejercicio del gobierno. La represión es
dura. Pero Bolívar conmuta por expulsión del país
la pena de muerte a que condenara el consejo de guerra a quien más
tarde fuera ilustre presidente de la República de la Nueva Granada.
Los malentendidos entre Colombia y el Perú conducen a una guerra, concluida felizmente,
después de la batalla de Tarqui, con la afirmación de Sucre
de que la justicia de su causa era la misma antes que después de
la victoria. Se convoca a un nuevo congreso, que se reúne en Boyacá
en la apoteósica entrada en Caracas enero de 1830 y que la elegante
precisión del verbo bolivariano denomina infructuosamente "Admirable").
Lo preside Sucre, quien realiza los mayores esfuerzos por lograr la reunificación
con Venezuela. Todo resulta inútil. El destino ha marcado su signo.
El proceso es fatal. Sucre es asesinado el 4 de junio en la montaña
de Berruecos, cuando regresaba a su hogar rumiando amargas preocupaciones.
Por otra parte, el Congreso de Venezuela, temeroso de que la presencia
del Libertador volviera a disipar los proyectos separatistas, pone como
condición a todo diálogo su exclusión del territorio
nacional: es el más duro de los ultrajes y el más triste
de los hechos históricos de nuestra República. El congreso
colombiano, a su vez, le acepta la renuncia; designa un nuevo presidente
que no asume por lo pronto el poder; el general Rafael Urdaneta, se hace
cargo del gobierno el 5 de septiembre, instando al Libertador a volver.
Este, que se halla en ruta a la costa atlántica con el propósito
de pasar a Europa, encuentra en el deterioro de su quebrantada salud el
desenlace de su ciclo vital. Le da hospitalidad en la quinta de San Pedro
Alejandrino, cerca de Santa Marta, un hidalgo espanol, Joaquín de
Mier; y lo atiende en su última enfermedad un médico francés,
Alejandro Próspero Reverend, que ganó con su afecto por el
noble paciente la gloria de la inmortalidad. Historiadores médicos
discuten hoy acerca del tratamiento que indicó Reverend: lo cierto
es que ya la inmensidad de la figura y de la obra de Bolívar no
cabían en el escenario de su vida. Sabía que iba a morir,
se preparó dejando un mensaje inolvidable en el que sus últimos
deseos los expresaba y el sacrificio de su existencia lo of recía,
para recomendar el mantenimiento de la unión grancolombiana. El
obispo José María Esteves, de Santa Marta, y el cura de Mamatoco,
Hermenegildo Barranco, le dieron los últimos auxilios religiosos.
Falleció el 17 de diciembre de 1830. Tenía solamente 47 años:
pero ya resonaba la frase del elocuente Choquehuanca, quien desde el Perú
había pronosticado: "con el tiempo crecerá vuestra gloria
como crece la sombra cuando el sol declina". Sus restos, inhumados solemnemente
en la catedral de Santa Marta, fueron trasladados a la catedral de Caracas
en 1842, en apoteosis presidida por el general Páez y narrada en
párrafos neoclásicos por Fermín Toro. De la catedral
pasaron, en el gobierno de Guzmán Blanco, al Panteón Nacional,
un templo donde predomina la afirmación de su grandeza. En medio
de su increíble actividad, la soledad de su espíritu se resentía
de la falta de un verdadero amor. El recuerdo de la esposa muerta lo acompañaba
siempre. Comprendía que, tal vez, si ella hubiera vivido, su destino
heroico no se habría cumplido (se le atribuye la expresión
de que no habría pasado de ser "alcalde de San Mateo"); pero el
vacío que ella había dejado en su existencia no pudo llenarlo
con las aventuras galantes, con encuentros furtivos, ni siquiera con manifestaciones
de afecto, entremezclado con veneración, por más que provinieran
de mujeres hermosas, inteligentes o sensibles.
Solamente una quiteña, Manuela Sáenz, de espíritu atrevido, pasando por encima de
las normas sociales y provocando inevitables reacciones, al entregarse
a él con irrefrenable vehemencia, llegó muy cerca de su corazón.
No fue una mera relación carnal la que existió entre ellos:
aquélla a la que llamó "sublime loca") le dio aliento de
vida, y vino a convertirse en "libertadora del Libertador" cuando salvó
su vida en el atentado septembrino, distrayendo a los conjurados mientras
el Libertador se ponía a salvo. Los años finales de Manuela
después de la partida y muerte dei amado, fueron un triste epílogo
de su participación en la tragedia bolivariana.
No logró el Libertador consolidar en los nuevos estados la vida institucional. En su último
año llegó a exclamar, en mensaje al Congreso: Me ruborizo
al decirlo: la independencia es el único bien que hemos adquirido,
a costa de los demás . Y ya para concluir su periplo, imaginó
que todo había terminado en un fracaso: "hemos arado en el mar.
Pero no. No había arado en el mar. Su figura continúa agigantándose, por encima
de todos sus contemporáneos en el ámbito de su acción.
El estudio de su pensamiento lo califica como uno de los más geniales
visionarios del acontecer político y uno de los más brillantes
cultores de la filosofía del estado, a la vez que uno de los más
profundos conocedores de las realidades de los pueblos. Para las naciones
que libertó-Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y
Panamá-es y será Padre de la Patria. Para toda Latinoamérica,
su voz es mensaje y su figura es prototipo de las aspiraciones generosas.
En bronce o mármol, se encuentra en las principales plazas de las
ciudades y pueblos de las repúblicas hijas de su espada. Su figura
heroica campea en muchas capitales del mundo. Lima, CaracasBogotá,
Quito, La Paz y Panamá no son las únicas: también,
entre otras, Buenos Aires, México, Río de Janeiro, Santo
Domingo, San Juan de Puerto Rico, Tegucigalpa, Guatemala; le hallamos en
Puerto España y Kingston, en Nueva York y Washington, en Roma y
París, Londres y Madrid, además de muchas otras ciudades
como Cádiz, Garachico (Canarias), Trujillo (Perú), Arequipa,
etc. Su nombre distingue una nación (Bolivia), un estado de Venezuela,
numerosos distritos jurisdiccionales y diversas ciudades (en Venezuela,
en la Argentina, en los Estados Unidos); es epónimo de universidades
y liceos, así como de numerosas sociedades e instituciones. El adjetivo
"bolivariano" ha entrado, por él, al diccionario. Son incontables
los libros que recogen su pensamiento o que se ocupan de su vida y de su
obra; ha servido de inspiración a historiadores y poetas, a escultores
y músicos, y hasta una ópera, estrenada en París,
ha sido compuesta con su figura como tema. Maestro de maestros, su pensamiento
ha servido de inspiración a pensadores y estadistas.
Y está vigente la hipérbole del insigne uruguayo José Enrique Rodo: " (...)
si el sentimiento colectivo de la América libre y una no ha perdido
esencialmente su virtualidad, esos hombres, que verán como nosotros
en la nevada cumbre del Sorata la más excelsa altura de los Andes,
verán, como nosotros también, que en la extensión
de sus recuerdos de gloria nada hay más grande que Bolívar".
Extraído del libro "Maravillosa Venezuela", Circulo de Lectores Caracas
Cortesía de la página de Johnny De Wekker Vegas;
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